El colonialismo 2.0 de Trump y compañía: EEUU expoliará tus recursos a cambio de darte seguridad

Donald Trump y su secretario de Estado, Marco Rubio, escuchan comentarios durante una reunión del Gabinete de la Casa Blanca en Washington.

Antoine Perraud (Mediapart)

Conocemos los términos de la extorsión de Donald Trump y su banda de la Casa Blanca contra Ucrania: cedednos vuestros recursos para que los explotemos y os protejamos, y así Putin no se atreverá a atacar vuestro país.

Las negociaciones van viento en popa, que no son otra cosa que presiones desenfrenadas de Washington sobre Kiev. El sábado 12 de abril por la noche se filtró una nueva exigencia americana gracias a la agencia de noticias Reuters y al periódico The Guardian de Londres: apoderarse de un gaseoducto crucial que atraviesa Ucrania, entre Sujia (región de Kursk) y Uzhhorod (Transcarpatia).

Los emisarios yanquis incluso cometieron la torpeza, sintomática, de atribuir el gasoducto en cuestión a la empresa rusa Gazprom, cuando en realidad pertenece a Ucrania, aunque suministre gas ruso a Europa.

Citado por The Guardian, el economista ucraniano Volodímir Landa no se anduvo con rodeos; tal vez hablando en nombre del poder político de Kiev, al que los secuaces de Trump han exigido estar en silencio desde el escándalo que le montaron al presidente Zelensky el 28 de febrero en el Despacho Oval de la Casa Blanca: “Intimidaciones de tipo colonial”.

Para la opinión pública occidental, el colonialismo, en su versión más feroz, parecía una antigualla desaparecida para siempre, tras el discurso radiotelevisado de Charles de Gaulle, que enterraba la “Argelia de papá”, el 14 de junio de 1960: “Es completamente natural sentir nostalgia por lo que fue el imperio, como podemos echar de menos la luz cálida de las lámparas de aceite, la magnificencia de los barcos de vela, el encanto de la época de las tripulaciones. Pero ¿y qué? ¡No hay política que valga fuera de la realidad!”.

Pero las realidades no son eternas, sino dialécticas y cíclicas. En el Congreso de Viena de 1815, Francia fue despojada de sus colonias, España ya no tenía imperio y el Reino Unido era entonces una excepción que no duraría mucho.

Jean-Baptiste Say, en su Tratado de economía política (1825), afirmaba: “Las verdaderas colonias de un pueblo comerciante son los pueblos independientes de todas las partes del mundo. Todo pueblo comerciante debe desear que todos ellos sean independientes, para que todos sean más laboriosos y ricos; porque cuanto más numerosos y productivos sean, más oportunidades y facilidades presentarán para el comercio”.

Y luego pronunció esta frase: “Llegará un momento en que nos avergonzaremos de tanta tontería y en que las colonias no tendrán más defensores que aquellos a quienes ofrecen lucrativos puestos para dar y recibir, todo a expensas de los pueblos”.

Pero el colonialismo no había pasado de moda para siempre, como lo demostrarían la conquista de Argelia y la de la India. Sin olvidar Tonkín. Y, finalmente la fiebre por África y su partición en el último cuarto del siglo XIX.

La situación de entonces no era muy lejana a la de hoy, donde los avances técnicos facilitan una expansión avivada por el nacionalismo y motivada por las constantes necesidades del capitalismo. La codicia territorial que reivindica sin vergüenza alguna el ogro imperialista Donald Trump se nutre de esa historia, renovándola al mismo tiempo. Se acabó la “carga del hombre blanco”, para retomar el título del poema de Rudyard Kipling, que en 1899 escribía: “Tus recompensas son irrisorias”.

En 2025 las ganancias deben ser duras y totales. La glotonería americana en marcha solo pretende lo esencial, es decir, el único interés que proporciona una posesión, sin preocuparse por lo que la lastraba: la administración directa y la supuesta “misión civilizadora”. Así es el colonialismo 2.0 formulado por Donald Trump.

Entre 1898 y 1909, mientras William McKinley y Theodore Roosevelt ocupaban la Casa Blanca, se produjo la anexión de Hawái, la colonización total de Puerto Rico y Guam, el control (temporal) de Filipinas y el sometimiento de Cuba. Hoy han puesto rumbo a Panamá, Groenlandia y Ucrania.

Siempre con la única rentabilidad del “país útil” en mente. De ahí el vergonzoso, delirante pero tenaz proyecto, acariciado por los allegados del 47º presidente de Estados Unidos, sobre la "Riviera" de Gaza: una fachada marítima debidamente amortizada tras haber sido vaciada de su población.

Donald Trump, gracias a los medios de comunicación social modernos que gobiernan el planeta, se comporta desde Washington como gobernador o como residente general. Directamente, sin esas instancias intermedias, esa pesada y compleja administración colonial, que en el siglo pasado iba a preparar el terreno para la descolonización por no haber dejado de encarnar la arbitrariedad y la injusticia.

“Dominación y colonización”

Basta con leer Domination et Colonisation, publicado en 1910 (Flammarion) por Jules Harmand, médico y antiguo comisario general en Tonkin: “Para que la dominación se aplique con éxito, es necesario constituir en cada Estado colonial un cuerpo de élite, un estado mayor civil sujeto a normas particulares de reclutamiento, preparación y ascenso, investido de una autoridad indiscutible sobre todos los servicios provinciales, que ejerza o se prepare para ejercer funciones de mando, dirección y control que, por su naturaleza, están prohibidas y son inaccesibles a las jerarquías indígenas”.

El colonialismo trumpiano se deshace de esos oropeles del pasado, que obstaculizaban la dominación que creían ejercer. El colonialismo trumpiano está enteramente dedicado al beneficio exclusivo de las materias primas, sacadas de quien sea. Para ello, se apoya en una cobarde permisividad general, una forma de “complicidad colonial” occidental.

Esta sensación, difusa en el hemisferio norte, es como un acuerdo tácito, ya que existen vínculos inquebrantables entre imaginarios coloniales y exclusiones étnicas actuales; desde Estados Unidos hasta Rusia, pasando por Europa. Panamá, de acuerdo con ese sesgo, estaría lleno de “rastacueros” (según el término peyorativo vigente demasiado tiempo).

En cuanto a Groenlandia, siempre desde esta perspectiva, solo habría pueblos primitivos. Y los ucranianos no podrían pertenecer a una nación digna de ese nombre y solo hablarían una lengua que durante mucho tiempo se denominó “pequeño ruso”. Por no hablar de los palestinos, víctimas de la mayoría de los estereotipos de estigmatización que rondan por las mentes occidentales.

La ley del más fuerte se ha vuelto supremacista

¡Superioridad, cuando nos tengas! Para comprender una mentalidad que revela un sector triunfante de la humanidad, hay que leer un estudio esencial: Complying with colonialism. Gender, Race and Ethnicity in the Nordic Region (Acatar el colonialismo. Género, raza y etnicidad en la Región Nórdica, 2009). El libro desarrolla ese concepto de “complicidad colonial” en relación con Finlandia, Suecia y Noruega.

Esos países del norte de Europa, en la periferia del proyecto colonial europeo, pero partícipes de la ideología “universal” del colonialismo y sus jerarquías raciales implícitas, participaron, de manera implícita pero real, en un orden mundial despreciable, ya que se basaba en la ley del más fuerte, convertida en supremacista.

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Desde el Mediterráneo hasta el Báltico, todos fuimos, y quizás sigamos siendo, colonizadores en potencia. Ahora, sin embargo, este pernicioso sesgo se está propagando de nuevo, envuelto en una modernidad asombrosa. En lugar de no dar crédito a lo que vemos, construyamos colectivamente un rechazo consciente, solidario y ofensivo a tal zafarrancho imperialista, depredador y, en definitiva, belicoso.

 

Traducción de Miguel López

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