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Thomas Piketty: "La UE, como un flujo de capitales sin redistribución, no está funcionando"

El economista francés Thomas Piketty, en la presentación de su libro 'Capital e ideología'.

Thomas Piketty (Clichy, Francia, 1971) llega tarde a la presentación a la prensa de su libro en Madrid debido, en parte, a la huelga en Francia contra la reforma de las pensiones. En la mesa espera el grueso tomo de Capital e ideología (recién publicado en castellano por Deusto), la continuación del estudio iniciado con El capital en el siglo XXI, un volumen de economía de más de 600 páginas que se convirtió, sin embargo, en un bestseller mundial desde su publicación en 2013, con más de dos millones de ejemplares vendidos en todo el mundo. Aquí, el economista, director de estudios en la prestigiosa École de Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS), redobla su apuesta: son 1.200 páginas las que alcanza este nuevo ensayo, en el que extiende su análisis de la desigualdad a lo largo de cientos de años y cuatro continentes. 

El nuevo volumen del gurú es, principalmente, un trabajo histórico. Piketty analiza los "regímenes desigualitarios" desde la Edad Media, pasando por las "sociedades esclavistas", el comunismo y la desigualdad actual, tratando de detectar la "teoría de las fronteras" y la "teoría de la propiedad" que ha servido, en cada caso, para justificar esta desigualdad. Para los asustadizos, Piketty aclara, ya llegado al Instituto Francés en Madrid, que este ensayo "no requiere conocimientos técnicos" y "puede ser leído por cualquiera" —como en su anterior título, insiste en que su propósito es "contribuir al debate público"— y también que este pretende ser "un libro optimista". Parece estar funcionando: la editorial Deusto asegura que en las dos primeras semanas de su publicación se han vendido ya 4.000 ejemplares

 

Precisamente por ese ánimo de crear un libro popular que marque la conversación, el economista dedica toda la última parte del libro a un diagnóstico ligado a la actualidad y a una serie de propuestas, desarrolladas a lo largo de 90 páginas para lo que él llama un "socialismo participativo" en oposición al socialismo centralizado. En este "socialismo participativo", las entidades supranacionales estarían participadas por los parlamentos nacionales, trabajadores y empresarios compartirían la gestión de las empresas, se suprimiría la fiscalidad indirecta, se reformarían los impuestos sobre el patrimonio y se pondrían en marcha impuestos sobre la renta —incluidas las inmobiliarias y financieras— más redistributivos que llegarían a tasar hasta un 90% las fortunas milmillonarias. Con esto, el economista propone "superar el capitalismo y la propiedad privada" tratando de evitar la acumulación de riqueza en unas pocas manos, y facilitando el acceso a la propiedad a todas las capas de la población. 

Si Piketty firma un ensayo optimista, pese a hablar de desigualdad, es porque encuentra que "a la larga, hay un proceso de reducción de la desigualdad". Particularmente en el siglo XX, donde se produjo una "amplia reducción de la desigualdad" que se tradujo en una "mayor movilidad social" y un "mayor crecimiento" que redujo la gran concentración de propiedad heredada del siglo XIX y que permitió invertir en servicios públicos, como la educación, que en su opinión ha sido uno de los puntos clave en el crecimiento de la igualdad. "Compartir la riqueza y el poder, porque la propiedad es poder, fue un éxito", expone. Pero Piketty defiende que este proceso se interrumpió a partir de los años ochenta-noventa, por "malas razones": "el intento de Reagan de iniciar una nueva economía, reduciendo los impuestos progresivos, lo que debía llevar a una economía más innovadora y competitiva". Esto solo llevó, critica, a un "desorden político" y una economía polarizada. 

En este nuevo volumen, el economista vuelve a criticar la "fe en los mercados desregularizados" construida por el giro neoliberal. Particularmente, la institucionalización del "derecho sacralizado a hacer riqueza en un país gracias a la infraestructura o a la educación pública, y a mover luego esa riqueza a donde quieras sin que ninguna administración sepa adónde y pueda tasarla igualitariamente". Esto tiene mucho que ver, dice, con la crisis europea, el Brexit y las elecciones británicas, que se celebran este 12 de diciembre. "En cierto modo", señala, "todos somos responsables del Brexit. No podemos culpar a unos 'estúpidos líderes nacionalistas', aunque los haya". El economista compara los resultados del Brexit con el referéndum sobre el Tratado de Maastricht llevado a cabo en Francia en 1992: ambos estuvieron muy igualados, explica, y en ambos las clases populares votaron contra la integración europea. "Tenemos que tomarnos en serio lo que estos votos nos están diciendo", defendía en la presentación del libro. "Si esto pasa, significa que la manera en que la Unión Europea funciona, como un flujo de capitales y bienes sin una redistribución, no está dando resultado. Si no reescribimos de manera fundamental la organización de Europa, va a haber otros Brexit y otras crisis sociales". 

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En ese sentido, la Cumbre del clima se le aparece como "un símbolo de que necesitamos soluciones globales a problemas globales, algo de lo que la crisis climática es el mejor ejemplo". "Los tratados no pueden limitarse a regular el libre flujo de capital, sino que tienen que incluir metas en contrapartida, metas medioambientales sobre emisiones de carbono o sobre cuánto y cómo están pagando los contribuyentes", defiende el economista. Este cambio no necesitaría, en su opinión, de la anulación de los tratados europeos o internacionales ya existentes, sino la adopción de otros que comenzaran por dos o tres países firmantes. Esta sería también su propuesta para desarrollar lo que llama una "Unión Parlamentaria Europea", una suerte de Unión Europea reforzada que incluyera una política fiscal común y que comenzaría con los cuatro grandes países de la zona euro, Alemania, Francia, Italia y España, "o, como mínimo, dos o tres de ellos". 

El establecimiento de unos impuestos federales a nivel europeo sería también un choque de realidad, según la propuesta de Piketty, para proyectos como el del independentismo catalán. "No quiero decir que el movimiento por la independencia en Cataluña sea solo para quedarse el dinero de los impuestos", decía, con tiento, en la presentación. "Tiene muchas dimensiones. Pero sería muy naíf pensar que la dimensión económica puede ser ignorada". En opinión del autor, que en el libro dedica algunas páginas al conflicto nacionalista, el movimiento independentista responde en parte al modelo de desarrollo europeo "basado en la idea de que es posible tenerlo todo: la integración en un gran mercado europeo y mundial, todo sin verdaderas obligaciones de solidaridad y de financiación de los bienes públicos". "Si la parte esencial de los impuestos pagados por las rentas altas catalanas", plantea en el ensayo, "alimentara al presupuesto federal europeo, como es el caso en Estados Unidos, la salida de España tendría un interés limitado para Cataluña desde el punto de vista económico". "¿Queremos ser todos Luxemburgo?", se preguntaba Piketty en la presentación del ensayo. "Si quieres ser parte de una economía común, tienes que aceptar un impuesto federal". 

 

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