Teatro
El pecado original de Galileo
Aunque Bertolt Brecht (Augsburgo 1898-Berlín Oriental 1956) siempre admiró a Albert Einstein, al final de su vida revisó por tercera vez su obra Vida de Galileo para matizar la parte relacionada con la retractación de la teoría heliocéntrica y las graves consecuencias que aquel acto tuvo a posteriori para el desarrollo científico. Lo hizo tiempo después de que el Ejército estadounidense lanzara sendas bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, lo que provocó que viese el material de esa obra con mucha más enjundia dramática de la que había previsto en un primer momento. Así que apartó a un lado su idea de llevar a escena la vida de Einstein para recrearse en las contradicciones de Galileo, un personaje transgresor que planteó como un trasunto de sí mismo. No en vano, ambos genios socavaron profundamente las bases de las disciplinas a las que dedicaron su vida: Galileo demostró que era la Tierra la que giraba alrededor del sol, y no al revés; y Brecht desarrolló el teatro épico, una fórmula en la que los elementos estéticos conviven con los planteamientos políticos –marxistas, en su caso-.
La escritura y revisiones de esta obra coincidieron, además, con unas épocas bastante oscuras en la vida del dramaturgo alemán. La primera versión la finalizó en el exilio danés en 1939, coincidiendo con el auge del nazismo; la segunda, en 1947, en Estados Unidos, donde pasó la mayor parte de su exilio, junto a Charles Laughton, y que fue reescrita en consonancia con los gustos del público norteamericano; y la última versión de esta obra considerada como su testamento político, la remató en 1955, poco antes de su muerte, en Berlín Oriental, donde había regresado convertido en una especie de prócer cultural.
Entre medias, el mundo había sufrido los años más convulsos del siglo XX: el auge y caída de los totalitarismos y la Segunda Guerra Mundial. Fue, precisamente el efecto destructor de las bombas atómicas lo que convirtió la retractación de Galileo sobre la teoría heliocéntrica en el pecado original de las ciencias modernas a los ojos del dramaturgo alemán. “En la primera versión, Brecht pensaba que el progreso de la ciencia traía consigo el proceso social y esa postura la va matizando después del uso de las bombas atómicas”, explica Ernesto Caballero, director de la versión de esta obra que se podrá ver en el teatro Valle Inclán del 29 de enero al 20 marzo. “Brecht lo ve como una traición a la humanidad ya que a partir de ese momento la ciencia comienza un camino de especialización que hace que desaparezca de la vida diaria”, añade Caballero, al frente del Centro Dramático Nacional desde 2012.
Ambientada en 1609, la obra abarca los últimos años de vida del humanista italiano (Pisa 1564- Florencia 1642) tras ser condenado a arresto domiciliario vitalicio en 1633 por desafiar la teoría geocéntrica de la Iglesia católica. Una época que Brecht documentó con ahínco. “Galileo tenía fe en la razón de las evidencias empíricas y en la razón de los hombres, pero desoyó a quienes le advertían sobre el poder de las creencias”, subraya Caballero. De esta manera, Brecht plantea que Galileo fue víctima de su propia ingenuidad al pensar que no le pasaría lo mismo que a Giordano Bruno, condenado a la hoguera por defender la misma teoría que después él demostraría. “Los pioneros siempre tienen que pagar un alto precio para que los demás se beneficien”, reconoce Ramón Fontserè, que interpreta al científico italiano en esta versión de Caballero. “Galileo también hace un poco de teatro”, añade el actor, “porque, aunque aparentemente deja la ciencia, en la trastienda de su casa sigue investigando acerca de las manchas solares”.
El tercer Galileo que recrea Brecht, y en el que se basa Caballero para esta representación, es un personaje arrepentido de su retractación que pretende redimirse entregándole su legado científico, sus Discorsi, a su discípulo Andrea (interpretado por Tamar Novas). “Ese Galileo es el que dice: 'No sé si hice bien en retractarme' así que su discípulo pregunta por qué lo hizo y él responde: 'Porque tenía miedo al dolor físico'”, recuerda Caballero. “Es el eterno problema de retractarse para seguir viviendo. Hay mucha gente que es vasalla de quienes les dan para vivir y eso tiene sus consecuencias”, añade Fontserè, que sucedió a Albert Boadella como director de Els Joglars. Precisamente, la historia de su discípulo cobra total vigencia hoy en día, ya que tuvo que huir de Italia “porque la Iglesia no les dejaba estudiar”. “Ahora hay otros poderes fácticos que hacen que los científicos se tengan que ir fuera”, denuncia el actor.
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Una puesta en escena heliocéntrica
Aunque la obra dura originalmente algo más de cuatro horas, Caballero ha decidido reducirla a dos horas y cuarto. Además, la austera puesta en escena, donde predomina el color negro (eran tiempos oscuros para la razón), orbita en torno a un escenario redondo en lugar de la disposición horizontal habitual. “El escenario recrea la idea del círculo, ya que al final la obra habla de que los astros, las ideas, y las personas giran una a través de la otra”, resalta el escenógrafo Paco Azorín. De esta manera, y jugando con ese símil que Brecht hace entre sí mismo y Galileo, la obra también interpela al público. “Desde lo físico hasta el intelectual, Brecht plantea cómo nos colocamos nosotros como espectadores”, explica el director de la obra.
Con pocos personajes se identificó tanto el dramaturgo alemán como con Galileo, una figura con fuertes contradicciones morales que pasó los últimos años de vida atormentado por la gravedad de su retractación. Sin embargo, Brecht no le reprocha que no se hubiese convertido en mártir, aunque su decisión supuso a la postre un enorme retroceso para la Humanidad,- “Desgraciado el país que necesita héroes”, decía el alemán- . Lo que sí plantea de manera meridianamente clara son las dificultades a las que tiene que enfrentarse la razón cuando desafía a las creencias. Precisamente fue su otro personaje fetiche, Einstein, el que sentenció que resulta más fácil desintegrar un átomo que los prejuicios.