Recuerdos durmientesPatrick ModianoTraducción de María Teresa Gallego UrrutiaAnagramaBarcelona2018Recuerdos durmientes
¿De qué materia está hecha la memoria que se empeña en traernos unos hechos y otros no, que se empeña en recordar lo que no queremos y olvida lo que nos sería más grato? ¿De qué materia está hecha también la fuga, la huida, el no enfrentamiento, el no tomar las riendas de lo que acontece para evadirse de lo vivido? Reconozco que es esto lo que me ha rondado por la cabeza al finalizar el último libro del escritor francés, nacido en 1945 y premio Nobel de Literatura en el año 2014.
La ciudad de París como un personaje más en sus recuerdos, una constante: sus calles, rotondas, sus cafés y bares, los restaurantes, las fiestas en pisos con bailarines de moda en los años sesenta, sus misterios, eso que Modiano llama “el alma de los sitios” y que él parece conocer muy bien cuando se refiere a la capital de Francia. Y dentro de esa ciudad, el protagonista, el autor o el inventor del autor, en primera persona y con escasos 20 años, iniciándose a la vida, aprendiendo de ella, dejándose llevar hasta tocar fondo y saber reaccionar a tiempo. Se podría considerar como una novela de iniciación, sin apenas trama, salvo los recuerdos que nos presenta deshilvanados, teniendo un sutil hilo conductor, diferentes mujeres a las que va conociendo en el proceso, saltando de una a otra, todas enigmáticas y sin terminar de contarnos lo que le sucedió con ellas porque la fuga, la huida, cumple un papel importante a la hora de marcar su aprendizaje. Modiano juega con los recuerdos, con la memoria, lo que selecciona y lo que olvida, lo que le apetece recordar y lo que no, lo que quiere destacar en el texto y lo que omite, como si el autor quisiera resaltar, por encima de la trama, las sensaciones y pensamientos que tuvo a través de esas relaciones. Le mueve más saber qué fue lo que hizo madurar al protagonista, aquello que motivó su salto a la vida adulta que los acontecimientos tal y como fueron. Le interesa más París como un túnel abierto en el tiempo, donde es posible encontrarse en el mismo sitio a la misma mujer seis años después y continuar hablando con ella o simplemente acompañándola por el parque como si se hubieran visto el día anterior.
Nada había cambiado para mí. Aquel verano esperaba delante de la puerta de un edificio, igual que había esperado en la acera, veinticinco años antes, en invierno, a la hija de Stioppa. Si me hubieran preguntado: “Y todo eso ¿para qué”, creo que habría contestado sencillamente: “Para intentar resolver los misterios de París”…
Las mujeres como hilo conductor de su memoria, desde la hija de Stioppa, el amigo de su padre, empeñado en que congeniaran siendo aún un crío, hasta llegar a la última mujer de la que nos habla, la de la historia más oscura, la que le arrastra al pozo, a la que vuelve a encontrar 20 años después, exactamente como la había dejado la última vez, con una maleta en la mano: siempre la idea de la fuga.
Le cogí la maleta. No tuvimos necesidad de hablarnos. Nos habíamos ido a pie de Saint-Maur, del número 35 de la avenida de le Nord, y habíamos tardado veinte años en llegar al número 76 del bulevar de Sérurier. Me parecía que la maleta pesaba mucho menos.
A través de las mujeres nos va contando la iniciación a la madurez y a la vida de un chico de veinte años en el París de los sesenta, tras salir o escaparse del internado en Alta Saboya y que se dedica a trabajar como corredor de libros, a ir viendo cómo los acontecimientos le salpican, pero con la liviandad que da el ser más que nada observador de los hechos, acaso porque la memoria juega desde fuera, sobre lo que nosotros creemos que ocurrió.
En esta época de mi vida y desde la edad de once años desempeñaron un papel importante las fugas. Fuga de los internados, fuga de parís en un tren nocturno e día en que tenía que presentarme en el cuartel de Reuilly para el servicio militar, citas a las que no acudía o frases rituales para escurrir el bulto: “un momento, que voy por cigarrillos…”, y esa promesa que tuve que hacer cientos y cientos de veces sin cumplirla nunca: “vuelvo enseguida”.
Un protagonista en permanente huida desde los once hasta los 22, que va saltando en la narración de una mujer a otra: desde la hija de Stioppa salta a Geneviève Dalame, una mujer que se mueve por el mundo como sonámbula, que vive en una habitación de hotel y trabaja en Polydor, amante de ciencias ocultas que le presenta a su vez a Madeleine Péraud y, cuando esta última le pone sobre aviso para que proteja a Genevieve, la acción se corta, nada más sabemos de ellas salvo para encontrarse seis años después, ella con un niño al que está criando sola… Podemos suponer o no que él es el padre, pero da igual porque la memoria durmiente de Modiano salta tras hacer menc ión recurrente del libro El eterno retorno de lo mismo:
En cada página me decía: si pudiéramos volver a vivir, a las mismas horas, en los mismos sitios y en las mismas circunstancias lo que ya habíamos vivido, pero vivirlo mucho mejor que la primera vez, sin las equivocaciones, los tropiezos y los tiempos muertos…, sería como pasar a limpio un manuscrito lleno de tachaduras…
La voz narradora es la de una persona mayor a la que atormentan los recuerdos, o que se le abalanzan sin pedir permiso haciendo recuento:
Intento ordenar los recuerdos. Cada uno es la pieza de un puzle, pero faltan muchos, así que la mayoría se quedan aislados. A veces, consigo juntar tres o cuatro, pero no más… deseo que esos nombres, como si fueran imanes, tiren de otros hasta la superficie y que esos fragmentos de frase acaben por formar párrafos y capítulos que se vayan encadenando.
Excusa para presentarnos a otra mujer, unida a su vez a la que aparece en tercer lugar, y así ir encadenándolas hasta llegar a la última, de la que no nos dice el nombre, la más peligrosa, pero contado desde la posición de quien ha conseguido superarla y lograr una estabilidad sentimental, ya desde la madurez. La aparición de un cadáver es anecdótica, da igual que se resuelva o no el crimen, los motivos, las circunstancias, lo que pasó. Es el fogonazo, la iluminación, la necesidad de nuevo de la fuga, esta vez para ponerse a salvo.
Estaba convencido de no correr ningún riesgo y de gozar de algo así como de una inmunidad por ser un espectador nocturno… Noté que el peligro me pasaba cerca, eso que llaman “el viento de la bala de cañón”… Iba a ser una fuga mucho más importante que las otras. Había tocado fondo y lo único que me quedaba ya por hacer era dar un talonazo fuerte para subir a la superficie.
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Carmen Peire es escritora. Su último libro es Cuestión de tiempo (Menoscuarto, 2017).
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