Los diablos azules

En la era de la posverdad

Audrey Hepburn mete la mano en la 'Boca de la Verdad' en 'Vacaciones en Roma'.

Editorial Calambur

La editorial Calambur ha reunido a 14 ensayistas para debatir desde distintas perspectivas ese fenómeno social que encierra el concepto de posverdad. Bajo la coordinación de Jordi Ibáñez, colaboran en En la era de la posverdadNora Catelli, Andreu Jaume, Valentí Puig, Domingo Ródenas, Marta Sanz, Remedios Zafra, Victoria Camps, Joan Subirats, Manuel Arias Maldonado, Joaquín Estefanía, Jordi Gracia, César Rendueles y Justo Serna. Como invitación a la lectura, y con el permiso de sus autores, publicamos aquí algunos fragmentos significativos de esta meditación colectiva. 

1. Jordi Ibáñez Fanés, IntroducciónIntroducción

¿Podríamos aventurar que el engaño masivo —por convicción fanática o por terror— pertenece a las sociedades totalitarias, que la mentira más o menos puntual y escandalosa —un pecado que lleva su pena al ser desenmascarado— es lo propio de las democracias, y que la posverdad —impune y desvergonzada por definición— casa bien con la posdemocracia?

No avancemos tanto. La definición del neologismo en inglés ya daba a entender sin equívocos que el término tenía un contexto y un sentido políticos muy definidos. No es difícil de identificar este contexto con el auge de los populismos y sus mensajes políticos, con la poderosa interpelación emocional que caracteriza esos mensajes y su conversión de la ciudadanía en patria y pueblo, de la cives en el multitudo (para usar un viejo binomio de la filosofía política de Spinoza reconvertido en el monograma de la multitud con los comentarios que hizo de la misma Toni Negri en la década de los ochenta). Todo ello ya queda reveladoramente registrado en la definición que puede rastrearse de la palabra: “Post-truth es un adjetivo que denota o que se refiere a unas circunstancias en que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales influyen más en la formación de una opinión pública que los hechos objetivos”.

2. Jordi Gracia, La posverdad no es mentira

 

Esa presunción es verdad y a la vez no es verdad: la estigmatización de la posverdad es defendible y hasta necesaria, pero el gesto de inocencia que suele haber detrás de esa demonización es menos convincente. O como mínimo me inspira un recelo invencible la impostada candidez del intelectual de élite que ha podido respaldar y tolerar mensajes del poder donde la veracidad era dudosa, donde la intencionalidad era manifiesta, donde la media verdad prosperaba como verdad entera. Hoy esas élites, con pasado y presente no exactamente inmaculado en sus relaciones de poder, se sienten víctimas de una devastadora plaga de embusteros profesionales sin escrúpulos que usan las redes sociales como nubes de toxicidad global. De ahí que el afectado desamparo que a veces exhiben las élites ante la posverdad parezca nacer de un cultivado sentimiento de perfecta inocencia. Siempre late el sobreentendido de que las élites cultas ni difunden posverdades ni han interiorizado mensajes envenenados ni jamás se han hecho difusores de verdades como mínimo cuestionables.

3. Marta Sanz, La mala calidad: Educación, verdad, expresión, democracia

No quiero cerrar estas páginas sobre las posverdades sin revelar otra: la posverdad de esa memoria que nos obliga a posicionarnos en el lugar del desprecio absoluto por los logros del pasado. Aquí necesito que me dejen ubicarme, aunque sea por una vez, no en una posición relativa del mapa de un inexistente país que se hace carne en su enunciación lírica, sino en un lugar de moderación aristotélica: justo en ese mundo medio en el que, algunas veces, se encuentra la virtud. La posverdad es el resultado de la hegemonía actual  de un discurso neoliberal, derechista y pseudotecnológico, que ha ganado porque el pensamiento de izquierdas se ha dejado robar las palabras o devaluado sus propias palabras —la política no sirve para nada, los metarrelatos no sirven para nada, el conocimiento es un esnobismo— a consecuencia de la ilusoria convicción de que todo iba bien.

4. Domingo Ródenas de Moya, La verdad en la estacada

Haríamos bien en mostrarnos intransigentes con el abaratamiento y adulteración del concepto de verdad, que en su contracara apareja la justificación moral y política de la mentira. La proliferación de mentiras cínicas en la política actual no es un fenómeno que pueda disociarse de las acometidos de la filosofía posmoderna contra la verdad. Las doctrinas “antirrealistas”, como señalaba [Harry] Frankfurt al final de su breve ensayo sobre el Bullshit, “socavan la confianza en el valor de los esfuerzos desinteresados por determinar qué es verdad y qué es falso, e incluso inteligibilidad de la noción de indagación objetiva”. Las verdades de conveniencia no soportan esta indagación, tampoco tienen interés por discernir lo falso de lo verdadero (medran en la confusión), son como frutas de plástico, lozanas y apetecibles, pueden llenar el frutero pero son indigestas y únicamente extrae provecho quien las fabrica.

5. César Rendueles, ¿Posverdad o retorno de la política?

La izquierda posmoderna, en cambio, asumió que era posible reconstruir el proyecto emancipatorio en el contexto de la globalización mercantilizadora, a pesar de que los conflictos sociales tradicionalmente considerados fundamentales habían sido violentamente evacuados de la deliberación política. Para ello, buscó márgenes de maniobra donde prolongar un simulacro de su acción política tradicional. No fue exactamente un viaje en balde. Las políticas del reconocimiento de las diferencias y cuestionamiento de las identidades culturales o de género son un legado importante al que ningún proyecto de transformación social puede ya renunciar. Pero, como señaló muy pronto Nancy Fraser, incluso el propio proyecto de la tolerancia multicultural sólo podía tener un recorrido muy corto antes de toparse con los límites de la hegemonía mercantil. La exaltación de la diferencia cultural sólo era admisible mientras no entrara en conflicto con las diferencias de clase.

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