Una crisis global
Aterrorizados por la deuda: por qué España, Italia y Francia quieren a toda costa una ayuda a fondo perdido de la UE
Octubre de 2009. Un año después de la quiebra de Lehman Brothers, el socialista Yorgos Papandreu se impone en las elecciones griegas y el nuevo Gobierno heleno revisa al alza dos indicadores económicos fundamentales: el déficit pasa a situarse en el 12,7% y la deuda pública escala hasta el 113,4% del PIB. La desconfianza se apodera de los mercados y los especuladores se frotan las manos. Es el primer acto de un maremoto económico que termina llevándose por delante las economías griega, portuguesa e irlandesa y que se va expandiendo de forma desigual por toda la zona euro. Ahora, más de una década después, la crisis del coronavirus ha vuelto a reavivar los fantasmas de la deuda en el Viejo Continente. El miedo a una escalada descontrolada que les acerque, de nuevo, al precipicio es lo que explica en buena medida que países como España, Italia o Francia rechacen tajantemente la fórmula de los préstamos a la que se agarran Estados como Alemania, Austria o Países Bajos para hacer frente al impacto de la pandemia. La nueva crisis ha llegado en un momento delicado, con unas tasas de déficit y endeudamiento que todo el mundo da por hecho que se dispararán.
La cuarta cumbre telemática del Consejo Europeo se cerró esta semana sin grandes avances. Los Veintisiete Estados miembros son conscientes de que para hacer frente al duro golpe de la pandemia no basta con el acuerdo del Eurogrupo para la movilización de 540.000 millones de euros en préstamos. Con los coronabonos descartados ante la resistencia numantina de los países del Norte, parece haber consenso entre las capitales en la necesidad de poner en marcha un fondo de reconstrucción potente. Sin embargo, el entendimiento se queda ahí. Los miembros del club no consiguen ponerse de acuerdo sobre las principales características de dicha estrategia. Y menos, sobre la forma en la que el dinero llegará a las economías nacionales. Berlín, La Haya y Viena defienden que sea vía préstamos que los socios tengan que devolver. Algo que rechazan Madrid, París o Roma, que prefieren las transferencias a fondo perdido. “Hay ventajas e inconvenientes en ambos casos y se han intercambiado argumentos de forma muy constructiva”, aseguró la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, al término de la reunión.
El Gobierno de Pedro Sánchez acudió a la cumbre con una propuesta bajo el brazo. Desde España se planteó un Fondo de Recuperación Europeo con un tamaño de entre 1 y 1,5 billones de euros, anclado bajo el paraguas de un Marco Financiero Plurianual –el presupuesto comunitario– mucho más potente y financiado con deuda perpetua respaldada por las instituciones comunitarias, de forma que sólo se afrontarían unos intereses que se podrían cargar a nuevos impuestos comunitarios. La idea que tiene en mente la Comisión Europea bebe en parte de la propuesta española. Su plan pasa por elevar el techo de gasto desde el 1,2% actual hasta casi el 2%, lo que le daría cierto margen de maniobra presupuestario para emitir unos 323.000 millones de euros en deuda con la que movilizar alrededor de 1,5 billones de euros. No sería la primera vez que la Comisión utiliza esta vía, ya lo hizo en 2011 para los rescates de Irlanda y Portugal. Eso sí, nada de hablar de deuda perpetua. Mejor periodos de entre 5 y 30 años que permitan captar a un abanico mucho más amplio de inversores.
Los Veintisiete parecen estar de acuerdo con esas líneas básicas. Sin embargo, las grietas se abren cuando se aborda la cuestión del procedimiento para que las economías nacionales reciban los fondos. El planteamiento de préstamos reaviva en el Sur los miedos de la anterior crisis económica. En 2008, España afrontaba el estallido de Lehman Brothers con una deuda pública que rondaba el 40%. Cuatro años después, en el momento de suscribir el Tratado de Estabilidad europeo, esa cifra se situaba en el 69,5%. Sin embargo, ahora tiene que hacer frente la que ha sido considerada como la peor crisis desde la Gran Depresión con un endeudamiento que asciende el 95,5% del PIB y que podría dispararse hasta el 115% en 2021 –máximo desde el año 1902–, según las estimaciones del Fondo Monetario Internacional. La tasa española es, tal y como recoge Eurostat, la sexta más elevada de toda la Unión Europea, aunque se sitúa algo por detrás de la que registran Italia o Francia: 134,8% y 98,1%, respectivamente. En el Norte, Alemania y Países Bajos se mueven rondan el 59,8% y 48,6%, respectivamente.
Lo mismo sucede con el déficit. En suelo francés se sitúa en el 3%. En italiano, en el 1,6%. Y en el caso de España ha cerrado 2019 en el 2,8%. Estos dos últimos países también han visto en las últimas semanas cómo sus primas de riesgo, diferencia entre los bonos alemanes a diez años y los nacionales, han ido experimentando escaladas. De hecho, el pasado miércoles el Banco Central Europeo se vio obligado a intervenir para frenar la subida que estaban sufriendo ambos indicadores. A fin de calmar a los inversores, el organismo que preside Christine Lagarde anunció que se aceptarían bonos basura como garantía en las operaciones de liquidez a la banca. En aquella jornada, la prima de riesgo italiana se movió en los 250 puntos básicos, mientras que la española rondó los 155 puntos –en Holanda y en Austria se situaba por debajo de los 50–. Cualquier aumento de temperatura en este sentido retrotrae irremediablemente al año 2011 y a la famosa frase del entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero: “El diferencial con Alemania es un marcapasos que sigo día a día; si baja voy bien, si sube tengo problemas”.
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A nadie interesa una deuda que “no sea sostenible”
En este contexto, los economistas consultados por infoLibre creen que vehicular el respaldo económico a través de préstamos podría convertirse en un problema. “Si es un crédito tienes que emitir deuda para pagarlo, mientras que si es una transferencia a fondo perdido el impacto sería mucho menor. Por eso yo prefiero que se haga de esta última manera. A no ser que me digas que el crédito es a 100 años y con intereses bajísimos durante toda la carencia”, reflexiona José Ignacio Conde Ruíz, profesor de Economía en la Universidad Complutense de Madrid, que recuerda que “a nadie le interesa” que la deuda en los países del Sur “no sea sostenible” porque esto podría ocasionar “problemas para el euro”. Coincide el economista del Instituto de Estudios Bursátiles Javier Santacruz: “Puede suponer un impacto importante para España o Italia, sin duda alguna. Si das el dinero vía préstamos, la prima de riesgo se va a disparar, aunque no vamos a llegar a los niveles pasados porque está el BCE. Además, acumular mucha deuda aunque el tipo de interés sea muy bajo tiene efectos negativos en el crecimiento de la economía”.
Pero los economistas también explican, al mismo tiempo, que recurrir a transferencias a fondo perdido puede perjudicar a los Estados del Norte. Tanto a nivel económico como a nivel político. “Si se utiliza esta vía, el problema lo tiene quien da el dinero. ¿Por qué? Porque los costes de su deuda se incrementan porque no solo tienen que hacer frente a su propio endeudamiento, sino que también tienen que hacer frente a una deuda común de todos”, sostiene Santacruz al respecto. “Es muy difícil de vender, por ejemplo, que todo el dinero que aportan a Europa va a ir destinado a fondos de reconstrucción donde España va a recibir más que ellos. Por eso prefieren los créditos, porque son más fáciles de colocar a nivel político: 'Van a recibir más dinero pero lo van a devolver”, comenta Conde Ruíz. Todo esto explica, a ojos del economista del Instituto de Estudios Bursátiles, los motivos por los que es tan complicado que ambas partes lleguen a un entendimiento. Por eso mismo, la Comisión Europea está pensando en algo intermedio. Una propuesta que, según ha anunciado, contendrá un “equilibrio sólido” entre créditos y transferencias. Habrá que ver si convence.