La frontera entre Turquía y Siria separa a los vivos de los muertos
Justo delante del último puesto fronterizo turco, una mujer se apoya en una furgoneta blanca que normalmente transporta electrodomésticos. Levanta con cuidado la lona que cierra la parte trasera del vehículo. En el remolque aparecen cinco bolsas blancas para cadáveres que parecen haber sido cosidas a toda prisa.
Aisha acaricia suavemente uno de ellos. "Ahora eres un ángel. Salma, Mohamed, todos sois mis ángeles. Queridos míos, nos volveremos a ver en el cielo". Las lágrimas surgen de unos penetrantes ojos azules y corren por el rostro de una la madre que apenas puede mantenerse en pie.
Sigue hablando con esas bolsas blancas, una despedida desgarradora. A su lado, su marido permanece inmóvil, sumido en la desdicha. Todos sus hijos y nietos murieron entre los escombros de su casa en Antakya (Antioquía), ciudad cercana a la frontera siria. La víctima más joven de la familia acababa de cumplir cinco años. Aisha sigue esperando para sacar de entre los escombros el cuerpo de su hijo Tarek, de 30 años.
Al cabo de unos quince minutos, llega otra furgoneta. Su conductor acaba de dejar varios cadáveres en Siria. Con los ojos enrojecidos por el cansancio, abre la ventanilla y nos dice: "He hecho las cuentas y ya he transportado 1.300 cadáveres desde la catástrofe, ahora sólo quiero irme a casa".
El hombre ordena a la familia de Aisha que deposite los cuerpos en la parte trasera de su vehículo. Una a una, las bolsas blancas se cargan cuidadosamente. La madre de la familia les sigue, apoyada en un familiar. Saca un viejo smartphone del bolsillo y filma a sus hijos y nietos durante unos últimos segundos.
La furgoneta se aleja y cruza la frontera con Siria con los cinco cadáveres. Se encuentran solos en su país de origen. El padre rompe su silencio y grita: "¡Adiós, almas mías!" Como a todos los demás sirios, la ley turca le impide regresar a Siria para enterrar a sus seres queridos. Si cruza la frontera sin permiso pierde su estatuto de "invitado", el único que le permite vivir legalmente en Turquía. Las autoridades turcas no consideran refugiados políticos a los sirios. En los próximos días, se les podría permitir cruzar esta frontera de forma excepcional.
A lo largo del día, continúa el flujo de convoyes funerarios improvisados. Llegan los restos de los exiliados, apilados en los maleteros de los coches particulares o en los remolques de las camionetas. Los cadáveres han sido sacados de entre los escombros hace unas horas y deben ser enviados a Siria lo antes posible para ser enterrados antes de la puesta de sol.
Unos segundos para despedirse
"Es la primera vez que traigo cadáveres aquí a la frontera", dice Mohammed, un joven sirio. Vuelve a su furgoneta. "Tras el terremoto, primero transporté heridos y algo de comida a las víctimas. Ahora estoy haciendo esto. Este vehículo pertenece a uno de mis jefes. En mi vida normal soy electricista".
Llega otra familia diezmada. Otra tragedia. En la parte trasera de una camioneta, sus familiares improvisan una oración en torno a una docena de bolsas mortuorias negras. En una de ellas se han colocado dos flores rosas y amarillas recién cogidas. Unos segundos de meditación. Unos segundos para despedirse.
"¿Quién es, es Issa?", pregunta un joven con la ropa cubierta de polvo de los escombros. Rápidamente abre la bolsa para comprobar el rostro de la víctima y escribe el nombre de Issa en un papel... Sin tomarse tiempo para respirar, continúa la terrible identificación de sus familiares. "Este es Hassan, y esta es Yasmine".
Esta familia procedía de Hama, una ciudad de la zona controlada por el régimen sirio. Los cuerpos de los adultos y los niños no pueden ser llevados allí, pero que yacerán en Siria. Lo más importante para Imad, su primo: "Tenemos que traerlos de vuelta a Siria para que podamos guardar un minuto de silencio y presentarles nuestros respetos, como es nuestra tradición. Todos nuestros parientes están en Siria. No nos queda nadie en Turquía. Siria es nuestro país y un día todos volveremos a casa, cuando caiga el régimen de Assad”. Mientras tanto, las víctimas sirias que se habían refugiado en Turquía están siendo llevadas de vuelta a la provincia siria de Idlib. Este enclave es el último que aún escapa al control de Damasco tras doce años de guerra implacable.
Muchos voluntarios pasan el día en esta frontera para descargar cadáveres de un vehículo a otro. "Vinimos a ayudar en los hospitales y aquí", dice Abu Brahim con una botella de agua en la mano. "Cada hora llegan aquí unos diez cadáveres. La cifra es muy alta y sólo Dios sabe cuántos más hay bajo los escombros".
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A pocos kilómetros, en un descampado a las afueras de la ciudad turca de Reyhanli, una retroexcavadora no para de cavar agujeros. Ya han sido enterradas decenas de víctimas sirias en este cementerio fangoso, que crece cada día. En cuestión de minutos se entierran los cuerpos envueltos en sudarios blancos. Un bloque de hormigón colocado sobre el montón de tierra sirve de lápida provisional. Un niño escribe el nombre de una víctima con pintura en una plancha de madera blanca. "Créeme, en estas circunstancias, la muerte te da paz", dice un joven sirio que ve pasar los cadáveres.
Traducción de Miguel López.