El rincón de los lectores

Secuencia Pasolini

Pier Paolo Pasolini durante el rodaje de 'El Evangelio según San Mateo' en 1964.

Trinidad Gan

Bach abre esta herida luminosa, esta primera secuencia en travelling largo.

Veo, a tus espaldas, sobre las verdes ramas mezcladas de los árboles de tu juventud, agitarse fieras las banderas revolucionarias contra una aurora de luz que casi ciega. Al fondo se desenvuelve en blanco y negro un paisaje de cicatrices, aquel que trazan las naves oscuras de las fábricas, los tendales donde las camisas blancas de los obreros airean su rabia, los trenes cargados de maletas emigrantes vacías de futuro, la ahora desenmascarada maquinaria de la explotación y el miedo.

Te acercas hacía mí, paseante de los extrarradios. Allí es donde las ciudades conservan sus últimos pliegues de campo abierto y aún se sueña posible el sentarse sobre la hierba soleada. Allí pareces rebuscar, entre el vertedero de botellas sucias de nuestro tiempo, algún destello de conocimiento, para escribir sobre esos muros derrumbados la dignidad que florece terca en el escombro, la justa rebeldía y grito de los desocupados, la belleza hiriente de los ragazzi que nos salpican el agua de su pobreza como en un juego de inocentes risas animales.

Llevas los ojos abiertos, las retinas golpeadas por el mundo-ruido que te rodea. Y a cada paso los vas abriendo más, porque sabes que “la inocencia es una culpa”. Y puedo oírte en mi memoria repitiendo “io so i nomi dei responsabili…” o diciéndome que llevas “una rabia negra de poesía en el pecho”. Y me lanzas sin rubor ni falsas máscaras tu coraje (“Escandalizar es un derecho y ser escandalizado un placer”, “El sexo es siempre político”, “En mi pasaporte yo escribo simplemente: escritor”, “Parece a veces que odio y sin embargo escribo versos llenos de amor preciso”), mientras yo te miro arrojar en apuesta tenaz tu chaqueta burguesa a un río de celuloide y palabras (tu espalda de hombre de brazos fuertes parece flotar ahora en aguas de la noche, del deseo) y tratar siempre de seguir leyendo la mirada intensa de la vida en los que se te cruzan.

Desde tus ojos la vida camina hacia nosotros en una larga secuencia de verdad y supervivencia, y el humo de los paisajes desmoronados parece disiparse. Pero siempre la presencia de esa niebla cercándote. Y tú en constante zafarte de ese acoso, acuchillando la niebla con las voces de los protagonistas de la historia verdadera, con el incontestable rostro de lo humano que, desde la pantalla, desde las páginas, nos mira de frente.

Igual que ahora, pasados los años, me mira, me interpela tu absurda muerte, el golpear de contraventanas que se cierran, los ecos de la frenada de un coche, este lento y último travelling nocturno.

Contemplo cómo da marcha atrás un vehículo. Las ráfagas de sus faros alumbran en su retroceso los galpones casi desechos, una ventana encendida aún en la que un hombre se pone rápido la camisa tras el momento del sexo, los árboles podados de noviembre con su pequeño brillo de luna casi difuminada. Esa luna antigua era tan cuerpo de poema, mas ahora la poesía parece tan solo un borrón sobre la página oscura de la noche, ya lo advertiste: “¿Que por qué ya no escribo poemas? Porque he perdido el destinatario. No veo con quién dialogar utilizando esa sinceridad típica de la poesía, que llega incluso a ser cruel… La poesía necesita que haya una sociedad (es decir, un destinatario ideal) capaz de dialogar con el pobre poeta. En Italia no existe tal sociedad. Existe aún un buen pueblo simpático (especialmente allí donde no llegan los periódicos ni la televisión) y una pequeña élite de burgueses cultos y desesperados…”.

En la oscuridad que va ganando el fondo la niebla se ha instalado de nuevo a tus espaldas, te invade sin remedio, impregna este último paseo por Roma. Se va deshilachando ahora desde un cielo negro, goteando su baba oscura sobre los suburbios de la ciudad, sobre su eternidad de oro vaticano, sobre su presente de parlante veneno global en las pantallas, de trajeada delincuencia armada de talonario y desprecio.

La muerte asomada tras tus hombros, caminas esta noche hacia mí con ojos que se abren hacia adentro, que vuelcan su pupila en el recuerdo buscando el refugio de los cantos antiguos de los camaradas, un abrigo en las voces ausentes de tu madre y tu hermano, en aquel país sin llanto de las primaveras de la infancia. Pero esa música amada te llega manchada por el chasquido insistente de las ruedas que se acercan, que te derriban, que quiebran el paisaje de tu abierto corazón.

Tú, sobre la arena ennegrecida por el gasóleo, desde la flor que dibuja al derramarse tu sangre, quizá estés soñando ahora con los añorados campos, con las calles vibrantes del atrevido amor y la vivificante rebeldía. Deseando tal vez que alguno de nosotros te alce con sus manos del suelo y sea de nuevo tu cómplice en el camino, alguien al que decirle de nuevo:

 

“Pero tú llegaste de improviso a través de no sé qué lectura,con el corazón puro de un antiguo mar absoluto,corazón de Homero, canta como una golondrina, sobre estas páginasconfusas, bárbaras, impuras, desesperadas, ambiciosas:haz que recobre la fe en un misterio de mármol,en las oscuras esperanzas, en los desalientos mágicos”

Por eso, hoy hago en tu nombre un gesto obsceno a los vecinos que miran y sonríen, que luego se dan la vuelta y cierran sus contraventanas al estallido del crimen.

El interminable final de Pasolini

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Y entro en tu mirada y tu memoria mientras todo funde a negro.

*Trinidad Gan es poeta. Su último libro, Trinidad GanPapel ceniza (Valparaíso, 2014).   

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