Los diablos azules
Magdalena versus Fallarás
Escribir es buscar un punto de vista. Escribir es elegir un personaje, sentirte parte de él, desmenuzarlo, ponerte en su piel, pensar cómo lo haría tu protagonista. Es lo que ha querido hacer Cristina Fallarás en El Evangelio según María Magdalena(Ediciones B), una propuesta arriesgada, pero no la única de un tiempo a esta parte. Hay un intento por parte de las mujeres de dar voz a otras mujeres, de reescribir la historia que nos han tergiversado, de plantear otros supuestos, no solo factibles, también verosímiles y que pueden acercarse bastante más a la realidad que lo que nos han contado hasta ahora.
Se recuperan mujeres importantes que fueron pintoras y estaban en los sótanos de los Museos. Se recuperan científicas que hicieron una labor impagable, aunque no aparecieran en los libros de ciencia y fueran ellos los que se llevaron la gloria. Se recuperan políticas, pensadoras, escritoras de otros momentos que, llegando a ser muy importantes en su época, cayeron después en el olvido por el simple hecho de no volver a editar sus libros. Todo ese trabajo nos va acercando a una realidad distinta y nos hace ver la complejidad de la historia, lo que en verdad fue, no lo que nos contaron después. Y la literatura es un arma para ello. Hace unos años empezó esta corriente que espero sea duradera, porque nos va restituyendo en el lugar del que nunca debieron apearnos.
Recuerdo cuando las mujeres empezamos a cuestionarnos las pinturas de las cavernas, el arte paleolítico, y lanzamos la pregunta de por qué se suponía siempre que eran de hombres, cuando las que pasaban más tiempo en las cuevas eran las mujeres, portadoras además de la magia. (Los últimos estudios en Francia han concluido que la mayoría de las manos en las pinturas rupestres halladas en Europa son de mujeres). Me viene también a la cabeza una frase de Virginia Woolf: “Durante la mayor parte de la historia, ‘Anónimo’ era una mujer”. Pienso también en la escritora Margaret Atwood, no con el famoso El cuento de la criada, sino con una novelita titulada Penélope y las doce doncellas, en la que se atrevía a darle la vuelta al mito, me imagino que basada en Los mitos griegos de Robert Graves, analizados desde el punto de vista de cómo sirvieron para consolidar el patriarcado en relación a una etapa anterior, la del matriarcado, en el que la vida, la moral, las diosas, eran distintas. Me viene también a la cabeza el que la primera persona que aparece con sus textos firmados en la humanidad fue una mujer, Enheduanna, escritora acadia, hija del rey Sargón. 2285 a.C. Aún se conservan fragmentos de sus versos.
Y, ahora, Cristina Fallarás se atreve a darle la vuelta al personaje de María de Magdala, la María Magdalena que ha pasado a la historia como la prostituta arrepentida que acompañó a Jesús. ¿Por qué una novela? Al no haber suficientes testimonios es la mejor manera de recrear cómo pudo ser ese personaje que, a todas luces, debió de ser una mujer de gran carácter, al estilo de Cristina Fallarás, una mujer alta, con esa melena rojiza, esa potente voz arrolladora. No olvidemos que cada paso de una etapa histórica a otra se ha iniciado con la quema y destrucción de los vestigios anteriores, entre ellos, lo escrito, lo edificado, lo oral. Seguimos viendo que es así, no solo pasó con la biblioteca de Alejandría, también con la de Sarajevo, por poner un ejemplo, una de las más importantes que había en cruce de culturas, que recogía en su seno corrientes orientales de pensamiento y que fue barrida en la guerra civil de Yugoslavia. Por no hablar ya de los destrozos en Siria, la destrucción de Alepo, ciudad símbolo de convivencia de culturas y religiones. Luego la historia dirá que nunca se ha convivido entre distintas creencias. Si se borran los vestigios, ese será el discurso predominante.
Pero la literatura, la novela, nos da pie a la recreación de personajes míticos. Eso es lo que nos propone Cristina Fallarás. La Magdalena siempre ha sido un personaje fascinante, defendido por unos y denostado por otros, oculto para la mayoría. Y así la describe en el libro:
Soy fuerte. Eso soy y eso he sido… "No podréis conmigo".
Lo que propone Fallarás en El Evangelio según María Magdalena son unas memorias que escribe al final de su vida, tras reflexionar e intentar analizar lo que pasó con su amante, Jesús, y los discípulos que le acompañaron. No está de acuerdo con la versión oficial, la que se construyó y, por tanto, escribe la suya. Así le da para analizar la época, parte de los personajes evangélicos o de la historia conocida desde otro prisma, otra perspectiva: la femenina, el punto de vista de una mujer que amó.
No tengo tiempo de más. Ha pasado otra vida entera desde su desaparición. No tengo tiempo en términos estrictos, a mi ser en esta tierra le quedan quién sabe si días. Pese a eso, decido narrarme aquí, incluirme. Rechazo abiertamente en este momento cualquiera de los textos de Pablo de Tarso y sus semejantes que vierten su propia necesidad de permanecer en escritos de supuesta doctrina. Y, de ese modo, los intoxican.
Según el libro, María de Magdala pertenecía a una familia adinerada, hija única, educada por su padre para que tuviera libertad de elección, algo poco frecuente en aquella época (o no, vayamos a saber). Culta, rica, descendiente de los asmoneos, que tuvo la única reina de los judíos: Salomé Alejandra. Con un padre de mente abierta, razonable, que deja un espacio en la casa para que determinadas mujeres, las curanderas, las sabias, pudieran encargarse de los partos, de mujeres que llegaban violadas, mutiladas, enfermas. Mujeres que curaban heridas, atendían a enfermos, conocían la medicina. Tras el asesinato de su padre a mano de los zelotes, Magdalena marcha a Roma, a vivir acogida en una familia de clase alta, a estudiar, a prepararse para encontrar un marido. Pero decide regresar a Magdala y regentar el negocio familiar, relacionado con la pesca. Ya tenemos el ambiente creado: los pescadores, los apóstoles que dejan su oficio para seguir a Jesús, los panes y peces que se multiplican y que no es otra cosa que las dotes organizativas de Magdalena, empeñada en dar de comer a todos los seguidores, a miles, que siguen a Jesús, alojado en su casa. Cuestiona el milagro, pues, por mucho que ella organizara la intendencia junto a sus colaboradoras, el fanatismo de la turba seguía viéndolo como un milagro, y no como ese trabajo oscuro hecho por mujeres que siempre es invisible. Y se enamora:
A él, el Nazareno, y a mí, María la Magdalena, nos juntó nuestra deformidad. Éramos una excepción, una excrecencia en nuestro tiempo. Ambos soberbios, ambos convencidos de que cualquier sacrificio da sus frutos. Ambos deformes. La diferencia entre él y yo residía en aquello que habíamos decidido sacrificar y para qué. Yo había resuelto pagar con una parte de mi vida la posibilidad de volver a ser, ser yo, o sea, la arrogancia no solo de conocerme, sino de vencer al otro, da igual quién fuera el otro, incluso si se trataba de una tradición milenaria e indestructible como la judía. Él había decidido pagar con su vida la posibilidad de ser eterno, convertirse en un texto, difundirse. Era un iluminado que se alimentaba de sí mismo.
El último tercio del libro está centrado en dar otra visión de lo que pasó en aquella Pascua, en la entrada a la ciudad montado en el borrico, en lo que sucedió después, en la última cena, en la traición de sus seguidores más fieles, que no estuvieron allí y se inventaron después lo que pasó.
Los ojos abiertos
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Con estas premisas intenta dar un vuelco a una historia no contada, sobre otra historia, acaso la más contada de todas y siempre sin tener en cuenta el otro punto de vista, el que ella intenta recrear, el femenino. Esa es la validez de su libro que, imagino, no sentará bien a mucha gente. Yo le reconozco el mérito y me he divertido, por su valentía, por intentar trastocar y dar la vuelta, por añadir a la historia que nos han contado ese otro punto de vista ausente que planteaba al principio de la reseña.
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Carmen Peire es escritora. Su último libro esCuestión de Tiempo (Menoscuarto, 2017).