La novela de Andrés Ibáñez: ¿tenemos salvación?

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Nunca preguntes su nombre a un pájaro

Andrés Ibáñez

Galaxia Gutenberg

Barcelona

2020

¿Cómo escribe un narrador español una novela de terror utilizando mimbres norteamericanos? En eso parece estribar el reto al que se enfrentaba el autor de esta obra, alguien que concibe la novela como juego y desafío.

La trama de apariencia sencilla se desarrolla entre el realismo y lo fantástico: un escritor en horas bajas, llamado Horst Wallace, que se gana la vida dando clase, se retira a una casa aislada en mitad de un bosque (como hizo su admirado Henry David Thoreau), calificada de vieja, oscura y triste, para intentar encontrar la inspiración que le permita escribir una novela con que poder salvarse, “un verdadero libro”, convencido como está de que el clima condiciona la escritura (pp. 65, 90 y 137).

El autor ha confesado en una entrevista que “todo empezó con la imagen de una casa aislada en medio de la montaña”. Esa vivienda se encontraba en el Estado de Nueva York, cerca de Nueva Inglaterra, entre el bosque y la montaña, en el valle de Delaware, no lejos de los pueblos de Roscoe y Monticello, habitados por judíos hasídicos, seguidores de la cultura judía ortodoxa. Se trata de una zona en la que puede palparse algo oscuro, la presencia de una vieja leyenda, en “un país maldito” (p. 108). Quizá por ello, la casa parece haber adquirido vida propia, dando lugar a que el protagonista se enfrente a sus propios fantasmas.

Andrés Ibáñez ha repetido que no se puede crear de la nada, que es una manera de reivindicar la tradición cultural, literaria. Aquí estamos ante un relato gótico, de misterio, en la estela de la literatura y de la cultura norteamericana, con resonancias de H.P. Lovecraft, los poetas Walt Whitman y Robert Frost, Stephen King o Thoreau, tal y como ha reconocido el autor; a lo que podría añadirse su fascinación por el David Lynch de Twin Peaks. La obra que nos ocupa tiene también un componente de novela de amor, de pasión, pues las dos visitas que Eva, su cuñada (se la describe como “desesperadamente hermosa”, p. 52), le hace a Horst, y lo que en ellas ocurre, resulta extraordinario, por la sensualidad y delicadeza con que el autor trata los hechos.

En la narración comparten protagonismo con la casa, los bosques y el río que la rodean, la atmósfera inquietante de todo el territorio, unos cuantos personajes singulares: Willard, el viejo pescador, que le cuenta la leyenda del Rey Amarillo y de la ciudad de Carcosa, que conocíamos por el relato de Ambrose Bierce (p. 105); la citada Eva, quien en el curso de una hora goza de lo bello y padece lo siniestro (p. 190); los amenazantes Matt Signorelli y el indio Kenny, reencarnación de la maldad, del diablo, y la misteriosa voz que le habla al protagonista, que supone una apertura a su mundo interior, en la terminología del autor, y junto a todo ello, el miedo, la presencia de una escopeta, una Remington (“Le parece hermosa. Es como un ser vivo, casi como un animal de compañía”, comenta el narrador de la historia, p. 68). En suma, Horst, en el estado de crisis en que se encuentra, se nos presenta como un hombre perdido, que ni sabe qué hacer con su vida ni tampoco qué escribir, pero cuyo espíritu —digamos— se abre a la percepción y a la sensibilidad, con sus pros y contras. Pues, como afirmaba Jung, a quien también se alude en la novela (p. 56), nuestros temores los llevamos dentro de nosotros y nos persiguen.

La narración recurre a diversos componentes metaliterarios. No en vano, el protagonista es un escritor que se plantea para qué se escribe, qué estamos dispuestos a ceder para alcanzar la gloria, el éxito, que según Andrés Ibáñez consiste en el reconocimiento crítico, tener lectores y ganar dinero (se lo comenta en una entrevista a Anna Maria Iglesia), y cuáles son los límites de estas pretensiones, pues el protagonista, como Fausto, parece hacer un pacto con el diablo, aunque nunca llegue a aceptarlo de forma explícita. A este respecto, la segunda parte del sexto capítulo es significativa, habida cuenta de que allí se plantea qué tipo de seres son los escritores, cómo se escribe, en la personalísima visión del autor. “No se escribe —nos dice— con la inteligencia, sino con las entrañas. No se escribe con el ingenio, sino con la fuerza” (p. 111). Hallamos, además, un diálogo de estirpe bekettiana que mantienen Horst y Matt (pp. 78-82), y numerosas referencias a escritores. Solo en la página 114, por ejemplo, se citan nada menos que siete autores distintos.

Tampoco llegamos a saber qué ha ocurrido, pero sí constatamos que la realidad del protagonista es más compleja de lo que solemos aceptar habitualmente como tal. ¿Se trata, acaso, de delirios, de imaginaciones y de creaciones de su mente, o los hechos han ocurrido en lo que de forma convencional entendemos por realidad?

El enigmático título de la novela proviene de la conversación que el protagonista entabla durante un sueño con un pájaro de cristal que es también una mujer, quien le aconseja que abandone la casa del bosque para siempre. Y a este respecto, debe leerse con detenimiento todo el pasaje (pp. 116 y 117) y el conjunto del capítulo del que forma parte.

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Si lo que pretendía el autor era contar una historia que pudiera interesarnos, tal y como él mismo ha declarado que intenta en todos sus libros, creo que lo ha logrado con creces. Andrés Ibáñez es un narrador singular con un mundo y un estilo propio, diferente del resto conocido, a pesar de los ecos que apreciemos de otras voces. Además, cuenta sus historias con buena prosa, valiéndose de una voz que, no siendo siempre la misma, consigue adecuar a su narración, y a menudo logra que sus relatos nos inquieten, emocionen y perturben al mismo tiempo.

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Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario. Fernando Valls

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