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VOD | 'Si me pasara algo, os quiero'

Manipular todo lo que haga falta

Fotograma de la película de animación  "Si me pasar algo, os quiero" de los directores y guionistas Will McCormack y Michael Govier

Yago Paris (Insertos)

En las páginas virtuales de esta revista se ha insistido hasta la saciedad en la necesidad de un modelo de cine que, más o menos apegado a las diferentes manifestaciones del hecho narrativo, dé importancia a las imágenes, deje espacio para que estas se desarrollen y, en última instancia, signifiquen, valgan la pena ser vistas y tengan validez si se las desligada del relato al que prestan servidumbre. Es por ello que no solo basta con narrar en imágenes, es decir, que un suceso sea explicado solo a través del canal visual y no del auditivo. Es por ello que no debemos confundir Si me pasara algo, os quiero, un cortometraje de animación que prescinde de los diálogos, y que por tanto transmite toda la información mediante la imagen, con un ejercicio cinematográfico de alto nivel.

La obra, recientemente estrenada en Netflix, cuenta la historia de un matrimonio que se cae a pedazos. Inicialmente no sabemos qué ha ocurrido exactamente, pero la muerte de la hija, cuando apenas era una niña, ha abierto en la pareja una herida que parece insalvable. Entonces, el espíritu de la pequeña volverá al mundo de los vivos para impedir que su desaparición acabe con el matrimonio de sus progenitores. Y poco a poco, a medida que estos reconstruyen puentes hacia la comunicación y el entendimiento mutuos, se va desvelando, mediante flashbacks, el pasado feliz de la familia y el suceso que lo cambió todo.

A los directores y guionistas Will McCormack y Michael Govier hay que reconocerles que no hayan optado de primeras por el camino más sencillo, que habría consistido en una voz en off que relatara los hechos. Sin embargo, solo hace falta analizar el verdadero valor de la animación, tanto su estética como su capacidad expresiva, para encontrar un desolador páramo de creatividad. Constreñidas por un relato claro, conciso y sin vuelta de hoja, que apenas deja espacio al espectador para que especule, fantasee o interprete, las imágenes se tornan vehículos sumisos de la historia. Es decir, aunque parezca que la imagen es la protagonista, lo que prima en última instancia es la historia que se quiere contar. Solo así se explica la gratuidad de la propuesta artística —¿Por qué animar por ordenador imitando el trazo a lápiz?; ¿por qué optar por el minimalismo de solo animar partes de la imagen, dejando grandes espacios en blanco?—, y especialmente el bochornoso golpe bajo que se coloca en el clímax narrativo, que da explicación a lo que le ha sucedido a la niña, donde lo importante es qué se cuenta y no cómo se cuenta. 

Hacía tiempo que quien esto escribe no veía un gesto de tan mal gusto en una película como el descrito en el clímax. Sin embargo, dentro de la sinvergonzonería de este despiadado atraco emocional, hay que reconocer que los autores han quemado todas las naves en el proceso. Puestos a ser sensibleros y manipuladores, mejor serlo hasta las últimas consecuencias. En un panorama cinematográfico comercial como el actual, donde reina la atonía y la mesura, donde pocas películas se atreven a ser algo concreto, encontrarse una cinta como Si me pasara algo, os quiero resulta casi anacrónico. El cortometraje desde luego no es una obra cinematográficamente meritoria, pero es un filme que costará olvidar, y eso quizás signifique algo.

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