Libros

Una riqueza construida sobre los hombros de esclavos

El escritor Benjamín Prado.

Hay una cita que se repite como un mantra en la última novela de Benjamín Prado, Los treinta apellidos (Alfaguara). El escritor y colaborador de infoLibre se lo toma prestado a Balzac: "Detrás de cada gran fortuna hay un crimen escondido". Aquí, el crimen es bien conocido: la esclavitud, institución que diezmó y sometió a la población de los territorios conquistados por Europa y sobre la que se irguieron imperios enteros. Y la "gran fortuna" es, en realidad, plural. La de esos treinta apellidos a los que hace referencia el título, siguiendo la cita de uno de los personajes, que habla del Ibex 35: "Nosotros le llamamos el 30 más 5: hay 5 que entran y salen, los otros 30 llevamos 200 años". 

El asunto llega, una vez más, de la mano de Juan Urbano, profesor de literatura, escritor por encargo y detective (o espía) accidental que ha protagonizado ya otros tres libros del mismo autor. Prado (Madrid, 1961) ya dejó clara su intención —"Era una amenaza", dice él entre risas— de publicar una saga de diez volúmenes en los que el letraherido se asomaría a un episodio de la historia de España. Mala gente que camina (2006) versaba sobre el robo de bebés durante el franquismo; Operación Gladio (2011), abordaba la extensión española de la red dirigida en Europa por la OTAN y la CIA durante la Guerra Fría; Ajuste de cuentas (2013), estaba ambientado en la última crisis económica. Y si en ellos recorría la novela histórica, la de espías o la novela negra, aquí se lanza a la "novela de piratas"

 

Juan Urbano parece tener entre manos un caso aparentemente privado: Lluís Espriu, descendiente de una poderosa familia de la burguesía catalana, busca conocer la historia de sus antepasados. Y, particularmente, una porción de ella: la rama cubana que su tatarabuelo, comerciante, había dejado en la isla. Una mujer, una hija, un "hogar en b, por usar términos actuales", dice Prado, de su misma sangre y con su mismo derecho, aprecia Espriu, a la riqueza. Si él busca restituir una injusticia, parte de su familia no estará tan convencida: ¿por qué compartir herencia y dividendos con unos advenedizos? 

La trama es ficticia, pero los indianos de los que desciende Espriu son personales reales. De un lado, Joan Maristany, originario de El Masnou, que se enriqueció con el tráfico de esclavos y la piratería en la segunda mitad del XIX (aunque la esclavitud se aboliría en España en 1837, perduraría en las colonias y en la Península, de facto, a lo largo de todo el siglo). Es tristemente famoso, además, por su participación en el exterminio de los rapanuis: Maristany y sus hombres desembarcaron en la isla de Pascua para apresar y vender a sus habitantes, que murieron por cientos durante el ataque y, posteriormente, en los campos de Perú. "Por él y por otros como él nos preguntamos aún hoy por el significado de las cabezas de la isla de Pascua", apunta Prado. "Y con el dinero que ganó él y otros se explica, por ejemplo, que en un pueblecito tan pequeño como El Masnou hubiera un astillero y se construyeran naves enormes".

Del otro lado del árbol familiar, Urbano Feijoo de Sotomayor, esclavista gallego y administrador de ingenios azucareros en Cuba (haciendas dedicadas solo al cultivo de caña). Tras la rebelión de esclavos de Santo Domingo y la prohibición de la trata en la Península, Feijoo llegó a una conclusión: "Tuvo la brillante idea de repoblar las plantaciones con gallegos que llevaban a la isla de Cuba para hacer el mismo trabajo y vivir en condiciones de esclavitud". Hasta allí llegaban sus paisanos engañados, creyendo que tendrían el estatus de colono, y encontrándose con contratos abusivos que contemplaban castigos ejemplares y cláusulas como: "Me conformo con el salario estipulado, aunque sé y me consta que es mucho mayor el que ganan los jornaleros libres de la isla de Cuba; porque esta diferencia la juzgo compensada con las otras ventajas que ha de proporcionarme mi patrono". 

"Es muy fácil entender que el dinero con el que se construyeron todas esas casas de indianos que vemos por España", apunta el escritor, "proviene de la trata de esclavos, de las plantaciones en Cuba". Ese dinero se invirtió luego en el tráfico marítimo, en la red de ferrocarril, en la banca, en casas de seguros... Un dinero sucio que impregnó todo el país. Prado lanza un dardo: "Esa gente, en lugar de pagar un precio por sus actos, se convirtieron en una serie de apellidos que son los que llevan, en muchos casos, mandando en España dos siglos, o por lo menos dándole las órdenes a los que mandan". No es un episodio amable de la historia española y, a diferencia de territorios como Estados Unidos, este pasado esclavista no parece suscitar ningún tipo de debate. El autor tiene una respuesta, como suele, algo aforística: "En España no hemos entendido bien la diferencia entre pasar página y arrancarla". 

infoLibre en la Feria del Libro de Madrid

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Las cifras no son desdeñables. La historiografía establece que entre 1501 y 1866, barcos con bandera de España transportarían más de un millón de esclavos desde África hasta América, el 8,3% de todo el tráfico estimado. Y aquí presume de olfato el escritor: "Cuando publiqué Mala gente que camina me dijeron que eso del robo de los niños me lo había inventado, que eso había pasado en las dictaduras del Cono Sur en los años setenta, pero no en España. ¡Y vaya si pasó! Ahora seguro que no falta gente que me dice que me he inventado nuestra relación con la esclavitud".

Su lema, que da título a una de sus conferencias: "Si no quieren que la cuentes es que es una buena historia". Es, considera, "una buena regla para un novelista". Sostiene que hay otros motivos, además de la amnesia colectiva, para no atender a ciertas zonas del pasado común: "Quizás hay gente que no quiere que se mire hacia atrás porque su apellido estaba ya allí y ahora sigue estando aquí. Y a lo mejor no le interesa que se le relacione con ciertas cosas". Y eso que Prado cree en el propósito de enmienda, encarnado en un descendiente de Maristany que trata de romper con el expolio familiar. "El problema no es que haya gente cuyos tatarabuelos fueran negreros, sino que lo siguen siendo de otra manera", lanza. Porque "no es lo mismo secuestrar a personas en Guinea Ecuatorial, dejar que se te mueran en las bodegas y al resto tratarlas como animales" que "tener a un niño cosiendo balones 16 horas al día por 20 céntimos". "Pero", advierte con una pausa, "es parecido". 

 

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