Cultura
Mi primera novela, chispas
Volver a empezar. Llega septiembre y las librerías reciben una ingente cantidad de novedades entre las que este año encontraremos obra de viejos conocidos: Ian McEwan, Margaret Atwood, Sally Rooney, Pérez-Reverte, Vargas Llosa, Delphine de Vigan... todo apuestas seguras (si es que tal cosa existe cuando de literatura se trata). Pero, también menudean los que no son reincidentes, debutantes en la literatura en general, o en la novela en particular.
Los medios de comunicación, siempre atentos a lo que de verdad importa, ya se han hecho eco de un lanzamiento que promete (otra cosa es qué promete): Leticia Sabater amenaza con su primera novela, una ficción con tintes autobiográficos. Ella no alberga dudas: "Se trata de una historia maravillosa donde todo el mundo acabará enamorado de la protagonista al leerla".
Habrá que examinar para juzgar, mientras tanto, preferimos acercarnos a principiantes menos… asertivos.
Un largo camino
Una joven, Alejandra Parejo, 29 años, licenciada en Publicidad y Comunicación Audiovisual, se estrena con Una familia normal. "Me siento muy afortunada. Nunca pensé que este momento llegaría así y publico mi primera novela rodeada de gente que lucha por mantener la literatura en el lugar que merece, no podría haber una mejor manera de debutar."
Un veterano, Paco Carreño, se suma con La segunda vida a este baile de debutantes, no sin sentir el cosquilleo y los nervios. "Para mí es bastante parecido al inicio de una experiencia amorosa. No sabes cómo serán recibidos tus gestos, tus palabras. Sin duda son de amor, pero un poco entrometidos. Buscan compartir una intimidad, una cámara oscura donde proyectar sueños comunes. Aprender a mirar, a sentir, es una labor placentera y en cierto modo colectiva que no termina nunca. Por eso me siento bastante expuesto a las posibles reacciones que la gente pueda tener ante esta novela. Mis ojos, mis sentidos están ahí. Me hace ilusión que haya correspondencia. Es como una carta de amor a una desconocida".
Nuestro tercer interlocutor es Bernabé Mohedano (1979). Trabaja como directivo internacional en el Banco Santander, pero su pasión por la historia le ha llevado a entregar a imprenta la novela histórica El señor de Bobastro. Me pregunto si escribir es escapar de una cotidianeidad ingrata… "No, es enriquecer esa cotidianeidad. Como quien pinta, modela, sigue el fútbol o ve todas las series que se estrenan".
Con su novela, Mohedano entra en un mundo que se antoja radicalmente distinto al que habita, pero otros llegan desde territorios colindantes. "Soy poeta", dice Carreño, "los poemas transforman la realidad, cambian la percepción, están ahí para inaugurar el mundo, para mostrar lo inaudito en lo cotidiano. Mi aproximación a la novela fue una necesidad repentina, como un exorcismo frente a diablos familiares".
A sabiendas de que no es un criterio unánimemente aceptado, defiende que un poema mira con expectación hacia fuera y la narración, con cierto miedo hacia adentro. "Yo, hasta ese momento, nunca había tenido la tentación de meterme en esa cueva llena de murciélagos, de rocas con formas sorprendentes y huellas de generaciones perdidas. Una vez dentro, como estás tan solo, tienes la tentación de convocar a un montón de gente para poblar esa oscuridad. Los personajes de una novela son en realidad invitados a una especie de fiesta a ciegas. Con ellos juegas dentro de ti a las tinieblas de la noche".
Al cabo, las cosas llegan cuando tienen que hacerlo. "Siempre había tenido la vocación latente de la escritura y desde la infancia soy un lector compulsivo y gran aficionado a la Historia —apunta Mohedano—. Anteriormente tuve algún conato que abandoné y finalmente El Señor de Bobastro ha fructificado y se publicará habiendo cumplido los cuarenta. Ha sido un proyecto que me ha llevado cinco años, pero podían haber sido tres o siete porque el objetivo no era en sí la publicación sino disfrutar haciéndolo".
Feria de vanidades
Carreño, cuando presenta su obra, cita a Pessoa: "toda la literatura consiste en un esfuerzo por volver la vanidad de la vida en algo real". Eligió esa mención porque la realidad, la cruda realidad, está sobrevalorada. "Es un pobre mito bastante triste. Sin ficción, sin novelas, la vida sería increíblemente aburrida. La literatura es un esfuerzo por intensificar esa realidad dormida, por despertar los demonios de la materia. El sueño de algunos escritores por llegar a esa verdad profunda del yo, identificada casi siempre con la cruda realidad, en la que podríamos prescindir de las palabras, es para mí una pesadilla, como clavar un clavo a cabezazos". Por eso, no le interesa la obra de esos escritores que pretenden emular a Belén Esteban y a gente así, y ofrecen como única aventura su propio yo. En cambio, si en esa labor de introspección lo nota atravesado por todo aquello que no es él, por esa multitud de personajes que participan en la fiesta de las tinieblas, entonces seguro que capta su atención. "Toda esa obsesión por el yo desnudo no es más que una muestra de una corriente iconoclasta, fonoclasta (enemigos de las imágenes, de las voces), profundamente desencantada. Odian el maravilloso mundo de las apariencias. Un mundillo literario dominado por escritores encerrados en su yo, la cárcel más estrecha del mundo, no es muy interesante. Me hacen sentirme prescindible. Prefiero hablar con gente liberada de sí misma, alguien que necesite verdaderamente a los demás".
Propongo a Mohedano y a Parejo que le den una vuelta a la afirmación pessoana, en la convicción de que son más los convencidos de que donde más vanidad hay es en las filas de la literatura (Juan Cruz habló de "egos revueltos"), no en la vida real. ¿Qué les atrae y qué les atemoriza del mundillo literario? "Me atraía el ejercicio en sí de creación, el reto de saber de si sería capaz de hacerlo. Algo así como para el corredor que se plantea terminar una maratón", dice el primero, que por el camino además ha descubierto un nuevo enfoque en su lectura que le agrada enormemente pues le da otra dimensión a títulos que ya había leído previamente. "Entiendo el punto de vanidad, aunque lo asocio a la publicación no a la escritura en sí y, de hecho, es un vértigo que en cierto modo me incomoda".
Parejo, por su parte, está en ese instante feliz propio del autor a punto de caramelo (lo que quizá no es sino otra manera de suspender la incredulidad). Ahora mismo, lo que le atrae es "la energía y la generosidad con la que trabajan" en su editorial y lo que le retrae del mundo literario "quizá son cosas que me han contado, no cosas que yo haya visto todavía, así que intento borrarlas de mi cabeza porque son juicios que he hecho desde el otro lado".
Patinando sobre hielo fino
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Los tres (y todos los demás protagonistas de esta rentrée) vienen a demostrar, una vez más y si falta hacía, que la tan cacareada "muerte de la novela" es sólo eso, un alboroto gallináceo. "Los que hablan de la muerte de la novela son, en realidad, agentes de una sociedad muy poco secreta que tiene declarada la guerra a la ficción —sostiene Carreño—. A veces los escritores hacen concesiones y prometen escribir relatos de los que hayan suprimido casi completamente la imaginación. Si pudieran, eliminarían también las palabras". Pero no es preocupante, debemos utilizarlos como estímulo para buscar nuevas formas de verosimilitud, nuevos cauces de unión entre el mundo y su representación. "Las novelas forman parte de nuestro destino. En ese sentido son necesarias. Yo soy más bien partidario de utilizar la fuerza del contrario a nuestro favor, de utilizar la obsesión por la luz para profundizar en las sombras."
¿Cambiar para que todo siga igual? Mohedano admite que se multiplican los formatos "y eso yo creo que es lo que puede cambiar, pero me niego a vislumbrar la muerte de la novela mientras haya alguien dispuesto a inventar una historia y otro a escucharla".
Alejandra Parejo, por su parte, reivindica una cierta superioridad (al menos, una diferencia sustancial) entre la novela y otros territorios de la ficción, como las series o las películas. "Es la mejor manera de imaginar tú mismo las historias que otros han creado, tienes la posibilidad de inventarte escenarios, de recrear momentos que se amoldan a tu memoria y a lo que has vivido". De ahí que la novela sea más necesaria que nunca, "porque nos separa de todos los estímulos que recibimos a diario, nos aleja de estar con el móvil en la mano, nos da momentos de silencio y de una desconexión que casi no queda en el mundo en el que vivimos".