Oriente Medio
El doble juego de Irán en la lucha contra el Estado Islámico
Supone una contradicción difícil de entender: las milicias chiítas coordinadas por Irán (a excepción de los combatientes libaneses de Hezbolá), enviadas a Siria en 2012 para apoyar el régimen de Bachar Al-Asad, se dirigieron posteriormente a Irak. El objetivo oficial número uno de la coalición internacional destacada en la zona es reconquistar este país ante el avance del Estado Islámico (EI). No obstante, a pesar del nuevo despliegue de fuerzas, el Estado Islámico continúa su progresión en Irak, hasta llegar a conquistar la ciudad de Ramadi (a 100 kilómetros de la capital, Bagdad) el pasado 17 de mayo. Además, tan solo unos días después, el 21 de mayo, el EI logró hacerse con el control de la ciudad siria de Palmira, una joya de la arqueología.
También a principios de esa misma semana, las milicias proiraníes chiítas Hashd Al-Shaabi se disponían a frenar al EI, prestando todo su apoyo a los combatientes sunitas locales que proseguían su combate contra el Estado Islámico, en pleno centro de Ramadi, con la esperanza de volver a tomar el control de una parte de la ciudad. Sin éxito.
La importancia de la conquista de Ramadi no es militar. O, al menos, no solo. Para el Estado Islámico, esta victoria tiene fundamentalmente una importancia simbólica, habida cuenta de que la organización yihadista sufrió, a principios de 2015, su primer revés de importancia en Kobane (en la frontera turca de Siria), tras varios meses de combates muy mediáticos. Una derrota capaz de cercenar su dinámica victoriosa y, por tanto, su poder de atracción sobre los extranjeros dispuestos a hacer la yihad en Siria y en Irak. Al bombardear masivamente Kobane, ofreciendo una ventaja estratégica a los combatientes kurdos que se oponen al EI, Estados Unidos ha puesto de manifiesto que tenía muy presente la dimensión psicológica del combate. Para el Estado Islámico, su progresión territorial también es fundamental por razones financieras, aun cuando los avances militares desde hace 11 meses se han visto acompañados de un crecimiento notable de sus recursos, como muestra esta infografía de The New York Times.
Entonces, ¿cómo ha sido posible que el EI conquiste Ramadi? Dicho de otro modo, ¿cómo un ejército iraquí respaldado por una coalición de Estados Unidos e Irán ha podido sufrir un nuevo revés? Para responder a esta cuestión, es preciso conocer el papel de la primera potencia regional, Teherán, opositora de las fuerzas entrenadas por Estados Unidos, en Siria, pero que combate a su lado en Irak.
“Irán es un pilar de nuestra defensa”, afirmaba la semana pasada el presidente sirio Bachar Al-Assad. Pero en Irak, la implicación de la República Islámica es bastante más compleja. Desde el derrocamiento de Saddam Hussein en 2003, Irán se propuso sacar partido del debilitamiento del que ha sido su rival histórico para instalar un poder chiíta que le sea favorable. Gracias, sobre todo, un primer ministro, Nouri Al-Maliki, sobre el que Teherán podría al menos influir, si no controlar. También gracias al mantenimiento del ejército iraquí en un estado de desorganización y insuficiente equipamiento, aún asolado por el recuerdo de la larga guerra Irán-Irak (1980-1988).
La ofensiva relámpago del EI en Mosul, de junio de 2014, transformó el paisaje político iraquí, precipitando la caída de Al Maliki, invencible desde 2007, y poniendo en evidencia la descomposición del ejército iraquí. Sus mejores elementos sunitas quedaron anulados tras las purgas continuas efectuadas por el gobierno central en Bagdad, así como una parte de los combatientes chiítas, próximos a Irán. Además, en parte, el ascenso del Estado Islámico también es fruto de esta marginalización de los sunitas y de la política de Al Maliki, que Teherán acabó por percibir. La provincia de Al Anbar (casi totalmente ocupada por el EI), mayoritariamente sunita, se ha convertido particularmente en un verdadero vivero para la organización yihadista.
Casi un año después de la toma de Mosul, el efecto sorpresa, en el que se ha hecho especial incidencia a la hora de explicar la derrota del ejército iraquí, no tiene más razón de ser. “Frente al Estado Islámico, Irán tiene una estrategia esencialmente defensiva, dirigida a proteger sus fronteras para evitar el efecto contagio desde el territorio iraquí, lo que explica la ayuda decisiva de Irán y de la fuerza Qods para evitar la caída de Erbil [Kurdistán iraquí]”, según explica Clément Therme, autor de una tesis sobre la política extranjera iraní. El segundo elemento fundamental de la política de Teherán es el de evitar la adhesión de sunitas salafistas iraníes a la causa del Estado Islámico, aunque las salidas de yihadistas de Irán parecen limitadas. El último aspecto de la estrategia iraní gira en torno a la protección de los lugares santos chiíes de Irak y de Siria. Por razones de prestigio, la teocracia iraní no puede dejar a los combatientes islamistas partidarios de la ideología wahhabi destruir lugares santos chiítas”.
Desde el verano de 2014, Teherán organiza la respuesta frente al Estado Islámico en Najaf (Irak), a 160 km al sur de Bagdad. “Irán ha sido muy eficaz en su capacidad de movilizar a las milicias chiítas”, explica Philip Smith, investigador en la Universidad norteamericana de Maryland, especialista en milicias chíitas en Siria y en Irak y autor de un importante informe, publicado en febrero, titulado Le Djihad chiite en Syrie et ses conséquences régionales [El yihad chiíta en Siria y sus consecuencias regionales]. A día de hoy, se trata de fuerzas imprescindibles en Irak, con importante peso. Sin embargo, la actitud de Irán es ambigua porque sus milicias no combaten plenamente en contra el Estado Islámico.
Numerosas milicias como las de Hashd Al-Shaabi no estaban en contacto con el EI durante la conquista de Ramadi. ¿Cómo se explica? “Sin duda Irán desea continuar utilizando la amenaza que representa el EI para mantener todas sus milicias chiítas movilizadas y bajo su control”, explica Philip Smith. “Ramadi no tiene el peso de una ciudad como Alepo en Siria por ejemplo, cuya caída determinaría en gran medida la continuidad del conflicto. De hecho, Teherán no percibe la presencia del EI en Irak como un aspecto negativo”.
La conquista de Ramadi no parece haber alterado la agenda iraní. El ministro de Defensa, Hussein Dehghan, llegó el lunes 18 de mayo a Bagdad en visita oficial, pero se trata de una visita que estaba prevista desde hace tiempo. Además, la participación directa de las tropas iraníes fuera de sus fronteras en la lucha contra el Estado Islámico en Irak es el gran tabú que Teherán no está dispuesto a franquear.
El ejército iraquí desplegó a principios de semana varios tanques en torno a Ramadi, ante la eventualidad de que se produzca en el futuro una contraofensiva. Ramadi –más que la ciudad histórica de Palmira (Siria), en manos del Estado Islámico desde el jueves– se anuncia como una etapa importante en la guerra contra el EI quien, según un experto militar iraní citado por el portal especializado al-Monitor, en un apasionante artículo sobre la política extranjero iraní, “es una de las más grandes batallas de la historia de Oriente Medio”.
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Traducción: Mariola Moreno
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