Le Pen, Wilders, Trump… por qué las condenas judiciales acaban beneficiando a la ultraderecha

En 1972, un artículo publicado en el Washington Post sobre unas escuchas ilegales en la sede del Partido Demócrata desarrolladas por la campaña del entonces presidente de Estados Unidos, Richad Nixon, sacudió la política estadounidense. Esa pieza periodística, firmada por Bob Woodward y Carl Berstein, fue el pistoletazo del caso Watergate y significó un auténtico terremoto político que hizo caer al gobierno y dañó irremediablemente la carrera política de Nixon, tanto a nivel institucional como social. Pese a que en un primer momento no pareció afectarle, el lastre del Watergate terminó por hacer daño a su partido, el cual perdió las elecciones de 1976 después de una campaña donde, pese a no presentarse Nixon como candidato, todo el debate giró en torno al caso. Fue la caída de un político y una formación que solo cuatro años antes había logrado una de las victorias más impresionantes del último siglo en la política estadounidense.
Muchos aducen al mito del Watergate como uno de los mejores ejemplos de rendición de cuentas de los poderosos. El que la hace, la paga. Corromperse, robar o hacer algo ilegal tiene consecuencias directas en cómo los ciudadanos perciben a un político y, en última instancia, en cómo votan, castigándole electoralmente si este ha obrado mal. Pero ¿y si cambiamos el nombre de Nixon por el de Donald Trump? ¿Le hubiera hecho caer el Watergate o en cambio le hubiera ayudado a ganar las elecciones? La respuesta en 2025 es, probablemente, muy diferente a la de los años 70, y a esa duda contribuye una larga lista de políticos de extrema derecha que parecen ser inmunes a los escándalos.
La última en verse envuelta en un caso de corrupción con su consiguiente condena judicial ha sido la líder de Rassemblement National (RN), Marine Le Pen. La política francesa, que ya no ocupa la presidencia del partido (dejó ese puesto en 2021 al joven Jordan Bardella, candidato en las últimas elecciones legislativas), ha conocido este pasado lunes que, con total seguridad, no podrá ser candidata a las elecciones presidenciales de 2027, donde Le Pen es a día de hoy líder en las encuestas y probablemente la máxima favorita a hacerse con el Elíseo en su cuarto intento. El motivo es el desvío de fondos públicos del Parlamento Europeo destinados a pagar a asesores por actividades del propio partido en Francia. Una malversación que, a día de hoy, pone en peligro la carrera política de la que fuera la gran esperanza de la extrema derecha para llegar al poder.
Pese a que aún no hay encuestas fiables en el largo plazo después de la condena y a que Le Pen no se podrá, previsiblemente, presentar a las elecciones, lo más probable es que esta condena no afecte en demasía las perspectivas electorales del antiguo Frente Nacional. “Si pensamos en otros casos que hemos visto anteriormente, ya sea el de Trump o el de otros líderes populistas o de extrema derecha en Europa, es casi seguro que esta sentencia no les va a suponer una disminución en su apoyo. Y si lo pensamos bien, tiene sentido, porque el hecho de que les condenen no es incongruente del todo con su discurso político”, afirma Carolina Plaza, doctora en Política Comparada por la Universidad de Salamanca e investigadora especializada en la ultraderecha.
Es una dinámica que, por tanto, se ha visto replicada por muchos partidos de extrema derecha en toda Europa y que, en mayor o menor medida, ha sido exitosa. Si hay que buscar una única explicación, afirman tanto Plaza como Anna López Ortega, politóloga, profesora de la Universidad de Valencia y experta en extrema derecha, es la forma en la que este tipo de formaciones articulan su discurso, basado en el populismo y, en muchas ocasiones, en el victimismo. Y es que si por algo se caracteriza la ultraderecha es por su enfrentamiento constante contra un supuesto establishment o élite que socava la voluntad de un pueblo al que dicen pertenecer y defender. En ese discurso, la justicia solo sería una parte más de esa élite que les persigue y trata de destruirles.
“El mensaje de Le Pen antiestablishment ha logrado permear a la sociedad, y ese es uno de sus grandes éxitos, porque con él cambia la lectura de sus simpatizantes sobre estos hechos. Ella, como lo han hecho otros anteriormente, se está presentando como una víctima de un sistema que dice combatir y que va en contra del pueblo”, señala Ortega. Siguiendo este mismo discurso se han pronunciado otros partidos o políticos extremistas como la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, el presidente húngaro, Viktor Orbán, o el líder de Vox, Santiago Abascal. Todos ellos hacían referencia en sus mensajes de apoyo a Le Pen a que la justicia francesa estaba haciendo precisamente eso: hurtar a los ciudadanos franceses su derecho a votar a quien les da voz.
Sin embargo, la pregunta es ¿por qué la ciudadanía ha llegado a este punto? ¿Se ha creído realmente el discurso antiestablishment de la extrema derecha y ya hay poco margen para cambiar esa situación? Para Ortega, han tenido que cumplirse otras dos condiciones para que los ciudadanos no castiguen de igual manera la corrupción en estas fuerzas populistas: “Por un lado, estamos en medio de un clima de polarización asfixiante y de desconfianza en las instituciones. Esto refuerza la idea del hombre fuerte que lucha contra sus enemigos, ya sean estos los partidos opositores o el propio sistema, basándose en un odio al enemigo que también funciona muy bien en este clima de polarización”, comenta.
Por otra parte, la experta pone a su vez el foco en la oposición que han tenido este tipo de fuerzas, la cual nunca ha logrado construir un discurso contra ellas. “Los partidos han subestimado una y otra vez a la extrema derecha y durante mucho tiempo no se les tomó en cuenta para realizar una oposición igual a la que hacían al resto de partidos. E incluso, en este momento, la derecha está, asumiendo muy a menudo algunas de sus técnicas y pactando con ellos”, señala Ortega. Sin embargo, Plaza matiza que, según cree, los partidos tienen actualmente poca capacidad de agencia con respecto a este tipo de estrategias de la extrema derecha: “El sistema está bastante trucado, vemos que los propietarios de las redes sociales muchas veces favorecen este tipo de discursos y, por otra parte, los Estados no tienen demasiados instrumentos más allá de la inhabilitación para luchar contra ellos. Y en este caso, aunque ella no se presente, su partido se puede aprovechar”, asegura.
Les colocan como unos outsiders, lo que les hace partir de una nueva posición. Ellos no son políticos al uso, sino que son unos perseguidos por los poderes fácticos
Además, este tipo de condenas en muchas ocasiones refuerzan precisamente el discurso de la derecha radical, usándolo como prueba de que son molestos al sistema y que se les quiere destruir, algo en lo que Trump hizo mucho hincapié en su campaña. “Les colocan como unos outsiders, lo que les hace partir de una nueva posición. Ellos no son políticos al uso, sino que son unos perseguidos por los poderes fácticos. Es cierto que esto es incongruente con la idea de limpieza y honestidad, pero parece que ahora mismo los electores no votan en función de estándares morales, sino que lo hacen basándose en otras preocupaciones. Muchas veces, la población tiene la sensación de que todos los políticos son iguales y por eso no les importa que estén condenados por corrupción, porque eso no les hace estar manchados, sino ser uno más”, describe Plaza.
Además, en algunas ocasiones estas condenas les sirven para reforzar ciertos mensajes o colocarse como los dueños de temas que preocupan a la ciudadanía. Es algo que le sucedió, por ejemplo, al líder del Partido de la Libertad (PVV) de los Países Bajos, Geert Wilders, el cual fue condenado en 2016 por incitar al odio y a la discriminación de los musulmanes en uno de sus mítines de campaña. “Lejos de afectarle ante la opinión pública, esa condena le favoreció y le reforzó su imagen de persona que habla claro de la inmigración y como alguien capaz de detenerla. Todo eso le vino bien para capitalizar el tema migratorio y, en última instancia, para ganar las elecciones del año 2023”, recuerda Ortega.
¿Puede cambiar la historia?
Sin embargo, Guillermo Fernández Vázquez, profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III y autor del libro Qué hacer con la extrema derecha en Europa: el caso del Frente Nacional, tiene dudas con respecto a que RN salga más fuerte de esta condena. “Aunque no se puede decir que haya sido una sorpresa, esta sentencia es una muy mala noticia para el partido. Muchas veces desde la izquierda pasa que se leen las cosas en clave negativa: si se dan un varapalo electoral, mal. Pero si la extrema derecha tiene un problema como este siempre está el miedo de que lo vayan a usar para victimizarse y así ganar votos”, matiza el experto.
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Para él, el caso de Le Pen no es comparable al de Trump y, por eso, piensa que el resultado también podría ser distinto. En primer lugar, por una cuestión temporal. Entre la condena de Trump y las elecciones estadounidenses tan solo pasaron seis meses, en los que los republicanos lograron hacer una campaña muy dura y victimista y, además, con un intento de asesinato de por medio. En cambio, en Francia quedan aún dos años para las elecciones, lo cual dificulta enormemente emular la campaña que realizó el magnate.
Aunque no se puede decir que haya sido una sorpresa, esta sentencia es una muy mala noticia para el partido
Pero lo más importante es la segunda diferencia que ve Fernández Vázquez: la inhabilitación. “Trump se pudo presentar, pero todo indica que Le Pen no lo podrá hacer. La alternativa es Bardella, que no es nada comparable a ella. Es un chico de 29 años que comunica bien, no comete errores y es perfecto para la campaña de desdiabolización del RN, pero muchas veces en Francia se le ve como un robot, como si estuviera creado por IA de lo ‘perfecto’ que es, por eso mismo no transmite tanto como Le Pen, cuya principal virtud era la campechanía”, explica.
Esa capacidad hacía a la líder de ultraderecha conectar con la ciudadanía de clase media-baja y, sobre todo, con las mujeres, un electorado que suele ser esquivo para este tipo de formaciones. Ahora, no es seguro que Bardella pueda replicar la popularidad de Le Pen en estos estratos y, según Fernández Vázquez, “no puede competir con ella en atraer a este tipo de electorado. Por eso es un duro golpe para su partido y ahora mismo creo que la extrema derecha tiene una posibilidad no de desaparecer, evidentemente, pero sí de no llegar a la segunda vuelta en 2027”.