LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
Las decisiones del nuevo CGPJ muestran que el empate pactado entre PP y PSOE favorece a la derecha

Carmen de Burgos: amor, sexo y vida

1

A lo largo de la primera mitad del siglo XX, un grupo de mujeres se dieron a conocer dejando tras de sí esa actitud de resignada posición social machista que caracterizó a buena parte del siglo anterior. En este sentido, Rosalía de Castro escribía: “Si yo fuese hombre, saldría en este momento y me dirigiría a un monte, pues el día está soberbio: tengo, sin embargo, que permanecer encerrada en mi gran salón”. Rosa Chacel, María Teresa León, Federica Montseny, y anteriormente Concha Espina, María de la O Lejárraga, y sobre todo, Carmen de Burgos, periodista, reputada conferenciante, viajera incansable y novelista, que había definido el concepto feminismo en 1926 como, “el partido social que trabaja para lograr una justicia social que no esclavice a la mitad del género humano, en perjuicio de todo él”, conformaron la nómina de mujeres que, históricamente, tuvieron un amplio eco social en la España del primer tercio de siglo, desde sus escaños como diputadas —Victoria Kent, Clara Campoamor y Margarita Nelken—, o desde su implicación en nuevos conceptos literarios: la narrativa y la novela corta, una fórmula de consumo generalizado, destinado a gustar a las mujeres aunque también a excitar pícaramente a los hombres, mostrándoles un tipo de mujer liberada, sofisticada y liberal. Concha Espina fue pionera en la concepción de la novela como instrumento de denuncia social, y Rosa Chacel, la novelista que llevó más lejos los postulados sobre la deshumanización del arte, se convirtió en uno de los personajes más influyentes de la vanguardia estética; paralelamente, Concha Méndez, Ernestina de Champourcín, Josefina de la Torre y Carmen Conde formaron parte de la mejor expresión lírica de la Generación del 27.

El caso de Colombine, sobrenombre de Carmen de Burgos, es el mejor ejemplo de mujer libre, luchadora, apasionada y capaz de desafiar a la sociedad de su tiempo desde las páginas de los periódicos y con una extensa obra, sobre todo con sus novelas cortas, que fueron muy populares en la época. Defensora de la República, se convirtió en una de las primeras mujeres corresponsales de guerra: la de Marruecos, cuyas crónicas reunió con el título En la guerra (Episodios de Melilla) (1909), además de mantener viva una tertulia conocida como Los miércoles de Colombine y ser protagonista del episodio más sonado en su vida privada, sus amores con Ramón Gómez de la Serna, a quien la narradora había conocido en 1908.

  Una vida

 

Carmen de Burgos Seguí había nacido el 10 de diciembre de 1867 en el pequeño pueblo almeriense de Rodalquilar. La educación que su padre, José de Burgos Cañizares, le dio fue la misma que al resto de sus hermanos varones, es decir, una absoluta libertad que le llevaría pronto a desarrollar una febril actividad intelectual y periodística en la capital almeriense cuando se casa, con apenas dieciséis años, con Arturo Álvarez, cuya familia poseía una tipográfica donde se elaboraban algunos de los periódicos locales. Allí se familiarizó con el mundo de la letra impresa y empezó a publicar en la revista satírica Almería Bufa, que dirigía su marido. Realizó estudios de magisterio en la Universidad de Granada, motivo por el cual surgieron las primeras desavenencias conyugales. Elizabeth Starcevic escribe que “pese a que escasean los datos en la época de su matrimonio, por las pocas indicaciones llegadas era evidente que Carmen no era feliz en su vida de casada. Además, sucumbió ante la tragedia de ver morir a su hijo, hecho que parece haberle servido para separarse, definitivamente, de su esposo”. Años más tarde, Gómez de la Serna, describiría ese episodio de su vida afirmando que “Carmen vino a Madrid a rehacer su vida, sin recursos, con su hija en brazos... Carmen, con su sombrerito triste y con su hija siempre en brazos, hizo sus estudios de maestra superior, ganó unas oposiciones a Normales...”. En 1901 obtiene plaza de maestra en la Escuela Normal de Guadalajara, a donde se traslada con su hija María. Aquí se iniciará como periodista profesional gracias a su amistad con Augusto Figueroa, director del Diario Universal, quien le encarga una columna diaria que ella firmará con el seudónimo de Colombine que ya utilizaría el resto de su vida.

En 1904 realizó la primera encuesta en España sobre el divorcio, y la iniciativa tuvo tanta repercusión a nivel nacional que respondieron a ella políticos e intelectuales: Unamuno, Pardo Bazán, Giner de los Ríos, Azcárate, Baroja o Azorín. Un año después obtuvo una beca para ampliar estudios en París y desde ese momento no dejó de viajar por buena parte de Europa, experiencia que después publicó en forma de libro, Por Europa (1906), Cartas sin destinatario (1910) y Peregrinaciones (1916), además de los dos volúmenes de Mis viajes por Europa (1916). Su actividad fue tan febril que durante años escribiría de todo: tratados de educación e higiene, biografías, manuales de cocina, de jardinería, crónicas y artículos de todo tipo, así como numerosas traducciones de los principales autores europeos de la época: Nerval, Ruskin, Renan, Nordau, y biografías de Leopardi y George Sand, entre otros. Uno de los episodios más significativos de su vida con cierto escándalo de trasfondo fue su relación con Gómez de la Serna, iniciada en 1908 y finalizada en 1929, después del estreno de la obra del escritor Los medios seres, a quien se le había impuesto la participación de la hija de Colombine, una joven coqueta y malcriada, por la que la obra resultó un fracaso absoluto. Ramón huyó a París y justificó más tarde el episodio en una de sus novelas ¡Rebeca! (1936). La ruptura supuso para Colombine su negación a seguir escribiendo, pidió un traslado que le fue negado, se afilió al Partido Socialista y se presentó a diputada en las primeras elecciones convocadas por la República. En un debate sobre educación celebrado en el Círculo Radical Socialista se sintió indispuesta: era la tarde del 8 de octubre de 1932, y aquella madrugada murió a los 65 años acompañada de su hermana Kitty.

Novelas

Carmen de Burgos fue una de las primeras firmas que apareció en El Cuento Semanal, y con cierta frecuencia colaboró en todas las revistas similares, superando en cincuenta el número de sus novelas breves. En enero de 1907, Eduardo Zamacois había fundado El Cuento Semanal, colección de novelas cortas pionera de otras muchas que irían apareciendo a lo largo de los veinticinco años siguientes. Carmen figuró entre los primeros literatos jóvenes y el 21 de junio publicó su novela El tesoro del castillo (1907). Muchos de sus temas no ofrecen solo un realismo al uso, sino que se apoyan en tesis morales, sociales e incluso jurídicas, y en ellas denuncia la quiebra y defectos del hombre cuando impide la voluntad de las criaturas para poder vivir al amparo de su propia moral. En algunas de sus novelas cortas, como El último contrabandista (1918), expone las diferencias sociales entre quienes se juegan el tipo ante la ley y quienes lo hacen solo para cubrir las apariencias. El retorno (1922) plantea el caso de un espiritismo basado en hechos reales pero ultrajado por una burguesía que busca en él su propia diversión. Y con respecto a su compromiso feminista, creó varias novelas: La hora del amor (1916), La rampa (1917) y La malcasada (1925); en Quiero vivir mi vida (1931), con un prólogo de Gregorio Marañón, la novelista describe la sorpresa, el desengaño, el dolor y el asco de una bella mujer, de carácter dominante, porque su marido carece de delicadeza y de  tacto para convivir en pareja.

Amor, sexo y vida

La editorial cordobesa Berenice, del grupo Almuzara, edita con introducción de Mercedes de Pablo esta novela, Quiero vivir mi vida, e incluye una “Biografía de Carmen de Burgos en sus propias palabras” dirigidas a Ramón Gómez de la Serna, además de el enjundioso prólogo que Gregorio Marañón escribió en julio de 1931 y tituló “Breve ensayo sobre el sentido de los celos”. En él afirma que Colombine, siempre atenta a “los progresos del pensamiento, ha escrito una novela en la que desarrolla un conflicto de la psicología y del instinto de la mayor modernidad”; e insiste, además, en que “la narradora habla de los celos como una patología”.

Quiero vivir mi vida es una obra descorazonadora sobre las relaciones matrimoniales que cuenta la vida de la joven Isabel desde su boda con Julio, su azarosa relación y termina en un desatinado final. Isabel es un personaje tornadizo, caprichoso, voluble, insatisfecho y celoso, que mantiene una relación de amor-odio hacia su marido, hacia el matrimonio y hasta su propia condición de mujer. Esta es la imagen que Carmen de Burgos quiere ofrecer a sus lectores convocándolos a participar en esa idea de fracaso que supone la condición de mujer y ese sentimiento eterno de amor, incluso tras el matrimonio. Y al hilo del conflicto, otros personajes secundarios aparecen para completar el cuadro que Colombine quiere mostrar para contar su historia: la hermana y madre de Julia, un par de amigas, un amigo íntimo de Julio, Alfredo el médico, y un joven, Enrique, al que la joven seduce y que finalmente se suicida. Los personajes femeninos se muestran frívolos y con una variable psicología compleja y contradictoria que haría difícil una relación matrimonial sana, según la época, porque Quiero vivir mi vida está ambientada en la alta sociedad madrileña, con sus lujos, sus veraneos, sus affaires amorosos, sus maledicencias y sus frivolidades, pero podría estar situada igualmente en otros lugares europeos cosmopolitas, que bien conocía la almeriense, como Roma, París o Lisboa.

La novela está escrita en tercera persona, y el narrador apenas interviene para presentar las situaciones, los personajes o introducir los diálogos que, en numerosas páginas, resultan tan lacónicos como punzantes, y evitan así esas extensas digresiones y descripciones de época. Y puesto que la novela queda dividida en 47 capítulos breves, estos agilizan de alguna manera una lectura que el lector hará con cierta rapidez y no menos placer. Y así, Quiero vivir mi vida resulta, casi cien años después, y tras la evidente perspectiva histórica que nos separa de sus planteamientos, una novela sorprendente por su exclusiva novedad de dotar de voz propia a sus protagonistas femeninas pero, sobre todo, por la finura en la caracterización psicológica de sus personajes, magistralmente presentados en una obra coral que, sin embargo, dota a cada uno de ellos de perfiles tan personales como poco estereotipados. Colombine se anticipa a fórmulas habituales en la literatura actual, radicalmente novedosas en un tiempo donde era casi imposible escapar de los maniqueísmos y esperar de los lectores que se identificaran con los estereotipos de la felicidad o de la infelicidad humana.

_____

Pedro M. Domene es escritor.Pedro M. Domene

A lo largo de la primera mitad del siglo XX, un grupo de mujeres se dieron a conocer dejando tras de sí esa actitud de resignada posición social machista que caracterizó a buena parte del siglo anterior. En este sentido, Rosalía de Castro escribía: “Si yo fuese hombre, saldría en este momento y me dirigiría a un monte, pues el día está soberbio: tengo, sin embargo, que permanecer encerrada en mi gran salón”. Rosa Chacel, María Teresa León, Federica Montseny, y anteriormente Concha Espina, María de la O Lejárraga, y sobre todo, Carmen de Burgos, periodista, reputada conferenciante, viajera incansable y novelista, que había definido el concepto feminismo en 1926 como, “el partido social que trabaja para lograr una justicia social que no esclavice a la mitad del género humano, en perjuicio de todo él”, conformaron la nómina de mujeres que, históricamente, tuvieron un amplio eco social en la España del primer tercio de siglo, desde sus escaños como diputadas —Victoria Kent, Clara Campoamor y Margarita Nelken—, o desde su implicación en nuevos conceptos literarios: la narrativa y la novela corta, una fórmula de consumo generalizado, destinado a gustar a las mujeres aunque también a excitar pícaramente a los hombres, mostrándoles un tipo de mujer liberada, sofisticada y liberal. Concha Espina fue pionera en la concepción de la novela como instrumento de denuncia social, y Rosa Chacel, la novelista que llevó más lejos los postulados sobre la deshumanización del arte, se convirtió en uno de los personajes más influyentes de la vanguardia estética; paralelamente, Concha Méndez, Ernestina de Champourcín, Josefina de la Torre y Carmen Conde formaron parte de la mejor expresión lírica de la Generación del 27.

Más sobre este tema
>