Enzo Traverso, especialista en totalitarismo y memoria: "La guerra de Gaza empaña la memoria del Holocausto”
El historiador italiano Enzo Traverso, especialista en totalitarismo y política de la memoria, enseña historia intelectual en la Universidad de Cornell (Estados Unidos). De paso por París, el autor de La violencia nazi (edit. La Fabrique, 2002), El fin de la modernidad judía (edit. La Découverte, 2013), Melancolía de izquierdas (edit. La Découverte, 2016) y Revolución - Una historia cultural (edit. La Découverte, 2022), analiza en esta entrevista los efectos potencialmente devastadores de utilizar la memoria del Holocausto para justificar la "guerra genocida" emprendida por el ejército israelí en Gaza.
Al tiempo que denuncia el terror del 7 de octubre, hace un llamamiento a no caer en la trampa tendida por Hamás y la extrema derecha israelí, que conduciría a la destrucción de Gaza y a una nueva Nakba. Defiende que "podemos denunciar el terror del 7 de octubre sin respaldar una guerra genocida emprendida con el pretexto del 'legítimo derecho de Israel a defenderse'".
Mediapart: En "El fin de la modernidad judía", usted defendía la idea de que, tras haber sido un semillero de pensamiento crítico en el mundo occidental, los judíos se encontraban, en una especie de inversión paradójica, del lado de la dominación. ¿Lo que está ocurriendo hoy confirma lo que usted escribió?
Enzo Traverso: Desgraciadamente, lo que está ocurriendo hoy me parece que confirma las tendencias subyacentes que analicé, y esa confirmación no es nada agradable. En ese libro, demostré que la entrada de los judíos en la modernidad hacia finales del siglo XVIII se basaba en una antropología política particular. Esa minoría dispersa se topó con una modernidad política configurada por el nacionalismo, que los veía como un cuerpo extraño, insoluble en naciones concebidas como comunidades étnicas y territoriales.
A principios del siglo XX, embarcados en la secularización del mundo moderno tras la emancipación, los judíos se encontraron en una situación paradójica: por un lado, se alejaban progresivamente de la religión, abrazando con entusiasmo las ideas heredadas de la Ilustración; por otro, se enfrentaban a la hostilidad de un entorno antisemita. Como resultado, se convirtieron en un hervidero de cosmopolitismo, universalismo e internacionalismo. Abrazaron todas las corrientes de vanguardia y encarnaron el pensamiento crítico. En mi libro, hago de Trotsky, revolucionario ruso que vivió la mayor parte de su vida en el exilio, la figura emblemática de este judaísmo disperso, anticonformista y opuesto al poder.
La guerra de Gaza confirma que el nacionalismo más cerril, xenófobo y racista gobierna ahora en Israel
El panorama cambió tras la Segunda Guerra Mundial, tras el Holocausto y el nacimiento de Israel. Por supuesto, el cosmopolitismo y el pensamiento crítico no desaparecieron y siguieron siendo características del judaísmo. En la segunda mitad del siglo XX, sin embargo, pasó a primer plano otro paradigma judío, cuya figura emblemática es Henry Kissinger: un judío alemán exiliado en Estados Unidos que se convirtió en el principal estratega del imperialismo americano.
Con Israel, el pueblo por definición cosmopolita, disperso y universalista se convirtió en la fuente del Estado más etnocéntrico y territorial imaginable. Un Estado que se ha construido a base de guerras contra sus vecinos, concibiéndose a sí mismo como un Estado exclusivamente judío –así lo consagra una de sus leyes fundamentales desde 2018– y que se plantea ampliar su territorio a costa de los palestinos. Lo considero un giro histórico importante, que señala dos polos antinómicos del judaísmo moderno. La guerra en Gaza confirma que el nacionalismo más cerril, xenófobo y racista gobierna ahora el gobierno israelí.
Por otro lado, la ofensiva de Hamás del 7 de octubre actuó como una poderosa reactivación de la memoria en Israel, hasta el punto de que hoy se utiliza el Holocausto para justificar las masacres de Gaza. ¿Cómo conservar una memoria judía que no sea explotada de esta manera? ¿Es posible reactivar el primer judaísmo del que hablaba?
Lo que está ocurriendo puede llegar a nublar considerablemente nuestro panorama cultural, intelectual y de memoria. Puedo entender las reacciones emocionales tan fuertes por el 7 de octubre, pero no deberían sofocar la necesaria contextualización y comprensión racional. Hoy no estamos en condiciones de analizar la situación con la necesaria distancia crítica, la historia siempre se escribe a posteriori, pero algunas cosas están bastante claras.
Por un lado, el ataque perpetrado por Hamás el 7 de octubre fue una masacre atroz que nada puede justificar. Por otro lado, lo que está ocurriendo hoy en Gaza tiene las características de un genocidio que debe detenerse: una población de 2,5 millones de personas está atrapada en un territorio sometido a intensos bombardeos, privada de electricidad, gas, alimentos, agua y medicinas. Sus infraestructuras han sido sistemáticamente destruidas. Un millón de civiles se han visto obligados a desplazarse al sur de Gaza, donde siguen siendo bombardeados. Los hospitales están paralizados y la desesperación reina por doquier.
Soy consciente de que el concepto de genocidio no puede utilizarse a la ligera, que pertenece al ámbito jurídico y se adapta mal a las ciencias sociales, que siempre se ha utilizado políticamente para estigmatizar a los enemigos o defender causas conmemorativas. Es cierto, pero el concepto existe, y la única definición normativa que tenemos, la de la Convención de la ONU de 1948, se corresponde con la situación actual de Gaza.
Una guerra genocida emprendida en nombre de la memoria del Holocausto sólo puede ofender y desacreditar esa memoria
En tal contexto, evocar el Holocausto se convierte en una fuente permanente de malentendidos. La instrumentalización de la memoria del Holocausto no es de ahora. Hoy se utiliza para legitimar la guerra de Gaza. Cuando se evoca el Holocausto, es para presentar el antisemitismo como la clave para explicar el 7 de octubre, y para asombrarse, incluso indignarse, por la ola de solidaridad con los palestinos que se ha manifestado masivamente en el Sur global.
Por supuesto, el 7 de octubre fue una masacre atroz, pero describirla como el mayor pogromo de la historia después del Holocausto es sugerir que hay una continuidad entre ambos. Esto conduce a una interpretación bastante simple: lo que ocurrió el 7 de octubre no fue la expresión del odio engendrado por décadas de violencia sistemática y expolio sufrido por los palestinos; fue un nuevo episodio en la larga secuencia histórica del antisemitismo, que va del antijudaísmo medieval a la Shoah, pasando por los pogromos del Imperio zarista. Hamás sería, por tanto, el enésimo avatar del antisemitismo eterno. Esa lectura hace ininteligible la situación, cristaliza los antagonismos y sirve para legitimar la respuesta de Israel. Hace unos años, Netanyahu declaró que si Hitler llevó a cabo la Shoah, fue porque se lo aconsejó el Gran Muftí de Jerusalén.
¿Cuáles podrían ser las consecuencias de tal interpretación para la memoria del Holocausto? ¿No existe también el riesgo del resurgimiento del antisemitismo?
Sí, ese riesgo existe: una guerra genocida emprendida en nombre de la memoria del Holocausto sólo puede ofender y desacreditar esa memoria, con el resultado de legitimar el antisemitismo. Si no se pone fin a esta campaña, nadie podrá hablar ya del Holocausto sin despertar desconfianza e incredulidad; muchos acabarán creyendo que el Holocausto es un mito inventado para defender los intereses de Israel y Occidente. La memoria de la Shoah como "religión civil" de los derechos humanos, el antirracismo y la democracia quedaría reducida a la nada. Esa memoria ha servido de paradigma para construir la memoria de otras formas de violencia de masas, desde las dictaduras militares en América Latina hasta el Holodomor en Ucrania y el genocidio de los tutsis en Ruanda... Si esta memoria se identificara con la estrella de David que lleva un ejército que comete un genocidio en Gaza, las consecuencias serían devastadoras. Todos nuestros puntos de referencia se difuminarían, tanto epistemológica como políticamente.
Entraríamos en un mundo en el que todo es equivalente y las palabras ya no tienen ningún valor. Toda una serie de referencias que conforman nuestra conciencia moral y política – la distinción entre el bien y el mal, la defensa y la ofensa, el opresor y el oprimido, el verdugo y la víctima– podrían verse seriamente dañados. Nuestra concepción de la democracia, que no es sólo un sistema de leyes y disposiciones institucionales, sino también una cultura, una memoria y un conjunto de experiencias, se debilitaría. El antisemitismo, históricamente en declive, experimentaría un espectacular resurgimiento.
Usted vive en Estados Unidos, pero está muy familiarizado con Francia y Alemania, donde existe un gran sentimiento de culpa en la sociedad por lo ocurrido a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo interpreta las reacciones de los gobiernos de estos países?
En Estados Unidos, el contexto recuerda más a la guerra de Vietnam que al Holocausto, porque Estados Unidos está directamente implicado en la guerra de Gaza. Ya no se trata de acusar a las potencias occidentales de complicidad por omisión, porque permanecieron pasivas ante el exterminio de los judíos o, en el caso de Francia, que miraron para otro lado durante el genocidio de los tutsis en Ruanda. La situación ya no es la misma: en Gaza se libra una guerra genocida con la luz verde de los representantes de las potencias occidentales, que han viajado todos a Tel Aviv para prestar su apoyo a Israel.
La magnitud de las movilizaciones americanas se debe a la mayor conciencia de discriminación racial que se ha desarrollado en todo el país a raíz de Black Lives Matter
Estados Unidos ha desplegado dos portaaviones en el Mediterráneo oriental para tranquilizar al Tsahal. Todo el mundo repite que Israel tiene derecho a defenderse respetando el derecho internacional humanitario, cuando Israel lleva décadas violando este derecho y está claro que no se está respetando en Gaza. Israel actúa con el apoyo militar y financiero de Estados Unidos. Como en la guerra de Vietnam, la gente se manifiesta porque sabe que Estados Unidos tiene poder para detener esta guerra. Creo que la magnitud de las manifestaciones americanas se debe también a la mayor conciencia de desigualdad y discriminación racial que se ha desarrollado en todo el país a raíz de Black Lives Matter.
En Francia se han prohibido varias manifestaciones, pero la oposición a la guerra también está muy extendida. Cabe señalar que el Sur global no sólo se está manifestando frente a las embajadas israelíes y americanas, sino también las francesas. Los reportajes de Al Jazeera se burlan de Macron, que un día pide una coalición internacional contra Hamás y al siguiente una coalición de ayuda humanitaria, sin indicar nunca quiénes formarían parte de esas coaliciones, cómo actuarían y con qué medios. Todo parece una improvisación desafortunada y bastante lamentable. Quienes esperaban que Francia adoptara una postura más independiente y digna, como la de Chirac en 2003 con la guerra de Irak, se han llevado una profunda decepción.
En Francia, La France insoumise (LFI) ha sido acusada de antisemitismo por casi todas las fuerzas políticas. Sus palabras se hicieron inaudibles cuando se negó a calificar a Hamás de terrorista. ¿Qué lectura le da usted a esto?
Es una gran cortina de humo, una operación mediática. Es bastante miserable utilizar esta tragedia para ajustar cuentas políticas. Se puede criticar una u otra posición de los diputados de LFI, la única fuerza política representada en la Asamblea Nacional que se opone claramente a esta guerra, pero acusarles de antisemitismo es sencillamente grotesco.
En materia de terrorismo, hay que decir algunas cosas bastante simples. En primer lugar, hay una extraordinaria hipocresía por parte de los países occidentales que se niegan a negociar con Hamás porque es una organización terrorista, mientras exigen la liberación de los rehenes. Pero, ¿con quién estamos negociando la liberación de los rehenes, si no es con Hamás? Para no ensuciarnos las manos, delegamos esa tarea en Qatar.
Hamás asesinó a 1.400 personas el 7 de octubre, entre ellas más de mil civiles. Fue una masacre de civiles, planeada y reivindicada. Por tanto, está claro que fue un acto terrorista. Pero describir a Hamás como una organización terrorista no resuelve el problema, porque Hamás no puede reducirse a sus prácticas terroristas. El "terrorismo" de Hamás es comparable al de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) antes de los Acuerdos de Oslo, al del Irgun (matriz del actual Likud, ndr) antes del nacimiento del Estado de Israel, al del Frente de Liberación Nacional (FLN) durante la guerra de Argelia... La utilización de medios de acción que pueden calificarse de terroristas no es incompatible con los objetivos políticos de un movimiento de liberación nacional.
Históricamente, el terrorismo ha sido el arma de los pobres y de las guerras asimétricas. Hamás se ajusta bastante bien a la definición clásica de "partisano": un combatiente irregular, con una fuerte motivación ideológica, arraigado en un territorio con una población que lo protege. Hamás toma rehenes; el ejército israelí toma prisioneros y causa "daños colaterales" durante sus operaciones militares. El terrorismo de Hamás no es más que un sucedáneo del terrorismo de Estado de Israel. Hamás quiere destruir Israel, sin tener los medios para ello; Israel quiere destruir a Hamás, después de haberle favorecido durante años frente a la OLP, arrasando toda Gaza. El terrorismo es siempre inaceptable, pero el terrorismo del opresor es mucho peor que el del oprimido.
Hoy, los palestinos ven a Hamás como una fuerza armada que resiste a la ocupación. No nos corresponde a nosotros decir quién forma parte de la resistencia palestina, basándonos en nuestras simpatías o inclinaciones ideológicas. No tengo ninguna simpatía por Hamás, pero su pertenencia a la resistencia palestina es un hecho indiscutible. Y sólo reconociendo este hecho podremos encontrar una solución.
Antes del 7 de octubre, usted dijo que una izquierda que no critica el sionismo no es auténticamente de izquierdas. ¿Qué quiere decir con eso?
Si queremos hacer la historia del sionismo, tenemos que tener en cuenta la heterogeneidad y la diversidad de sus corrientes, porque no se redujo a Theodor Herzl y al sionismo político. En Europa Central, por ejemplo, el sionismo cultural no defendía la creación de un Estado, sino de un hogar nacional judío que coexistiera con los árabes de Palestina sobre una base extraterritorial; otros abogaban por la creación de un Estado binacional. Esa era la posición de Yehuda Magnes, fundador de la Universidad Hebrea de Jerusalén, e inicialmente la de Gershom Scholem y otros. También existía el sionismo marxista, representado por Ber Borokhov, y el sionismo fascista, que admiraba a Mussolini.
Sin embargo, el sionismo que ha arraigado en Israel y se ha convertido en la columna vertebral del Estado es el sionismo político. Desde su nacimiento, este Estado que se autodenomina sionista ha llevado a cabo, con todos sus gobiernos, una política de expansión territorial y de colonización a expensas de los palestinos, que han sido expulsados o segregados. Creo que una auténtica izquierda debe oponerse a esa política. Eso es lo que yo entiendo por antisionismo.
Muchos judíos son antisionistas. No tiene nada que ver con el antisemitismo, la destrucción del Estado de Israel o la expulsión de los judíos de Palestina. Hay una nación israelí que existe, que es muy viva y dinámica y que tiene derecho a existir, pero también creo que esta nación no tiene futuro con la entidad política que la representa hoy. En el mundo global del siglo XXI, un Estado fundado sobre bases étnicas y religiosas exclusivas es una aberración, en Palestina y en cualquier otro lugar. Observo que esas posiciones –el antisionismo es una forma de antisemitismo, Hamás quiere destruir Israel– se plantean no cuando la existencia de Israel está amenazada, sino cuando Israel está en proceso de destrucción de los palestinos.
Históricamente, la colonización ha terminado bien con la erradicación de los pueblos indígenas o con la expulsión de los colonos. Israel se creó en un momento poscolonial. ¿Es posible, entonces, que el resultado sea diferente?
No puedo predecirlo, pero me temo lo peor. La situación lleva décadas empeorando. Los modelos legados por la historia no son necesariamente válidos, porque ya no vivimos en el mundo del siglo XX. El sionismo es un colonialismo sui generis, muy diferente del modelo británico en la India o del modelo francés en Argelia. Ya nadie cree en la solución de los dos Estados y, dada la intensidad de los conflictos, no veo cómo podría surgir un Estado binacional israelí-palestino. Pero si miramos más allá de la contingencia y vemos las cosas en perspectiva histórica, no hay alternativa a la coexistencia de judíos y árabes en Palestina, sobre una base igualitaria.
En Europa, nos enfrentamos al legado de un siglo y medio de racismo y colonialismo, que han dejado su huella en las mentalidades, las representaciones, las percepciones y las relaciones sociales. No sólo se ve en las elecciones, sino a diario, con los controles faciales en el metro, las leyes islamófobas, el debate sobre la inmigración, etc. Tengo la impresión de que en Israel el racismo también se ha convertido en parte del orden natural de las cosas. Nos hemos acostumbrado a la segregación de Gaza, a los colonos de Cisjordania que confiscan tierras y tienen carreteras privadas, a los puestos de control para los palestinos, a las operaciones militares arbitrarias y al acoso diario. Al otro lado del muro, acostumbrarse a eso sólo puede producir un sentimiento de abandono, desesperación, humillación y odio. Creo que hay que luchar contra esa tolerancia, que es un obstáculo insuperable para cualquier perspectiva de paz.
Caja negra
Esta entrevista se realizó el jueves 2 de noviembre. Enzo Traverso la revisó y modificó antes de su publicación.
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Traducción de Miguel López