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Memorias de una bebedora

Otra

Natalia Carrero

Editorial Tránsito (2022)

El oficio de escribir

Escribir bajo el agua y sin escafandra de buzo. A ver qué pasa en la superficie. En la superficie suele haber una literatura que se alimenta de sí misma, que habla de conflictos que no dejan heridas y si las dejan se curan en un plisplás con un simple esparadrapo y unas gotitas de betadine. Pienso en lo que contaba Cortázar cuando en 1980, más bien a disgusto, impartió unas clases en Berkeley: "Alguien decía que se puede escribir sobre una piedra y hacer una cosa fascinante siempre que el que escribe se llame Kafka". Pero ser Kafka siempre fue difícil, si no imposible. También es muy difícil ser Natalia Carrero porque escribir, como hace ella, sin protección acorazada y sin acoplar a su escritura el tubito que te permita respirar bajo el agua, no está al alcance de cualquiera. Subrayen en negrita, como se dice ahora, ese nombre: Natalia Carrero. Y el título de su último libro: Otra. Apenas ciento treinta páginas que valen por las seiscientas de muchas de las estafas que el mercado nos vende impunemente a precio de tarifa eléctrica antes, durante y seguro que después de la guerra en Ucrania.

Días y noches de vino barato y de cervezas

Una mujer que bebe. Podríamos llamarla borracha. La mujer se llama a sí misma bebedora. Como en el relato de Joseph Roth La leyenda del Santo Bebedor. Dice el protagonista de ese libro, un clochard que deambula por las calles de París, que él es "un hombre de honor". Una mujer que bebe es —o deberíamos saber que lo es— una mujer de honor. Sin embargo, las mujeres que beben lo hacen a escondidas. En Otra, la mujer es otras mujeres que toman la palabra para mirar de cara a quien las lee: "Debido a una serie de accidentes que no vienen al caso me encontré bebiendo en soledad durante años. Tuve que poner un tajante fin Luego encima si lo contaba parecía que además de sentirme avergonzada por mi pasado también debía estarlo por ser mujer". Lo escribe así, sin puntuaciones que fragmentarían innecesariamente lo que dice. Y otra de las mujeres que cuenta: "Fuiste reduciendo tu círculo social Preferías beber a solas para que nadie advirtiera tu transformación". Antes, para dar paso a las voces de esas mujeres, la narradora nos implica en sus tragos de vino barato y de cervezas, abre la puerta que nos conduce a ese encuentro colectivo donde tendrá lugar el pacto implícito que junta a quien escribe y a quien lee: "A continuación mira a las otras. No creas que no las conoces, no evites leerlas ni infravalores su voz lenta e irregular, no creas que viven y beben tan lejos de tu circo o circuito social. No digas que nada tienen que ver con tu corazón tonificado porque ellas a ti sí te conocen". Ustedes. Yo. Nosotros. Nosotras. Nosotres, como inclusivamente escribe la autora en algunos pasajes de esta novela cuya lectura te deja sin aliento: como si estuviésemos, también, leyendo bajo el agua. Si la lectura no se aboca al abismo, si no siente la raspadura, algo que se parece al escozor, no es lectura: es otra cosa. Ni siquiera necesitará unas gotitas de Betadine para restañar la herida, eso en el caso nada frecuente de que ese tipo de lectura hiera.

Hablaba antes de la escritura que se complace a sí misma, de ésa que está encantada de conocerse. La que se mira al espejo y se ve hermosa como una luminosa mañana de verano. No hay espejos en Otra porque lo que se reflejaría en el cristal sería la deformidad. El vacío de los vampiros porque la muerte duerme en la oscuridad del pensamiento único, en esa exclusión social que es como la muerte en vida de muchísima gente, sin ir más lejos, de esa Mónica R. S. que escribe en una casa que podría llamarse hogar si lo que siente en ella no la asfixiara: "A mis cuarenta y nueve años no sabía qué era recibir un sueldo mensual, qué significaba ese intercambio o transacción llamado trabajo, esfuerzo en el tiempo a cambio de dinero, la famosa explotación; arriba la riqueza, abajo la pobreza y, en medio, nuestras vidas desorientadas". La vida que tantas veces, en medio de la más obscena de las burbujas de felicidad, se vive a salto de mata, también en la más obscena de las precariedades. La escritura que no la rehuye, que la enfrenta, porque si no se daña, si no se daña la escritura a sí misma como se daña la vida ya sabemos por qué, la escritura será como un envoltorio de celofán sin nada dentro y la verán ustedes en la tele, anunciada sin rubor entre detergentes milagrosos, ofertas dos por uno en los supermercados y excitantes perfumes de testosterona.

Y aún hay otra casa-hogar antes de ésa: la que se alimenta del rencor. El padre como centro de ese hogar: "Pienso en la palabra familia como agrupación de personas sometidas a una autoridad que les da de comer y trastoca los sueños convirtiéndolos en pesadillas". O la que habitará después Mónica R. S. con Ricardo y las hijas: "Amo esta casa con todo el asco de que soy capaz". Y a pesar de todo, en medio de ese paisaje devastador, la seguridad de que el amor existe. Busco amor, busco amor, busco amor, como en una vieja canción sentimental de Fórmula V cuando yo era joven. Y el amor existe, aunque sea ocupando el espacio que le robamos al rencor.

Con la boca torcida: una sonrisa

No falta el humor en este libro que deslumbra, que va a su bola, como dice la propia escritora Natalia Carrero. Siempre fueron así sus libros anteriores: Soy una caja, Una habitación impropia, Yo misma, supongo y Vistas olímpicas. Y ahí el humor (parafraseando incluso a Quevedo y Antonio Machado) que se cruza con los dibujos que ella misma nos concede para que las historias de las mujeres que beben o bebieron, a veces para cambiar el miedo por otra cosa, se nos desvelen abiertamente contra el desvalimiento: "Quién dijo el miedo os hará fuertes. Por qué no también audaces. En mi caso, además, alcohólica". El humor, que no distancia ni endulza sino todo lo contrario, para ilustrar de otra manera la realidad precaria en las casas y en esa falsa burbuja de la felicidad capitalista: "Por lo que más de una me comentó en el parque, la calle o el portal, las terapias de atención virtual resultaban muy prácticas para tener el botiquín bien surtido. Esta lleva trankimazin en el bolso, esta se refiere al valium dos veces cada cinco minutos; esta cada noche fuma maría; esta los fines de semana libre de niños se toma un galletón. Lo mío, a su lado, no es nada". Una sonrisa, aunque sea con la boca torcida. Pero sin bajar la guardia mientras seguimos leyendo. El abismo.

Carta a Charli: principio y final

Los ojos vendados de la desmemoria

Los ojos vendados de la desmemoria

Si ustedes se acercan a este libro y me dicen que han leído en otros sitios un principio y un final más terriblemente hermosos, me lo creeré porque seguro que ustedes han leído mucho más que yo. Pero gane o pierda el envite, he de destacar ese detalle. El final y el principio son el núcleo principal de esta novela (toda ella con sus partes diversas —si existen— eficazmente des/cohesionadas), el núcleo, digo, que enmarca los conflictos que nos ofrecen las voces de las otras mujeres y de la propia bebedora Mónica R. S. en sus memorias compartidas.

El principio: la narradora se dirige a su hermano Charli. Carne de psiquiátrico porque así lo ordenan quienes deciden que la vida ha de ser un horror para según qué gente: "Fuiste relegado a la condición de enfermo mental sin voz ni voto ni siquiera sobre sí mismo. Como discapacitado no podrías tomar decisiones. No a la posibilidad de vivir tu vida, nunca más entrar y salir por una puerta rumbo al exterior ilimitado". Y una página después: "Esta semana cumples sesenta años de una vida entregada a las instituciones psiquiátricas antes de ser vivida". Y de ahí, de ese comienzo, nos vamos al final. Otra vez la carta con Charli de destinatario: "Quisiera ponerte en el centro de esta página y en el centro de una vida que hubiera correspondido a tus deseos propios, no de tutores y jueces que firmaron documentos oficiales cuyo sujeto a marginar eras tú". Y arropando esa vida que se diluye en la invisibilidad, esa Otra que como dije antes es muchas otras en esta novela que tiene sólo ciento treinta páginas y es como si tuviera seiscientas. Pero las novelas de Natalia Carrero no se venden al peso, ninguna de ellas se vende al peso. Y ésta, que es la última hasta ahora, menos aún que las anteriores. Les dejo aquí uno de mis párrafos preferidos, casi en las últimas páginas: "La vida es lucha, atención; esta alarma y aquella alerta; este plan y aquella estrategia; este deseo y aquel ímpetu de acometerlo ahora mismo. La vida no es sólo pasar los días sin más y a solas, aunque una cierta soledad deseada siempre es buena. Las estrellas titilan en lo alto aunque no siempre las veamos. Vivir es equivocarse todo el rato". Ojalá ustedes, si leen este libro, consideren que no se han equivocado. Y si creen que sí, que se han equivocado por mi culpa, les digo que lo siento y me deshago en excusas hasta convertirme en un charquito de agua como el pobre cadáver de un extraterrestre. No sé si presentando esta reseña en la librería donde han comprado Otra les devolverán el dinero. Por intentarlo…  

Alfons Cervera es escritor. Su último libro es Algo personal (Piel de Zapa, 2021).

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