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Carmen Peire: la novela del barrio

Mapas de asfalto - Carmen Peire

Menoscuarto (Palencia, 2024)

 

La autora tiene en su haber tres libros de cuentos y una novela, pero ha destacado, además, como conocedora de la literatura de Max Aub, algunas de cuyas obras ha editado (Juego de cartas, Manuscrito cuervo y Luis Buñuel, novela) y con cuya familia mantuvo una estrecha relación, en especial con Elena Aub, hija del escritor. Carmen Peire fue también agente de músicos, como Labordeta, Miguel Ríos o Sisa. Y por si todo ello fuera poco, tiene un merecido prestigio como profesora de talleres de escritura destinados a los jóvenes y colabora de forma habitual en este suplemento, como crítica literaria y entrevistadora. En la actualidad es la presidenta de AMEIS, la Asociación de Mujeres Escritoras e Ilustradoras.   

Esta es su segunda novela, de la que destacaría la estructura, pues se compone de 71 breves capítulos, de los cuales 12 aparecen en cursiva, insertados en el conjunto, mientras que el 44 y el 45 están conectados; junto con los dos narradores: una periodista, innominada, que actúa como narradora testigo (se define como "testigo excepcional" de los hechos, página 66) que cuenta desde el presente ("coso palabras para hacer una colcha con los retales de mis recuerdos", página 202), recluida en una residencia de ancianos tras haber sobrevivido al resto de los protagonistas de la historia, y un segundo narrador, llamado Hércules, quien habla desde otra dimensión, una vez muerto, en algún lugar situado en el más allá (opta por una versión no católica, el espacio sideral), tomando la voz en los capítulos en cursiva, para comentar y a veces disentir de la versión de los hechos que nos proporciona la periodista. A quién de los dos creer, debe decidirlo el lector. A partir del capítulo 45 (es necesario numerarlos para referirse a ellos), la narración adopta un tono fabulístico, pues la crisis, en el 2008, trae consigo un humo grisáceo y maloliente, un aire fétido, mal olor. La cita inicial de Thomas Wolfe, un canto a la esperanza, puede leerse como una variante de aquel lema de mayo del 68: "Debajo de los adoquines está la playa".

La acción transcurre, precisamente, a partir de 1968, cuando la narradora llega a un barrio cuyos habitantes son, en buena medida, emigrantes. Se trata, en esencia, del Distrito Sur (anteponer el artículo es necesario, aunque en el lenguaje coloquial se eluda), y más en concreto, se desarrolla en un albergue municipal que acoge a varios de los personajes principales. El barrio quizá sea trasunto de Vallecas, donde residió la autora y conoció las luchas de los vecinos por mejorar las condiciones de vida. También en los capítulos 4, 18 y 19 (en este último, la narradora cuenta su vida), a quien la autora le presta sus recuerdos. Los personajes, en esencia, son cuatro: el barrendero Hércules León, el auténtico protagonista, que ha llegado a la ciudad para ejercer su oficio y llevar una vida digna; su mejor amigo, el Negro Smith, conserje del albergue, nacido en Praga (su vida se relata en el capítulo 21); la argentina Juana, que consigue encandilar a los dos hombres e incluso compartirlos; y Montse, la asistenta social, quien en cierta forma actúa como protectora o auxiliadora de todos ellos, y cuya condición menesterosa acaba compartiendo. Ella es, además, la responsable de que se active la memoria de la narradora. El capítulo 38, en el que se cuenta su relación con Montse, me parece que es uno de los más endebles, por reiterativo y porque abusa de lugares comunes a la moda del día, sean ciertos o no (por ejemplo, cuando afirma: "Qué daño nos ha hecho el amor romántico", página 141). El caso es que todos ellos componen una auténtica y atípica familia. Podríamos añadir a esta nómina variopinta algunos personajes más: el singular director del albergue; el llamado Pepe el Tuercas, pionero de las ocupaciones; Flametti, el actor desahuciado que acaba convertido en un mangante, una especie de Robin Hood justiciero; Enrique; el perro Ulises… Todos son gente modesta que se gana la vida con suma dificultad, y en cierta forma resultan bastante heterodoxos, o eso que llaman ahora periféricos, bien por su origen, bien por las relaciones amorosas que se establecen entre ellos. Dos de estas mujeres son tanto heterosexuales como lesbianas, y la tercera, Juana, junto a dos de los protagonistas masculinos, compone un triángulo amoroso, que había empezado por ser una clásica relación con uno de ellos. Juana está inspirada en un personaje real que solía vender en Madrid poemas de amor en la puerta de los teatros. Entre todos ellos, con las gentes del barrio, encabezadas por el maoísta Juanjo, llegan a organizar un Festival de rock duro que obtiene un gran éxito.

Es necesario aclarar que el de Hércules León no es un nombre irónico, como he leído en algún lugar, al contrario: el trabajo de este barrendero, que prácticamente lleva a cabo sin cobrar un sueldo (por las propinas que le quieran dar), consiste en limpiar el barrio, y –de manera simbólica- el mundo entero, y podría compararse con los trabajos del héroe clásico, cuyo apellido completa la heroicidad de la vida del personaje, pues no solo es ingenuo (pero como le aclara el director del albergue, no es un mendigo, sino un hombre que ha sido timado), sino bondadoso, fiel a sus amigos, comprensivo. Y recuérdese que el perro se llama Ulises. En ese sentido, la vida del protagonista resulta especialmente ilustrativa: llega a la ciudad de vacío, sobrevive con muy poco, pero sin dejar de trabajar y ser útil a los demás, y muere tal como llegó, pues sus ahorros los destina a pagarse el entierro y en ofrecerles una comida festiva a sus amigos, que vale –a la manera de las revistas- como una apoteosis final. Buena parte de lo que se cuenta sobre este personaje tiene un origen real, pues está basado en un individuo llamado Eladio que trabajaba en el puerto de Barcelona. De aquí, de esta singular peripecia, parte la novela: de la historia real que le contó a la autora una amiga suya.

No falta, es marca de la casa, una crítica a diversos aspectos del presente: denuncia los trabajos precarios, la cultura gratuita y la maquinización; defiende las leyes de la memoria; muestra la transformación urbanística del barrio, la llegada de emigrantes de otros países y su preocupación por la progresiva degradación del planeta, y entona incluso una defensa del ecologismo, aunque se refiera -con agrado- a una posible extinción de la especie. Pero, en mi opinión se centra, sobre todo, en las relaciones personales que se producen entre los personajes, en los que tanto los sentimientos, bien sean de amistad (aparece una muy significativa loa a la amistad, páginas 24, 140 y 141), bien de amor, como las cuitas ocasionadas por los trabajos que desempeñan, empleos modestos, mal pagados e incluso gratuitos, realizados por pura dignidad personal, se convierten en el centro de la trama. Claro que al fondo de este paisaje está siempre la precariedad, pero también la solidaridad entre las gentes modestas que habitan el barrio.

El otro espacio importante es el albergue, con su azotea, desde la que Hércules puede sentirse cerca de las estrellas, anticipando su existencia en otra galaxia; pero no solo es significativo por lo que el albergue es ahora, sino por lo que había sido en otros tiempos, durante la dictadura franquista (página s104, 114, 115 y 121). Y no debo destripar el resto, que se cuenta en el capítulo 31. Los que utilizan spoiler, o espóiler, por destripar deberían arder en las calderas de Pedro Botero, empezando por los académicos que acaban de darle curso legal a semejante disparate.

La narradora de esta historia, quizás el único personaje que no aparece idealizado, merece un comentario aparte. Se trata de una periodista retirada, recogida en una residencia de ancianos, que cuenta desde el presente unos hechos que ha vivido como testigo –digamos- distante. Sus interlocutores son dos jóvenes que perdieron pronto a sus padres, a quienes les cuenta de dónde provienen, quiénes fueron realmente sus progenitores, aunque reconoce que en su relato ha compuesto un Hércules para la posteridad, "una historia creíble y adornada (…). Pero a la esencia le soy fiel" (página 224). Un relato, pues, que a veces es replicado por Hércules desde la otra dimensión en la que habita, y en donde acabará fundiéndose con Montse, pues no siempre está de acuerdo con la versión que la narradora nos proporciona de los hechos. En cambio, los interlocutores, esos hijos que se pasan la novela escuchando, no llegan a tener voz.  

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Se trata, en definitiva, de una narración con final abierto, pues los dos jóvenes acaban sabiendo quién fue su madre, pero no llegan a conocer, a ciencia cierta, la identidad del padre, quizá porque tuvieron, al menos, dos padres biológicos, si se me permite la metáfora. Podría decirse, por tanto, que se trata de un cuento de hadas proletario, en el que los héroes adquieren una dimensión distinta de la que conocemos por la cultura clásica, pero que o bien podría entroncar con el cine y la literatura neorrealista italiana, y con los notables reflejos que dicha literatura tuvo en nuestro país, sobre todo en la prosa narrativa (Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos o Lauro Olmo), el cine (Surcos, de Nieves Conde) y el teatro de los años 50 y 60, sin que falten ejemplos mucho más recientes, pues a comienzos del siglo XXI, cuando dirigía la revista Quimera, le dedicamos un monográfico a la literatura que tenía como tema la emigración, o —cito un ejemplo actual— la película El 47 (2024), dirigida por Marcel Barrena, sobre los barrios marginales de Barcelona, los que construyeron con sus manos los emigrantes andaluces y murcianos, a quienes los políticos nacionalistas, los que siempre han gobernado, desde la Transición, ignoraron siempre. Así éramos y, en buena medida, seguimos siendo, aunque sin querer ignorar por ello las muchas –si bien insuficientes- mejoras que se han venido produciendo.   

Parte Carmen Peire, en esta ocasión, de una realidad y de una cierta tradición cultural, pero para mostrárnosla no le resulta suficiente el realismo crítico; esta vez necesita, para insuflarle complejidad, valerse de procedimientos que le proporcionan a la historia una dimensión simbólica, metafórica. Ese es otro de sus pasos adelante.

* Fernando Valls es profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.

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