Los diablos azules
'Fábula'
Javier Vela se enfrenta en su nuevo poemario, Fábula, al "carácter falsario de la memoria". El ganador del premio Adonais en 2004 por La hora del crepúsculo y del Loewe a la Joven Creación en 2009 por Imaginario se cuestiona ahora los "mitos y creencias que conforman nuestra noción de verdad" en este libro que cierra un ciclo de más de una década. infoLibre publica un adelanto del libro editado pot la Fundación José Manuel Lara que llega este mes a las librerías.
Lo real y su doble
Llevaba tatuada una pluma de pájaro en los brazos, en el canasto providencial de sus brazos, húmedo de tormentas y de vientos de nombre secular, o seco y calcinado, batido por las églogas –y me brindó refugio.
Sombras como raíces trepidaban bajo su nervadura y había uvas de sueño en el leñoso dédalo de sus manos.
Repítelo, repítelo, tú a cuyo encuentro acuden como hormigas las tercas prohibiciones del deseo; tú, miedo; tú, frontera.
Si este poema fuese solo por un instante algo más que un poema, si fuese apenas un árbol, o los anillos de crecimiento de un árbol, nuestra noción del mundo se derrumbaría.
Pero el amor no basta: haced sitio al amor.
Seres fecundos en contradicciones, abramos la ventana y arrojemos toda razón por ella, como esos viejos que en la madrugada de la ciudad sonámbula sacan a sus mujeres a bailar.
Pequeñas sediciones
hay tanta gente sola
seria perdida mustia
emborbonada
que sueña que sucumbe
gente que se detiene
en los semáforos
y hojea –es un decir–
revistas de países
a los que nunca irá
ánimas solitarias cuerpos solos
con tedio se masturban y a menudo
piensan en el pasado
lejos de ser felices se conforman
con la mención de la felicidad
están al día de todas las noticias
de todas las canciones
los libros las películas
son buenos anfitriones y organizan
cenas con compañeros de trabajo
en pisos de alquiler
recogen entre todos
la mesa
tristemente
después vuelven a casa
y así viven
todos creen merecer algo mejor
Retrato de familia
Tenemos ayes, úlceras, salivas y sudores. Tenemos sangre y sueño y obsesiones que apenas evocamos por un temor atávico a nombrarlas, y renuncias y olvidos.
Tierra, cieno, basura, calamidad y muerte.
Tenemos hambre, deudas, epidemias, pero también amores y entusiasmos y un perro que nos lame las heridas y nos delata al vernos regresar, y esa indigencia gris en que dormimos un sueño adolescente, arrellanados sobre la orquídea del sexo, viendo cómo rebullen los mosquitos en los escombros del atardecer, cuando una mano anónima viene a apagar las luces del pasado y a tomarnos la fiebre.
Fantasmas familiares, herederos del frío original, sobrevivimos juntos, amamos tercamente y alzamos una copa vacía por el futuro.
Reímos y lloramos, pero somos los mismos.
Acampamos como una hueste de enfermos bajo telones húmedos y, a veces, escribimos a la luz de una lámpara lo que otros escribieron a la luz de una vela.
Somos entre la niebla nuestro propio enemigo,
vemos mal, somos torpes, fingimos ser filósofos con manos de poetas y urdimos telarañas, metáforas y estrellas para cruzar el río de lo real.
Un día nos uniremos en la orilla de donde no se vuelve, bajo el auspicio de los centinelas, y pasearemos juntos entre blandas palmeras faraónicas, y compareceremos en fiestas submarinas, y nadie faltará.
Los últimos rebeldes
Adormecidos en la inocencia del canto, tengamos hoy tú y yo, lectores de novelas y de libros inútiles sobre nosotros mismos, un recuerdo sincero para Nancy Cunard, editora de jóvenes maestros y afanada poeta, pálida descendiente de navieros que fue desheredada por anudar su mano a la de un negro musicante de jazz, y por llevar a orgullo, bajo la piel ebúrnea de sus brazos, su amor a los sedientos, los proscritos, los peregrinos de la libertad, y que su nombre vuele como el polen de palabra en palabra. Que en la pasión del verbo recobremos, a guisa de espejismo, su talento y su ánimo aquejados de vagas adicciones postfreudianas, su belleza de época, su figura enfermiza y arcanamente misericordiosa, su frente ancha y humana, ennoblecida como una piedra en el mar.