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‘Enseñar Platón en Palestina’, de Carlos Fraenkel

Portada de 'Enseñar Platón en Palestina', de Carlos Fraenkel.

Enseñar Platón en Palestina. Filosofía en un mundo divididoCarlos FraenkelAriel Barcelona2016

Platón, Aristóteles, Spinoza, Al-Farabi, Abd al-Jabbar, Averroes, Epicuro, Descartes, Kant. En el mejor de los casos, nombres que forman parte de un programa de estudios, autores en el índice de un libro de texto. En el peor, completos desconocidos. Para Carlos Fraenkel, profesor de Filosofía en las universidades de Oxford y de McGill, en Montreal, son otra cosa. Estos autores cuyo rostro quizás no se conoce, cuya voz se ha perdido, son, ante todo, herramientas. Herramientas para comprender el mundo, para dilucidar en qué consiste llevar una vida "buena" y cómo debe actuar la sociedad y cada uno de los individuos que la componen para alcanzarla. Herramientas, también, para hacer todo esto desde la diversidad y el desacuerdo. 

"¿Puede resultar útil la fisolofía, fuera de los confines de la academia? ¿Y puede ayudar la filosofía a convertir las tensiones que surgen de la diversidad (cultural, religiosa y así sucesivamente) en lo que propongo llamar 'cultura del debate'?", se plantea Fraenkel en Enseñar Platón en Palestinaun guiño a Leer Lolita en Teherán, de Azar Nafisi—, con un lenguaje accesible, pedagógico y entretenido. Para comprobarlo, el autor no se queda en el papel. Viaja para impartir seminarios en Palestina, Indonesia, Brasil, en las comunidades judías ortodoxas en Nueva York, en las reservas indias en territorio canadiense.

Cada una de estas sociedades tiene su propio conflicto, sus puntos calientes. Los alumnos que acuden a su seminario en Al-Quds, la universidad palestina de Jerusalén, tienen que atravesar secciones del muro construido por Israel y superar numerosos controles. Juntos, se plantean si la filosofía puede ser una forma de comunicación entre personas que no comparten creencias religiosas. En la ciudad indonesia de Macasar, Fraenkel se encuentra con alumnos de Estudios Islámicos, y abordan la relación entre islam y democracia en un Estado plurirreligioso en el que conviven musulmanes (credo mayoritario), católicos, protestantes, hinduistas y budistas. En Nueva York, se encuentra con un grupo de judíos hasídicos que ha perdido la fe, aunque sigue dentro de la comunidad, para plantearse la relación entre tradición religiosa y modernidad secular. En Brasil, tienta la experiencia estatal de llevar la filosofía a todos los alumnos de secundaria. En Awkwesasne, una reserva compartida entre Estados Unidos y Canadá, se encuentra con un grupo de mohawks que trata de desligarse de la autoridad colonial mientras construye una identidad propia. 

La labor de Fraenkel —y su mayor logro— es propiciar un debate respetuoso en el seno de todas esas culturas. "Había gran confusión entre lo que está bien y lo que está mal en tiempos de Sócrates", explica el profesor a los estudiantes de Al-Quds, recuperando un relato de Heródoto: "Los griegos empezaron a cuestionarse sus costumbres después de encontrarse con otras culturas. Esas costumbres, se dieron cuenta, quizá no fueran normas válidas universalmente". Pero no se trata de ejercer una suerte de imperialismo filosófico que cuestionara las creencias de palestinos, indonesios y brasileños comparando sus fallas con los supuestos logros de las sociedades democráticas del primer mundo. Se trata de cuestionar los límites de la tradición para cultivar el pensamiento propio. Y eso también —o sobre todo— vale para el lector.

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Fraenkel tiene una biografía personal que parece propiciar su particular labor de mediador. Crecido entre Alemania y Brasil, y de origen judío aunque escéptico con respecto a su herencia, se ha dedicado al estudio de autores islámicos como Al-Farabi o Al-Ghazali y la relación entre razón y fe. Sin embargo, el propósito del libro implica en sí mismo un peligro sobre el cual el autor se pone en guardia: "No se trata en absoluto de que un gran filósofo descienda al nivel de los ciudadanos corrientes para compartir su sabiduría con ellos. Por el contrario: a través de las discusiones me di cuenta de lo estrecho que era mi repertorio de preguntas. (...) La idea, pues, no es que los filósofos nos digan lo que debemos pensar y hacer, sino permitir al mayor número de personas posible adquirir la práctica de la filosofía". Otro de los logros del título es que el lector puede acabar teniendo en igual estima los razonamientos de los alumnos que los del profesor. Pero también es cierto que el formato sigue siendo el mismo: el académico que llega a "azuzar" al caballo noble pero "lento" que es el pueblo (los términos los recoge Fraenkel, pero son de Sócrates). 

Su propuesta —que la filosofía puede, en última instancia, transformar el mundo a través del diálogo— se basa en el falibilismo y la confianza en la "cultura del debate", como expone en la segunda parte del libro, donde reside la base teórica que ha sido introducida amplicamente en los diálogos mantenidos en la primera parte. Sobre el primero, resume: "Según los falibilistas, nunca podemos estar absolutamente seguros de que lo que creemos y valoramos es lo correcto. Al mismo tiempo, los falibilistas afirman la existencia de normas objetivas, en relación con las cuales podemos estar equivocados, y a las cuales podemos acercarnos para examinar críticamente nuestras creencias o valores". Sobre la "cultura del debate", recuerda que "se basa no en la habilidad sofisticada de hacer que la opinión propia prevalezca sobre la de los demás, sino en la habilidad dialéctica de comprometerse en una búsqueda conjunta de la verdad". Algo, por cierto, que queda aún muy lejos de las civilizadas democracias occidentales. 

Habrá quien vea en la empresa de Fraenkel un ejercicio de optimismo que roza la ingenuidad. ¿De verdad puede proporcionar la filosofía una "cultura del debate"? Y, en cualquier caso, ¿puede el debate suavizar, por sí mismo, las fricciones de un mundo gobernado por el fanatismo y el desprecio por las ideas del otro? Esos mismos verán en las dudas de los alumnos de Fraenkel, en sus reticencias y su desconfianza, un síntoma más de inquietud que de esperanza. Otros verán en Enseñar Platón en Palestina un libro luminoso. Quizás unos y otros, después de leerlo, se vean capaces de sentarse a discutirlo. 

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