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Elon Musk, el lado oscuro de la fuerza

Elon Musk, en una imagen de archivo.

Martine Orange (Mediapart)

Los astronautas Barry Wilmore y Sunita Williams debían realizar un viaje de ocho días al espacio. Llevan ya dos meses en el espacio y podrían permanecer allí hasta principios de 2025. La NASA considera que existen demasiados riesgos para traerlos de vuelta a la Tierra sanos y salvos ya que ha habido numerosos problemas e incidentes con la nave Starliner, diseñada por Boeing.

Perdida la confianza en la empresa, que ha destruido tanto sus competencias espaciales como aeronáuticas con una estrategia suicida, la agencia espacial americana quiere repatriar a sus astronautas en una nave diseñada por SpaceX, la empresa de Elon Musk.

¿Podría haber soñado el multimillonario con un reconocimiento mayor? Compitiendo con Boeing en la construcción de naves espaciales, SpaceX ha aplastado a su rival y se ha hecho con la NASA con mayor firmeza. Elon Musk tiene ahora la puerta de par en par para utilizar todos los recursos de la agencia americana para llevar a cabo uno de sus proyectos, sin duda el mayor de todos: la colonización de Marte. Un sueño que comparte con otro multimillonario digital, Jeff Bezos, el fundador de Amazon.

Elon Musk es un libertario a ultranza que detesta abiertamente el Estado, sus normas y sus leyes. El hombre más rico del mundo no quiere que nada se interponga en el camino de sus proyectos, su visión y sus caprichos. Recientemente, volvió a atacar al gobierno sueco, argumentando que sus leyes sociales y sus sindicatos eran un obstáculo demasiado grande para sus planes.

Pero su odio al Estado se detiene cuando se trata de dinero público. Espera que las autoridades, estén donde estén en el mundo, se plieguen a sus expectativas: deben estar a su disposición para prestar ayuda y apoyo a sus proyectos. SpaceX es un ejemplo perfecto de ello.

¿Dónde estaría la empresa espacial de Elon Musk sin la NASA? Quizá en ninguna parte. SpaceX es el producto de la política de la agencia espacial americana, que quería escapar del dominio de Boeing, Lockheed Martin y Raytheon, y utilizar nuevos medios para relanzar la aventura espacial, parcialmente paralizada debido, entre otras cosas, a sus monstruosos costes.

Durante años, esa empresa de Elon Musk se ha alimentado de ayudas públicas, con programas a medida por valor de miles de millones de dólares para ayudarla a crecer. A cambio, la empresa ha colmado todas las esperanzas depositadas en ella por la agencia espacial.

Líder indiscutible del espacio

Tras sacudirse las viejas costumbres, los trámites y la burocracia, SpaceX ha diseñado nuevos lanzadores de satélites para los que fabrica todos los componentes. Tras varios fracasos, el lanzador ligero Falcon 1 se convirtió en un éxito rotundo, con un coste entre un 30% y un 40% inferior al de sus rivales. Los lanzadores posteriores, en particular el Falcon Heavy, han seguido el mismo planteamiento de ahorro de costes y son parcialmente reutilizables. Estos éxitos han permitido a Estados Unidos liberarse de la dependencia rusa, ya que durante un tiempo la NASA dependía únicamente de Soyuz para poner en órbita sus satélites.

SpaceX es ahora el líder indiscutible del mercado occidental de lanzadores espaciales. En 2023, la empresa realizó 97 lanzamientos, un 50% más que el año anterior, incluidas misiones para el Pentágono, como la puesta en órbita del dron espacial militar X-37B. Todos sus competidores, empezando por Arianespace, se están quedando atrás y ahora buscan inspiración en los métodos de Elon Musk para volver a entrar en el mercado de lanzamiento de satélites.

 Musk ha ampliado su imperio sobre la base de estos éxitos técnicos y comerciales. Lanzó su propia red de satélites de comunicaciones, Starlink, que ofrece acceso a Internet de alta velocidad en todo el mundo. En 2023, decidió restringir el acceso a esta red en Ucrania, tras defender la causa de Vladimir Putin.

En un plano más simbólico, antes de destacar su “genialidad”, decidió, para el primer vuelo del lanzador Falcon Heavy en 2018, enviar un Tesla rojo, otra de sus creaciones, con un maniquí llamado Starman a bordo. Un gesto que no tiene nada de casual.

En el mundo de la ciencia ficción

No puede entenderse nada de las opciones de Elon Musk, de sus posiciones y de sus obsesiones, sin la ciencia ficción. Detrás de lo que parece una dispersión de sus recursos, un eclecticismo incomprensible de sus actividades, reuniendo en un mismo imperio lo espacial, los vehículos eléctricos, las telecomunicaciones y comunicación y la inteligencia artificial, hay un vínculo invisible: el de la ciencia ficción, el de los universos paralelos, incluso extraterrestres.

En 2021, una profesora de Harvard, Jill Lepore, publicó una serie de podcasts, Elon Musk: The Evening Rocket, en los que analiza cómo la ciencia ficción, que dice haber devorado desde su juventud, ha influido en la visión del multimillonario. Incluye autores clásicos de la edad de oro de la ciencia ficción, como Robert Heilein, Isaac Asimov, Ray Bradbury y, por supuesto, La Guerra de las Galaxias.

Todas estas obras fueron escritas en el siglo XX, un periodo marcado por el fascismo, el totalitarismo comunista y la Guerra Fría. Desarrollan visiones oscuras de mundos marcados por la arbitrariedad, el totalitarismo, las tecnologías implacables y la ausencia de libertad. El lado oscuro de la fuerza reina en todas partes. “Es un futuro que describe un mundo en el que los pobres, los impotentes y los robots conocen el lugar que tienen asignado, que es servir a los poderosos”, afirma Jill Lepore.

Un papel mesiánico

En sus inicios, Elon Musk se contentaba con bautizar algunas de sus creaciones con el nombre de los libros que habían marcado su juventud. Pero los días en que sólo soñaba con la conquista espacial y el progreso tecnológico están llegando a su fin. Cuanto más rico y poderoso se hace, más asume un papel mesiánico, y sus proyectos se inspiran mucho en esos aterradores futuros de ciencia ficción.

Últimamente, Elon Musk se ha apasionado por el “hombre aumentado” y ha creado una nueva empresa, Neuralink, para promover tecnologías que podrían aumentar las capacidades neuronales y cognitivas. En febrero, un paciente tetrapléjico aceptó que le implantaran en el cerebro un microchip llamado Telepath, diseñado por Neuralink. Se supone que el chip descifra la actividad cerebral y la transmite a una máquina que ejecuta órdenes para el paciente.

Según el multimillonario, el primer experimento fue tan concluyente que se propone repetirlo muy pronto. Con el tiempo, imagina que los paralíticos puedan volver a caminar y los ciegos volver a ver.

Al mismo tiempo, persigue su sueño de eliminar a los humanos. Tras el debut –por ahora poco concluyente– del coche autónomo, Musk ha anunciado su intención de instalar robots en sus fábricas de Tesla. No de los que están por todas partes en las fábricas de coches y otros lugares, sino robots autónomos, capaces de desplazarse y realizar varias tareas a la vez. En definitiva, para ocupar el lugar de los empleados. Aún no sabemos si se regirán por las leyes de la robótica escritas por Asimov.

Del mismo modo, pretende desarrollar lo más rápidamente posible tecnologías de inteligencia artificial, un ámbito en el que va muy por detrás de sus competidores, sobre todo en lo que se refiere al uso de la inteligencia artificial para la comunicación. Su sueño es ofrecer información sin periodistas. Se hicieron ya las primeras pruebas y la mitad de la información era falsa. Pero quizá para Elon Musk eso sea sólo un detalle, pues no le importa mucho la veracidad de los hechos.

Un mundo feliz

Indignado por tener que pagar impuestos en California, y al verse obstaculizado por las leyes de ese Estado, así como por las de Delaware, a pesar de su mansedumbre con la comunidad empresarial, Elon Musk ha decidido trasladar la mayor parte de sus actividades a Texas. Es el tipo de Estado que le gusta, con impuestos bajos y leyes ligeras.

En su búsqueda de poder, Elon Musk ha comprado cientos de hectáreas de terreno cerca de Austin para construir no solo su sede y una gigafactoría de Tesla, sino también su ciudad. Él mismo ha diseñado todos los planos. Además de piscinas, gimnasios y otras instalaciones, pretende construir su utopía: un mundo cerrado y controlado.

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Porque hace tiempo que Elon Musk ha dejado atrás el mundo de los negocios para plantearse una visión total y sobre todo totalitaria. Es difícil no pensar en La doncella escarlata cuando describe sus planes para la repoblación de la Tierra y su rechazo de lo que él llama “wokismo”, reduciendo a las mujeres a la única función de la reproducción. Una pesadilla.

 

Traducción de Miguel López

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