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Los diablos azules

Yuri Herrera: "El gran desafío de México es garantizar los derechos de la gente por igual"

El escritor mexicano Yuri Herrera.

Yuri Herrera (Actopan, México, 1970) ha jugado con la literatura en multitud de formas: de la académica a la periodística, de la novela realista a la ciencia ficción. En 2010 se estrenó con Trabajos del reino, primera y celebrada obra de una especie de trilogía fronteriza en la que vierte su experiencia de varios años residiendo en El Paso, Texas. Después de un lustro, regresa a la actualidad literaria con dos libros consecutivos: El incendio de la mina El Bordo, una sorprendente reconstrucción de un accidente ocurrido en el estado mexicano de Hidalgo en 1920; y Diez planetas, donde reúne algunos de sus relatos en clave futurista sin dejar de hablar de sus preocupaciones más inmediatas. Ambas, como todas sus novelas, publicadas por Periférica. Residente en Nueva Orleans, donde imparte clase en la Universidad de Tulane, Yuri Herrera siembra esta entrevista de pertinentes reflexiones literarias, pero también políticas, gracias a ese cordón umbilical que le une de manera constante e intensa a su México natal.

Pregunta. De una trayectoria literaria marcada por la realidad y de un trabajo anterior que podríamos llamar periodístico, pasa ahora a la ciencia ficción. ¿Qué ha motivado este cambio de registro?

Respuesta. La ciencia ficción habla de la realidad pero en un registro muy distinto, de una manera abiertamente poética. Es desvergonzadamente metafórica sobre la realidad, siempre está haciendo una crítica y una observación frecuentemente más aguda que las descripciones realistas. La ciencia ficción imagina los posibles derroteros a los que nos está llevando la manera en la que vivimos y entendemos la vida cotidiana. Por otro lado, esto ha sido menos un cambio que el reconocimiento de algo que he hecho toda la vida: escribir cuentos de fantasía, ciencia ficción o terror, pero esta es la primera vez que funciona como un proyecto en sí mismo. Lo curioso es que lo redacté paralelamente al Incendio de la mina El Bordo, un libro en el que ya había estado trabajando antes en una investigación, que retomé y reescribí. Este texto, además de otras influencias, me estaba dando ideas e hice lo posible para que tuvieran consistencia, una misma textura y una serie de nexos no explícitos, pero sí cierta temporalidad y secuencia de eventos, aunque no estén directamente vinculados.

P. De Diez planetas destacan dos cosas: la mayor importancia que adquieren los objetos frente a las personas —que, en algunos casos, ni siquiera tienen presencia corpórea— y un desarrollo tecnológico que se rebela contra los humanos. ¿El futuro para la humanidad es algo definitivamente desolador?Diez planetas

R. Puede ser el futuro, pero a veces es algo que sucede ya. Confiamos en los objetos más que en nuestros vecinos o en las corporaciones y entidades abstractas, que son legitimadas por su tamaño o su competencia tecnológica, más que en las comunidades que creamos con nuestra familia o amigos. La tecnología ya está modificando cómo entendemos lo humano, nuestra manera de comunicarnos y la forma en la que nos relacionamos con nuestra familia, consumimos o decidimos quiénes nos gobiernan.

P. Además, la tecnología no es algo aséptico, sino que también tiene ideología.

R. Claro, eso ya lo deberíamos haber aprendido desde hace más de un siglo. Durante la Ilustración la gran promesa fue que la razón y la ciencia nos iban a convertir en mejores seres humanos y no íbamos a depender de los prejuicios ni de emociones. Muy rápidamente, con la Revolución Industrial y, sobre todo, durante la Primera Guerra Mundial, quedó claro que pueden utilizarse para cometer una maldad inmensa. Y si eso no fue suficiente, la Segunda Guerra Mundial, con todo el horror y la crueldad organizada burocráticamente, con una eficiencia racional, tendría que habernos enseñado que la razón, la ciencia y la tecnología por sí solas no son suficientes. Los problemas morales no tienen soluciones tecnológicas. La manera en la que entendemos la empatía o nuestra responsabilidad con el medioambiente es algo que no va a solucionarse con un nuevo invento, aplicación o abaratamiento de la tecnología.

P. Siempre ha defendido el carácter político de sus obras. ¿Cuál es la inquietud detrás de Diez planetas?Diez planetas

R. Yo creo que no existe literatura sin un registro político y, frecuentemente, la gente que se declara apolítica es la más conservadora, la que no se cuestiona la normalidad ni el lenguaje. Creo que escribir sobre algo implica siempre un posicionamiento político, aceptas con qué naturalidad narras la persistencia de algunas formas de poder, los roles de género, la manera en la que se entiende al otro. Alguien puede decir que no habla de política sino, por ejemplo, de la familia. Pero la familia en abstracto no existe, sino que son de muy distintas maneras y constituyen formas de organización del poder. A veces tengo mucha más claridad acerca de cuál es el trasfondo político y otras lo voy descubriendo mientras escribo. Uno dice lo que tiene que decir en forma narrativa, poética. En el caso de Diez planetas, hay una serie de ideas que ya estaban presentes, como la dificultad del viaje, la manera de entender la diferencia, quiénes son los otros, cómo los defino y me relaciono con ellos y lo que eso implica en términos de estar voluntaria o involuntariamente exiliado. También las formas de la violencia tanto simbólica como física y cómo aceptamos ser parte de ciertas narrativas de nuestra historia, personal o nacional, sin cuestionar los acontecimientos frecuentemente traumáticos que son parte de ella.

P. Sobre los acontecimientos traumáticos que marcan la sociedad y, a veces, pasan desapercibidos trata, precisamente, El incendio de la mina El Bordo.El incendio de la mina El Bordo

R. Se trata de un suceso que ha sobrevivido entre las familias de los mineros, pero no es parte de la historia oficial, que obvia que estas tragedias integran también esa identidad de pueblo minero. Esto es una responsabilidad y, al mismo tiempo, una posibilidad de la literatura: más que descubrir cosas nuevas, subraya acontecimientos y asuntos que han estado ahí. Este libro es muy importante para mí por diferentes razones. Era una cuenta pendiente con mi tierra, con mi familia. Me costó mucho trabajo terminarlo porque me sentía parte de una larga cadena de personas que habían mantenido viva esa historia. No sabía muy bien qué tono debía emplear ni cómo debía relacionarme con los materiales. No quería especular. Creo que eso contribuiría a la violencia que se ejerce sobre gente que ya no puede hablar. Tampoco quería resultar absolutamente neutral u objetivo, sino que se sintiera mi relación con el relato, al mismo tiempo que intervenía en él.

P. Sobre el lenguaje, de hecho, dice que admira de Rulfo su capacidad para describir acontecimientos muy dramáticos sin necesidad de utilizar un lenguaje con muchos malabares.

R. Eso es algo que yo espero haber aprendido. La aridez del paisaje se puede corresponder con la aridez del lenguaje. Para transmitir algo complejo, rico, no es necesario hacerlo de manera sobrecargada, sino precisa.

P. Acerca de El incendio en la mina El Bordo, señalaba que "los secretarios de los juzgados […] convierten las voces de los ciudadanos en una voz universal y neutral que puede encajar con los códigos con los que funciona el proceso". ¿Cómo influyó esa reflexión en el lenguaje y estilo narrativo de esta obra?El incendio en la mina El Bordo

R. Ese es el asunto: solo en algunos momentos, y casi por accidente, se puede escuchar la voz de las personas interrogadas. Están los testigos y un agente del ministerio público haciendo la investigación, pero la voz de la persona interrogada no tiene derecho a aparecer tal cual, sino que el funcionario pone las respuestas en sus propios términos con un lenguaje, digamos, más educado y ajustado a los estándares jurídicos. Cuando no tienes derecho a hablar más que a través del lenguaje elegido por un agente burocrático es una forma eficiente de silenciar. Para mí, una parte muy importante de esa historia tiene que ver con sus silencios, no solo con lo que sí se sabe o la construcción de una mentira legal, porque analicé el expediente como una ficción. Están los silencios de la gente que nunca fue entrevistada, los dueños de la mina; la gente a la que entrevistan solo para acreditar que merecen indemnizaciones; a aquellos a los que nunca se les preguntó su versión de los hechos.

P. De esta manera, evidencia una especie de enfrentamiento entre el lenguaje popular y el lenguaje burocrático, y la negación total y el desprecio hacia el primero. Los periodistas y los investigadores reescriben y conjeturan sobre lo que sienten o padecen las víctimas de la tragedia.

R. Entre las distintas formas de violencia que se ejercen sobre la comunidad se encuentra la condescendencia, incluso entre quienes intentan acercarse con empatía. A la hora de transcribir lo que están diciendo siempre hay un deje de desprecio por cómo hablan los iletrados. Esto tiene que ver con algo que está muy claro en ese momento y no ha dejado de existir, que es la persistencia de una doble ciudadanía que viene desde la colonia: ciudadanos de primera, cuyos derechos son respetados, y ciudadanos de segunda, con unos derechos que son apenas una sugerencia, una especie de ficción. Cuando sucede el accidente es un momento de caos justo después de la Revolución Mexicana, pero la situación no ha cambiado mucho. Uno de los grandes desafíos, si no el gran desafío, del nuevo Gobierno en México —que sí que creo que está haciendo muchos cambios necesarios e importantes— es crear instituciones que garanticen por igual los derechos de la gente. Por otro lado, igual que se habla de problemas reales cuando se escribe ciencia ficción, cuando uno lo hace sobre algo que sucedió hace un siglo, de alguna manera también está pensando en cosas que siguen ocurriendo. Por eso digo que este texto forma parte de nuestra genealogía de la impunidad. La impunidad no es algo que haya inventado Felipe Calderón, aunque lo perfeccionase; sino que tiene una genealogía. No es accidente del sistema, sino un sistema en sí mismo. Las instituciones no funcionan mal, sino que lo hacen correctamente para unos cuantos.

P. Justo hace unas semanas causó mucha conmoción que el exdirector de Amazon en México, Juan Carlos García, fuese el principal sospechoso en el asesinato de su exmujer

R. Es horroroso. Ahora, cuando los grupos feministas, con toda la razón, tienen ganas de tirar edificios, la gente se pregunta por qué hacen eso, que recurran a la ley. Fue exactamente lo que hizo esa persona y es un ejemplo entre muchos otros. El juez dejó en libertad al que se convirtió en su asesino, cuando lo único que tenía que hacer era escuchar de verdad. Lo que están diciendo las mujeres en México es justamente eso. Se trata de una tragedia que lleva mucho tiempo sucediendo y a la que todos deberíamos haber hecho caso cuando quedó claro que lo que sucedía en Ciudad Juárez era una emergencia nacional. Cuando empezaron a desaparecer tantas mujeres, el entonces gobernador de Chihuahua, Francisco Barrio, dijo que podrían vestirse de otra manera y ser más cuidadosas, no salir solas en la noche. Ese día tendría que haberse quemado el Palacio de Gobierno.

P. Cuando fue tipificado el delito de feminicidio a partir de los casos de Ciudad Juárez, se hizo mucho hincapié en los fallos del Estado. Muchas de las víctimas eran trabajadoras de las maquilas, que tenían que regresar caminando a su casa por zonas sin iluminación.

R. Lo que sucedía en Ciudad Juárez no es una falla institucional, policial o la fortaleza del crimen organizado. Es todo eso, se trata de un ecosistema del mal. Además de la violencia estructural que crea una frontera militarizada, con los gringos permanentemente presionando. Y también entra en juego la deshumanización que implica el trabajo en las maquiladoras, un empleo en el que te pasas 14 horas de pie por un salario de mierda. Eso ya es una manera de mirarte como un cuerpo desechable, cuando no se te dan las condiciones mínimas para trabajar dignamente, tener cierto tiempo con tu familia, transportarte sin vivir en la zozobra. Hay distintas formas de deshumanización que culminan con el horror sádico de los asesinos.

P. Como mexicano residente en Estados Unidos, ¿ha envenenado la vida cotidiana del país la retórica beligerante de Trump respecto a la inmigración?

R. Por supuesto que sí. El racismo y la xenofobia no son inventos de Trump, de hecho, los años de Barack Obama fueron terribles para los inmigrantes. Su Administración deportó a más gente que todas las administraciones anteriores en la historia de EEUU. El problema no es tanto cuando se le pide a alguien que no tenga sus documentos que salga del país, pues así es la ley; sino cuando las instituciones operan para deportar masivamente con una lógica, como decíamos, deshumanizante. Toda la maquinaria que Trump ha puesto en movimiento fue creada por Obama. Lo que yo diría que ha cambiado muy notablemente con Trump es la legitimación de los discursos del odio. Ahora mucha gente ve aceptable, porque como el presidente lo hace, decir cosas racistas, incluso las personas que dirigen las instituciones se sienten autorizadas a ser abiertamente racistas y crueles. Yo soy una persona que vive protegida porque tengo mis documentos y trabajo en la universidad y, aun así, lo he sentido. Simplemente no vivo en peligro como sí sucede con millones de personas simplemente porque son de otro color o hablan otra lengua.

P. Su entrevista se publica en un número dedicado a las protestas que han surgido en los últimos meses en América Latina, ¿por qué cree que ha sido ahora cuando han aparecido estos movimientos?

R. No hay una sola explicación, cada lugar tiene sus propias dinámicas, pero creo que hay elementos en común. Existe un cierto consenso desde los años ochenta sobre cómo se debía gobernar y sobre cómo se podía distribuir la riqueza, y eso ha quedado expuesto como ineficiente o eficiente solo para unos pequeños grupos. Chile siempre se situaba como un ejemplo de eficiencia en términos económicos y, aun cuando existía una gran desigualdad, se consideraba que la economía estaba funcionando bien. Pero habría que hacer esta pregunta: ¿para quién? No está muy claro hacia dónde se dirige la protesta, pero lo primero es desmontar un orden que parecía inmutable. Pensando en la ciencia ficción, hay un discurso de Ursula K. Le Guin en la que hace una crítica sobre el mundo editorial que, en muchas partes, deja de responder a la libertad creativa para hacerlo a las exigencias del mercado. Se dirige específicamente a Amazon y dice que parece que no se pudiera escapar a los poderes del capitalismo, pero también parecía lo mismo del poder de los reyes y fueron decapitados. No sé de qué manera vamos a organizar la vida, pero lo que demuestran estas protestas es que hay otras maneras de hacerlo y que la gente está dándose cuenta de ello y tomando acciones.

P. México comparte una historia similar a otros países, ¿cree que el hecho de que Andrés Manuel López Obrador esté ocupando la presidencia frena, de alguna manera, la explosión de una protesta?

R. Hay protestas populares por distintas razones, especialmente las de grupos feministas. En México hay muchas cosas sucediendo al mismo tiempo y frecuentemente una parte de la opinocracia lo reduce al enfrentamiento entre el Gobierno y una oposición muy disminuida. Creo que eso responde a una mentalidad que tenía que ver con el viejo régimen, en el cual estaba el Estado y dos o tres partidos monopolizaban toda la vida política. Ahora hay muchas más cosas sucediendo. No es el mismo tipo de protestas, ya que a nivel institucional se está tratando de desmontar el entramado anterior, aunque no se están creando los nuevos organismos con la velocidad que se necesitan. López Obrador recibió un país en ruinas, literalmente, y me parece que era necesario desarticular todas esas otras instituciones que no servían. Además, creo que hay un combate muy serio contra la corrupción. Pero si no empieza a haber resultados más claros a la hora de garantizar la integridad de los ciudadanos por igual, entonces sí podrá haber más problemas.

P. ¿Cuáles serían las consecuencias de que la presidencia de López Obrador no cumpliera con las expectativas que ha despertado?

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R. A mí me da miedo el fenómeno Trump. Esto se podía ver desde los años de Obama, que con todo y que no haya sido un santo ni extraordinariamente progresista, dentro del imaginario y de la vida política de EEUU fue el presidente más progresista que ha existido. Sin embargo, exacerbó una serie de sentimientos que ya existían y que salieron a la luz. Eso fue lo que nos trajo a Trump: el racismo, el clasismo, la resistencia de una clase privilegiada que nunca enfrenta las consecuencias de sus actos. En México me preocupa que una oposición, que está absolutamente desdibujada y no tiene propuestas, se haya volcado en un discurso abiertamente racista y clasista, y pueda adquirir la fortaleza de un Bolsonaro o un Trump. Son dos ejemplos de lo que puede suceder con un gobierno progresista que, de algún modo, exacerba los peores instintos de una oposición de derecha.

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Esta entrevista está publicada en el número de enero de tintaLibre. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquí.

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