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La batalla de Mosul deriva en masacre entre la población civil
Avanzar. A cualquier precio. Ésa es la nueva consigna de las fuerzas iraquíes al oeste de Mosul. En el barrio de Mahatta, cerca de la estación, 26 civiles lo pagaban con su vida, en el ataque aéreo perpetrado el pasado 14 de marzo, a las 4 de la tarde. “Amad, Mahmud, Youssef, Marwan, Abdulllah, Fatah, su mujer, su madre…”, enumeran los cinco testigos directos de lo sucedido, refugiados en casas al sur de la ciudad con los que ha podido hablar Mediapart, socio editorial de infoLibre.
Hombres de la segunda división de las fuerzas especiales iraquíes fueron los que pidieron un ataque que se ha cobrado la vida de 26 civiles en una casa de Mahatta. Khalef Khudair, de 50 años, que sobrevivió milagrosamente al ataque, extiende en el suelo de la casa en la que ha encontrado refugio los documentos de identidad de los 18 miembros de su familia que perecieron en el ataque. “Eran entre las cuatro y las cuatro y cuarto del martes 14 de marzo. Un hombre de Daesh se apostó en nuestro tejado. Yo me encontraba en una habitación con otras dos personas. Dos enormes misiles impactaron sobre la casa. La habitación de al lado, en la que estaban los demás, quedó completamente destruida”. Acto seguido, fundido en negro. Hasta que lo rescataron de entre los escombros.
Un vecino, Ahmed Abu Ahmed, de 41 años, lo vio todo: “El combatiente de Daesh había instalado una ametralladora pesada KFC en uno de los tejados. Las fuerzas especiales iraquíes primero trataron de acercarse, pero el hombre consiguió hacerles retroceder. A continuación, cayeron dos misiles, uno después del otro”. Ahmed Abu Ahmed, expolicía, esta convencido: el ataque se perpetró desde un avión F16, un bombardero de construcción estadounidense. El hombre se dirigió a buscar supervivientes entre los escombros hasta que cayó la noche. En un primer momento, se encontraron 19 cadáveres.
Pero, al día siguiente, unos vecinos escucharon una voz débil procedente de entre las ruinas: “¡Mamá!, ¡papá!”. Ahmed Abu Ahmed volvió a buscar entre los cascotes hasta que encontró una niña, con las piernas rotas y una herida en la cabeza, que llevó a una ambulancia. Prosiguieron los registros entre las ruinas y con ellos la identificación de siete cadáveres más, lo que eleva el balance a los 26 muertos. Las familias de las víctimas sólo reclaman una cosa, autorización para ir a enterrar los cadáveres, que tuvieron que dejar donde se encontraban, cuando las fuerzas iraquíes los evacuaron de la zona.
Para los militares, no es el momento de enterrar a los muertos. “Mis hombres apenas se encuentran a 600 metros de la mezquita Al Nouri, la misma en la que Abou Bakr al-Baghdadi se proclamó califa”. Con la preocupación marcada en el rostro, el coronel Omar Ali repite machaconamente la distancia como un mantra. En calles a priori seguras desde hace una semana, el oficial iraquí se mantiene a cubierto pese a todo, bajo una tienda de Dawwasah, frente al parque municipal. Desplaza a derecha y a izquierda una mirada dura y, a continuación, corre hasta su blindado, que le conduce hasta sus hombres en dirección al Puente Viejo.
Minutos antes, los hombres, palmeras y edificios temblaban. Al otro lado del parque, entre la ciudad vieja y el río, un bulldozer bombabulldozer logró colarse zigzagueando entre dos líneas de unidades de la División de Reacción rápida (Emergency Response Division, ERD por sus siglas en inglés), las secciones de asalto del Ministerio del Interior iraquí, punta de lanza de la reconquista de Mosul Oeste. Un tiro de lanzacohetes lo desintegró antes de que alcanzase la tercera y última línea de defensa. La explosión provocó más de una decena de heridos graves entre los soldados iraquíes.
Atrás quedan los tiempos en que las secciones de asalto de la ERD conseguían controlar, en tan solo medio día, el aeropuerto, llegaban a la primera zona residencial al día siguiente y subían sin problemas hasta el cuarto puente de la ciudad. Y todo eso en apenas diez días. Las fuerzas de la ERD querían ofrecerle una nueva demostración a las fuerzas especiales, la famosa División de oro, que dirige la ofensiva en Mosul Oriental. Sin embargo, a día de hoy, a mediados de marzo, y lo mismo que en las dos últimas semanas, tienen problemas para hacer una pequeña incursión en una isla de grandes edificios en los alrededores de la zona sur de la ciudad vieja.
Ni siquiera las ofensivas nocturnas han permitido mantener el ritmo. Las fuerzas iraquíes avanzaron en el sector administrativo, en la noche del 6 al 7 de marzo. El Estado Islámico les dejó acercarse y, al día siguiente, en un contraataque masivo las forzaba a replegarse. Fue preciso volver a intentarlo en la noche del 9 al 10. Esta vez, las defensas de Daesh respondieron inmediatamente. Desde entonces, la ERD debe combatir a diario en estas zonas en principio ya conquistadas.
Víctimas colaterales de los ataques aéreos
Pese a los rumores y los anuncios triunfales, el 15 de marzo realmente ningún soldado iraquí tomo posiciones en la ciudad vieja. “La situación es muy difícil”, reconoce el brigada general Hafez Tayl, jefe del Estado Mayor de la 5ª división de la policía federal, desde su sala de operaciones, en el barrio de Tayran. En torno a él, los oficiales exploran los mapas interactivos que proyecta un retroproyector o inclinados sobre sus tabletas. La primera línea de combate esta marcada punto a punto; avanza en el límite de la ciudad vieja.
Sentado en un sofá detrás del cual hay una inmensa bandera verde en el que se puede leer un eslogan chiíta, el brigada general observa a su equipo desplazar a golpe de clic las posiciones de sus tropas: “Estamos rodeando la ciudad vieja. Pero ¡no nos precipitaremos al interior de sus calles estrechas!”. Mientras que la ERD se encarga del flanco derecho, a lo largo del río, la 5ª división avanza sobre el flanco izquierdo, del lado de la estación.
El mapa vía satélite muestra edificios robustos todavía en manos del enemigo, entre la estación y el laberinto del viejo Mosul: “El EI ha apostado francotiradores”, precisa el general del Estado Mayor Kifakh Monzer Ali, mientras le dictan las coordenadas para solicitar apoyo aéreo. Los walkie-talkies interrumpen de repente la ronda de informes y escupen un discurso: “¡Es el ministro!”, susurra el general Kifakh. “¡La victoria será nuestra!”, arenga la voz en el walkie. Durante apenas unos segundos se interrumpe la orden de atacar.
“En Aegat, cerca de la estación, las fuerzas de élite de la Policía Federal acaban de capturar a un blindado bomba de Daesh y a dos combatientes saudíes”, anuncia acto seguido con una sonrisa el general. “Los dos prisioneros han sido ejecutados”. Y sigue: “Llevaban cinturones explosivos”. Los policías federales finalmente avanzaron en dirección a uno de los inmuebles elevados que se había convertido en un obstáculo. Un oficial se confunde al desplazar la línea, corrige varias veces las posiciones. “Hemos progresado 350 metros hoy”, calcula el jefe del Estado mayo Hafez, mientras saca su pitillera. “No hemos encontrado una resistencia comparable a la de la ERD. Pero ya no podemos utilizar los humvees [blindados ligeros norteamericanos]. ¡Tenemos que enviar soldados a pie!”.
Los civiles que consiguen escapar de la primera línea aseguran que los combates cada vez están más cerca y cada vez son más violentos. Haider Ibrahim Rahawi, de 54 años, es un comerciante de Agedad. Huyó en la mañana del 15 de marzo, con su hermana y dos niños cada uno. Bajaron las calles de Tayran cargados con lo poco que les queda en la vida, algo de ropa. Llevaban varios días escondidos cuando la guerra arrasó su calle.
Haider detiene el paso: “Los policías subieron a nuestro tejado y abrieron fuego sobre las casas vecinas en las que Daesh había tomado posiciones. ¡Vi a un policía matar a un combatiente del Estado Islámico a tan sólo unos metros de mí!”. Sólo Haider se detiene para hablar, sus familiares permanecen distantes, como fantasmas. Sin embargo, tiene tiempo de añadir: “Mataron a dos vecinos. Uno, Salim, venía del barrio de Wadi Hajjer, le atravesó la metralla. Tenía unos 50 años... Un coche bomba o un ataque, no sé. El segundo, no lo conocía. Murió en un bombardeo”.
Según la Organización Internacional de las Migraciones, hay casi 100.000 desplazados de Mosul desde que comenzó la ofensiva al oeste de la ciudad, el 19 de febrero. En un primer momento, las fuerzas iraquíes intentaron convencer a los civiles para que permanecieran en sus casas, tal y como había hecho la mayoría durante la toma de la parte oriental de la ciudad. Las octavillas lanzadas por la aviación no fueron suficientes. Y fue así, sin duda, porque los aviones también tiraban bombas.
Airwars, un sitio independiente que realiza un recuento de las víctimas colaterales de los ataques aéreos, ha alertado del aumento exponencial del número de civiles muertos. Sólo en la primera semana de marzo, el site hablaba de 370 muertos, basándose en las continuas denuncias de los medios locales, difíciles de comprobar pese a todo. Para explicarlo, un general de las fuerzas especiales entrevistado por The Washington Post reconocía la rivalidad entre las unidades de élite iraquíes: “Lo único que les importa es el número de barrios sobre los que toman el control cada día. Quieren demostrar que son mejores que nosotros, a costa de los civiles”:
La “liberación” está lejos de ser el fin del calvario para la población civil. En una pequeña calle cerca del centro administrativo, recuperado el 6 de marzo, Angham Jassem se asoma fuera de su casa; en las manos lleva unos guantes rojos, que se ha puesto para limpiar los daños ocasionados en su casa, donde los cristales están rotos y la fachada se encuentra acribillada de impactos de metralla: “En Dawwasah sólo se han quedado 40 familias, unas 300 personas”, explica. “En los últimos cuatro meses, sólo hemos comido patatas y legumbres. Nos escondimos durante 15 días en nuestro sótano”. Dos semanas de caos durante las cuales llovían bombas. Además de algún obús de mortero de Daesh, lo que caía eran sobre todo bombas y cohetes de la artillería de la aviación iraquí y de la coalición. Durante todo el día, aviones y helicópteros hacen incesantes pasadas.
“Pero lo más peligroso son los coches bomba”, dice la joven madre. “En una semana, Daesh puso 20 en la avenida de Nabi Sheet”. Esta calle conduce directamente a la ciudad vieja. Angham vive en una calle perpendicular. Delante del portal de su vecino, hay un amasijo de hierros: un coche bomba destruido por la aviación. “Nos hemos quedado porque no tenemos adónde ir. ¡Y más vale esto que los campos de desplazados!”. ____________
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Traducción: Mariola Moreno
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