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El miedo ha desaparecido ya en Bielorrusia
Desde el pasado domingo, con la reelección anunciada de Aleksandr Lukashenko como presidente, Bielorrusia se enfrenta a una movilización nueva. En este país, prácticamente sin alteraciones desde hace 26 años, los ciudadanos se han echado a la calle por miles y no solamente en Minsk, la capital.
A modo de oposición, se les ve a menudo con un brazalete blanco. Ya no quieren saber nada de su autócrata, cuyo resultado oficial del 80,2% de votos ha sido desmentido por numerosas mesas electorales que esta vez no han seguido las consignas de la Comisión Electoral.
¿Cómo analizar esta oposición en un espacio postsoviético que hasta ahora no había afectado a Bielorrusia? ¿Pueden establecerse similitudes con el levantamiento ucraniano de Maidán? “Yo ya lo anuncié: aquí no habrá un Maidán, da igual cómo lo hagan (los opositores)”, ha declarado Lukashenko tras la primera noche de manifestaciones.
Mientras la situación sea tan cambiante es difícil hacer un análisis. El martes 11 de agosto, la candidata opositora Svetlana Tijanóvskaya, que rechaza los resultados de las elecciones, huyó a Lituania después de pasar varias horas el lunes en la sede de la Comisión Electoral. Mientras su marido y una buena parte de su equipo electoral están encarcelados, leyó un mensaje para las redes sociales, claramente bajo presión, en el que pide a los ciudadanos que dejen de manifestarse.
Ese mismo día, tres de las más grandes fábricas estatales estaban en huelga y volvían a iniciarse concentraciones. Por la tarde, el Gobierno cortó todos los enlaces a Internet en el país.
Ioulia Shukan, investigadora en Sociología política de la universidad de París-Ouest Nanterre, especialista en Bielorrusia y Ucrania que se encontraba en Minsk una semana antes de las elecciones, explica en esta entrevista cuál es la situación en el país.
Manifestante en Minsk | AFP
– ¿Cómo explica el triunfo fulgurante de la opositora Svetlana Tijanóvskaya, hasta hace unos meses desconocida por los bielorrusos, y el movimiento de protesta contra el régimen de Lukashenko?
– Hay varias causas muy profundas y entre ellas, en primer lugar, está la degradación de la situación socio-económica. El día a día de los bielorrusos ha cambiado mucho respecto a los años 2000, un periodo de crecimiento económico y de salarios bastante estables. Estos últimos años han estado marcados por un estancamiento económico, el paro, la reducción de efectivos en las grandes empresas públicas y la emigración hacia la Unión Europea o Rusia. Todo ello contribuye al hecho de que la legitimidad política de Aleksandr Lukashenko se haya visto erosionada.
A eso hay que añadir la epidemia del coronavirus. El poder ha rechazado cualquier medida sanitaria, que la población estaba esperando: no ha obligado a llevar mascarillas, los colegios han seguido abiertos, aunque se aceptaba que los niños se quedaran en casa, y el presidente ha mostrado bastante desprecio hacia las víctimas dando a entender que era su culpa si se habían contagiado. Esta crisis ha mostrado que la atención del Estado, el corazón del régimen de Lukashenko, no existe.
Hay que destacar que los medios digitales y las cadenas de la red Telegram, que permiten desbaratar los cortes de Internet, juegan un papel muy importante en la movilización. Estas redes son muy seguidas por los jóvenes, sobre todo la cadena Nexta, que tiene más de un millón de abonados. Esta protesta supone también un salto generacional: los votantes de Lukashenko son muy mayores mientras que entre los manifestantes hay muchos jóvenes que han viajado, que conocen la Unión Europea... ¡Bielorrusia es el Estado postsoviético que más visados Schengen recibe!
En fin, la forma en que ha sido gestionada la campaña electoral ha contribuido también a alimentar la protesta. Serguei Tsijanovski, bloguero y marido de Svetlana Tijanóvskaya, que al principio era candidato, fue encarcelado en mayo, lo mismo que el banquero Viktor Babariko y su hijo unas semanas más tarde. El otro opositor, Valery Tsepkalo, ex diplomático de Lukashenko, no fue inscrito por la Comisión Electoral cuando tenía suficiente número de apoyos.
– La aparición de esta oposición y la amplitud de las manifestaciones que comenzaron el domingo tienen algo de sorprendente... Teníamos la impresión de que era un régimen congelado, que nada parecía moverse desde la llegada al poder de Lukashenko hace 26 años. En 2016, con las últimas elecciones legislativas, ¡sólo fueron elegidos dos diputados de la oposición!
– Hemos subestimado la erosión del régimen, lenta pero real. Es cierto que antes la oposición tradicional, situada en el centro-derecha, era totalmente marginal. Intentaba movilizar electores pero no lo conseguía.
Esta vez las alternativas son nuevas, alejadas de cualquier pertenencia partidista. Svetlana Tijanóvskaya dice que ella no es una líder, que sólo es un símbolo de la protesta. Pero también hay que decir que ella ha aprovechado una configuración particular: la descalificación de los demás candidatos y la gestión preventiva, muy represora, del poder. Luego ha sido la capacidad de los equipos de Tijanóvskaya, de Babariko y de Tsepkalo, los dos últimos representados también por mujeres (Maria Kolesnikova y Veronika Tsepkalo, mujer de un ex diplomático ahora exiliado en Rusia), los que han impulsado a Svetlana Tijanóvskaya al primer plano.
Por otra parte, ella no tiene un programa político ni una referencia ideológica. Lo que ha prometido sobre todo es liberar a los presos políticos y económicos del país y unas nuevas elecciones presidenciales en seis meses. Durante la campaña se presentaba como una figura de transición y decía que volvería a continuación a retomar su vida anterior.
– ¡Aquí hay algo que no es normal! ¿Se puede evaluar su resultado real? Entre el 70% que parecían darle todas las encuestas y el menos del 10% que ha conseguido, ¿dónde está la verdad?
– No hay encuestas a pie de urna independientes en Bielorrusia, por lo que es muy difícil saberlo. En la plataforma online Golos (la voz), se animaba a los electores a fotografiar y enviar su voto, y se registraron más de un millón de personas. Algunas estimaciones proceden probablemente de ahí.
Lo que sí se sabe es que cierto número de mesas electorales, en las que ella ha ganado, se han negado a falsificar los resultados oficiales. Eso concierne principalmente a Minsk y a sus nuevos barrios, construidos hace 10-15 años, habitados por muchos jóvenes, pero también en pequeñas ciudades en provincias, cuyos habitantes eran hasta ahora afectos al régimen.
Svetlana se basa en esas falsificaciones para no aceptar la reelección de Lukashenko, aunque este elemento ha pasado ya a un segundo plano, pues las protestas superan a los resultados electorales.
Svetlana Tijanóvskaya en su conferencia del 10 de agosto pidiendo el fin de las protestas antes de huir a Lituania. | Viktor Tolochko / Sputnik via AFP
– ¿Qué caracteriza a este movimiento?
– Se trata de una protesta sin precedentes que no tiene equivalente desde finales de los años 90. Es cierto que en Minsk hubo algunas movilizaciones en 2010, pero decayeron rápidamente y la represión cesó después de las elecciones presidenciales. Entonces fueron arrestadas unas 700 personas y fueron detenidos nueve candidatos de la oposición.
Esta vez se trata sin duda de un movimiento más profundo que se caracteriza ante todo por su dimensión regional y descentralizada. Hay en efecto manifestaciones en muchas ciudades. En Minsk las autoridades han cerrado todas las plazas. Es pues una movilización muy dinámica, que se adapta: la gente se concentra por todas partes. No es un movimiento de plaza pública, como la de Maidán en Kiev (invierno 2013-2014, ver nuestro dossier aquí), porque el dispositivo policial obliga a moverse a los manifestantes.
Por otra parte, hay una especie de radicalización. Se levantan barricadas y circulan consignas para equiparse y protegerse. Frente a ellos, el aparato policial resiste: por el momento no hay fisuras en las fuerzas del orden ni en las élites. La represión es violenta y ha causado ya un muerto confirmado por el Ministerio del Interior y centenares de heridos.
Si la movilización no consigue afectar al régimen, se teme que Lukashenko continúe con la represión y provoque un baño de sangre.
– Después de los sucesos ucranianos –la Revolución Naranja en 2004 y el levantamiento de Maidán diez años más tarde–, ¿estamos asistiendo con este movimiento bielorruso a un “tercer Maidán” del espacio post soviético?
– El Maidán ucraniano hizo caer a un régimen. No es el caso de Bielorrusia por el momento y prefiero ser prudente sobre la capacidad del movimiento para derrocar al régimen de Lukashenko. Todo dependerá de la forma en que otros segmentos de la sociedad se unan, o no, a la protesta. Actualmente hay algunas fábricas afectadas por movilizaciones de protesta, pero no se trata de una huelga general.
El Maidán ucraniano terminó por otra parte en un baño de sangre después de un mes y medio de movilizaciones pacíficas. En Minsk, la represión policial cesó la misma noche de las elecciones y fueron disparadas también esa misma noche las primeras balas de goma. Es una gran diferencia en cuanto a la temporalidad de la represión y el final de la secuencia.
También había una fuerte dimensión política en el Maidán ucraniano, aunque una buena parte se basara en la auto-organización: los partidos políticos, con sus recursos financieros y materiales, estaban muy presentes. Pero estos componentes están totalmente ausentes en Bielorrusia por efecto de la neutralización temprana de la oposición y el exilio actual en Lituania de Svetlana Tijanóvskaya. El movimiento bielorruso no cuenta por el momento con ningún recurso ni organización, está dirigido por ciudadanos y se propaga gracias a internet a pesar de las tentativas de las autoridades de someter al país a un apagón total.
En lo que coinciden las dinámicas de los dos países es en el hartazgo y la voluntad enorme de ruptura con el presidente. La población bielorrusa vive en total desfase con el juego político, hasta el punto de apoyar a una candidata anti-sistema. Por eso es elocuente el eslogan principal уходи (¡Vete!) dirigido a Lukashenko.
También se observa, como hace seis años en Kiev, mucha solidaridad: apoyo mutuo entre manifestantes y conductores, ciudadanos que dejan la puerta de su casa abierta por si las personas necesitan ponerse a cubierto, colecta de fondos para pagar las multas, etc., tanto en el país como en el exilio.
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Para una gran parte de los bielorrusos, el miedo ya ha desaparecido. Sobre todo cuando Svetlana Tijanóvskaya hizo su campaña electoral por las provincias. La gente entonces se dio cuenta de que no eran una minoría. Durante tres semanas ella consiguió reunir en sus mítines en las grandes ciudades entre 8.000 y 10.000 personas, lo que dio a la población un sentimiento de unidad y de fuerza. El gran error del poder ha sido no verlo.
Traducción: Miguel López.
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