Los diablos azules
Sobre Madrid
Antón Casariego, Martín Casariego y Fernando Rodríguez Lafuente han preparado el libro Escrito en el cielo (Alfaguara, 2017) con motivo de la Feria del Libro de Guadalajara, dedicada este año a Madrid. Es un libro coral, antológico, que cuenta la historia contemporánea de la ciudad a través de más de 150 autores. Desde los años de la bohemia en la corte de Alfonso XIII hasta el 15 M, la vida de Madrid creó un tejido de vitalidad y resistencia que deja sus testimonios en la literatura. El rumor de las calles rompe la fotografía oficial.
Ofrecemos aquí los fragmentos seleccionados de Carmen Martín Gaite, Leonardo Padura, Juan José Millás, Rosa Montero y Elvira Navarro.
El cuarto de atrás
Carmen Martín Gaite. Destino, 1978.
Evidentemente Cúnigan era un lugar mágico y único, y lo más posible es que de verdad existiera, que se pudiera encontrar, con un poco de suerte, entre el laberinto de calles y letreros que componían el mapa de Madrid: a mí no me importaba carecer de pistas concretas, me bastaba con mis poderes mágicos y únicos, con mi deseo, pero lo grave era la falta de libertad, ese tipo de búsquedas hay que emprenderlas en soledad y corriendo ciertos riesgos: si no me dejaban sola, era inútil intentarlo. [...]
La gente en Madrid andaba de otra manera, miraba, se vestía y hablaba de otra manera, con una especie de desgarro; yo espiaba los rostros cambiantes que, alguna rara vez, se fijaban unos instantes en el mío, sobre todo durante los trayectos en el metro, dentro del vagón donde no había que pedir excusas por rozarse con otros cuerpos y aspirar su olor, me gustaba el olor de aquella gente desconocida que podía estarse preparando para apearse en la próxima estación, a la que iba a perder de vista irremisiblemente, trataba de descifrar, por la expresión de sus rostros y el corte de sus ropas, a qué oficio se dedicarían o en qué irían pensando, quién sabe si alguno habría entrado en Cúnigan, si me bajara detrás de ellos, podría seguirlos, meterme por una calle que no conocía, averiguar cómo era el portal de la casa adonde dirigían sus pasos, tal vez para acudir a una cita clandestina, sería tan fácil, pero para eso hay que ir sola, nunca podría pasarme nada hasta que no saliera yo sola a la calle. Nos bajábamos en Sol, subíamos las escaleras del metro, echábamos a andar, la Mallorquina, el cine Pleyel, la Camerana, ya se veía nuestro portal, me juraba no volver a pasar nunca por la calle Mayor en cuanto pudiera salir sola por Madrid.
*Carmen Martín Gaite, sin abandonar sus temas esenciales, inaugura con esta obra un nuevo género que participa de la novela de misterio, el libro de memorias y la reflexión sobre el propio quehacer literario. En una noche de insomnio y de tormenta, la escritora recibe la visita de un desconocido vestido de negro, cuya identidad permanece en la ambigüedad a lo largo de todo el relato, que se mueve entre su Salamanca natal y un Madrid en el que se esconde un rincón mágico e imaginario llamado Cúnigan, símbolo de la aventura y la libertad.
La Puerta de Alcalá
Leonardo Padura. De Aquello estaba deseando ocurrir. Tusquets, 2015.
La fuente de Cibeles lanzaba sus chorros de agua sobre la carroza de mármol y Mauricio tuvo que sonreír ante el detalle que podían gastarse los europeos: un pequeño cartel advertía que los tulipanes rojos, amarillos y púrpuras, sembrados alrededor del monumento, eran un obsequio de la alcaldía de Ámsterdam al Ayuntamiento de Madrid. Se detuvo en el nacimiento de aquel Paseo del Prado desprovisto de leones y se sintió vacío y extenuado. Pensó en regresar al hotel, taparse la cabeza y dormir hasta olvidarse de todo, pero una señal en la calle y una canción lo obligaron a cambiar el rumbo: PUERTA DE ALCALÁ, decía, y una flecha indicaba hacia la derecha [...].
Mirándola, Mauricio comprobó que hubo suficientes tulipanes holandeses para engalanar también la Puerta de Alcalá, la monumental entrada al viejo Madrid, que Carlos III ordenó construir a Sabatini en su propio honor de rey ilustrado y victorioso. Bajo aquellos cinco arcos triunfales, ahora vedados a los transeúntes por los canteros de tulipanes, corrieron durante muchos años los mejores toros de lidia destinados a morir en la arena y pasaron reyes y ejércitos, aguadores y mendigos. Pensando y mirando la Puerta de Alcalá, Mauricio hasta se olvidó de la canción y de Velázquez, y se decidió por el cocido madrileño cuando vio al hombre vestido con un elegante traje gris que, en la otra punta de la calle de Alcalá, justamente en la línea que sus ojos tendían bajo el arco principal de la puerta, miraba concentrado las figuras que coronaban el monumento. Entonces el hombre bajó la vista y su mirada hizo el mismo recorrido, pero en sentido inverso, al trazado por la mirada de Mauricio: sobre los tulipanes, a través de la puerta, sorteando el tráfico de la calle, y también lo vio. No puede ser, dijeron Mauricio y el hombre del traje gris en el mismo instante, cada uno en su lado de la Puerta de Alcalá.
*Trece historias de pasión y desengaños, de soldados que vuelven de África, de jóvenes que aún sueñan con un futuro lejos de Cuba y de exiliados que no piensan en volver ni pueden hacerlo... En La Puerta de Alcalá, Mauricio, un periodista enviado dos años a Angola por flaquear en su moral revolucionaria, debe regresar a La Habana. Le han permitido hacer una escala en Madrid para ver una retrospectiva de Velázquez. Tiene un día para deshojar la margarita: regresar o exiliarse.
La soledad era esto
Juan José Millás. Destino, 1990.
Por la tarde fue a la oficina de correos y comprobó con una alegría teñida de malignidad que había un sobre en el cajetín contratado por ella el viernes anterior. Lo recogió y con él en la mano paseó al azar por las calles buscando siempre la acera donde daba el sol. De este modo llegó a Clara del Rey, donde entró en una cafetería de la que era habitual. Pidió un té y abrió el sobre. El informe estaba escrito a máquina y junto a él había una foto, obtenida con una Polaroid, en la que se veía a su marido paseando por una playa de la mano de una mujer joven. Aunque la foto estaba tomada desde una distancia considerable, Elena reconoció en la mujer a la secretaria de Enrique. Sonrió con superioridad sorprendiéndose de que aquella imagen, más que irritarla, le produjera cierta sensación de alivio. Las historias vulgares solían reconfortarla, pues ponían en el mundo un orden al que ella se sentía ajena, pero que le servía de referencia al mismo tiempo. Tras contemplar la foto unos instantes, se decidió a leer el informe:
[...] A las 18,00 horas del día señalado, el sujeto abandonó las oficinas de una empresa de consulting situada en la confluencia de las calles Islas Filipinas y Julio Casares, donde supuestamente trabajaba, y se dirigió en su coche al aeropuerto de Barajas. Tras dejar el automóvil en el parking del citado aeropuerto se dirigió a los mostradores de facturación de Salidas Nacionales, donde se encontró con una mujer de unos veintisiete o veintiocho años, morena, menuda, de larga melena, con la que al parecer había concertado previamente este encuentro. Se saludaron con un beso que, más que familiaridad, denotaba la existencia de una relación íntima, aunque esporádica, y tomaron el avión de las 20.30 que cubre el trayecto Madrid-Alicante.
*Mediante diversas voces narrativas, entramos en la vida de Elena Rincón, profesional madrileña adicta al hachís. Apática, no le importa mucho ser odiada por su hija, ni que su esposo, Enrique, la engañe. Al morir su madre, ha de recolocar las piezas. Cambiará la mala opinión que tenía de ella, contratará a un detective para que espíe a su marido, y luego a ella misma. Se descubrirá, y del reconocimiento de su soledad saldrá reforzada.
Instrucciones para salvar el mundo
Rosa Montero. Alfaguara, 2008.
Salió de la Sacramental sin pensar, sus pies buscando el camino y moviéndose solos. Se metió en el taxi, arrancó y condujo hasta la cercana M-30 con el mismo entumecido automatismo. La ciudad brillaba alrededor, toda encendida y viva, abarrotada de coches. Matías se sumergió en el río metálico y se dejó llevar. Conducir siempre le había gustado. Conducir sin tener en cuenta lo que hacía, amparado por su costumbre de taxista. Mientras sus manos se aferraban al volante, pensó en un tren. O, mejor, en un metro. En el retumbar del convoy que se acerca, en el vagón precipitándose sobre él, bufando y rechinando y sin poder pararse, en ruedas que machacan y laceran. Y en la muerte como un lugar tranquilo en el que refugiarse, un escondite al que uno podía ir. También pensó en la navaja que siempre llevaba en la guantera; e intentó imaginar el breve y frío dolor que causaría su filo al tajar el cuello. Pero luego, por primera vez en muchas horas, recordó a Chucho y Perra.
Salió de la carretera circular y enfiló hacia su casa. Era un camino muy conocido, pero cuanto más se acercaba a su barrio, más lejos se sentía. Lejos del mundo y de sí mismo, lejos de la normalidad y la cordura.
—Buenas noches. A la glorieta de Cuatro Caminos, por favor.
Matías se volvió, atónito, y contempló al pasajero que se acababa de subir, aprovechando su parada en el semáforo.
—A la glorieta de Cuatro Caminos, por favor —repitió el hombre.
Matías sintió el rugido hervir en su pecho, un geiser de rabia y de desesperanza.
—¡Bájese de mi coche! ¡Bájese ahora mismo! —aulló con un grito fenomenal que vibró en su bajo vientre.
*En un mundo caótico que nos supera y a veces hasta nos aplasta, un grupo de supervivientes deambula por Madrid: Matías, un taxista viudo; Daniel, un médico desencantado; Fatma, una prostituta africana víctima de todo tipo de brutalidades; y Cerebro, una científica frustrada. La gran ciudad se ve sobre todo desde los suburbios, teñida con un tinte apocalíptico.
La trabajadora
Elvira Navarro. Literatura Random House, 2014
Mi situación económica no era buena. Había tenido que cambiar mi apartamento de Tirso por otro en Aluche, en lo alto de una cuesta con un gran solar. Me dijeron que se trataba del cerro donde Antonio López pintó uno de sus cuadros, pero lo único que encontré en mi búsqueda internauta fue un paisaje de Vallecas y otro que rezaba MADRID SUR, que no concordaba con lo que yo veía desde la ventana. No obstante se le parecía, sobre todo al subir del asfalto y de los tubos de escape esa nube cenicienta y achicharrante que se mezclaba con la luz del verano, y cada vez que iba a la terraza lo hacía con la convicción de que ese era el punto exacto desde el que se desplegaba el sur de Madrid.
Trabajaba en el salón, frente al océano de edificios de ladrillo rojo y encima del solar, en cuyos mazacotes de tierra crecían jaramagos de un tenue amarillo. Todos los lunes llegaba a la séptima planta del grupo editorial para entregar mi trabajo. Al principio, cuando fichaba en las oficinas, pensé que sería una liberación corregir en casa, pues detestaba atravesar la ciudad. Tenía que ir hasta la Quinta de los Molinos, dos transbordos mediante y una breve espera en avenida de América, donde las partículas en suspensión parecían pegárseme en los pliegues de la ropa. [...]
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Estaba a punto de resignarme a una habitación en un piso compartido cuando me llamaron para enseñarme el apartamento de Aluche. Costaba 440 euros, el límite de lo que estaba dispuesta a pagar, aunque también el límite, por abajo, de lo que podía encontrar, salvo milagros de renta antigua. En mi búsqueda me había visto ya desplazada hacia el sur, barriendo Delicias y llegando a la M-30 una tarde de lluvia. El día que di el sí a los de la Sociedad Pública la atravesé por un puente de esos de hierro, feo y con inútiles tramos de escalerillas, y callejeé primero por Usera y luego por Carabanchel sin detenerme por primera vez en cuatro meses a apuntar los teléfonos de los carteles de SE ALQUILA.
*Elisa vive en Madrid y trabaja como correctora para un gran grupo editorial. Como le pagan tarde y mal, alquila una habitación a Susana, una artista bipolar que trabaja como teleoperadora. Ambas comparten precariedad laboral y emocional. Elisa se obsesiona por descubrir quién es su compañera de piso, que aparentemente se oculta tras una serie de ficciones. Años después, Elisa intenta terminar una novela en la que cuenta aquella época. Para ello, será determinante la terapia con su psiquiatra.