Máximo Pradera: "Comparados con los de Franco, los gustos musicales de Stalin o Hitler eran una maravilla"
Cuesta imaginar a Sadam Huseín deleitándose con el soul y hip hop de Mary J. Blige o Strangers in the night de Frank Sinatra. Casi imposible resulta imaginar a Adolf Hitler silbando ¿Quién teme al lobo feroz?, la pegadiza melodía de Los tres cerditos de Walt Disney. Pero los caminos de la música son casi tan inescrutables como los de la mente humana. Y sí, efectivamente, ambos dictadores tenían gustos musicales peculiares.
Nos lo cuenta Máximo Pradera (Madrid, 1958) en Están tocando nuestra canción (Libros del Kultrum), donde se lía la manta a la cabeza para perseguir un objetivo en absoluto baladí: elaborar la madre de todas las playlists. Para conseguir su propósito, el periodista y escritor ha indagado en las canciones favoritas de 12 hombres y 12 mujeres que conforman un improbable colectivo de lo más heterogéneo.
Así, comparten estas páginas personalidades tan dispares como Huseín, Hitler, Franco, Stalin, Lenin, Napoleón o Isabel II con Audrey Hepburn, Julie Andrews, Sophia Loren, Lauren Bacall y Marlene Dietrich. No faltan ilustres de la música de nuestro tiempo como Paul McCartney, Bruce Springsteen, Cat Stevens o Joan Baez, junto a escritoras como Isabel Allende o Almudena Grandes. Una amalgama aparentemente imposible, a la que el autor da forma mezclando sabiduría musical académica con rigor histórico.
"Los testimonios que acreditan los gustos de Sadam Huseín, por ejemplo, son muy sólidos, porque son sus guardianes estadounidenses antes del juicio que le mandó a la horca y una examante", apunta a infoLibre Pradera, quien encontró inspiración para este libro en el longevo programa de la BBC Canciones para una isla desierta, en antena desde los años cuarenta del siglo pasado y por el que han pasado todo tipo de celebridades universales.
Explica el autor que, a partir de la vieja premisa de que la música amansa a las fieras, se propuso "mezclar leones y corderos", es decir, personas a las que admira y otras por las que no siente "precisamente respeto, como Stalin, Hitler o Franco". Con la inclusión de estos últimos, pretende Pradera que el lector luche contra los "clichés mentales que todos tenemos y que nos llevan a pensar que a alguien malvado solo le gustan cosas horribles".
"Pero no -prosigue-. Es difícil, pero tienes que aceptar que el alma humana es poliédrica. La contradicción entre lo horrible y lo sublime me fascina desde que vi y leí El silencio de los Corderos, porque Thomas Harris creó muy bien esa contradicción entre el monstruo que se come a la gente pero es también capaz de tocar las Variaciones Goldberg de Bach, que es una de las obras más refinadas que dio el Barroco".
Una vez aceptado que los más crueles villanos pueden tener gustos artísticos sofisticados, podemos establecer cierta comparativa. Así tenemos a Hitler escuchando a Beethoven, Wagner y Franz Lehár; a Stalin disfrutando con Shostakóvich o Mozart; Napoleón con La Marsellesa y Mambrú se fue a la guerra; Lenin con La Internacional, La Varsoviana o La Marsellesa de los trabajadores; y a Franco con Juanita Reina o Concha Piquer.
"Yo creo que el gusto musical más impresentable es el de Franco, porque era un fiel reflejo de la España absolutamente raquítica culturalmente que tuvimos que soportar durante cuarenta años", afirma el autor, para aún detallar: "Lo más que hay es una ópera de Emilio Arrieta que tampoco es muy allá, Marina, y luego Los churumbeles, pasodobles y cosas así. No sé qué debía escuchar este hombre. Comparados con los de Franco, los gustos de Stalin o de Hitler son una maravilla".
Siguiendo con Stalin, destaca Pradera que le gustaba muchísimo una canción "maravillosa" titulada Suliko, que "siempre se canta muy en pianísimo y pone el pelo de punta". Y prosigue: "Aunque tuvo luego sus enfrentamientos, Stalin protegió a grandes músicos. Shostakóvich se convirtió durante años en un músico del régimen. O Sergei Prokofiev, quien se vino de Estados Unidos para ser también el chico de Stalin, aunque luego cayó en desgracia".
Digamos, entonces, que Stalin tenía altas aspiraciones en sus gustos musicales. En esa línea, Hitler, quien intentó sin éxito escribir una ópera, tuvo también "grandes favoritos, porque Wagner es un gran músico" independientemente de que le gustara a Hitler: "El escritor y actor británico Stephen Fry tiene un documental muy bueno en el que dice que no veamos a Wagner a través de los ojos de Hitler, sino simplemente a través de la música".
Lenin, por su parte, reconocido melómano, disfrutaba entonando canciones de lucha política y revolución pero, al mismo tiempo, le encantaba el folclore de su país y escuchaba música clásica de Chaikovski o Schubert. Entre sus favoritas, claro, La Internacional, calificada en más de una ocasión como la canción más peligrosa del mundo. "La llamaban así y ha hecho mucha pupa, efectivamente", corrobora el autor.
Y agrega: "Siempre ha despertado muchísimas suspicacias La Internacional. Parece que un grupo cantando La Internacional ya va a subvertir al régimen del país en el que esté cantando. Yo cuento la historia del rodaje de Doctor Zhivago en Canillas (Madrid), donde rodaron la escena de la manifestación cantando La Internacional y se presentó la Brigada Político y Social a preguntar. Hubo que explicarle que La Internacional se estaba cantando porque formaba parte del guion, no por oposición a Franco. Es muy graciosa esta anécdota y muy ilustrativa de lo cateta que era España".
A ISABEL II LE ENCANTA BAILAR DANCING QUEEN, DE ABBA
Cambiando de tercio, tiene su gracia la anécdota de la reina Isabel II del Reino Unido confesando que le encanta Dancing Queen de ABBA. "Yo creo que lo dijo en serio", asegura divertido el autor, a quien también le llamó mucho la atención que una cantautora folk de la talla de Joan Baez tenga la ópera como su género favorito: "Pensamos que está todo el día escuchando a Bob Dylen o Pete Seeger, pero no es así".
"Me parece conmovedora también la selección de Almudena Grandes, con esa mezcla de ópera y copla, con Tosca de Puccini, Alaska y Dinarama, Lola Flores o Joaquín Sabina", apunta, para luego plantear todas las personas a las que de verdad les guste la música "tienen que ser" como la escritora madrileña, con gustos taN amplios. "No me creo a nadie que diga que solo escucha música clásica o rock", apostilla.
Comenta además en este libro un detalle relativo al entierro de Almudena Grandes, donde no sonó su canción favorita de Sabina, De purísima y oro, sino Noches de boda, para evitar polémicas con los antitaurinos. "Lo políticamente correcto nos está matando", afirma Pradera, quien explica que De purísima y oro era "la canción de su vida y, además, no habla de toros, sino del gran fresco que era España en aquel momento de posguerra, aunque cogiendo a Manolete como hilo conductor".
La música es un consuelo, las canciones sirven para consolar en momentos en los que estás puteado
Están tocando nuestra canción es, en última instancia, un trabajo enciclopédico con una cantidad ingente de datos históricos. Pero, más allá de eso, la intención última del autor era "gustar a los músicos", por lo que ha dado rienda suelta a su formación musical: "Hay gente que me ha dicho que entro demasiado en tecnicismos, pero no lo creo. Sí creo que es por lo menos un tipo de análisis que te da confianza en la persona que ha escrito el libro. No me ha importado meter algunos análisis musicales como lo de Carmina Burana o el Adagietto de Mahler. No me ha importado porque no me meto en honduras demasiado profundas y porque creo que esto va a ser de algún provecho a los músicos".
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El lector que no sepa de música, por su parte, puede también ser consciente a través de estas páginas de que "la música es un consuelo, porque las canciones sirven para consolar en momentos en los que estás puteado". "Bruce Springsteen sale del hoyo después de que le echaran de su grupo escuchando una canción de los Rolling Stones, Victoria de los Ángeles sale de su depresión escuchando el Adagietto, Isabel Allende se repone de la muerte de su hija Paula escuchando Greensleves de la pianista new age Liz Story... y Sadam Huseín se consuela en su cautiverio escuchando a Mary J. Blige. Esa capacidad de aportar consuelo cuando estamos muy jodidos quizás solo la literatura la tiene", remarca.
En consonancia con esto último, lanza otra idea al afirmar que "la música es lo opuesto a la política", pues mientras esta segunda disciplina "parte y divide a la sociedad, la música une y es incluso capaz de juntar a seres tan dispares como Paul McCartney o Yoko Ono quienes, según Pradera, puede que lo "único que tengan en común sea su atracción por Beautiful boy de John Lennon".
Datos y anécdotas en avalancha a lo largo de algo más de 350 páginas. Tanto material que Pradera piensa ya en saltar al podcast para que tengamos en España nuestra propia versión del "extraordinario" programa de la BBC. Con invitados igualmente de todo tipo y condición. "Que pudieran venir al programa desde Yolanda Díaz a Macarena Olona a blanquearse, no hablar nada de política, poder demostrar lo sensibles que son y hablar de lo mucho que les gustan Mendelssohn o Rosalía", lanza. "Que pudieran hacer un poco de postureo cultural", remata.