Racismo y drogas, una mezcla letal
Golpe de gracia
Dennis Lehane
Editorial Salamandra (2024)
Dennis Lehane tenía nueve años cuando se produjo la Manifestación contra la tiranía. Una serie de protestas desencadenada en septiembre de 1974 por una sentencia para erradicar la segregación racial en las doscientas escuelas públicas de Boston, porque se "había perjudicado de manera continuada a los estudiantes negros". Los convocantes de esa rebelión, todos blancos, atribuyeron la decisión a una "dictadura judicial". Quemaron efigies del juez firmante y de otros dos impulsores de la medida: Edward Kennedy, senador por Massachussets, y el alcalde de la ciudad. Ese día, por casualidad, el atemorizado niño Dennis, envuelto con su familia en aquellos disturbios, vivió su "experiencia suprema de la ira humana". Lo rememoró hace una década en The New York Times.
Aquella marca de fuego tan honda la transforma ahora en su Golpe de gracia al racismo, al status quo. Un combate contra lo inmutable: "No somos iguales, pues porque no". "Negros y blancos no nos hablamos. Es así de simple". Y el recurso a lo religioso de una mayoría católica de origen irlandés: "Dios… no quiere que nos mezclemos". Frases de personajes de esta novela social pese a considerarla policíaca.
En esas fechas, perpendicular a los incidentes, un joven, August Williamson, muere en la estación de metro de Columbia. "Un narcotraficante negro se ha suicidado". La versión de la mayoría blanca. La prensa, sin embargo, no lo vincula con las drogas. En esos tiempos, morían ocho chicos de esa raza cada fin de semana. Estadística de Lehane en su primera novela, Un trago antes de la guerra (1994), donde plasmó también su inolvidable vivencia infantil. La noche del fallecimiento de August, una adolescente blanca, Jules Fennessy, diecisiete años, no vuelve a casa. Una coincidencia multiplicadora de otra: las madres de los dos chicos trabajan en la misma residencia de ancianos. Viven en el sur de Boston, en barrios reductos. Unas calles de distancia, un muro, dos mundos. Los Williamson, en Mattapan, habitado por personas originarias de África y el Caribe. Los Fennessy, en una casa de protección oficial en Southie, donde, como una "herencia étnica", se instalaron los irlandeses desde su desembarco en las costas americanas en 1889. Les separa la piel lo suficiente para, si acaso, mantener "una amistad blanquinegra, de esas en las que no hay intercambio de teléfonos".
Esta trama alumbra una nueva madre coraje, Mary Pat, emparentada con Anna Fierling, la imaginada por Bertolt Brecht, y con muchas otras progenitoras reales o de ficción. Esta mujer "tiene doce, veintiuno, treinta y tres: todas las edades a un tiempo, pero no envejece: el corazón no envejece, ni tampoco la mente". Inicia la búsqueda de su hija sin tregua, indesmayable, reinventada. Le acompaña siempre Bess, una descacharrada ranchera Ford Country Sedán de quince años. El entorno de Mary Pat lo completan varios antagonistas en sucesivos círculos concéntricos. En el núcleo, Marty Butler, el jefe mafioso. "No es sólo el protector de Southie, es el hijo favorito de Southie, el rebelde que se burla de la clase dirigente… Creer que es malo es creer que Southie es malo". Un axioma, la comunidad está por encima de todo, "los hijos se van de casa… los vecinos son para siempre". Su código: no delatar, no dar la espalda a la familia, no airear sus trapos sucios y "no vender drogas bajo ningún concepto". Ley incumplida. Butler, el predilecto, lidera el narcotráfico en el suburbio.
"Han estado matando a los suyos… esclavizando a una generación de chavales". Reflexiona Mary Pat. La destructiva tela de araña de los estupefacientes ha quebrado a su familia. Investiga, secundada unos cuantos pasos atrás por dos policías, si también ha atrapado a su hija. El rastreo la transforma en quien no era. Ya no es inerme. Cae el velo, averigua qué ha pasado con Jules y cómo ha muerto August. La cólera y la culpa invaden a esta madre coraje porque "todos los padres conocen el fracaso. Eso es lo único que tenemos garantizado". Se describe, "soy un testimonio", mengua su yo.
"No perdono". Un alarido de esta novela. Un eco sobrecogedor porque ya lo oímos en Mystic River (2001). Dennis Lehane creó, entonces, una atmósfera de venganza. Y también quiso reflejar cómo se prolongan las sombras de la infancia, el maltrato, la euforia adolescente y sus convulsiones, y en qué medida las aclaran la paternidad o la maternidad.
El tráfico de drogas, su lucro y su destrucción, también es argumento de The Wire. Lehane suscribe el guion de esta serie televisiva, aunque no en solitario. Quizá deba a esta faceta la contorsión de sus metáforas y sus comparaciones. "Miedo de plomo". "No paraba de pelear hasta que intervenía un forense". "Temperamento de granada de mano defectuosa". "Se mueve como un chaparrón en verano". Ejemplos a vuelapluma.
Importantes temas la relación con los hijos y las secuelas de los narcóticos, pero el racismo acapara la médula de Golpe de gracia. Y la educación como vía ineludible para acabar con las islas estancas, pese al sentido de pertenencia y de propiedad. Porque los blancos consideraban suyas, excluyentes, las escuelas de sus barrios. Por eso, ningún alumno de raigambre europea acudió a clase el 12 de septiembre de 1974, primer día de la desegregación. Un problema interminable. Persiste aún porque muchos de estos jóvenes desertaron a colegios privados.
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Como en muchos de los libros de este escritor, vadear sus páginas se asemeja a caminar con los pies desnudos por un campo de ortigas. Al final, un escozor graba la piel y pervive en la mente. "Son pobres porque en este mundo hay una cantidad limitada de buena suerte y a ellos simplemente no les ha tocado". Lehane apunta a los dos lados de "la puta frontera" (literal), lugares donde todos suspiran por arrumbar ese destino y sorprenderse por un golpe de fortuna.
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* Prudencio Medel es periodista.