“No te fíes, tus amigos no hablarán de ti en sus memorias”

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Para existir, para que la cultura de la Transición le prestara atención tras años de exilio —y de ese otro exilio que supuso vivir, a su vuelta, una década de franquismo—, la pintora Maruja Mallo tenía que pronunciar las palabras mágicas: Dalí, Lorca, Buñuel. Viéndola relatar sus aventuras, las excentricidades de sus compañeros, la cineasta Tània Balló tenía ganas de susurrarle al oído a esa joven que se creía entre iguales: "No te fíes, tus amigos no hablarán de ti en sus memorias".

Esta idea, esbozada apenas en el documental Las Sinsombrero, estrenado el pasado octubre por TVE, es una de las más potentes del libro homónimo que ahora publica Espasa. Firmado por Tània Balló, productora y codirectora (junto a Serrana Torres y Manuel Jiménez-Nuñez) de aquella pieza, el título ahonda en la vida y la obra de diez integrantes de la Generación del 27 que comparten olvido: la filósofa María Zambrano, las pintoras Margarita Manso y Ángeles Santos, la escultora Marga Gil Roësset, las escritoras Concha Méndez, María Teresa León, Rosa Chacel, Ernestina de Champourcín y la también actriz Josefina de la Torre, y la propia Mallo. Comparten olvido, y su motivo: ser mujeres. Este martes se celebra por primera vez un homenaje en su honor, al que asistirán los familiares sobre los que había reposado hasta ahora la responsabilidad de recordarlas (Palacio de la Prensa de Madrid, a las ocho de la tarde). 

Las Sinsombrero nació como un proyecto transmedia (ha presentado su narración en forma de película, relato en redes, documental web, y ahora el libro) para celebrar a esas creadoras ignoradas por la historia oficial, apreciadas de manera muy minoritaria en la academia, y que aparecían en los libros únicamente como amantes o amigas de ellos. Como contenedores de información jugosa sobre Alberti, Miguel Hernández y compañía, pero carentes de interés en sí mismas. Las Sinsombrero es una rebeldía como lo fue el episodio que les da nombre: Maruja Mallo, Margarita Manso, Lorca y Dalí se pasean por la Puerta del Sol sin tocado, desafiando la convención social. 

La misma convención que ha servido para construir el canon literario de la Generación del 27, y para convertirlo en una nómina casi completamente masculina. "El porqué de ese olvido es algo que se da constantemente: la historia está escrita para y por los hombres. Es endémico. Cada país, cada generación, tiene sus sinsombrero", condena Balló. El caso que la ha ocupado en los últimos ocho años, argumenta, es especialmente sangrante: "La Generación del 27 es la gran marca cultural de este país". Ellas, que arriesgaron y perdieron tanto como ellos, no han sido premiadas con un apartado en la historia de la literatura. 

Balló denuncia que los primeros culpables de ese olvido fueron ellos. Sus compañeros. Sus amigos. Sus amantes. "Aparte de ser modernos, los surrealistas eran muy misóginos. No solo los españoles", recuerda. Cuando Maruja Mallo viaja a París a exponer su obra, y conoce a Picasso y Breton, regresa espantada del machismo de los genios. Gerardo Diego se resiste a incluir a Ernestina de Champourcín y Josefina de la Torre en la antología que fijaría a los miembros del movimiento, y solo lo haría en la edición de 1934. Dalí trataría de "tonta" o "loca" a Margarita Manso, las mismas palabras usadas por Jacinto Benavente para negarse a ir al Lyceum Club Femenino, uno de los primeros focos culturales de liberación de la mujer: "¿Cómo quieren que vaya a dar una conferencia a tontas y a locas?".

Salvoconducto de Margarita Manso, 1937.

"Ellos no aceptan la participación activa de las mujeres en un terreno absolutamente masculinizado, no las glorifican. No tienen conciencia de qué papel han jugado", afirma la cineasta. Frente a casos como el de Buñuel, abiertamente misógino, estaban excepciones como la de Ramón Gómez de la Serna, que hace un estudio prolongado de Maruja Mallo. Pero, en general, vuelven a quedar reducidas, en palabras de la autora, a "mujeres de, no mujeres que". Esto, explica, se agravó durante el exilio. Para luchar contra el desvanecimiento de la figura de ciertos autores, sus parejas se ven obligadas a silenciar su propia voz para defender la de ellos. "Se convierten en 'la cola de la cometa', como decía María Teresa León". Ella será la de Rafael Alberti, Ernestina de Champourcín será la del escritor y crítico Juan José Domenchina, Rosa Chacel la de Timoteo Pérez Rubio... 

"Cada manuscrito, cada paso, cada carta de ellos tiene un valor histórico. Casi de culto. Ellas han perdido el ser parte de la tabla de multiplicar que son los miembros de una generación", continúa Balló, "Cernuda y Lorca son maravillosos, pero hay otros que no son extraordinarios y sí son sujeto de estudio solo por pertenecer a ese grupo, a ese momento de la historia. No quiero decir que dejen de serlo, pero si se puede estudiar a 20, se puede estudiar a 30. Y punto".

En Las Sinsombrero, la voz de ellas deja de ser un eco de otro y recupera fuerza. Para reivindicarse. Y para recordar también que ellos, los que sí tienen calles y colegios a su nombre, también fueron responsables de su olvido obviándolas de las narrativas que ellos mismos elaboraron de esa época. Josefina de la Torre dejó una amarga queja en "Mis amigos de entonces", del poemario Medida del tiempo (1988), antes de morir en 2002. 

"... Pero de pronto,un día me cubrió lo indefendible,algo sin cuerpo, sin olor, sin música...,y me sentí empujada,cubierta de ceniza,borrada con olvido. ¿Dónde estabais vosotros, compañeros,vuestras letras de molde, vuestro ingenio,vuestra defensacontra el desconocido ataque?".

"Por la mañana me despertaron los tiros..."

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Pero la responsabilidad de mantener a estas mujeres fuera del canon académico y, sobre todo, fuera de una cierta tradición popular, se alarga en el tiempo. Porque este olvido tiene una forma particular. Si las rebautizadas como Sinsombrero aún son ignoradas —salvo excepciones, como María Zambrano— no es por falta de archivo. Aunque algunas recuperaran su identidad hace relativamente poco tiempo —es el caso de Margarita Manso, cuyo nombre comenzó a mencionarse en los ochenta—, de muchas de ellas se conserva documentación extensa. Salvando casos como una grabación de 17 horas de Concha Méndez, que estaba perdida en la fonoteca de México, su legado está a buen recaudo. El Patronato Conde-Oliver, por ejemplo, conserva manuscritos, documentos y casi 30.000 cartas de Carmen Conde, primera mujer en ingresar en la Real Academia, y de su marido, el profesor Antonio Oliver. "No es que su archivo esté disgregado. Es que la búsqueda se realiza siempre a partir de ellos, y lo relativo a ellas ha quedado escondido", denuncia Balló. Ellas están en todas las fotos de grupo de la época, sonrientes y optimistas como ellos. Pero sus nombre no figuran en los pies de foto. 

De la misma forma, las mujeres del 27 siguen presentándose como apuntes en la biografía de los autores. Cuando, en 2013, se publicaron las cartas entre Dalí y Lorca (Querido salvador, querido Lorquito, Elba), aún se hablaba de Margarita Manso como la tercera pata de la relación amorosa entre los artistas. El pasado enero se editaron por primera vez los diarios de Marga Gil Roësset, que supusieron un vuelco en el trabajo de Balló y compañía. Muchos medios volvieron a poner el foco en Juan Ramón Jiménez, de quien se enamoró la joven artista. "Una de las críticas que me hicieron al documental fue: 'Apenas hablas de ellos'. Y yo dije: 'Gracias", bromea la cineasta.

Las Sinsombrero —aunque Balló desearía que esta etiqueta desapareciera para que pasaran a ser, simplemente, miembros del 27— comienzan a desperezarse. Tras los diarios de Gil Roësset le ha tocado el turno a Rosa Chacel, recuperada por la editorial Comba. El proyecto Cien de cien de la poeta Elena Medel trata de difundir los nombres de estas y otras escritoras. Pero va lento. Para ampliar la colección de obras de estas mujeres que se han convertido en su pasión, Tània Balló todavía tiene que husmear en las estanterías de las librerías de viejo. 

Para existir, para que la cultura de la Transición le prestara atención tras años de exilio —y de ese otro exilio que supuso vivir, a su vuelta, una década de franquismo—, la pintora Maruja Mallo tenía que pronunciar las palabras mágicas: Dalí, Lorca, Buñuel. Viéndola relatar sus aventuras, las excentricidades de sus compañeros, la cineasta Tània Balló tenía ganas de susurrarle al oído a esa joven que se creía entre iguales: "No te fíes, tus amigos no hablarán de ti en sus memorias".

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