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Literatura y mujeres

El misterio de María Lejárraga: los tres nombres de 'La mujer sin nombre'

María de la O Lejárraga, en una imagen del Archivo Manuel de Falla.

En su exitosísima saga Crónica del asesino de reyes, el escritor estadounidense Patrick Rothfuss repara varias veces en el papel vital que los nombres juegan en el mundo de su protagonista, Kvothe. Este pasaje de El nombre del viento da buena cuenta de ello: “Los nombres tienen poder, y las palabras también. Las palabras pueden hacer prender el fuego en la mente de los hombres. Las palabras pueden arrancarles lágrimas a los corazones más duros. Existen siete palabras que harán que una persona te ame. Existen diez palabras que minarán la más poderosa voluntad de un hombre. Pero una palabra no es más que la representación de un fuego. Un nombre es el fuego en sí”.

María de la O Lejárraga, María Martínez Sierra y Gregorio Martínez Sierra son los tres nombres bajo los que se esconde la obra de una de las dramaturgas españolas más importantes del siglo XX. Tres nombres que durante años llevaron a que no tuviese ninguno, quedando a la sombra de su marido Gregorio. Afortunadamente, su figura lleva años siendo objeto de una profusa reivindicación histórica, académica y creativa. La última novela de Vanessa Montfort, titulada precisamente La mujer sin nombre (Plaza & Janés), es el más reciente ejemplo.

El argumento del libro se centra en una directora teatral que se adentrará en la vida de Lejárraga (San Millán de la Cogolla, La Rioja, 1874- Buenos Aires, 1974) después de que le encarguen adaptar Sortilegio (1930), obra aparentemente perdida atribuida a Gregorio Martínez Sierra. “Se verá entonces arrastrada por la vida llena de pasión, arte y feminismo de María, alguien que luchó contra viento y marea por ejercer su vocación y vivió en primera línea los hitos del siglo pasado: el Madrid literario de los años veinte, el París de la Belle Époque, la lucha política de las mujeres durante la II República, el exilio tras la Guerra Civil, la ocupación de Francia por los nazis o el glamour de la época dorada de Hollywood. Además, descubriremos la versión más humana de las grandes personalidades que fueron sus amigos y colaboradores, como Juan Ramón Jiménez, Manuel de Falla o Federico García Lorca”. Todo esto puede leerse en la sinopsis de lo último de Montfort, publicado el pasado 22 de octubre.

No es la primera vez que la autora de Mujeres que compran flores (Plaza & Janés, 2016) profundiza en la vida de Lejárraga. Ya lo hizo en el montaje teatral Firmado Lejárraga, estrenado durante 2019 en el Teatro Valle-Inclán de Madrid. Pero los acercamientos al matrimonio Martínez Sierra llevan décadas despertando el interés y el debate entre distintos autores y estudiosos. ¿Era Lejárraga la única y verdadera responsable de las creaciones de su marido? ¿Se trataba más bien de una relación simbiótica? La respuesta es compleja, en ella entran factores de todo tipo: desde el machismo sistemático que campaba a sus anchas en la España/Europa de la primera mitad del siglo pasado hasta una relación personal y profesional entre ambos creadores que estuvo repleta de altibajos.

Una mujer polifacética

Pese a ello, existen ciertos consensos. La dramaturga riojana no fue una desconocida en su larga trayectoria. Su labor como ensayista feminista o autora de libros de viajes, por ejemplo, fue en todo momento reconocida. También como editora, aunque fuese en compañía de Gregorio, en importantes revistas literarias vinculadas al modernismo entre las que sobresalen Helios y Renacimiento. Para dichas publicaciones, fundadas y comandas por la propia pareja en compañía de otras personalidades, realizó traducciones de los más exitosos autores internacionales del momento, una labor que sí tardaría en años en concedérsele.

Aunque su esposo y otros responsables o colaboradores de la revista como Juan Ramón Jiménez también tradujesen diversos escritos, Lejárraga era políglota y dominaba idiomas como el inglés con mayor soltura. Un estudio de la profesora Inma Rodríguez-Moranta la considera responsable de la primera traducción al castellano del célebre ensayo de Edgar Allan Poe Filosofía de la composiciónFilosofía de la composición. Henry Wadsworth Longfellow, Omar Khayyam (a partir de una versión anglosajona de Los Rubayata), Stéphane Mallarmé, Henry David Thoreau o Paul Verlaine fueron otros célebres escritores a los que sin duda tradujo, según Rodríguez-Moranta.

Lejárraga fue además política en la II República, elegida diputada por Granada con el Partido Socialista en 1933. Una actividad en la que ella misma decidió apostar por uno de sus otros nombres: María Martínez Sierra. Según la investigación de Juan Aguilera Sastre para el Instituto de Estudios Riojanos, con él también fundó la Asociación Femenina de Educación Cívica (1931-1936). Y curiosamente con él firmó sus memorias: Una mujer por los caminos de España (1952) y Gregorio y yo (1953).

Dos libros escritos en su exilio en Buenos Aires y su vejez que pese a ello muestran una enorme lucidez. El profesor y teórico teatral Julio Enrique Checa incluye además Fiesta en el Olimpo (1960) entre sus memorias, aunque se trate de un compendio de cuatro piezas dramáticas, por distintos motivos: “No solo por la construcción y elaboración de los textos dramáticos sino, fundamentalmente, en los prólogos, notas a pie de página y demás paratextos que incluye”.

La reivindicación de una autoría difícil de delimitar

Pero es en su labor dramática donde reside su mayor legado: La sombra del padre (1909), Canción de cuna (1911), Las golondrinas (1914), El amor brujo (1915) -adaptada al cine hasta en tres ocasiones-, Mujer (1924) o Triángulo (1929). También es donde aparecen las mayores controversias ante la atribución de las obras.

El profesor Aguilera se posiciona en una posición intermedia entre el mérito casi exclusivo que se le reconoció a Gregorio Martínez Sierra y la reivindicación de una autoría total por parte de Lejárraga: “Yo creo que, en su mayor parte, es fruto de una colaboración, en la que cada uno tenía su papel, podríamos decir: una vez trazado el plan de la obra, tarea que hacían casi siempre de forma conjunta y en algunas ocasiones podría hacer Gregorio solo, como se deduce de su epistolario, María se encargaba del proceso de escritura, que más tarde se revisaba conjuntamente o tras el contraste con la práctica escénica de los ensayos, en donde el papel de Gregorio, gran director de escena, era esencial; finalmente, María alumbraba la redacción definitiva, que era la que se publicaba”.

Eso sí, Aguilera admite que, si por autoría entendemos exclusivamente la redacción de las obras, “entonces sí que hay que convenir que María fue la autora de la mayoría”. La escritora e investigadora Isabel Lizárraga concuerda con esta visión. En conversación con este medio, apunta que la propia Lejárraga lo contaba en una entrevista para el diario La Razón publicada en 1952. No obstante, realiza ciertas matizaciones: “Los libretos para Falla, Usandizaga o Turina, según ella misma explica en Gregorio y yo, son obra de su sola mano. Supongo que hay que creerla: comenzaron a escribir juntos y progresivamente ella se fue haciendo cargo de la escritura por completo”. “No tiene sentido excluir la colaboración de Gregorio de los primeros años ni eso resta mérito a María como escritora, feminista, diputada…, ni a Gregorio como director de escena, editor y figura esencial del Modernismo”, concluye.

Lizárraga es autora de Luz ajena (Renacimiento), la primera de las dos novelas sobre María Martínez Sierra publicadas en este 2020. En ella, al igual que en La mujer sin nombre, una mujer se adentra en una profunda investigación sobre la vida y obra de la autora riojana. La diferencia es que en este caso se trata de una joven estudiante de Literatura, en lugar de una directora de escena. La autora cuenta que con Luz ajena se ha propuesto “desvelar las paradojas que hacen de la vida de María un enigma tan interesante”.

Para Lizárraga todos estos acercamientos a través de la ficción a la vida de María Lejárraga, que se unen a numerosos estudios de carácter más académico, se deben a que la suya es una vida “de novela o de película”. “Ya en 2002 la joven estudiante norteamericana Laura Ann Hynes escribió sobre ella una novela en inglés que tituló In his name, traducida en castellano Llevaré tu nombre (Zócalo). Yo también publiqué Cándida (Buscarini, 2012), una novela sobre las sufragistas españolas de principios del siglo XX y la celebración del octavo Congreso de la Alianza Internacional para el Sufragio de la Mujer en 1920. En ella, María Lejárraga ya tenía un papel protagonista”, relata la escritora nacida en Tudela.

Gregorio y María

No obstante, y aunque desgraciadamente pueda parecer un tópico que debiera ser superado, un hombre marcó para siempre la vida de María. Los nombres de Lejárraga cambiaron al compás de su relación con Gregorio Martínez Sierra, como bien apunta Isabel Lizárraga: “En su primera publicación, Cuentos breves, firmó como María de la O Lejárraga. Al ver que nadie dio gran importancia a estos cuentos, se ocultó voluntariamente tras el nombre de Gregorio Martínez Sierra, con la excepción de algunos artículos escritos y enviados desde Ginebra al periódico ABC en 1920 con ocasión del octavo Congreso de la Alianza Internacional para el Sufragio de la Mujer, donde firmó como María L. de Martínez Sierra, y de las conferencias reunidas en el volumen La mujer española ante la República, de 1931, donde firmó como María Martínez Sierra”.

La muerte de su marido en 1947 lo cambió todo, aunque su relación estuviese rota y llevasen años sin convivir: “Se sintió ‘muerta en vida’ al ver desaparecido su nombre artístico. Para seguir trabajando y publicando quiso renacer en el nombre de María Martínez Sierra, que consideraba su firma literaria”, cuenta Lizárraga. En este punto es importante entender la complejidad del vínculo personal y profesional entre los Martínez Sierra. En Gregorio y yo, Lejárraga escribe: “No hemos colaborado, es decir, trabajado en nuestra obra común, sin interrupción por haber sido marido y mujer: hemos llegado al santo estado del matrimonio a fuerza de colaborar”.

Según Checa, María apunta tres razones por las cuales ocultó su nombre bajo el de su marido: la indiferencia de su familia, su faceta como maestra (con la consecuente necesidad de separar un cargo público de la mala fama que en aquel momento tenía la ‘mujer literata’) y, muy especialmente, “el romanticismo de enamorada”. La mujer de los tres nombres lo cuenta así en sus memorias: “Casada, joven y feliz, acometióme ese orgullo de humildad que domina a toda mujer cuando quiere de verdad a un hombre: ‘Puestos que nuestras obras son hijas de legítimo matrimonio, con el nombre del padre tienen honra bastante’”.

Tras el estallido de la Guerra Civil, la pareja se vio abocada al exilio. Primero a Bélgica, donde aprovechando la experiencia de Lejárraga como docente se haría cargo de niños españoles refugiados. Más tarde a Francia. Después sus caminos se separaron, y María pasó sus últimos 25 años de vida en América: en Estados Unidos, a continuación en México y por último en Buenos Aires.

La palabra otorga

La palabra otorga

Sin embargo, como señala Rodríguez-Moranta, “María siguió publicando en estos términos [como Martínez Sierra] incluso tras la separación física del matrimonio, y a sabiendas de que Gregorio había formado ya una sólida pareja con la actriz cubana Catalina Bárcena, con la que el escritor madrileño tendría una hija”. Como bien señala la investigadora en un artículo para la Universitat Rovira i Virgili, el tándem amoroso/literario Martínez Sierra-Lejárraga supone “uno de los enigmas psicológicos más llamativos de nuestra literatura”.

En su pieza Muerte de la matriarca, recogida en Fiesta en el Olimpo, un personaje dice: “¡Si me lanzas otra vez a vivir... hazme hombre!... para ser yo, sin ataduras... para perderme si me quiero perder, para salvarme si me quiero salvar!”. Preguntada acerca del reconocimiento que Lejárraga habría obtenido sin la existencia del machismo crónico, Isabel Lizárraga afirma que efectivamente a lo largo de la historia las mujeres han contado muy poco”. La escritora expone distintas manifestaciones históricas de esta discriminación: “Recordemos la diferente instrucción que históricamente recibían los niños y las niñas, la sumisión que sufrió la mujer a causa de las legislaciones discriminatorias, la educación que abocaba a la mujer a ser esclava del hogar, las imposiciones de la maternidad constante, el salario distinto para igual trabajo…”.

“María vio eso y vivió esa esclavitud en sus propias carnes. Es normal que quisiera ser tan libre como eran los hombres. Si lo hubiera sido, su lucha habría sido mucho más sencilla y su reconocimiento, sin duda, hubiera sido, tanto en vida como ahora, mayor”, sentencia Lizárraga. Una lucha y un reconocimiento arrinconados todavía más, como indica Checa, “por el hecho de que pudiera ser identificada, o no, mediante tres nombres diferentes”. De rescatar y reivindicar su obra depende que la escritora conocida de tres maneras distintas (María de la O Lejárraga, María Martínez Sierra y Gregorio Martínez Sierra) no vuelva a convertirse en la mujer sin nombre.

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