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El rincón de los lectores

Un reloj sin manecillas

Portada de 'El reloj de Mallory'.

“No sé qué traerá el mañana...”, escribió Fernando Pessoa. Pero ¿qué es lo que nos trae la poesía de David Hernández Sevillano? En principio un petate de poemas, un atado de palabras que cargar desde las que intentar entendernos y, al tiempo que afrontamos la escalada, discutir sobre la propia poesía y la capacidad del poeta para descifrarnos, para descifrarse. Ese mismo que el autor coloca ante el espejo para salvar al poema y negar al poeta.

Con esas cartas puestas boca arriba, El reloj de Mallory, el poemario de David Hernández Sevillano, ganador del XVIII Premio Emilio Alarcos y publicado por la editorial Visor, tiene mucho de cuaderno de bitácora, de diario de una escalada vital que se aproxima a la gesta de quien afrontó tres veces la subida a la mítica cima del Everest, el británico George Mallory. Desaparecido en la última de ellas, en 1924, su cuerpo apareció en 1999 entre nieves perpetuas y un reloj falto de manecillas, es decir, un reloj sin tiempo. A ese tiempo es al que pone palabra nuestro protagonista para construir un poemario puramente vital, lleno de dudas afrontadas por el hombre, por el poeta. Un desfiladero de silencios y extrañezas sólo aliviado por las miradas elevadas al cielo. “Siempre la claridad viene del cielo”, afirmaba Claudio Rodríguez, en una frase que da pie al primer grupo de poemas de los dos que forman el poemario, ‘El poeta de las montañas’.

Así es como se conforma una sucesión de poemas de altitudes, no tan sólo a través de esa mirada permanente hacia los cielos, sino de rascacielos y cumbres de belleza. Esa belleza que todo lo ampara, la aspiración máxima del ser humano. Una conquista intrincada y errática pero deslumbrante cuando se hace cima. Poetas de otros tiempos, músicas pasadas que todavía suenan en un hoy que tantas veces semeja sepultado por espesas capas de hielo. Sueños convertidos en retos, desafíos permanentes que no sólo nos invocan en los lugares extremos del planeta, sino en la cotidianeidad de nuestra vida. Ahí es donde David Hernández Sevillano se vuelca para encontrar la grandeza de la tantas veces despreciada normalidad. Provocar una sonrisa, comer unos dátiles en una mañana de domingo, llevar a los hijos a sus clases de inglés, el ir al mercado o cumplir con lo anotado en una agenda entre esbozos de futuros poemas, en definitiva, la vida.

Esa verdad acumulada en nuestras horas diarias tiene mucho de poesía. Es el reto de la superación ante todo aquello que no nos lo pone nada fácil, es cargar con una mochila mucho más pesada que las que los aventureros que desafían a los ocho miles portan en sus heroicas expediciones. Se siente el frío en cada página que pasamos, un frío que nos estremece por meterse entre las costuras de la vida, por convertirse en envés de la felicidad, en un vacío que es nevera. Rodeados por esa sensación de fragilidad nos vamos construyendo en esa especie de campamento base que es el espacio íntimo. El lugar donde somos nosotros, donde quizás tan solo una mirada o una caricia sirva de abrigo y donde comenzó a gestarse la tragedia del escalador, aquel día en el que un reloj dejó de señalar el tiempo para liberarse así de las ataduras, del tic tac indolente, del apuro en el movimiento, conquistando una libertad que se producía al tiempo que el ser humano se alejaba de esa esfera.

Pessoa esotérico

Pessoa esotérico

‘Los mapas antiguos’ son el segundo bloque de poemas, geografías y ocupaciones a las que antes aludimos entre soledades y miradas al espejo, ahí donde la brújula nos deja desamparados, donde sólo nuestro reflejo se configura como cúspide, caminos de ida que en ocasiones prohíben la vuelta. Cordadas abandonadas ante las dudas que sepultan cualquier refugio. Así es como se arma la poesía de David Hernández Sevillano, como un reloj caído en el que simplemente se esbozan unas cifras, ajenas al paso del tiempo, sin nadie que las invoque para ser útiles, en definitiva, de silencios que nos acosan.

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Ramón Rozas es crítico literario.

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