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Una novela de (des)aprendizaje

Carlos Serrato

Esos días finales de aquel año

Álvaro Llamas

Niños Gratis (Madrid, 2022)

Publicada a finales del pasado año 2022 en una modesta editorial independiente (que también mantiene un excelente programa de radio, en formato podcast, dedicado a la mejor literatura contemporánea), Esos días finales de aquel año es una novela sumamente extraña (tanto como recomendable es su lectura), por varias razones. La primera es que, siendo una primera novela, no lo parece. La segunda es que su prosa manifiesta claramente una voluntad de estilo. La tercera es que, siendo una novela generacional, no es una novela de tesis, pero tampoco una novela realista en sentido estricto. La cuarta es que es una novela francesa (de las de antes) escrita en castellano. La quinta es que se lee con fluidez sin que se trate de una novela de intriga, ni de una novela de aventuras (o sí). La sexta es que todas las anteriores razones se encierran en una: Esos días finales de aquel año es un debut brillante y a la vez elegantemente discreto.

Su autor, Álvaro Llamas (Jerez, 1976), se ha venido dedicando profesionalmente hasta ahora a la traducción, aunque su talento literario es indudable. Enfocar un relato desde el marco dominante de la autoficción, para subvertirlo por completo, es ya una muestra de madurez artística y de, sí, talentosa originalidad. La historia es simple, el protagonista de la narración decide encerrarse en el piso de alquiler de un barrio de Madrid (la ciudad es relevante por su identidad múltiple entretejida de muchas) o, más bien, se ve obligado a ello por una razón odiosa y demasiado común: es Navidad y no tiene un duro en el bolsillo. Lo que acarrea esa decisión es la apertura de la reflexión sobre la soledad, sobre lo imposible de la soledad, paradójicamente. El encierro ya no es algo que podamos decidir, no puede ocurrir de ninguna manera en nuestro mundo conectado y, por ello, la novela es el relato del fracaso de su protagonista en su decisión de entregarse a un retiro casi monacal: largas conversaciones telefónicas, una carta igualmente prolija, una fiesta inesperada… La soledad ya no es lo que era, no significa hoy estar apartado de los demás, eso ya no puede durar más allá de unas pocas horas en la vida cotidiana de cualquiera, lo que la generación de los que ahora ingresan en la cuarentena (como el protagonista de Esos días finales de aquel año) entiende por soledad parece ser más bien la asunción de la derrota, la certeza de que a ellos les tocó ver el final de todo un modo de vida. La crisis económica, la fragmentación de las identidades colectivas, el aislamiento de la vida de calle, por donde solo se transita dentro de una burbuja tecnológica (música oída en auriculares, chateos en el móvil, llamadas telefónicas durante el paseo o el trayecto en autobús…), la misma en la que se mantiene el individuo cuando está en casa con todas las pantallas encendidas, la infravivienda, la ciudad monstruosa, el menosprecio de todo aquello que resulta refinado, la desaparición total de la calma. No se puede elegir estar solo, porque ya nos han dejado completamente solos entre la multitud que circula a nuestro alrededor, aunque, otra paradoja, tampoco existe más el silencio en nuestras vidas. Ver el fin de un mundo y no saber qué hacer después, pero no dejar de hablar, no dejar de seguir la corriente de la vida hasta despeñarnos con ella, no dejar de imaginar que nada se acaba. ¿Aceptarlo sin más? Habrá que pararse a pensar. Eso es precisamente lo que hace el antihéroe de Esos días a finales de aquel año.

Lo que importa en la novela de Álvaro Llamas es el enfoque del material temático, un breve fragmento en el continuum vital de un personaje en crisis: "Estaba en un cul-de-sac familiar, personal, profesional, y me encontraba alicaído, desilusionado, mayor…". Lo que importa, por poco habitual en el género autoficcional, es cómo el narrador se impone sobre el personaje. Técnicamente es un asunto difícil de manejar: supuestamente es el protagonista del relato quien cuenta en primera persona su momento de caída en el abismo de la acedia y su intento de poner a cero el reloj y empezar a pensar cómo salir de ese estancamiento; sin embargo, el narrador se levanta como una conciencia analítica y sumamente crítica, de manera que cuando leemos el relato de las aventuradas desventuras del protagonista se abre, sin quiebra alguna en las doscientas setenta y cuatro páginas de la novela, una especie de discurso ambivalente, a veces contradictorio, que recuerda en ocasiones el desdoble conciencia-ser de La modificación, de Michel Butor, pero sin la artificiosidad de la narración del escritor francés, forzada a una dislocación de los dos extremos, por medio de una escritura en segunda persona.

La naturalidad es probablemente el logro más notable del estilo de Álvaro Llamas en Esos días finales de aquel año. A través de un minucioso trabajo de control expresivo, su novela es capaz de mostrar simultáneamente el acontecer cotidiano y su refracción en la conciencia que escribe, sin que se pierda ligereza y, a mismo tiempo, sin que se perciba el más mínimo rastro de simplicidad. Así, un estilo intencionalmente artístico, alejado del lenguaje cotidiano, tanto como del tono altisonante, patético o preciosista, pero consciente del valor estético de la palabra escrita, es lo que articula un discurso narrativo que incluso desdeña en ocasiones la verosimilitud, recordando que Esos días finales de aquel año, es una novela, esto es, una obra de arte verbal, no un fragmento de vida encapsulado en una prosa funcional y subsidiaria de la fábula.

Esa misma naturalidad se mantiene en la construcción psicológica del personaje central. El yo del relato ya no representa una subjetividad encerrada sobre sí misma, el sujeto es ahora un sujeto vacío, atravesado por flujos de otras vidas y otras experiencias del afuera, fragmentario, caleiodoscópico. Si bien la experiencia de lo real es la materia con la que se construye la trama del relato, la vivencia del mundo que se cuenta no es solo la que ha podido conocer el protagonista de primera mano, no solo la que incorpora como suya cuando los amigos le relatan en una llamada telefónica sus vaivenes, sino también la que ha sentido como propia al fatigar las páginas de novelas y ensayos, en la música que escucha, en la pintura que ha admirado, en las películas que ha visto. Se teje así un mundo vital complejo en el que no puede hablarse de individuo, sino de suma de voces. Los personajes secundarios, fascinantes, entran y salen del relato como elementos complementarios de esa conciencia rota que está recomponiéndose a lo largo de las páginas de la novela. Forman parte de ese gran personaje central visto como suma y no como resta entre la multitud anómica. Como lo son también las numerosas citas que el autor agrupa en un interludio que frena el transcurso de la trama casi en su mitad exacta, bajo el título de "Notas para una fantasmagoría del encierro".

Esta, pues, es una novela de ideas, a la vez un retrato de una generación derrotada, una exploración del imaginario queer, una reflexión sobre el poder de la cultura para abrirnos el camino hacia la conciencia (que no, ¡ay!, su entendimiento) de la densidad de lo real, una aventura hacia el centro mismo del yo, un testimonio de la inevitable condena al fracaso de una empresa tal y una iluminación final: "Lo real, me pareció escucharle decir. Mientras se escuchaba el brío de los cubiertos contra los platos y el decantar del vino sobre las copas, es todo aquello que sin cesar no se escribe".

Es aquí, en el cierre de la novela, donde se percibe la hábil manipulación de las estrategias compositivas de la autoficción: lo que estamos leyendo es aquello que se escribe a partir de lo real y, por lo tanto, absolutamente irreal, aunque verdadero. Este sofisma estético parte de la reivindicación del valor de la cultura intelectual (es decir, la más alejada posible del instinto) para el vivir consciente de que se vive, en unos tiempos donde el neoliberalismo ha hecho suyos los postulados antiartísticos de los totalitarismos más zafios de la historia. Esa reivindicación no es, en modo alguno, una pataleta hipster (ya saben, siempre la elegante naturalidad), sino el revés de la trama de este tapiz, sí, usemos la tan temida palabra, "entretenido", de ninguna manera triste, alejado de lecciones melancólicas, que narra la aventura del yo viajando por las horas de cada día, como si nada pasara ni dejara de pasar. Y, sin embargo, sí que pasan: la ternura o la frivolidad, el brutalismo de los encuentros prohibidos, las difíciles relaciones familiares, el amor, en el que ya no se cree, pero del que no se deja de hablar a lo largo de toda la novela, el desencanto, el viaje como hecho iniciático, la ciudad, el repliegue de la conciencia política, las redes sociales como nueva ágora, los mártires cristianos, la astrología, Giorgio Agamben y Susan Sontag… Pasan y pasan cosas, no cesan de pasar y cruzan la conciencia del protagonista, construyéndolo como personaje. Todo en la novela está en función de la construcción de esa conciencia múltiple en la que se nos va desvelando un ente de ficción dibujado no como persona, sino como una manera de ver y habitar un mundo que se derrumba.

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Recuerda, en cierto modo, a Los monederos falsos de André Gide, aunque Álvaro Llamas no ha escrito una novela experimental, el reino de la fabulación ha impuesto sus normas en este principio de siglo y el relato de los hechos que dan pie a las reflexiones del narrador fluye con bien ritmo a lo largo de toda la novela, pero esa idea de la multiplicidad de voces convergiendo en el discurso de la escritura de un yo, lo explica el mismo protagonista, cuando conversa con su amigo Umberto: "Y luego —agregué— están esos momentos en que sientes la lluvia fuera, tintineante. Y dentro la luz artificial y cinco libros abiertos a la vez en la parte desocupada de tu gran cama. No piensas en nada que no sea hoy. Ni siquiera tienes la necesidad de pensarte a ti mismo con el pertinaz sentido —psicológico, temporal— de la narrativa convencional. No sé si es la felicidad, pero se le parece". El afuera entrando en forma de sonidos, los libros cruzándose en la lectura, el adentro del refugiado donde convergen la intemperie y la cultura, la vida y el arte.

Novela de aprendizaje (aprender a vivir solo, se plantea el personaje) en la que su protagonista desaprende, escrita con un dominio claro de lo que se quiere decir y cómo decirlo, alejada de postulados maniqueos, lecciones o soflamas reivindicativas, antirrealista sin ser fantástica, o de realismo psicológico, como prefieran, aventurera de ideas y de lectura sabrosa y contundente, pero que no harta, que pide nuevas visitas futuras a sus páginas. Primera novela que no tiene nada de primeriza, en suma, que se aparta de la idea de hit single de los lanzamientos editoriales de nuevas plumas patrias, alojada en una discreta editorial sin ínfulas, pero centrada en la calidad artística de los libros que publica. ¿Todo en contra? Esos días a finales de aquel año de Álvaro Llamas, un recién llegado al mundillo literario, reclama lectores exigentes, de paladares ajenos a la literatura McDonald. No sé yo si…

Carlos Serrato es escritor y profesor de Literatura.

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