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Crisis del coronavirus

Los países pobres pierden la esperanza de un reparto equitativo de vacunas mientras Europa se permite dudar de AstraZeneca

Protesta por el monopolio de las vacunas en Sudáfrica, frente a una sede de Johnson & Johnson.

En 2011 se popularizó un meme denominado first world problems (problemas del primer mundo) que ironizaba con las triviales dificultades que encuentra un ciudadano del llamado primer mundo, rodeado de servicios públicos y bienestar, en comparación con los habitantes de las naciones más vulnerables. Los monstruos que produce la desigualdad, una década después, siguen siendo visibles con la vacuna. La inmunización evidencia que determinados debates solo se pueden mantener desde el privilegio. Las dudas y las precauciones con la vacuna de AstraZeneca en Europa son razonables, pero la mayoría de los países del mundo aún no se las pueden permitir: y hasta 2022, según cálculos de Médicos sin Fronteras, una quinta parte de ellos no recibirán ni una dosis. La esperanza de un acceso global y equitativo a la principal solución a la pandemia se desvanece. Las iniciativas al respecto ni han cuajado, ni se espera que cuajen por la resistencia "draconiana" del Norte global. 

La propuesta de India y Sudáfrica en el seno de la Organización Mundial del Comercio para suspender temporalmente las patentes de la vacuna está en punto muerto. Europa, Estados Unidos, Japón, Australia y otros poderosos se siguen oponiendo. "La semana pasada hubo una reunión de nuevo. A día de hoy no se ha alcanzado ningún acuerdo sobre la propuesta. Se ha venido debatiendo desde el mes de octubre y no hay nada aún, nos preocupa", asegura Vanessa López, directora de Salud por Derecho. "Hay reuniones informales en las próximas semanas y en mayo se celebra una de las más importantes", afirma, pero se mantiene la "posición de bloqueo". 

Raquel González, responsable de Relaciones Internacionales de Médicos sin Fronteras España, es más dura con la actitud de los países desarrollados. "Las resistencias de los países de rentas altas sigue siendo draconiana. Están mareando la perdiz. Han mantenido una estrategia de hacer preguntas a los patrocinadores de la propuesta por escrito. Les han respondido y han vuelto a repreguntar lo mismo para generar cierta parálisis", acusa. Detrás de esta postura se encuentra la intención de proteger la iniciativa privada del sector farmacéutico: las empresas han arriesgado millones de euros que quieren no solo recuperar, también rentabilizar. Las organizaciones que apoyan la iniciativa de India y Sudáfrica entienden, sin embargo, que un problema de salud pública requiere fortaleza pública, y que una situación excepcional requiere medidas excepcionales. 

Apoyos y rechazos a la suspensión temporal de patentes relacionadas con el covid.

No solo por altruismo: también por interés propio. La escasez de producción y el incumplimiento de los contratos atenazan a todos, aunque no por igual. "La liberación de las patentes es una solución imprescindible para los más pobres pero necesaria para los más ricos", asegura López. "Es necesario que los países, incluida España, sean coherentes con la preocupación que tienen por aumentar el ritmo de vacunación y sus propias manifestaciones de que la vacuna tiene que ser un bien de salud pública global. Protegidas por el monopolio de esta manera, la vacuna no es un bien público global". 

No hay vacunas para inmunizar a corto plazo a toda la población del mundo. Eso es evidente. Por eso más de 100 países apoyan la iniciativa de India y Sudáfrica: porque entienden que podría haberlas si laboratorios a lo ancho y largo del planeta obtienen la información necesaria para desarrollar las vacunas y que lleguen, al menos, a todos los sanitarios y personas mayores del mundo antes de que llegue 2022. Pero también hay problemas de compra, no solo de producción, aunque están interrelacionados. Países como Estados Unidos o Reino Unido han firmado contratos que les permitirían inmunizar dos veces a su población si llegan las dosis pactadas, reveló The New York Times. El mecanismo COVAX, dirigido por la Coalición para la Promoción de Innovaciones para la Preparación ante Epidemias (CEPI) y la Alianza Global para Vacunas e Inmunización Gavi (la Fundación Bill & Melinda Gates está detrás de ambos) compite con estos acuerdos bilaterales y no está cumpliendo sus objetivos. Fue ideado en abril para un acceso equitativo y justo a la vacuna del covid. Las organizaciones lo consideran ampliamente insuficiente, un parche. 

COVAX funciona como intermediario con las farmacéuticas. Negocia con las empresas para obtener dosis que, posteriormente, reparte entre los países interesados en adquirir vacunas. La compra conjunta permite rebajar el precio, por lo que se diseñó como una solución para los países sin capacidad para pagar lo que las compañías piden. La idea era que ningún país del mundo superara el 20% de inmunizados hasta que todas las naciones del mundo llegaran a ese porcentaje. Es obvio que no se ha cumplido. Los acuerdos bilaterales de los países más ricos han copado la demanda. Y cuando llegaba COVAX, ya solo quedaban los restos de la tarta.

Así lo aseguran expertos en el sector farmacéutico. Pero es difícil contrastarlo con datos concretos, dada la opacidad de los contratos, asegura González. "Es muy difícil tener una foto global de la capacidad de producción de vacunas y de quién está produciendo ahora mismo". Otras cifras de las carencias del fondo sí son públicas y bien conocidas: les faltan 2.000 millones de euros para llegar a su objetivo de inmunizar al 20% del planeta antes de que termine 2021, la primera meta que dibujaron. Ahora están trabajando con otro objetivo, mucho más asequible, cortoplacista y aún más insuficiente, juzgan las organizaciones: el 3% para junio. La vacuna a través de este mecanismo "ha llegado a algunos países", como Somalia, Jordania, Ghana, Costa de Marfil, Honduras o El Salvador. "A otros no ha llegado", denuncia la portavoz de MSF. "Hasta 2022, una quinta parte de los países no recibirán ninguna vacuna". 

Esto se veía venir. En Epidemiocracia, de Javier Padilla y Pedro Gullón –publicado en julio de 2020– ya se advertía sobre la inequidad vacunal. Ya ha pasado en otras ocasiones con otros problemas de salud pública. "La historia de la oposición a las patentes como mecanismo regulador de los monopolios farmacéuticos y como una gran barrera al acceso a medicamentos tiene su mayor hito histórico en los primeros años de la lucha contra el sida, una vez se habían desarrollado medicamentos que habían demostrado ser capaces de detener la progresión de la enfermedad y disminuir el número de complicaciones", explican. "Países como Brasil, Sudáfrica y, posteriormente, la India plantaron cara a las regulaciones de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y, bajo una situación declarada como emergencia de salud pública, lograron fabricar medicamentos genéricos, importarlos o presionar a la industria farmacéutica para bajar los precios hasta lograr que fueran asequibles". 

Décadas después, Brasil se ha desgajado de ese grupo inicial de países contra el monopolio farmacéutico. A pesar de formar parte del mismo estrato geopolítico, el de economías emergentes. El Gobierno de uno de los grandes países sudamericanos sí ha cambiado: del socialismo de Lula o Rousseff al populismo ultraderechista de Jair Bolsonaro. Brasil no solo no ha impulsado la iniciativa en el seno de la OMS, sino que se opone. "Hay idiotas que vemos en las redes sociales y en la prensa diciendo 've a comprar vacunas'. No hay vacunas para vender en el mundo", aseguró el presidente hace unas semanas. El país amazónico lleva semanas en una situación límite por la pandemia, atenazada por el negacionismo de su presidente, la desigualdad y su propia variante, la P1, más contagiosa. 25 de las 27 capitales de estados brasileños tienen ocupaciones de más del 80% en sus Unidades de Cuidados Intensivos.

Los expertos advierten de que Brasil es el caldo de cultivo perfecto para nuevas variantes del coronavirus que puedan escapar de la vacuna: alta transmisión, vacunación baja e irregular, conexiones con el resto del mundo. La mutación del genoma del virus es otro de los motivos por los cuales al mundo desarrollado, opinan las organizaciones, le interesa la inmunización del resto, además de por las obvias consecuencias para el comercio internacional. Unos dependen de otros en un mundo globalizado y nadie está a salvo si no lo estamos todos. 

No solo en las economías emergentes

La pandemia es cruel con las economías emergentes, suficientemente activas en el comercio internacional como para sufrir los estragos de la movilidad, no lo suficientemente ricas para imponerse en el mercado de las vacunas, con amplias brechas entre ricos y pobres. La primera ola en la India dejó el reguero de la muerte en las calles, con los hospitales ampliamente incapaces de atender a todos los enfermos, sobre todo en las grandes capitales. Sudáfrica ha sufrido en 2021 los estragos de la variante descubierta en su territorio, aunque desde hace semanas los casos empiezan a remitir. En Johannesburgo, los barrios de blancos sortean la crisis y los de negros se enfrentan a la miseria. En todos estos países, el ritmo de vacunación es muy inferior al de Estados Unidos o Europa. 

Pero no solo es cuestión de países ricos o países que aspiran a serlo. África, donde varios expertos pronosticaban el apocalipsis, ha resistido, ayudada por sus escasas conexiones con el resto del mundo, una población donde el 50% tiene menos de 14 años y unas redes sanitarias en determinados países que se infravaloran desde la mirada occidental. Pero podríamos estar viendo solo la punta del iceberg, como suele pasar en pandemia: la capacidad de identificar la transmisión real depende de la capacidad para testear a los ciudadanos. "Hasta que llegó la cepa sudafricana, el impacto fue menor de lo que nos esperábamos", reconoce González, que sin embargo alerta de que "todos los casos no se están reportando". Y no solo por las pocas pruebas, también por la dificultad añadida del conteo sin unos buenos sistemas de salud pública. "Si ya en España ha sido muchísimo jaleo toda la sistematización de los datos...", reflexiona. 

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Un estudio de la Universidad de Boston asegura que el impacto del covid en África ha sido "considerablemente subestimado". Aunque solo tienen datos de un país: de Zambia, en cuya capital entre el 15% y el 20% de los fallecidos entre julio y septiembre de 2020 dieron positivo en un test PCR post mortem. En Kenia se hizo un estudio de serología entre donantes de sangre que calculó un 4% de personas que habían contraído el virus de entre las poblaciones de las tres principales ciudades. El país solo había reportado 77.000 casos hasta el 20 de noviembre. El SARS-CoV2 circula por el continente africano y necesita vacunas, aunque aún falta para que las obtengan de manera masiva. 

"En Latinoamérica está pegando muy fuerte. En Venezuela, Perú, toda la zona de la cuenca amazónica, Bolivia, México... son países que no son los últimos de la cola pero donde, lógicamente, los sistemas de salud no son como los europeos", reflexiona González. Muchos de ellos apoyan la iniciativa de India y Sudáfrica, aunque Chile, uno de las naciones que más rápido avanza del mundo en la vacunación en relación con su población, no tiene "posición definida". El Ejecutivo de Sebastián Piñera, muy criticado por su gestión pandémica, se ha volcado en la inmunización y se ha lanzado desde el primer momento a buscar contratos bilaterales con las farmacéuticas.

La desigualdad atraviesa a barrios, ciudades, países, continentes y globo. Este jueves, la Unión Europea publicó su prototipo de pasaporte de vacunación: un documento para certificar que un viajero ha sido inmunizado, para así evitar PCR, cuarentenas y otras molestias cuando el turismo vuelva, como se pretenda, a partir del verano. Para entonces, COVAX pretende vacunar al 3% de los pobladores del resto del mundo. Con suerte. 

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