El mar de Arrigunaga
María Bengoa
Tusquets (Barcelona, 2023)
Se nos cuentan aquí casi los primeros cuarenta años de la vida de Ramiro Pinilla (1923-2014), narrados por María Bengoa, periodista y escritora, quien fue su última compañera, pues lo conoció en 1997, asistió a sus talleres de escritura y convivió con él durante los once últimos años de su existencia. La narración se detiene cuando, en 1961, Pinilla obtiene el Premio Nadal con su novela Las ciegas hormigas. Aparecen diversas referencias en estas páginas al Premio Nadal, a la importancia que adquirió en esos años y a lo que supuso el galardón en la vida del autor, empezando por el impacto que le produjo la lectura de Nada, la novela de la joven Carmen Laforet.
Con anterioridad, la autora le había dedicado una biografía a La poeta Ángela Figuera (1902-1984) (2003), por lo que podría resultar útil comparar cómo María Bengoa ha tratado dos vidas que para ella han representado algo sustancialmente diferente, pues la cercanía con Pinilla, la estrecha relación que tuvieron, podría contraponerse con la distancia personal que mantuvo con la poeta vasca, a quien creo que no llegó a conocer. A pesar de ello, me parece detectar algunas coincidencias: entre ellas, el amor con que María Bengoa encara su trabajo, la importancia que tuvo para Ángela Figuera y Ramiro Pinilla la playa de Arrigunaga, de la que ambos disfrutaron, la lucha semejante por la vida y las penurias económicas que padecieron, así como una cierta similitud en la firme vocación, pues ambos empeños resultan semejantes, bien sea el Bibliobús en que trabajó Ángela Figuera, bien la singular empresa editorial que creó Pinilla, Libropueblo, ya que se trataba de difundir los libros gratis o, cuando menos, a un precio muy asequible.
Ante el libro de María Bengoa que ahora me ocupa, lo primero que quizá se pregunte el lector sea por su naturaleza, pues aunque no falte la ficción, según confiesa la autora, cuesta leerlo como una novela, por lo que si fuera necesario definirlo, como creo que siempre lo es, o, al menos, reflexionar sobre su condición, yo diría que la mejor manera de encararlo y de entenderlo es en forma de biografía novelada y –digamos– revelada, de la vida de Ramiro Pinilla. No es, por tanto, María Bengoa, en esta ocasión, una biógrafa al uso, sino la testigo privilegiada de una existencia, pues me imagino que, a lo largo de aquellos años en que permanecieron juntos, el escritor debió de contarle las historias que aquí se nos trasmiten. Sin embargo, a esos relatos fragmentarios, María Bengoa ha tenido que asignarles un orden convincente, hilarlos, convertirlos en un libro, con una prosa que no desentonara de los avatares referidos, a la altura de la entidad del protagonista.
El mar de Arrigunaga se compone de un texto preliminar, cuatro partes que llevan títulos atinados (Infancia silvestre, Limando hierro, Al agua y Los años épicos), las tres primeras se dividen en nueve capítulos, mientras que la última se completa con ocho, y un clarificador epílogo. Respecto a los títulos de los veintiséis capítulos que componen el conjunto, dos se refieren a libros de Pinilla (Verdes valles y Ciegas hormigas, los capítulos 16 y 34), y solo uno a quienes fueron sus amores (Angelines, pero no a Begoña, su primera mujer). El libro se abre con dos citas significativas: la primera se refiere a Henry D. Thoreau, el autor de Walden, la vida en los bosques (1854), pues el ideario que se le atribuye al filósofo americano fue también el de Pinilla: “un hombre semejante a una roca por la solidez granítica de sus principios, a un roble por su reciedumbre inconmovible, a una flor silvestre por su sensibilidad y a un halcón por los vuelos de su imaginación” (página 11); y la segunda cita es de Rosa Chacel, que María Bengoa asume como reto para escribir su propio libro: “Si yo pudiera dar a este relato (…), su cualidad suprema, el tiempo…, tendría el valor que sólo la poesía alcanza, el de la verdad” (página 15).
Además, aparecen a lo largo de la narración diversas alusiones a la utopía de Walden y a su autor. Por último, la dedicatoria de la autora a Ramiro Pinilla, sin nombrarlo, pero a quien se refiere como “amor”, aclara aún más, si es que fuera necesario, las intenciones de María Bengoa: “Este sitio no puede quedar vacío/ aunque ya no estés, amor”. Pues, la autora es, en efecto, la persona más indicada para relatarnos los avatares de la vida de Ramiro Pinilla; y dado el interés del libro que me ocupa, me gustaría que tuviera continuación.
La primera parte arranca cuando el niño tiene nueve años y los Pinilla García residen en Bilbao. Entre esta ciudad y Guecho, transcurrirá, en esencia, su vida. Es el relato de la existencia familiar, con sus padres, el hermano (Florencio, Poteto), la abuela que había soñado con ser actriz, el colegio, los juegos, el surgimiento de una firme vocación, la de ser escritor y el deseo de disponer de una máquina de escribir. Pero, además, nos proporciona noticias de María Luisa, el primer amor; así como del suicidio de Fité, su joven amigo. Concluye esta parte inicial con el final de Guerra Civil. Pinilla cuenta entonces 16 años, y se muestra consciente de que debe superar su timidez e inseguridad, lograr ser otro, distinto, mejor.
En la segunda parte, a partir del capítulo titulado Angelines, se ocupa de la relación que mantuvo con esta mujer, hasta que ella decide casarse con otro. Se trata de una persona que nos deja un mal sabor de boca y que no sale bien parada de lo que se nos cuenta de ella. También adquiere protagonismo la figura del padre, con quien el futuro escritor nunca se llevó bien; el impacto de la Guerra, la caída de Bilbao, la derrota; el trabajo ensobrando cromos; la idea de crear una biblioteca circulante; los estudios de Maestría Industrial; el trabajo como operario en un taller mecánico, así como la relación que mantiene con su amigo Paquito Bengoa, dándose cuenta de que no sirve para ese trabajo; la Academia de la Escuela Náutica de Bilbao y el trío que forma con dos amigos; los primeros escritos, la literatura de quiosco y los seudónimos norteamericanos que utiliza, siguiendo la moda del día entre los autores de literatura popular.
Se ocupa en la tercera parte, sobre todo, de su trabajo en el mar, en el barco. Tiene entonces 22 años y considera que “navegar era espantoso” (página 176). El no beber ni fumar lo distancia del resto de la marinería, en su mayor parte vascos y gallegos. El caso es que decide abandonar la profesión, pues en el buque no puede escribir. Conoce entonces a Begoña, la futura madre de sus hijos, a quien la afición de Ramiro Pinilla a escribir le entusiasmó, a diferencia de lo que pensaba la interesada e insensible Angelines. En 1949, cuando cuenta 26 años, empieza a trabajar como chupatintas en la Fábrica del gas del Ayuntamiento (página 234).
Se casa en 1951 con Begoña (página 245), tal y como se relata en la parte final del libro: ella tiene 24 años y él cuenta con 27. La necesidad económica lo lleva al pluriempleo, por lo que vuelve a trabajar para la editorial Fher (página 247). A la altura de 1955 traza un balance pesimista de su vida: “¿Qué ha conseguido? [se pregunta] El informe elogioso de una novela inédita, un premio en la radio por el perfil de una actriz, una novela de quiosco y la biografía de un beato. No, no era eso lo que él deseaba escribir”, concluye (página 252). Al fin, compra un terreno para hacerse una casa, que llamará Walden; y gana un concurso literario patrocinado por la Universidad de Deusto. En 1958, cuando cuenta 35 años, tiene ya tres hijos. La muerte de la abuela, aquella mujer que hubiera querido ser actriz, sin llegar a cumplir sus sueños, supone el fin de la juventud, a lo que le sigue en la narración un pequeño salto en el tiempo que nos sitúa en 1961, cuando gana el Nadal, dotado entonces con 150 mil pesetas.
A lo largo del libro aparecen varias referencias al título y a su significado. La primera la encontramos en la foto de la cubierta, algo reducida en la contracubierta, hecha durante los años 30, en la que Ramiro Pinilla aparece con su hermano pequeño. En suma, el mar de Arrigunaga es “la playa de sus veranos”, su “Arcadia particular”, el paraíso perdido. Pero en una de esas referencias, el mar se transforma en la mar, que es la denominación que utilizan los gudaris y el protagonista en su cuento Cópula, por citar solo una referencia, como también lo es para el autor.
Pinilla nos había hablado de la importancia que había tenido en su pensamiento y en la concepción de su literatura Thoreau y Faulkner, a quien había leído en la Biblioteca de la Casa Americana, pues la lectura de Mientras agonizo “le convence de que la voz que busca para plasmar el mundo encerrado de Getxo, el único del que él quiere escribir, está allí” (páginas 236 y 286). Pero entre sus autores predilectos se cuenta también Benjamin Franklin, a cuya autobiografía se refiere en varias ocasiones, y cuya lectura, se nos dice, “le dio fuerza para resistir” los sinsabores de la existencia, pues el político y pensador norteamericano “creía en la autodisciplina, en el arduo proyecto de perfeccionarse”, en la “filosofía del trabajo duro”, por lo que -repetía- “me ayudó a fortalecer mi voluntad”. El caso es que leerá el libro en varias ocasiones e incluso lo copiará entero (páginas 68, 136, 143, 269 y 313), Dickens, otro de sus autores preferidos (David Copperfield, Los papeles póstumos del Club Pickwick o Nicholas Nickleby), junto con H. Melville (Moby Dick), Darwin (El origen de las especies), Mark Twain (Las aventuras de Huckleberry Finn), Robert Louis Stevenson (La isla del tesoro), John Steinbeck (Las uvas de la ira) y Richard Hough (Rebelión a bordo, de la que se hicieron varias versiones para el cine, como El motín de la Bounty) completa la nómina; a los que habría que sumar las clásicas lecturas escolares, las novelas de quisco de la Biblioteca Oro, como las de S.S. Van Dine, su preferido, o las de la Biblioteca Selecta Zafiro; y, claro, diversos tebeos.
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María Bengoa nos presenta a Pinilla como un ser tímido, algo inseguro y solitario, tanto de niño y adolescente como de adulto, quien cultiva un lema: “El esfuerzo hará de mí un hombre mejor y más feliz” (página 70); siempre en busca de la felicidad, de seguir su vocación de escritor. El mayor elogio que se le puede hacer a El mar de Arrigunaga es que su lectura nos permite conocer de forma cabal al hombre y entender mucho mejor su obra.
Para mí, Ramiro Pinilla ocupa un lugar destacado en la narrativa de la segunda mitad del siglo XX y en la de los comienzos del XXI, y no solo por Las ciegas hormigas (1961) y por su trilogía Verdes valles, colinas rojas (2004-2005), sino también por sus cuentos, las llamadas Primeras historias de la guerra interminable (1977), semillero de su trilogía. Lo que yo reclamaría ahora es su presencia en las colecciones de clásicos, ya sea Cátedra, ya Castalia u otras semejantes.
* Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.