Cine
'Tierra firme': utopías familiares
"El título original de la peli era Don't fuck around with love [No jodas con el amor], pero me dijeron que eso no se podía, que tenía que quitar el fuck", dice entre risas el cineasta Carlos Marques-Marcet (Barcelona, 1983). Aunque finalmente lo desechara, ya da una idea de qué trata Tierra firme, su segunda película tras el éxito de 10.000 km (2014), que se estrena el próximo viernes. "Enrédate con un oso hambriento, / agarra a un tigre de los pelos,/ pero, cariño, no juegues con el amor", reza la canción de The Blenders del mismo nombre. Las relaciones de pareja no son, defiende, estables como casas construidas sobre la roca, sino mudables como el barco en el que viven los tres protagonistas y que juega un rol central en el filme. Y todavía más si se mete de por medio la posibilidad de formar una familia.
Con su ópera prima, 10.000 km, el director entró en el mundo del cine español por la puerta grande: de montador con una carrera desconocida en Estados Unidos a ganador del Goya a mejor dirección novel. Su retrato de una relación a distancia, a golpe de Skype y Google Maps y bañada por la luz azul de la pantalla, ganó en el Festival de Málaga y la atención de la crítica. ¿Cómo volver después de aquella película redonda, de aquel éxito? Marques-Marcet desecha de un plumazo eso de que la segunda película es más difícil que la primera: "Qué va, hombre, si nadie sabe quién eres y nadie te quiere dar dinero. En esta ha ido todo rodado".
En parte porque repite. Con los actores, Natalia Tena (Juego de Tronos, Harry Potter) y David Verdaguer (Verano 1993), a los que se suma Oona Chaplin y —el cineasta se frota las manos— Geraldine Chaplin. También con la productora, La Panda, formada junto a otros españoles emigrados que conoció durante su época en Los Ángeles. Y, bueno, con la inspiración biográfica. Si en el anterior filme se inspiraba en su propia vivencia fuera de casa, Tierra firme surge de una pregunta: "La de si tener o no hijos. Cuando grabamos 10.000 km y me sugirieron que los protagonistas quisieran tener un hijo, no me cuadraba porque lo veía muy lejano. Ha sido durante esta película cuando he vivido ese proceso. El guion ha anticipado mi vida, y ha evolucionado en paralelo a él. Se han ido retroalimentando". El resultado: su próximo filme, ya en rodaje, se titula La bona espera, y sigue el desarrollo de un embarazo.
Si Tierra firme se distancia de ese trazo autobiográfico es, primero, porque la pareja protagonista está formada por dos mujeres. Kat (Tena) no se ve con niños y Eva (Chaplin) cada vez tiene más prisa. En medio de ese impasse emocional, más profundo de lo que ellas creen, aparece Roger (Verdaguer), el mejor amigo de la primera, que se ofrece a ser el padre. Marques-Marcet cuenta que decidió que las madres potenciales fueran dos mujeres por una cuestión de guion: las parejas heterosexuales pueden tener hijos por accidente, pero las parejas lesbianas tienen, sí o sí, que discutirlo en profundidad. Y, además, daba la posibilidad de hacer entrar a un tercer personaje sin tener que tirar de una estructura basada en subtramas: aquí los tres tienen el mismo peso.
¿Puede con todo el amor? ¿Es posible llegar a acuerdos en algo de tanto peso como la maternidad? ¿Es posible transgredir la familia tradicional sin que nadie termine herido? La guía del equipo fue, en primer lugar, Maternidades subversivas, el libro en el que María Llopis cuestiona el parto y la crianza tal y como los entendemos. Pero el personaje de Geraldine Chapline, madre de su hija también en la ficción, apunta que, si se intentó con las comunas hippies de los setenta y no fue posible, era por algo. "Al final", dice Marques-Marcet casi avergonzado, "es más transgresor el libro que la película, porque yo tenía que hablar de algo que conozca un poco más".
Y es cierto que Marques-Marcet logra que una película centrada en una familia formada por una pareja de mujeres y un amigo, tan bohemios que viven en un barco, no parezca de otro mundo. Kat, Eva y Roger no son hipsters, no son clichés de treintañeros sin destino. Son reales: "Se trata de encontrar una naturalidad en un espacio que no es el que la sociedad dicta, pero es en el que estas personas están intentando vivir su vida". El truco está, parcialmente, en que es un lugar literalmente cedido por Natalia Tena. El barco que sube y baja los canales de Londres y que les complicó el rodaje más de una vez es suyo, y ahí vive cuando no está rodando en el extranjero —como ahora, con la serie Inteligencia colectiva—. Al menos, alguien sabía cómo tender amarras.
Las que no quieren niños
Ver más
Había otro asunto, además del naviero, que inquietaba al director. "He visto muchas pelis feministas, pero al final soy un hombre", dice Marques-Marcet. Para construir el guion sin meter la pata —insiste en que tiene "muchas amigas lesbianas", pero eso nunca es suficiente— llamó a Jules Nurrish, cineasta, compañera suya en la Universidad de California y artista abiertamente lesbiana. "También estuvo con nosotros en el rodaje, para asegurarse de que todo iba bien. Aunque figuraba como script editor [figura que revisa las cuestiones de continuidad], ella decía que era mi dyke supervisordyke supervisor [supervisora lésbica]", recuerda el director. Es ella también la que en el making off insiste: "¡Esto no es una comedia romántica!".
Tierra firme no pudo llamarse Don't fuck around with love, y el soul británico de The Blenders acabó cayéndose también de los títulos de crédito. "Quedaba demasiado happy ending", admite el director. Y no quería caer en esa idea del amor perfecto, rosa y suave. Su moraleja: "Hay que trabajar juntos. Al final, entran los créditos y la vida sigue. El final feliz depende de dónde acabe la película: si acaba más tarde, todos se mueren". Así que ganó espacio "Love isn't a right", de Molly Drake: "El amor no es un derecho, hay que ganárselo./ El amor no es un derecho que tenga que ser aprendido". Y el barco sigue navegando hasta la siguiente esclusa.