Cultura
Mario Benedetti, un siglo de desexilio
Si se introduce el apellido Benedetti en Google, el buscador nos devuelve 25,7 millones de resultados. Si se hace lo mismo en Twitter, la red social se llena de citas del escritor... la mayoría, apócrifas. Son los efectos de ser uno de los poetas en español más leídos, popular entre quienes se besan por primera vez en los bancos de los parques y entre quienes sienten que la vida es ya lo que les sucede a otros. Este lunes 14 de septiembre se cumplen cien años de su nacimiento.Un siglo después de que se le abrieran los pulmones en Paso de los Toros (Tacuarembó, Uruguay), una década después de su muerte en Montevideo, 75 años después de que comenzara su carrera de escritor, Mario Benedetti sigue comunicándose con los lectores como si les mirara a los ojos.
No deja de resultar curioso que un hombre que llevó una vida poco convencional —poeta laureado, militante político de primera fila, luchador contra la dictadura y por la revolución socialista, exiliado y desexiliado— sea recordado como la voz de los cualquiera. Así habla de él el músico Joan Manuel Serrat en el prólogo a la antología poética que se ha encargado de seleccionar y que ahora publica Alfaguara: "Escribió, a contramano de las modas imperantes y de la crítica, historias que son las peripecias del hombre medio". Esta selección personal se presenta en un acto de homenaje al poeta este mismo lunes, en el Instituto Cervantes de Madrid, y a esto se suma la reedición de Un mito discretísimo, la biografía firmada por Hortensia Campanella, o la publicación en formato digital en el sello Alianza deLa tregua, Gracias por el fuego, Pedro y el Capitán, Antología poética y Cuentos.
Benedetti se escolarizó en el Colegio Alemán cuando sus padres se trasladaron a Montevideo, pero a los 14 años un revés económico se empujó al mundo laboral. Trabajó como vendedor, como cajero, como taquígrafo, como funcionario en la Contaduría General de la Nación... "Yo he trabajado ocho y diez horas diarias en cosas que no tenían nada que ver con la literatura, empecé a ganarme la vida con ella en el exilio. He escrito mucho en cafés, libros de poemas enteros", contaba en una entrevista en El Mundo. Así nacieron títulos como Poemas de la oficina (1956), un canto contra la erosión del trabajo asalariado y la jerarquía empresarial; Montevideanos (1956), libro de relatos en respuesta a Dublineses, de Joyce, o La tregua (1960), la historia de un oficinista cuya rutinaria existencia se ve deslumbrada por la llegada del amor.
Paralelamente a esa existencia gris de la que escribió con humor y amargura —"Volvió el noble trabajo/ aleluya / qué peste / faltan para el domingo / como siete semanas", escribe en el poema "Lunes"—, Benedetti entraría en la redacción del semanario Marcha y de la revista NúmeroMarchaNúmero, dos de las publicaciones más prestigiosas de la historia de Uruguay, y participaba en el movimiento contra el Tratado Militar con los Estados Unidos, que fue una de sus primeras preocupaciones militantes. La Revolución cubana aceleraría y haría más urgente su compromiso, como él mismo contó: "Fue un sacudón que nos cambió todos los esquemas, que transformó en verosímil lo que hasta entonces había sido fantástico, e hizo que los intelectuales buscaran y encontraran, dentro de su propia área vital, motivaciones, temas y hasta razones para la militancia".
Esa militancia, que se mantuvo firme en el comunismo durante toda su vida —lo que le llevó en los ochenta a una agria pero educada discusión pública con Mario Vargas Llosa, que ya había abrazado el liberalismo—, iría cada vez más lejos. Sería uno de los fundadores del Movimiento de Independientes 26 de Marzo, cercano a los Tupamaros, que lideraría en su integración en el Frente Amplio en 1971. Con el golpe de Estado y la represión orquestada por el Gobierno de Juan María Bordaberry, Benedetti se decidió a abandonar el país hacia Argentina. Pero las convulsiones no habían acabado: después de ser amenazado por el grupo paramilitar de ultraderecha Triple A, deja Buenos Aires hacia Perú, de donde sería deportado. Tras una estancia en Cuba, se instala en Palma de Mallorca en 1980, ciudad que cambiaría por Madrid debido a sus problemas de asma, que acabarían ocasionándole la muerte. A partir de 1985, con la conquista de la democracia en Uruguay, viviría a caballo entre América y Europa en un largo proceso que él bautizó como desexilio.
Convencido de la capacidad de la literatura para transformar al lector, Benedetti se propuso a lo largo de su carrera mantenerse fiel a una especie de apertura u honestidad en el estilo. En su escritura no hay dobleces —aunque haya ironía, humor, dobles sentidos—, no hay pantanos brumosos ni recovecos. No dudaba tampoco en abandonar el pudor para situarse en sus escritos: en la novela Primavera con una esquina rota, trufa las vivencias ficticias de sus personajes con las suyas reales, dedicándoles capítulos separados. "Esa extraña operación de franqueza, indudablemente, un atractivo muy particular para el lector", escribía, "y no creo que aquí pesen los tan comunes ingredientes de una enfermiza, escudriñante curiosidad: no, simplemente se trata del interés que despierta toda experiencia humana auténtica. Hay un lector que de algún modo se inscribe como testigo, como destinatario, como interlocutor".
Esa poética le brindaría a Benedetti millones de lectores, pero también la crítica de algunos de sus compañeros de profesión. Lo explica poeta Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, que conoció al uruguayo y compartió con él compromiso político y literario: "La poesía es muy diversa y hay muchas tradiciones. Algunas veces, los que son más partidarios de una poesía hermética o experimentalista tratan con desprecio a quienes intentan hacer una poesía más cercana a la realidad y a lo cotidiano". El respeto que siente por el escritor no le impide reconocer que su obra tiene "debilidades y fortalezas, como la de cualquier poeta", y en ella destaca dos títulos, Poemas de la oficina y Testigo de uno mismo, su último título, publicado en Visor, su editorial para el verso desde que se instaló en España, que ambos comparten.
Táctica y estrategia
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Para Pilar Reyes, editora en la que Benedetti publicó buena parte de su prosa, su popularidad viene del manejo de "temas universales": "Los dos grandes temas de la poesía de Benedetti, y de su narrativa, son el amor y la nostalgia por el exilio". En ese sentido, Reyes reconoce a "dos Benedettis". Por una parte, el que canta al amor —el que compartió durante 60 años con su pareja Luz López, a la que conoció siendo niño—, que "sigue pareciendo una persona muy joven, eternamente joven, con esa exaltación amorosa". Por otro, el autor "melancólico y nostálgico que es el Benedetti del exilio", preocupado primero por la volatilidad de la memoria, por la identidad y por el país que sufre, y luego por la soledad del regresado, extranjero en su propia tierra. A eso se suma la cualidad popular de su verso, apoyado en la repetición, enriquecido por los coloquialismos, que hicieron de él una poesía cantable. En el prólogo a su antología, Serrat identifica hasta 200 versiones musicalizadas de sus obras, entre las que destaca su disco El sur también existe (1985), en el que colaboraron estrechamente.
"La mejor manera de comprobar la vigencia de una obra literaria es que se la lea, que esté presente en el día a día de muchos. En el caso de Benedetti, su obra sigue siendo publicada, traducida, adaptada, trasladada a otros lenguajes continuamente", señala su biógrafa, Hortensia Campanella. En los últimos años, indica, sus libros se han editado en China, Georgia, Turquía o Siria, territorios que se suman a los que la mantienen fresca en las estanterías, como España o Francia. "Creo que se puede hablar del mito Benedetti mito Benedettisolo en cuanto a la repercusión de su obra, su gran popularidad, y el afecto que despertaba entre sus lectores", insiste. "Por eso mismo la cercanía de su figura, su ejemplo de solidaridad son muy humanos y, como sus poemas, transmiten valores y sentimientos compartibles por distintas generaciones".
Porque, en un momento en que la relación con los ídolos es cada vez más compleja —ahí está el desengaño con Neruda, por ejemplo—, su figura es en general tratada con cariño, con una unanimidad sorprendente. Es difícil encontrar ataques hacia él incluso de aquellos con quienes más discrepó, como Vargas Llosa. Y no es que no se mojara: apoyó a la Cuba de Fidel hasta el final, cuando muchos se habían alejado de ella, y criticó con firmeza las posiciones reformistas de la izquierda que acabaron siendo hegemónicas. ¿Por qué? "Él dentro de su opción poética decidió no ir como un hijo de los dioses sino como un hijo de vecino", lanza García Montero, "y en ese sentido no se ha creado una leyenda de excesos, sino de una persona que era bastante cotidiana y que se integra en la realidad. Tuvo un comportamiento muy coherente". Un éxito, esa "operación de franqueza".