Donald Trump, contra la mano invisible del mercado ante la pasividad de los demócratas

Estaban esperando este momento. Incluso lo deseaban. Desde el 2 de abril, el Partido Demócrata y una parte del capitalismo opuesta a la política de Donald Trump observan con regodeo la caída de los mercados financieros y el desplome de los índices.
Ante el populismo que se ha apoderado de Estados Unidos y frente a las amenazas y la violencia del poder presidencial recién elegido, unos y otros parecen imaginar solo la sanción de los mercados para contrarrestarlo. Para ellos, la única fuerza capaz de superar el sufragio popular, de hacer doblegar a Trump.
Y la “mano invisible” del mercado está emitiendo su veredicto: todo lo que no querían o no se atrevían a decir se refleja en las cifras. Según ellos, la presidencia económica, financiera y comercial de Donald Trump se anuncia catastrófica.
En apenas dos meses ha desaparecido por completo el alza financiera que había celebrado la reelección de Trump. Los principales índices bursátiles (S&P, Nasdaq, Dow Jones) han perdido entre un 12 % y un 22 % y han caído muy por debajo de su nivel anterior a la campaña presidencial.
El precio del bitcoin, emblema de los criptoactivos cuyo desarrollo quiere apoyar el presidente americano, ha bajado más de un 25 % hasta situarse en torno a los 70.000 dólares. El meme Trump, el criptoactivo que lanzó unos días antes de llegar a la Casa Blanca, cuyo éxito inicial fue presentado por el jefe de Estado como una adhesión total a su política, bajó hasta el precio de lanzamiento.
Las previsiones pesimistas están acertando, incluso un poco antes de lo previsto. Sin embargo, el bando demócrata permanece extrañamente en silencio ante el descalabro financiero de los últimos días: ni el conflicto comercial mundial desencadenado por la Casa Blanca ni sus consecuencias (tensiones con países aliados y amigos, caída de la capacidad adquisitiva, riesgo sobre los créditos inmobiliarios y los planes de pensiones en Estados Unidos) parecen incitarles a romper su mutismo.
La pasividad de los demócratas
Desde la reelección de Trump, todo el mundo no puede por menos que constatar la extraña pasividad de los demócratas. En dos meses se han firmado unos cien decretos (executive orders) en la Casa Blanca pero, con la notable y destacada excepción de Bernie Sanders, Alexandria Ocasio-Cortez o el senador Cory Booker, que estuvo 25 horas seguidas en el Senado denunciando la violencia de la política republicana, los demócratas no reaccionan.
Ni las violaciones de las libertades, ni los ataques contra los aliados de Estados Unidos, ni los despidos masivos de funcionarios federales, ni las amenazas proferidas contra jueces, abogados, científicos e investigadores han logrado sacar a los responsables demócratas de su silencio.
Profundamente divididos mucho antes de su derrota electoral, los demócratas parecen haber optado por renunciar a hacer política y esperar el desarrollo de los acontecimientos. El movimiento en torno a Bill y Hillary Clinton, que a partir de 1991 encarnó la gran conversión de los demócratas a favor de Wall Street y el capitalismo financiero, incluso teorizó sobre este paréntesis. Uno de los asesores de comunicación de Bill Clinton recomendó sobre todo no hacer ni decir nada: las fuerzas del mercado, los círculos empresariales, hablarían por ellos.
El resto caerá como fruta madura: en las elecciones intermedias (midterms), los demócratas recogerán la apuesta, casi sin hacer nada. Es la posición adoptada por el líder de los demócratas en la Cámara de Representantes, Hakeem Jeffries, decidido a “dejar que los republicanos cometan sus propios errores”, según Todd Belt, profesor de gestión política en la Universidad George Washington.
Los cientos de manifestaciones en todo Estados Unidos el fin de semana pasado lo demuestran: los americanos, preocupados por la democracia, esperan algo más que esos pequeños cálculos electorales. “Ahora es el momento de levantarse para defender nuestras libertades”, explicaron, reprochando a sus representantes que hayan abandonado el terreno político.
La oposición demócrata no ha reaccionado a estas críticas, pareciendo resignarse a ser un simple espectador en la lucha que se está esbozando entre el capitalismo de los oligarcas en torno a Trump y su versión “liberal” que ha dominado los últimos treinta años.
No hemos votado por esto
Porque en los círculos empresariales y financieros también se están conteniendo por miedo a ser amenazados o sancionados de una forma u otra. Desde las primeras medidas arancelarias contra Canadá y México, los principales socios comerciales de Estados Unidos, los dirigentes han comenzado a expresar su desaprobación, aunque siempre en voz baja. Han intentado llegar por mil canales al entorno presidencial, convencer a varios asesores de que hicieran que Trump se retractara de ciertas disposiciones, disuadirlo de implementar sus derechos arancelarios recíprocos universales. La presentación del 2 de abril acabó con todas sus esperanzas.
Según una encuesta del Wall Street Journal, los líderes empresariales y financieros declararon en febrero que no dirían nada públicamente mientras los mercados bursátiles no bajaran más de un 25 %. Después de la debacle de los mercados, que se han dejado más de 6 billones de dólares en tres días, estamos cerca o ya hemos llegado.
Algunos se permiten ya romper el muro del silencio. El multimillonario Bill Ackman, director del fondo de inversión Pershing Square, que apoyó fuertemente a Trump durante su campaña, fue uno de los primeros en alzar la voz. “Estamos destruyendo la confianza en nuestro país, como socio comercial, como lugar donde se pueden hacer negocios, como mercado donde se puede invertir”, posteó enfadado en la red X, añadiendo: “No hemos votamos por esto”.
Le han seguido Larry Fink, que dirige el todopoderoso BlackRock, Stanley Druckenmiller, exjefe del secretario del Tesoro Scott Bessent, Jamie Dimon, director general de JPMorgan, David Salomon de Goldman Sachs y Brian Moynihan de Bank of America . Todos se han mostrado muy críticos con las medidas arancelarias adoptadas por la Casa Blanca, “la decisión más estúpida que pueda existir”.
¿Tienen los mercados todavía influencia sobre Trump?
Cuando Wall Street alza la voz, la Casa Blanca suele prestar atención. Durante su primer mandato, Trump estuvo muy atento a la evolución de los mercados, viendo en la subida de las cotizaciones una especie de referéndum permanente de su política.
Esta vez, sin embargo, surge una pregunta: ¿siguen teniendo los mercados y el mundo financiero influencia en las decisiones de Trump? Todos los miembros de su entorno que han intentado disuadirlo de desencadenar una guerra comercial no lo han conseguido. Ni siquiera Elon Musk, que discretamente ha dado a conocer su oposición. Las sacudidas bursátiles le están costando caro: ha perdido 35.000 millones de dólares en pocos días, y su fortuna ha vuelto a caer por debajo de los 300.000 millones.
Pero Trump parece indiferente a todo esto. Mientras los mercados se hundían, decidió ir a jugar al golf a Florida como si nada. “No puedo decirles lo que está pasando en los mercados. No quiero que bajen. Pero a veces hay que tomar medicinas para solucionar el problema”, declaró al final de su partida de golf.
Pero sigue manteniéndose inflexible. El gobierno vietnamita le propuso renunciar a todos los derechos sobre las importaciones americanas, pero Trump consideró que el ofrecimiento era insuficiente, al igual que los primeros avances hechos por Europa. En respuesta a las medidas de represalia de China, amenazó con aumentar nuevamente los aranceles sobre las importaciones chinas en un 50 %.
Apostar por la mano invisible del mercado para hacerla retroceder puede resultar inútil. Sobre todo porque Trump, que no se siente sujeto a ningún límite legislativo o constitucional en este segundo mandato, está convencido de tener el arma para responder a cualquier accidente económico y financiero: el dinero mágico de la Reserva Federal, que pretende someter a su poder, como todos los demás.
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Creer en este contexto que la presión de los mercados lo va a disciplinar podría resultar una ilusión. Sin un programa y un discurso político que se apoye en las fuerzas civiles que están en contra, Donald Trump todavía tiene una puerta abierta de par en par para todas sus aventuras.
Traducción de Miguel López