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Turquía

Gana Erdogan, pierde la democracia en Turquía

Gana Erdogan, pierde la democracia

“Hoy ha ganado la democracia”, declaró el primer ministro saliente y líder del AKP, Ahmet Davutoglu, tras conocerse los resultados de las elecciones legislativas celebradas este domingo 1 de noviembre. El Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), que ha conseguido 316 escaños de los 550 que integran el Parlamento, ha conseguido una cómoda mayoría absoluta. Sin embargo, la democracia turca ha salido derrotada. Aunque el veredicto de las urnas es indiscutible, las dos campañas electorales recientes que ha vivido Turquía se parecen más a un golpe de Estado civil que a un debate democrático.

Si bien hay cuatro partidos que contarán con representación parlamentaria, el equilibrio de fuerzas en la Cámara es radicalmente distinto al obtenido tras los comicios de junio. Hace cuatro meses, el Partido Democrático de los Pueblos (HDP, la izquierda plural que tiene su origen en el movimiento kurdo) y el Partido Ultranacionalista (MHP) obtuvieron 80 escaños cada uno de ellos, frente a los 59 y 49 diputados conseguidos este domingo. El Partido Kemalista (CHP), con 134 escaños, se convierte en el principal partido de la oposición.

Este cambio ocurrido en apenas unas semanas, en beneficio de los musulmanes conservadores, no es sino el fruto de una estrategia maquiavélica por parte de Recep Tayyip Erdogan, fundador del AKP y elegido presidente del país en 2014. El jefe del Estado turco no sólo se jugaba su futuro político, también su supervivencia judicial después de que en noviembre de 2013 saltasen a la luz diferentes casos de corrupción en los que él y personas de su entorno están supuestamente implicados. En esta ocasión, después de haber soltado lastre democrático en la campaña para las elecciones de junio, el Gobierno no dejó ningún cabo suelto, despreciando las reglas democráticas más elementales de un Estado de derecho.

En un primer momento, se negaron los resultados del 7 de junio. El AKP era el partido mayoritario, pero perdía la posibilidad de gobernar en solitario, tal y como venía sucediendo desde 2002. El jefe de Estado rechazó el veredicto arrojado por las urnas, así como la formación de un gobierno de coalición, fiel reflejo de la voluntad manifestada por los electores. Erdogan, que torpedeó las supuestas negociaciones llevadas a cabo por Davutoglu con los demás partidos parlamentarios, optó inmediatamente por convocar elecciones anticipadas para recuperar los poderes parlamentarios plenos.

Acto seguido, las autoridades turcas crearon un clima de terror para dotar al presidente de la talla de hombre providencial y de único garante de la estabilidad y la seguridad. El atentado de Suruç, perpetrado contra prokurdos el pasado 20 de julio y de cuya autoría no se ha ofrecido explicación creíble ninguna, ha servido de pretexto para que el Gobierno juegue a dos bandas. Al manifestar su voluntad a la hora de combatir a los extremistas de Daech, Turquía ha vuelto a situarse en el tablero internacional. En la lucha contra el terrorismo, este país es un actor imprescindible, pero la política llevada a cabo en las semanas posteriores estaba dirigida en clave interna.

Los discursos agresivos y pirómanos del AKP, en el que se hablaba indistintamente de terrorismo islámico y la lucha por la independencia del movimiento kurdo, han permitido tender una trampa en la que la guerrilla kurda del PKK ha caído. El asesinato de dos agentes de Policía a manos del PKK, en respuesta al atentado kamikaze de Suruç, ha roto la frágil tregua. Ankara ha podido desencadenar una nueva guerra en el este del país al bombardear posiciones del grupo armado en Turquía y en el norte de Irak. Los militantes de izquierda, próximos al movimiento político kurdo, han sido objeto de una represión sistemática. Se ha encarcelado a diputados. Las fuerzas del orden han asesinado a varios jóvenes.

Ciudades y pueblos han sufrido los horrores y los abusos del estado de sitio ejercido por el Ejército y la Policía. Esta situación culminó con la perpetración, el 10 de octubre, de un atentado cuando se llevaba a cabo una marcha pacífica delante de la estación de Ankara, que se saldó con la muerte de varios cientos de personas (agentes de Policía, militares y civiles) y que despertó “el miedo al caos” en la población.

Esta política derrotista no se circunscribió al Kurdistán turco, como en el pasado. A principios de septiembre, la violencia alcanzó a toda Turquía cuando militantes del AKP llevaron a cabo incursiones punitivas. Cientos de espacios –comercios en manos de kurdos y locales del HDP– fueron atacados, saqueados o incendiados con total impunidad. El bombero Erdogan se erigió entonces en cortafuegosbombero ante la inestabilidad atizada por sus acólitos durante los discursos que venían a decir: “El caos o yo”.

Los medios de comunicación han aniquilado el debate político

Esta estrategia de ataque al movimiento político kurdo ha tocado la fibra de los nacionalistas de extrema derecha, lo que ha permitido al AKP recuperar los votos del MHP, un partido que rechaza cualquier concesión al movimiento kurdo. La espiral de violencia, que desencadenó la inestabilidad económica y política, explica también el retroceso del HDP. A pesar de los llamamientos continuos por parte de los líderes del HDP a retomar el diálogo y los incesantes esfuerzos desplegados para acabar con la escalada de violencia, numerosos kurdos conservadores preocupados que habían dado su respaldo a los principios pacifistas de este partido en junio, han vuelto ahora a votar al AKP.

La apuesta que Erdogan ha ganado –vuelve a obtener mayoría absoluta– no puede comprenderse no obstante sin conocer la comunicación tipo bulldozerbulldozer ejercida por el poder turco, que ha recurrido a todas las armas a su disposición para imponerse. Las cifras hablan por sí mismas. En el mes de octubre, la cadena de televisión pública TRT dio voz durante 59 horas al presidente y a su partido; el CHP apareció un total de 5 horas; el MHP, 1 hora y 10 minutos y el HDP ¡18 minutos! Todos los invitados políticos de este medio de comunicación público fueron miembros del AKP.

La prensa privada también ha aniquilado cualquier debate político, destilado las amenazas y atizado las brazas de la guerra civil. Las numerosas cabeceras víctimas del AKP en estos últimos años han pasado a ser órganos serviles de propaganda. Los pocos medios que se niegan a alabar las políticas gubernamentales han sido objetivo de la sobredosis de odio difunda en bucle. Un diputado del AKP llegó a liderar una horda de militantes en el ataque a las instalaciones del diario Hürriyet. Se han cerrado de forma arbitraria páginas web. Se ha encarcelado a periodistas. Muchos de ellos han sido perseguidos judicialmente y víctimas de acusaciones falaces. 48 horas antes de las elecciones, la Policía sometió a tutela administrativa a dos cadenas privadas de televisión, a las que dejó sin señal.

Esta voluntad de borrar cualquier veleidad de debate democrático también se ha impuesto en la calle. Mientras que las arcas de los partidos no gubernamentales están vacías desde las elecciones de junio, sobre todo en Estambul, el AKP ha inundado las plazas de carteles de campaña. Se han cubierto inmuebles enteros con retratos del primer ministro más dignos de los tiempos de la Unión Soviética y de la cultura estalinista de culto a la personalidad. Se trata de un plan de comunicación que no ha dejado nada al azar, hasta en los detalles más sorprendentes: ¡Turquía ha retrasado el cambio del horario de invierno hasta el 8 de noviembre por las elecciones!

“Unas elecciones ni equitativas ni justas”, ha dicho Selahattin Demirtas, codirigente del HDP. Todo un eufemismo para referirse a una partida desigual y con cartas marcadas. Es difícil hablar de una “victoria de la democracia” aunque el poder turco trate de guardar las apariencias. Ante la ausencia de legitimidad, Ankara ha querido dar a estos comicios una pátina de legalidad que parece satisfacer a la comunidad internacional, que no puede prescindir de un interlocutor como Erdogan en el contexto regional actual.

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No cabe duda de que el presidente ahora meterá al AKP en la batalla para reformar la Constitución, que pondrá las bases del régimen presidencial férreo al que aspira. Los 316 escaños del Parlamento le bastan para gobernar, pero no para modificar la Carta Magna. Y ya que la reciente campaña electoral ha puesto de manifiesto que es posible imponer una idea cuando se tienen medios, no cabe duda de que promoverá la convocatoria de un referéndum. Para ello, basta con que el AKP convenza a una decena de diputados más hasta obtener los 330 votos necesarios.

No obstante, todavía algunos granos de arena pueden arañar los proyectos de grandeza del fundador del AKP. El Partido Democrático de los pueblos conserva representación parlamentaria y se ha convertido en la tercera publica en la Cámara. La capacidad de resiliencia de la lucha kurda es conocida y la firme decisión de los militantes que luchan desde los año 80. El movimiento está tocado, pero no hundido. También existe la sociedad civil turca. Asfixiada, perseguida, criminalizada, la sociedad civil permanece viva. Pese a todo.

Traducción: Mariola Moreno

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