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Historiografía para la nueva derecha

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En defensa de España. Desmontando mitos y leyendas negrasStanley G. PayneEspasaMadrid2017En defensa de España. Desmontando mitos y leyendas negras

 

El último premio Ensayo Espasa ha optado por el don de la oportunidad. El libro ganador, En defensa de España, de Stanley G. Payne, es un catecismo de buenas prácticas historiográficas para la nueva derecha española. Con el argumento de desmontar leyendas negras y mitos, el hispanista se monta un recorrido por la historia de parte de la península ibérica que insiste en volver a levantar los mitos que terminan por enaltecer el espíritu de lo español, lo castellano, lo monárquico y lo católico. Así que, con la que cae de antiespañolismo, rebeldía periférica, republicanismo y lucha de bandera, ocasión que ni pintada: tres carabelas en su portada no tienen por qué ser presagio de buena singladura.

Por  partes. Vuelve Payne a enarbolar el concepto de Reconquista, a envolverse en el pendón y la defensa de Castilla, la reserva espiritual de España, y en tanto mantiene para los godos pretéritos el espíritu de españolidad, se lo niega a los musulmanes asimilados, descendientes de norteafricanos —como los sojuzgados por la minoría goda—, que vivieron siete siglos en una misma tierra. Por eso el autor, porque el medievo musulmán no servirá a su propósito, pasa de puntillas. Sigue el previsible elogio de la monarquía hispánica de sus católicas majestades; se levanta en el segundo tercio y pasa imperial por el siglo y medio de Austrias, esos que gobernaban con total consciencia una adición de territorios y sabían que lo que hoy está bajo misma corona, mañana quizá no lo esté; se encuentra augusto en el florecimiento del Imperio, recio honor a los tercios y conquistadores, con debido silencio sobre las rebeldías territoriales; remate de época con salpicón de dos siglos y tanto de Borbones salteados con repúblicas y dictaduras.

Se siente más seguro en el análisis del siglo XX. En la II República se dedica a dar estopa a los presidentes elegidos democráticamente –como si sus decisiones no fuesen mucho más legítimas que las que hubiese tomado cualquier Borbón en años anteriores, y posteriores— y a poner en solfa los resultados electorales de 1936 conforme a peregrinos argumentarios del primer franquismo; en la Guerra Civil da por sentado que fue mejor solución la dictadura que la revolución, que Durango y Guernica fueron meros accidentes del frente y que los números de muertos son exagerados; y en la dictadura, si bien creemos que Franco no merece un juicio histórico, ni es necesario que lo tenga, sí se le debe al franquismo (al que Payne se empeña en llamarlo pseudofascismo, semifascismo y otros eufemismos), un juicio que no llega y que libros como este vienen a demorar. No por equidistancia, sino por prevalencia. No hay la más leve alusión a la España que se fue al exilio. Ni una España, ni dos Españas, al menos tres. Debe ser que no forma parte de la leyenda negra.

En la Transición, su momento estelar, Payne se viene arriba, se mete en el libro y protagoniza reuniones históricas en EE.UU. donde se decidirá el futuro de España. Como lo leen. Sigue la deriva con defensa del rey, elogio y lamento de Torcuato Fernández-Miranda y lanzamiento de Suárez por el centro izquierda y el pozo de la ambición; sobreviene leñazo a la izquierda, revisión de la Transición como un momento de desmovilización política y modelo para el mundo. Por supuesto, todo es culpa del posmodernismo, el igualitarismo, el “buenismo” (cuando pasa Rodríguez Zapatero, le da un capón) y este sindiós de corrección política y relativismo de izquierda que define Trillo Figueroa como “ideología invisible” (ojo, Trillo el hermano, no el ex ministro). Y para rematar un buen rapapolvo a la memoria histórica (democrática), como si fuese el leviatán que nos conduce al desastre.

En fin, a buen entendedor y aunque lo disfrace de otra cosa, parece panorama de una eterna Guerra Civil, posiblemente iniciada en la Navas de Tolosa, por la que desfilan las sombras de abencerrajes, beltranejos, comuneros, moriscos, catalanes, afrancesados, carlistas, anarquistas, requetés y etarras. No es de extrañar que el escudo heráldico español esté cuarteado, dividido en tantos símbolos (compárenlo con el recio emblema de Francia, con la poderosa cruz griega de plata, con el águila federal alemán que a veces recuerda al de San Juan pasado por el cómic…). Este escudo solo lo cimenta una dinastía con una flor en su centro. Cosas que seguimos viendo en el siglo XXI.

Libros como este establecen la nueva propaganda, la adecuada revisión que espera la derecha (la nueva y la vieja derecha demócrata y democratable) para poder enfrentarse a su pasado y justificar sus ancestros ideológicos sin dolor. Es un libro de opinión, muy versada, muy documentada, que bebe de donde conviene, pero no defiende más que una opinión vieja, muy vieja, disfrazada de nueva. La Historia no obliga más que, como en el adagio, aprender del error pasado (cosa que el autor evoca), porque la Historia nos ha demostrado que no hay organización ni estructura que aguante para siempre, ni el Reich, ni la Catalunya triomfant, ni el París de la Comuna, ni la España de Franco —aunque algunas universidades y organizaciones religiosas se empeñen en los contrario—. Tampoco la Historia es llevada por la voluntad de un ser humano, como Payne quiere hacernos creer, ya sea por el designio en lo universal de los Reyes Católicos, por la ciclotimia del primer Felipe de Borbón, la ambición de Godoy, el calentón de un Primo de Rivera, los excesos de don Niceto Alcalá-Zamora o la fingida imprevisibilidad del dictador, que en este libro parece un pobre hombre obligado y abúlico, soñador del imperio africano, que tuvo que hacer lo que tuvo que hacer porque no había más remedio y bien justificado queda.

Todos ellos no son más que monigotes de las circunstancias sociales, económicas y culturales, del contexto internacional, dando igual el nombre del ser humano e importando mucho más su época, donde el apellido fue un accidente. Si a un estudiante de la Alta Austria le hubiesen elogiado su pobre obra pictórica y hubiese accedido a la Academia de Bellas Artes de Viena, quizá nos hubiéramos evitado un dictador llamado Adolf Hitler y hubiésemos ganado un mediocre pintor, pero ello no aseguraría que hubiésemos evitado el ascenso del nacionalsocialismo y su traca mortal. Tampoco es plan de echarle la culpa al jurado de acceso a la academia vienesa. Creo que esto me lo contaba un viejo músico francés. Este prurito alérgico de anti materialismo histórico de Payne le lleva a perder el rumbo, centrarse en los nombres de los hombres (y pocas mujeres) que presiden las paredes de los salones de pasos perdidos de la Historia, serios y pétreos en sus retratos de plano medio, y además, dedicarse a la historia ficción del qué hubiera pasado si… si Franco se hubiese levantado el 18 de julio con migraña, si don Niceto hubiese dejado gobernar a Gil-Robles, si Pepe Botella hubiese caído en gracia, si, si, si, Sisí emperatriz.

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Para enjaretar este país, donde muchos de sus ciudadanos han superado desde hace años el rapto y muerte de la madre patria (a manos de la derecha y con ahogo de naftalina, práctica que se llevó por delante los símbolos, las tradiciones y más de medio orgullo histórico) hace falta más que reinventar la Historia, reinterpretarla y empezar a contarnos un cuento nuevo de dónde venimos y adónde vamos. Será un libro de gran éxito (como los de Pío Moa) para poder discutir en la mesa del gran cuñado, pero insiste en el empeño de la revisión, y sin entrar en el fondo de las cuestiones: veamos nuestra historia, relacionada con todos los pueblos que nos rodean, dejémonos de la visión etnicista (incluso la que proviene de los godos, se sustenta en la Iglesia católica y lo empuja una oligarquía imperial sin sentido del ridículo). Quizá lleguemos a la conclusión de que frente a la leyenda negra nos queda levantar la tortilla de patatas y el gazpacho. No es un mal inicio.

*Alfonso Salazar es escritor. Alfonso Salazar

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