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La asesina del niño Gabriel hace saltar las alarmas: ¿Vale todo en el 'true crime'?

Candela Peña y Tristán Ulloa caracterizados como Rosario Porto y Alfonso Basterra

El interés por los crímenes reales es tan viejo como el propio ser humano, pero lo que ahora todos conocemos oficialmente como true crime es un género que vive su máximo esplendor en este siglo XXI de múltiples plataformas de streaming, consumo frenético de contenidos audiovisuales y redes sociales aún más veloces. Es, precisamente, por esta rapidez propia de nuestros tiempos por la que la forma de contar las historias está en constante evolución, empujando y contrayendo los dichosos límites del buen hacer y la mala práctica.

En una sociedad en permanente exposición es inevitable en este asunto la fricción, cuando no la colisión. La libertad de información frente al derecho a la intimidad. La madre del pequeño Gabriel Cruz ha denunciado que hay personas que se están lucrando con el asesinato de su hijo, convertido en mediático muy a su pesar, hace ya seis años, y que incluso su asesina, en prisión permanente revisable, está grabando un programa o un documental desde la cárcel. En el caso opuesto, los creadores del documental No estás sola, sobre las agresiones del grupo conocido como La manada, sí contaron con el beneplácito de las familias y las víctimas.

"A mí personalmente me interesa muchísimo el true crime en todas sus fórmulas, pero al mismo tiempo está el tema moral de preguntarse hasta qué punto se puede mercantilizar la desgracia ajena", plantea a infoLibre Elena Neira, profesora colaboradora de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), quien recuerda que, al mismo tiempo, la mayoría de los casos que pasan al documental, el podcast o el formato que sea llegan "precedidos de un gran revuelo mediático" que se situó en su momento "en la misma controversia de determinar dónde termina lo informativo y comienza el entretenimiento frívolo".

Desde la preproducción hasta la edición final, todos los autores y productores deciden qué y cómo narrar cada parte de esa historia, y también los detalles que pueden dañar no solo la conciencia colectiva, sino también y sobre todo la particular de las victimas

Xelo Montesinos — CEO y fundadora de Unicorn Content

La CEO y fundadora de Unicorn Content (productora de Ana Rosa Quintana), Xelo Montesinos, asegura a infoLibre que "existen dos tipos de límites: los legales y los éticos". "Cuando tú te planteas hacer un true crime, en el formato o soporte que sea, ya de por sí te preguntas legalmente hasta donde puedo llegar y éticamente hasta donde quiero llegar", destaca. Y explica: "Desde la preproducción hasta la edición final, todos los autores y productores deciden qué y cómo narrar cada parte de esa historia o dónde es importante el impacto y el efectismo, porque evidentemente eso forma parte de nuestro trabajo, pero también los detalles que pueden dañar no solo la conciencia colectiva, sino también y sobre todo la particular de las víctimas".

Siendo un género que nos acompaña con naturalidad desde hace largo tiempo –en nuestro país la serie de los ochenta La huella del crimen podría considerarse un buen punto de partida–, no es menos cierto que experimenta actualmente un pico importante de producción y de aceptación por parte de la audiencia española (y mundial). Ahí están, de hecho, títulos como El caso Asunta, El rey del cachopo, El caso Sancho, El cuerpo en llamas, Las cintas de Rosa Peral (estos dos últimos sobre el mismo caso, conocido como crimen de la guardia urbana), Nos vemos en esta vida o en la otra, El marqués, Bretón: la mirada del diablo o el mencionado No estás sola. Documentales o series ficcionadas que se incorporan a una tradición con otros nombres populares un poquito menos recientes como El caso Alcasser, La verdad sobre el Caso Wanninkhof, ¿Dónde está Marta?, El asesino de la baraja, Nevenka, Muerte en León, Yo fui un asesino: El crimen de la katana, En el corredor de la muerte, La desaparición de Madeleine McCann o Lucía en la telaraña.

Existe un eterno debate entre la libertad de expresión e información y el derecho a la intimidad y la privacidad. Son dos derechos fundamentales, pero no absolutos, por lo que en determinadas circunstancias uno puede prevalecer sobre otro, y es algo que deciden los jueces

Eduard Blasi — Profesor de Estudios de Derecho y Ciencia Política de la UOC y divulgador del canal de Instagram TechAndLaw

Para Eduard Blasi, profesor de Estudios de Derecho y Ciencia Política de la UOC y divulgador del canal de Instagram TechAndLaw, todos estos productos audiovisuales tienen un alcance mayor que hace unos años por la amplificación de una sociedad conectada a través de las redes sociales. Esto tiene una parte positiva al construir una sociedad "mejor informada", si bien, a su vez, alerta de un posible impacto negativo sobre las víctimas o las familias de las víctimas en las situaciones en las que "exceda la libertad de expresión e información y hablemos de contenidos sensacionalistas y morbosos" que, además, entren en una "zona más gris" por no ser "actuales o noticiables".

Y todavía continúa explicando a infoLibre: "Existe un eterno debate entre la libertad de expresión e información y el derecho a la intimidad y la privacidad. Son dos derechos fundamentales, pero no absolutos, por lo que en determinadas circunstancias uno puede prevalecer sobre otro, y es algo que deciden los jueces. La temporalidad es un elemento esencial, pues los programas de true crime muchas veces no hablan de hechos actuales y, por tanto, podría llegar a considerarse en muchos casos que la noticia ya ha sido comunicada y por tanto decae esa libertad de expresión o información. Hay situaciones varias y zonas grises importantes que en muchos casos requieren una ponderación previa que, por descontado, tiene que hacer cada medio antes de emitir una noticia, no únicamente para cumplir con la propia norma, sino también con el código deontológico periodístico".

Neira habla de términos como "respeto a las víctimas" o "derecho al olvido" al tiempo que recuerda que "si hay un caso dramático en tu familia no puedes evitar que se haga un documental", tal y como está denunciando la madre de Gabriel Cruz, quien además lamenta no tener medios económicos para defenderse legalmente, así como el silencio de las instituciones. "Puedes no participar o mandar comunicados para desmarcarte, pero supongo que alguien que vive un suceso de estas características lo único que puede pedir es que le toque un realizador o un director que tenga un poco de sensibilidad y sepa lo que hace", apunta, apelando a la responsabilidad individual de los creadores para pensar "hasta donde se quieren llegar y cuanto se quiere retorcer los límites del periodismo y de la creación para crear un producto que sea o bien objetivo o que sea atractivo para una audiencia".

En el tratamiento televisivo del caso de Gabriel no hubo una gran diferencia respecto a las niñas de Alcasser, y les separan treinta años

Elena Neira — Profesora de Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC

"Es que se puede contar lo mismo de maneras muy diferentes", apostilla, retrocediendo en el tiempo hasta los años noventa para recordar el tratamiento televisivo que se dio al crimen de las niñas de Alcasser, que "desencadenó una auténtica psicosis". "En el tratamiento del caso de Gabriel no hubo una gran diferencia respecto a las niñas de Alcasser, y les separan treinta años", asegura. Algo con lo que no está de acuerdo Montesinos, pues aunque coincide en que "hay muchísimas formas de contar una historia", incluso "siendo efectista con otras técnicas y sin pasar necesariamente por el morbo puro", defiende que en la actualidad no se tratan de la misma manera estos temas que varios lustros atrás.

"Las piezas que se hacen, incluso en el día a día informativo, ya no son las de hace veinte años. Y esto pasa en todos los niveles, tanto en prensa escrita como en audiovisual. Yo creo que esos límites nos los hemos ido poniendo poco a poco socialmente", destaca, para pasar acto seguido a explicar que a la hora de poner en marcha un true crime "el primer límite moral que te planteas es hablar con las víctimas" o, lo que es lo mismo, "de alguna manera pedir permiso". "A partir de ahí, aunque queramos contarlo todo, hay muchas fórmulas para no cruzar determinados límites", asegura.

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Y explica desde su extensa experiencia: "Imagina que una cadena te compra un documental y la víctima, las víctimas o los familiares, no quieren participar. Pero tú tienes una buena investigación y no quieres dejarlo porque tienes una nueva línea o algo periodístico. A partir de ahí ya te planteas otro tipo de límites, como no entrar en detalles escabrosos, que aunque los tienes no vale la pena recordar. O tienes un sumario pero sabes que aunque haya pasado el tiempo o haya prescrito no vas a sacar algunas cosas. Tampoco vas a recordar de un juicio de una época declaraciones perturbadoras que de alguna manera pueden aportar más dolor a las víctimas".

Según indica, todos estos momentos, incluso el del propio crimen origen de la serie o el documental (o el podcast en su caso), se pueden "perfectamente contar de otra manera, por ejemplo con reconstrucciones para recrear situaciones de una forma más velada y menos explícita, como si fueran reales pero ficcionadas, para que el espectador las pueda intuir sin ser extremadamente realista". "La ficción ayuda a no ser extremadamente cruel. Tratas una realidad sin crueldad o sin dañar la retina de las víctimas y de la propia sociedad", subraya, asegurando que todo ello "hace que haya determinados limites que ya no se cruzan". "Aunque tengas unas fotografías de lo que sea, tú no las vas a enseñar. No tienes por qué poner los detalles en casos de abusos sexuales o violaciones. Eso ya no se hace en el día a día. Puedes usar muchos más elementos tecnológicos de edición y vas a evitar todo aquello que produzca más dolor, sin dejar de contarlo en un momento dado", argumenta.

Por todo ello, Blasi apunta que en este tipo de programas es importante que las "cautelas sean mucho mayores" que en otros, sobre todo "cuando decae esa temporalidad que muchas veces es la que justifica o no la necesidad de informar". Esto se debe, según sus palabras, a que "si alguien ha sufrido una tragedia y años más tarde se monta un programa donde se emite determinada información, se hace revivir a esa persona determinados hechos, y es dudoso muchas veces hasta qué punto queda justificado revivir y difundir determinada información cuando el hecho que en su día pudo ser noticiable y de relevancia pública, difícilmente podría entenderse que lo es transcurrido un tiempo prudencial o unos años".

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