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‘Poemas pequeñoburgueses’, de Juan Bonilla

Juan Carlos Sierra

Poemas pequeñoburgueses

Juan BonillaRenacimientoSevilla2016

Para quienes estén familiarizados con la poesía de Juan Bonilla, puede que Poemas pequeñoburgueses no vaya a suponer una gran novedad. O sí. Digamos que se pueden rastrear las constantes vitales del poeta en esta nueva entrega: ironía, descreimiento, puesta en solfa y en cuestión de la realidad, nihilismo optimista… Sin embargo, el relato que subyace en estos nuevos poemas se nutre de la novedad que supone escribir desde la atalaya del medio siglo recién cumplido, desde un bagaje vital que varía de forma significativa la voz y el tono de sus anteriores libros de poesía, y que instala al poeta en un estado de gracia y madurez poética envidiables.

Al contrario de lo que cabría suponer, el personaje poético cincuentón que protagoniza este poemario cuenta con pocas certezas y mucha perplejidad; en el debe de la vida se dan cita más incertidumbres que verdades graníticas en el haber, a pesar de la experiencia acumulada. Así pues, lo único seguro al cabo de todo este tiempo es ese estado de zozobra, de duda, de inquietante fluir. O, parafraseando el arranque del apartado titulado "Filosofía" de su poema "Apuntes de Bachillerato": "No hay verdad alguna en la realidad. / Eso quiere decir que hay, al menos, una verdad: / que no hay verdad alguna en la realidad. / Pero entonces habría otra verdad: / la verdad de que sólo hay la verdad de que no hay verdad alguna en la realidad…". Y así hasta el infinito, hacia el absurdo de la humorada de los silogismos filosóficos, que es lo mismo que decir de la vida.

Habitar esa nada cuando se tiene cierta edad —y conciencia de ello— debe de resultar bastante desasosegante. Entonces el personaje poético se agarra al clavo ardiendo del humor, de la ironía, como apuntábamos al principio —una de las marcas registradas de la casa—, porque desde el distanciamiento que proporciona este recurso se entiende mejor lo que sucede —o, al menos, se siente uno menos abandonado—; o, cuando el poeta se pone más serio, se refugia en una de esas burbujas de oxígeno que deja el devenir asfixiante de la vida —de la conciencia, otra vez—, "uno de esos paréntesis / en que se nos devuelve al Paraíso", según reza el final del poema llamado precisamente "Paréntesis".

En estos Poemas pequeñoburgueses ese Paraíso se identifica fácilmente con la infancia, con los partidos de fútbol en blanco y negro, con los tebeos, con el chicle Cosmos, con los columpios, con la voz de la madre muerta convocando al personaje poético a la cita obligada con la merienda —"Por regresar", por ejemplo—. Y es aquí donde quizá hallamos la novedad más destacable de este poemario, el tono elegíaco que asalta al lector a lo largo de él. En cualquier caso, la memoria de la infancia y de la adolescencia en la poesía de Juan Bonilla no se halla edulcorada, mitificada. En este sentido, el extenso poema central del libro, "El día de regalo —Borrador de un poema—", supone un contrapunto necesario a esa mirada nostálgica, aparte de convertirse en uno de los hallazgos más destacados de este último poemario del escritor jerezano. Y no desvelo nada más sobre este texto, porque correría el riesgo de privar al lector que aún no se haya acercado a este libro del placer de leer una joya de varios quilates.

Ya que estamos descubriendo los tesoros que guarda Poemas pequeñoburgueses, no querría dejar de lado otro de los poemas esenciales del poemario, "La secta de los viles". Alejado de la temática anterior, en el diálogo necesario entre pasado y presente que es la vida, el personaje poético se plantea su identidad social acompañado del poeta ruso Maiakovski, protagonista de su novela Prohibido entrar sin pantalones. A pesar de la admiración hacia el maestro, se le contradice en un relato que reivindica la trascendencia histórica de la normalidad ajena a la épica de los hombres de vidas extraordinarias. En la misma línea, el poemario se alimenta aquí y allá de momentos que cantan la potencia significativa de las pequeñas cosas para ofrecer un sentido a la existencia —"Beberse un árbol", por ejemplo—, al tiempo que confieren una carga emocional nada desdeñable, pero también nada sensiblera.

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A propósito de esto último y para ir concluyendo, habría que destacar que el oficio poético demostrado por Juan Bonilla en estos Poemas pequeñoburgueses lo salva de los peligros de caer en lo melodramático o en el chiste fácil. Al mismo tiempo, evita que el poema desbarre hacia la sobreactuación o hacia el retoricismo aullador, confiriendo al discurso una limpieza y una contención que el lector agradece y que, por otra parte, contribuye a la eficacia de todos y cada uno de los poemas de este libro.

Bienvenidos, en fin, a todo un festín literario que, a pesar de las sombras y del pesimismo que proyecta, nos va a dejar buen cuerpo y una media sonrisa desconcertante; como la vida misma.

*Juan Carlos Sierra es profesor de Literatura.

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