Comprender el yihadismo para combatirlo de otro modo

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Trece años después del 11-S, tres importantes asuntos han alterado la imagen de Oriente Medio. El primero, es la oleada libertadora que, desde la primavera de 2011, sigue socavando los cimientos del orden petroautoritario nacido de los Acuerdos Sykes Picot. El segundo, es el aggionarmento forzoso del islamismo políticoaggionarmento que, en Egipto, en Túnez, ha tenido que replantearse sus pretensiones ante el rechazo popular y la realidad del poder. El tercero, es la irrupción masiva en internet de sociedades civiles en ebullición que por primera vez tienen un modo de expresarse, a falta de poder expresar su opinión.

Este es el nuevo telón de fondo sobre el que el yihadismo continúa su despliegue y en el que se inscriben los dramas sirio e iraquí. Se trata de una crisis generalizada motivada por el hundimiento de las estructuras estatales heredadas de la independencia. Sin embargo, las potencias occidentales repiten ad nauseam el mismo guion: una revuelta civil centrada en la lucha contra “el terrorismo” garantizará la estabilidad de la región.

Piedra angular de este trillado guion, la Internacional Yihadista es la llave maestra necesaría en sí misma para justificar una operación militar rechazada mayoritariamente por la opinión pública meses antes, en Europa y en Estados Unidos. Esto incluye, las meteduras de pata y las incoherencias de François Hollande, capaz de atacar sin pestañear a Bachar Al Assad y a continuación a su enemigo, Daech (acrónimo en árabe del Estado Islámico en Irak y el Levante) como si se tratase de lo mismo. En septiembre, fue capaz de decidir que Francia no está legitimida para intervenir en Siria cuando hubiese sido necesario haberlo hecho un año antes. Todo ello pone en evidencia una cosa que, frente a las opiniones públicas mayoritariamente contrarias a la guerra, el yihadismo es a día de hoy el único asunto susceptible de proporcionar sentido a una lectura cada vez más incomprensible de la realidad de Oriente Medio.

¿Tenemos que sorprendernos por ello cuando los portavoces de estos yidahistas ofrecen a “Occidente” un universo ad hoc, de una familiaridad caricaturesca, con respecto a una situación extremadamente compleja?

No se trata de abordar aquí la responsabilidad, conocida y documentada, de los Gobiernos occidentales en la formación y el desarrollo de movimientos yihadistas en Oriente Medio. En el caso mencionado, la guerra contra Daech se justifica abiertamente como forma de “compensar” la calamitosa gestión de la crisis siria. Se trata más bien de subrayar que los yihadistas han recuperado un universo orientalista que, disfrazado de enfrentamiento cultural, atrapa a Occidente en una confrontación mortífera con él mismo.

Ya sea al más propio estilo de una película de romanos, como en los westerns, en los thrillers o como en una producción de ciencia ficción, Daech, como antes Al Qaeda, domina a la perfección los códigos del imperialismo cultural. El Estado Islámico integra a todo un batiburrillo orientalista que va de Lawrence de Arabia a Juego de Tronos, pasando por Salomé y San Juan Bautista.

Podríamos explayarnos sobre el interés de los soldados del Estado Islámico por dejarse fotografiar a caballo o por formar caravanas de jeeps en el desierto, de la querencia de sus jefes a la hora de vestir al más estilo vintage o de la reactivación teatral del tópico de la crueldad oriental, si no fuese porque son los únicos que proporcionan fotos sobre sí mismos. Los escasos testimonios existentes que hablan del estilo de vida en el Estado Islámico recogen la persecución a que son sometidos aquellos que tratan de documentar cómo se vive y cualquier civil sorprendido haciendo fotos es ejecutado de inmediato.

En el actual estado de fuerza, nos encontramos contemplando a Salomés con niqab, decapitaciones artesanas, crucifixiones, tiroteos a bocajarro, reproducciones inciertas de películas con prendas tradicionales, cabalgatas en el desierto o escenas de batallas extraídas de películas góticas. (Véase un vídeo de propaganda realizado por Mourad Farès, yidahista francés detenido en agosto de 2014).

Estallido orientalista en Occidente

En resumen, asistimos a una representación retro de la violencia. No tiene relación alguna con la calidad quirúrgica de las masacres masivas cometidas, entre otros, regularmente por los regímenes sirios, israelíes, egipcios y norteamericanos contra los habitantes de la región, pero permanece fiel a la representación hollywoodiense de Oriente Medio. (Aquí se puede ver parte de Dabiq, la publicación digital producida por el Estado Islámico).

En este autorretrato exótico, es de visionado obligado el nuevo Voyage en Orient  [Viaje a Oriente]. Patrocinado por la Internacional Yihadista, produce escenas bucólicas que muestran a jóvenes guerreros que retozan en el agua clara de una oasis y saborean frutos (granadas) cortados con el puñal. También se puede ver Le tourisme de ma Oumma est le djihad [El turismo de mi Umma es la yihad], un vídeo de propaganda sobre la vida de los combatientes del Estado Islámico que circula sobre las redes sociales.

Emblema de esta “inquietante extrañeza” que atrapa al espectador occidental a la vista de estas imágenes tan familiares por su exotismo, la figura de la mujer con niqab es la historia recurrente del estallido orientalista en Occidente. Encarna la intimidad de la amenaza representada por el Estado Islámico, una visión infernal de una Europa islamizada.

Mujeres fantasma, crueldad oriental, desierto, barbarie. Estas son las estaciones del viacrucis al que se somete al espectador occidental y los pilares del discurso sobre sí mismo del Estado Islamista. Estos clichés caricaturescos reconstruyen al detalle un Oriente fantasmagórico, inventado en el siglo XIX por las potencias británicas y francesas para respaldar sus aventuras coloniales, tal y como advirtió Edward Said

La reconquista de este imaginario colectivo, bastante trillado, se lleva a cabo echando mano de notables subversiones, como si al asumir como propios estos clichés orientalistas se tratase ante todo de reapropiarse de un lenguaje sobre uno mismo. Así, en este bestiario invertido, la joven europea conversa que viste el niqab, que se ha marchado para casarse con un emir polígamo de Irak, suplanta al viajero parisino del siglo XIX perdido en los pasillos del harem. Frente al Oriente abigarrado y colorista en el que el viajero europeo se apoyaba sobre particularidades locales, donde el desorden oriental justificaba la mirada organizadora del observador exterior, los yihadistas construyen un cliché monocromo. El negro generalizado del vestuario repite el carácter inclusivo del referente islámico, que engloba a su vez a Occidente en una retórica pseudouniversalista:

“¡El número de matrimonios mixtos y de niños mestizos es muy elevado, es magnífico ver que existe fraternidad sin racismo!”, se podía leer en la cuenta de Facebook de Aqsa Mahmood, yihadista británica emigrada al País de Sham.

Pero más allá de esta subversión retórica, las tribulación de la yihad global, de Al Qaeda al Estado Islámico o Daech, pasando por el frente Al-Nosra, cuentan la deriva inexorable del yihadismo, de ser un movimiento de liberación a una empresa colonial. Como si la movilización de un bestiario orientalista fuese indisociable de un proyecto de delincuencia organizada.

Propaganda para una “yihad 5 estrellas”

En aquellas ocasiones en que no alaban la “yihad 5 estrellas”, la abundancia de objetos y las bondades de vivir de la tierra prometida del Levante, los yihadistas extranjeros, que representan actualmente quizás más de la mitad de las tropas del Estado Islámico –según fuentes internas de la CIA citadas por The New York Times– publican sin reparos fotos y vídeos con piscina que han confiscado a los “infieles”.

“Aquí no pagamos alquiler. Las cosas se otorgan de forma gratuita”, explica en su página de Facebook (actualmente cerrada) Aqsa Mahmoud. “No pagamos ni agua ni luz. Nos dan provisiones todos los meses: espaguetis, pasta, conservas, arroz, huecos etc Hay ayudas mensuales para los maridos, la(s) mujer(es) y por cada hijo. Los cuidados médicos son gratuitos. El Estado Islámico lo paga todo. No se pagan impuestos (si eres musulmán)”.

Nuestro exilio está recompensado por el botín. Es tan reconfortante saber que el botín le ha sido arrebatado a los Infieles y que el mismo Alá te lo ha dado como regalo. En este botín de guerra, hay aparatos de cocina, frigoríficos, cocinas, hornos, microondas, máquinas para hacer batidos, aspiradoras y productos de limpieza, ventiladores y sobre todo, casas por las que no hay que pagar alquiler, electricidad gratuita y ¡agua que proporciona el califato! Es genial ¿no?”, proclama en su blog.

Visto desde este ángulo, el fenómeno del Estado Islámico no es, hasta en su subversión del discurso orientalista, más que la demostración de una aventura colonial que encuentra a día de hoy en los suburbios de Londres, Estrasburgo o Estocolmo soldados ad hoc cuya motivación no tiene mucho que ver con el islam para la gran mayoría.

En una entrevista concedida al sitio web Vice, Abu Ibrahim Raqqawi, activista sirio de 22 años, originario de Raqqa, se refiere a la vida en guetos de los yihadistas occidentales y al pillaje al que someten a los locales. “Los combatientes que vienen de Inglaterra, de EEUU etc. prefieren traer a sus mujeres o casarse con otras extranjeras, de Suecia o de Holanda. Se relacionan entre ellos. Hay como una pared entre ellos y la gente de Raqqa porque no hablan el idioma. La gente no los quiere porque se quedan con las mejores casas, roban el dinero y todo”.

En el mes de agosto de 2014, yihadistas del Estado Islámico difundieron en Twitter selfies con botes de Nutella; suscitaron debates entre combatientes sobre las virtudes de crema de chocolate para unar.

En el momento en que las potencias occidentales, entre ellas Francia, exportan al mundo árabe estos colonos de nuevo cuño, es paradójico, cuando menos, continuar percibiendo Oriente Medio como una amenaza para nuestra propia seguridad sin reconocer que nosotros mismos somos mismo una amenaza para Oriente Medio.

Porque tras las apariencias, Daech oculta un campo de batalla dramático en toda su amplitud. Mientras que la propaganda yihadista despliega con una eficacia inédita su mimetismo cultural sobre la Red, compañías norteamericanas, europeas e israelíes rivalizan en ingeniosidad para vender a los gobiernos autoritarios que han sobrevivido a la primavera árabe software de vigilancia que les dé los medios de impedir el resurgir de proyectos alternativos al orientalismo patógeno mantenido por la nebulosa yihadista.

El principal problema no es el Estado Islámico

Estos sistemas de vigilancia, adaptables al árabe y a los diferentes dialectos, ya permiten a los servicios de inteligencia, estimulados por la guerra contra el terrorismo, poner en marcha un espionaje masivo, permanente y general, de las comunicaciones privadas que se intercambian por e-mails, WhatsApp, Twitter, Facebook, Viber, YouTube, Grindr y etc.

En la línea de salida de esta tarea totalitaria, el Ministerio del Interior egipcio ya ha confiado a la filial de una compañía norteamericana llamada Blue Coat la tarea de rastrear las “ideas destructoras” que circulan en las redes sociales.

A día de hoy, el principal escollo que tienen ante sí las sociedades civiles árabes no es Daech o el Estado Islámico, sino organizarse para inventar colectivamente una visión de la región que no sea el del apoyo a una aventura colonial susceptible de movilizar a los iluminados del mundo entero, ni la de dar continuidad a un orden autoritario respaldado por Occidente.

Mientras que la yihad global, que reúne las mismas imágenes desde hace dos décadas, exporta con eficacia temible su retórica hollywoodiense, los ecos de la formidable efervescencia mediática que agita el mundo árabe son casi inaudibles fuera de sus fronteras.

El paisaje mediático sirio que era “un desierto informativo antes del despertar de marzo de 2011, nunca ha sido tan rico y tan diversificado como hoy”, dice el investigador Enrico de Angelis, autor de un estudio reciente encargado por la ONG danesa International Media Support, que reagrupa a más de 93 radios, páginas web de medios audiovisuales, revistas impresas, publicaciones y agencias de información en línea. “¿Por que los medios de comunicación, pese a esta cantidad ingente de contenido, creado por los sirios, fracasan cada vez más a la hora de dar voz a la sociedad civil siria?”.

Más allá de las dificultades de organización generadas por la producción de este discurso fragmentado, que necesita ser archivado y al que se precisa dar forma antes de ser comercializable, además de la represión homicida de los servicios de seguridad, los productores de contenidos también son víctimas de las políticas ciegas de Facebook y de las redes sociales. Estas eliminan los perfiles de los resistentes sirios y de los yihadistas como forma de rastreo arbitrario en contra de la imágenes violentas.

En este sentido, la guerra al Estado Islámico no es solo una guerra de otro tiempo porque pretende resolver una crisis global que se juega también fuera del campo batalla. Sobre todo, apoya que se amordace a las sociedades civiles en ebullición. Téngase en cuenta, además, la caza de brujas lanzada a petición de Egipto y de Arabia Saudí en contrapartida a su participación en la coalición contra el Estado Islámico, lo que queda de los Hermanos Musulmanes en Londres, Qatar y Estambul.

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Mientras que no inventemos otra gramática para hablar del mundo árabe, ni demos a estos discursos en potencia los medios para elaborarse y para que puedan ser escuchados, nos estamos condenando a respaldar a los movimientos sin anclaje local como la Coalición Nacional Siria y a hablar nuestra propia lengua como si fuera una lengua extranjera.

Como el presidente François Hollande que se refiere a “Daech” para no hablar de Estado Islámico, aun cuando este término es el acrónimo de “Estado Islámico” en árabe, como si la palabra pudiera significar tanto tulipa como péndulo, sin que el sentido cambie un ápice su supuesta monstruosidad... Con una actitud así, es difícil de creer que el presidente francés vaya a luchar en Irak contra algo más que molinos de viento.

Traducción: Mariola Moreno

Trece años después del 11-S, tres importantes asuntos han alterado la imagen de Oriente Medio. El primero, es la oleada libertadora que, desde la primavera de 2011, sigue socavando los cimientos del orden petroautoritario nacido de los Acuerdos Sykes Picot. El segundo, es el aggionarmento forzoso del islamismo políticoaggionarmento que, en Egipto, en Túnez, ha tenido que replantearse sus pretensiones ante el rechazo popular y la realidad del poder. El tercero, es la irrupción masiva en internet de sociedades civiles en ebullición que por primera vez tienen un modo de expresarse, a falta de poder expresar su opinión.

Claire Talon es una periodista freelance que vive desde hace tiempo en El Cairo. Arabista, especialista en Oriente Próximo, publicó en 2011 un libro

Al Jazeera, liberté d'expresión et pétromonarchie [Al Jazeera, libertad de expresión y petromonarquía], en la editorial Presses Universitaires de France. Colabora regularmente con Mediapart como analista de los movimientos de fondo que sacuden el mundo árabe.

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