El desafío yihadista
Así es Molenbeek, el barrio de Bruselas donde nace el yihadismo
Souad (*) se hundió en lágrimas y oraciones cuando supo que dos de los hermanos Abdeslam estaban involucrados en los asesinatos de París. Que el primero, Brahim, se había inmolado frente a un bar del distrito XI “como si estuviera en Kabul“ y el otro, Salah, había huido. "Sentía que la desgracia se acercaba una vez más al barrio". Ya el pasado verano durante las vacaciones, en su pueblo natal del norte de Marruecos, había pedido a su marido, jubilado de la Stib (la red municipal de autobús de Bruselas), que convenciese a sus hijos para quedarse allí. "Marruecos es una dictadura, pero prefiero la dictadura a la anarquía, allí los policías dan miedo, pero nuestros nietos estarían controlados. No como en Molenbeek, donde todo vale y los niños andan por la calle día y noche".
Souad ya se encontraba mucho antes "traumatizada, sobrepasada" por la historia de la familia N. Eran unos primos lejanos, inmigrantes en Bélgica como ellos, que habían organizado una talba –lectura del Corán– en memoria de uno de sus hijos pequeños, velozmente radicalizado y que, siguiendo la llamada de Daesh, se había marchado a Siria. Murió meses más tarde, "mártir", según un breve mensaje de la organización, que había sumido a la madre en la locura y al padre en la depresión. Souad, de unos 60 años, se veía a menudo con las mujeres de esta familia alrededor de un té de menta para pasar la tarde, "pero desde esta tragedia, no se tratan con nadie, la yihad es un tema tabú, las familias se avergüenzan, como si hubieran sufrido la ira de Satán".
En su salón oriental y bajo una foto de La Meca, donde fue de peregrinación, Souad, con un rosario en la mano, se pregunta "qué droga damos a nuestros hijos para que se conviertan en monstruos". Dice que ya no sale por miedo a ser acosada por los periodistas. "Nos toman por animales", señala. Llora por las víctimas de París, por "los musulmanes de Europa que van a estar aún más estigmatizados", pero también por "el infierno que debe vivir la madre de los Abdeslam". "Esto es un pueblo, nos conocemos todos", cuenta a Magreb TV, una televisión belga comunitaria que transmite en árabe y que ha enviado sus cámaras a la plaza de Molenbeek.
El barrio de Molenbeek es una de las grandes almas que conforman Bruselas, la capital de Europa. Los jueves se celebra un mercado que, según comenta un comerciante que se presenta como "uno de los pocos blancos" del lugar, "da la impresión de estar en Tánger". A su juicio, Molenbeek se ha convertido en "un laboratorio de una población en un 90% musulmana", "un gueto étnico". Casi 100.000 habitantes en apenas seis kilómetros cuadrados. Más del 50% de la población está compuesta por inmigrantes marroquíes o sus descendientes, concentrados en la parte baja de la ciudad, en el triángulo Comte de Flandre-Étangs noirs-Ribaucourt.
Abandono escolar, desempleo (60% en el caso del paro juvenil), discriminación desde la escuela a la contratación. En Molenbeek existen muchas familias hacinadas en pequeñas viviendas que, en algunos casos, no alcazan las condiciones necesarias de salubridad (WC, ducha...). Tráfico de drogas, vandalismo... Apodado como el “pequeño Manchester", este barrio obrero florecía en la década de los sesenta cuando de golpe se tuvo que enfrentar el proceso de desindustrialización. Cincuenta años después del primer acuerdo bilateral de contratación de mano de obra entre Bélgica y Marruecos, Molenbeek es el emblema de la creciente pobreza y delincuencia de Bruselas. Todos los indicadores sociales son negativos, todo ello a pocos kilómetros de la rotonda Schuman y de las instituciones europeas.
Desde el sábado pasado, los medios de comunicación de todo el mundo tratan de comprender cómo es este barrio, que el ministro del Interior belga, Jan Jambon, de la muy derechista N-VA, quiere "limpiar" porque se ha convertido en "un nido de yihadistas". Los medios ocupan la plaza del ayuntamiento con sus furgonetas con satélite. Van y vienen de la casa consistorial, contigua a la comisaría de policía, al número 30, en el otro extremo de la plaza, un pequeño edificio de tres pisos encima de una tienda paquistaní en la que se venden telas orientales. Es aquí, en una vivienda social, donde vive la familia Abdeslam, bajo una presión mediática máxima.
Al final de la tarde del lunes 16 de noviembre, a la puerta del edificio, Mohamed, el hermano mayor de los dos presuntos terroristas, empleado en el departamento de población del ayuntamiento desde hace diez años, habló bajo los flashes después de su detención durante horas: "He sido acusado de actos terroristas (...) pero nunca he estado vinculado de ninguna manera a una intervención en París. (...) La gente del barrio sabe lo que soy y no soy capaz de hacer. Nunca he tenido problemas con la Justicia. Tenía una coartada". Momo, como le llaman sus colegas, asegura que "no había notado nada" en sus hermanos. Como todos los que conocían a Salah y a Brahim Abdeslam.
"Bienvenidos a Hollywood, la mayor fábrica de películas"
Un trabajador social comenta desde el anonimato: "No eran unos desconocidos para la Justicia, los dos hermanos habían cometido pequeños delitos, pero pertenecen a una familia de ideas moderadas, abierta, originaria de Tánger, que nunca había dado de qué hablar desde el punto de vista religioso". "Los conozco desde que eran pequeños y nunca los he visto en la mezquita", añade Jamal Habbachich, que preside un comité consultivo de dieciséis mezquitas en Molenbeek. Abdel (*), de 26 años, que alterna el paro con trabajos temporales, pasaba día y noche en el Béguines, el café que pertenecía a Brahim Abdeslam y que llevaba Salah. Era un bar de hombres en una zona donde la mayoría de las mujeres llevan velo y donde "nunca verás a una en un bar o en la calle por la noche a menos que salga de una boda", señala Abdel.
Las autoridades cerraron el café el 5 de noviembre por "consumo de sustancias alucinógenas prohibidas" después de un registro policial en agosto. Llevábamos una vida de juerga, fumábamos porros, bebíamos té de menta o Jupiler (cerveza belga), mientras jugábamos a los dados o veíamos partidos de fútbol. "Eran todo menos radicales, que ven la vida como haram (ilícito) o halal (lícito). Que yo sepa, no hacían la oración. Lo que les flipaba eran las chicas, las discotecas, la fiesta”, cuenta Abdel.
Abdel no cree "en absoluto" lo que transmiten en bucle los canales de noticias sobre los Abdeslam y el presunto cerebro de los atentados de París, Abdelhamid Abaaoud, también de Molenbeek y muy conocido en el barrio, muerto en el asalto lanzado el miércoles en un apartamento en Saint-Denis. "Son montajes. ¿Cómo se puede llevar una cafetería y hacerse estallar por los aires un par de semanas más tarde? ¿Cómo puede ser Abaaoud el hombre más buscado del mundo mientras está escondido en Siria y regresar luego a París de incógnito atravesando fronteras en un ambiente de seguridad máxima, incluso siguiendo la ruta de los refugiados sirios?", se pregunta el joven citando como testigos a sus amigos.
Todos ven ahí “otra conspiración de la Gran Potencia, Estados Unidos, y de Francia para ensuciar a los musulmanes" Gran Potencia. "Si envío por SMS a mis contactos la pregunta, " ¿crees en los acontecimientos con los que los medios nos machacan desde el viernes?, el 95% me va a responder no”, asegura sin pestañear Samir, de 28 años y ya diez en el paro. Ellos no fueron el miércoles a la manifestación en la plaza del ayuntamiento en memoria de las víctimas de París, donde 2.500 personas, entre ellas un hermano de los Abdeslam desde un balcón, se reunieron encendiendo velas: luces contra las tinieblas.
Miles de residentes del barrio de Molenbeek se manifiestan en contra de los atentados de París.
Karim, que abandonó la escuela a los 16 años y vive del trapicheo, no siente que todo esto le concierna: "No fuimos Charlie en enero porque no se puede uno reír de todo y burlarse de la religión, del profeta, como él hacía. No vamos a ser París en noviembreCharlie París . Ha habido muertos, de acuerdo, que descansen en paz, pero no creemos en el "terrorismo", es una invención de Occidente. Cada vez que hay "un ataque" o "una tentativa", siempre pasa por casualidad por Molenbeek y por los barrios donde se concentran los musulmanes. Es el único momento del año en el que se habla de nosotros en los periódicos, nunca para hablar del racismo, del paro, de la pobreza, de la violencia policial que sufrimos. De un día para otro descubrimos que un “tal” con el que íbamos a la escuela, jugábamos al fútbol, o boxeábamos, se ha convertido en un verdugo y posa con un kalashnikov en Facebook en medio de cadáveres. Pero, ¿qué hace la policía si somos un foco del yihadismo mundial desde hace tantos años?".
Ante una de las dos últimas escuelas de Bruselas que aceptan el velo (ambas en Molenbeek), chicas cubiertas o con el pelo suelto salen de las clases entre afirmaciones como "es falso, es una conspiración" o "es verdad, hace bien Francia bombardeando Siria". Numerosos habitantes que hemos encontrado en barrio, muchos de ellos jóvenes, se niegan a creer que este sea un centro del islamismo radical europeo, una base de retaguardia de las células yihadistas francesas. Las teorías conspirativas circulan de boca en boca, lo que revela la magnitud de la brecha entre la población de estos barrios excluidos y el resto de la sociedad.
Desde la ofensiva mediática, la paranoia se ha extendido entre los habitantes, que ven "agentes externos", "espías al servicio del rey de Marruecos", "policías belgas camuflados" en todas partes, hasta entre los periodistas. "Bienvenida a Hollywood, la mayor fábrica de películas. Yo robo, pero no soy un terrorista, soy incapaz de matar una mosca", bromea un argelino sin papeles. Lleva todo falso –vaqueros, chaqueta de cuero, reloj, bandolera...– y fuma un canuto en la Avenida de Gand, la calle principal y comercial del barrio, poblada de tiendas étnicas de precios baratos, carnicerías y snack halal, tiendas de muebles, vajilla y accesorios orientales, ropa islámica “made in China”...
"Molenbeek está pagando por décadas de acoso religioso"
Sin embargo la realidad está ahí, indiscutible. Cuando no son de aquí, los islamistas radicales se forman, se esconden, surgen detrás de las paredes, sótanos y garajes de las pequeñas casas de ladrillo rojo de Molenbeek. A pesar del endurecimiento de la legislación antiterrorista belga y el desmantelamiento de los canales de reclutamiento desde la década de los 90, los caminos del terrorismo conducen repetidamente a este barrio pobre, lo que le valió el apodo de "Molenbeekistan".
"La religión llevada al extremo por los oscurantistas se ha convertido en la principal ocupación de los parados, que sólo tienen la posibilidad de elegir entre el tráfico de drogas o la yihad. ¿No tienes trabajo? Ora cinco veces al día y espera la llamada del imán en el café fumando un porro. ¿No estás casado, estás frustrado sexualmente, socialmente? Te daremos 70 vírgenes si te inmolas", suspira un comerciante musulmán al que le gustaría "un poco de diversidad, de blancos".
Hoy son Abdelhamid Abaaoud, los hermanos Abdeslam, el francés Bilal Hadfi, que se inmoló frente al Estadio de Francia y que vivía en Bruselas, los que llenan los titulares. Ayer, y la lista no es exhaustiva, eran Hassan el-Haski, uno de los autores intelectuales de los atentados de Madrid de 2004 (191 muertos y 1.800 heridos); Mehdi Nemmouche, autor de la masacre del Museo judío de Bruselas en mayo de 2014, oriundo de Roubaix; Ayoub el-Khazzani, que fracasó en el ataque contra el Thalys Bruselas-París en agosto; o los integrantes de la célula de Verviers desmantelada durante una operación de la policía tras los atentados a Charlie Hebdo, Montrouge y el HyperCacher en enero.
Y están también los predicadores Jean-Louis Denis y Fouad Belkacem, actualmente en prisión (condenado a doce años en febrero). Este último, a la cabeza de Sharia4Belgium, abogaba por la yihad armada entre Amberes y Bruselas. En 2012, quince miembros de su grupúsculo salafista causaron disturbios con la policía en Molenbeek en respuesta a una identificación de una mujer que vestía niqab en el tranvía (ésta se había rebelado y había roto la nariz de una policía).
Las fuerzas de seguridad belgas durante el dispositivo de este domingo en busca de más responsables de los atentados de París
"Este barrio es, para ellos, un distrito de París como Amberes un anexo de los Países Bajos. Pueden conseguir fácilmente armas, documentación falsa gracias a las redes criminales, esconderse debido a la densidad de viviendas y fundirse entre la población de tipo árabe musulmana", analiza el antropólogo y activista Johan Leman. Él ha seguido todos los cambios del barrio, desde la llegada de las primeras generaciones de inmigrantes que vinieron para trabajar en las minas o para excavar el metro de Bruselas, a las primeras radicalizaciones de sus hijos nacidos en suelo belga. Es aquí también donde los tunecinos Dahmane Abd el-Sattar y Bouraoui el-Ouaer alentaron el asesinato del comandante afgano Massoud asesinado dos días antes del 11 de septiembre de 2001, siguiendo las órdenes de Bin Laden.
El-Sattar era el marido de Malika el-Aroud, la viuda negra, musa del yihadismo belga, dos veces esposa de mártires (se volvió a casar con Moez Garsallaoui, un belga-tunecino asesinado por un dron en Pakistán en 2012). Hija de un obrero marroquí, condenada en 2008 a ocho años de prisión y bajo un procedimiento de pérdida de nacionalidad, envió a decenas de jóvenes a Afganistán.
El franco-sirio Bassam Ayachi, el jeque, decano de los terroristas belgas en Siria, a donde regresó en 2013, celebró su matrimonio religioso con el-Sattar. Dirigió durante veinte años, con su hijo (muerto en Siria en 2013), el Centro Islámico Belga (CIB) de Molenbeek. Un santuario del salafismo radical que envió a muchos combatientes a Afganistán, Irak y Siria y que hasta 2012 no fue desmantelado por la justicia.
"Molenbeek está pagando por décadas de hostigamiento religioso y laxismo político. Dejamos a los fanáticos, religiosos, salafistas y Hermanos Musulmanes, pagados por Qatar, Arabia Saudí, Egipto, Marruecos, sembrar la desgracia, el caos, el velo. Han hecho del islam sectas que imponen un Corán del terror en personas fragilizadas, ignorantes, niños que han abandonado la escuela y cuyos padres son analfabetos, que no hablan ni el árabe ni el idioma de los imanes". El gerente de la librería El-Itra (el Ser original, en árabe) sentencia en su local desierto de la calle Ribaucourt leyendo a Grabovoï,"un gran pensador ruso que puede sacar nuestras conciencias de la degeneración". Sin concesiones, el librero, "un musulmán laico", pone "en el mismo saco" al terrorista Bassam Ayachi y al erudito islámico Tariq Ramadán, que da conferencias regularmente en la ciudad.
Por delante de su escaparate pasan tres ancianos, barbas largas y pobladas, anoraks sobre chilabas hasta las rodillas: "Hace treinta años, bebían alcohol, fumaban, pero les han lavado el cerebro, y hélos aquí como monos". Ni un solo cliente en su tienda desde el sábado, "sólo periodistas que no saben nada sobre el islam". "A este ritmo, voy a cerrar. Llevo la única verdadera librería del municipio que tiene una oferta religiosa y laica frente a las incontables librerías coránicas, todas afiliadas a un grupúsculo, salafistas, Hermanos Musulmanes", se queja el comerciante. Cuenta que un día de campaña electoral, "un político" entró en su librería: "Me preguntó qué quería. Le dije, cierra las mezquitas y te votaré. Me tomó por un musulmán loco y se fue. Pero ahí está el gran problema de Molenbeek".
Un fin de semana así termina con el trabajo de los asistentes sociales
Este barrio cuenta oficialmente con 24 mezquitas, organizadas por países, de las cuales sólo cuatro son reconocidas por la Región de Bruselas-Capital (las autoridades pagan a sus imanes). También cuenta con decenas de lugares de culto o de asociaciones privadas, en casas antiguas de obreros, que nadie realmente sabe cifrar ni vigilar. Dieciséis de las 24 mezquitas (once de lengua árabe, dos pakistaníes, una africana, una turca y una bosnia) están controladas por un consejo consultivo.
Jamal Habbachich, de 59 años, un belga originario del sur de Marruecos, preside este consejo. Nos cita en la mezquita Attadamoune, con 500 fieles el viernes, cerca de Étangs Noirs, y llama "a la comunidad a reflexionar: "Estamos como Bélgica, divididos, comunitarizados en nuestras mezquitas. Cada uno, en su país, su tribu, sus mentalidades. El Magreb es una anarquía total, en contraste con Turquía o Pakistán, que están muy estructuradas. Ninguno de sus jóvenes participa en la yihad a diferencia de nuestros hijos del norte de Marruecos y del norte de África, que encontramos en todos los dossieres de terrorismo junto con los conversos".
Según él, "el mal proviene de las monarquías del Golfo, Arabia Saudí a la cabeza, que vierten sus petrodólares en Occidente e imponen en nuestros barrios corrientes peligrosas y una lectura muy rigurosa y binaria del islam", "halal ", "haram", sin matices. Para los marroquíes, es muy importante y es un terreno abonado para los reclutadores radicales que quieren lavar el cerebro a nuestros jóvenes". Este jueves, en los medios, Rachid Madrane, ministro de Ayuda a la Juventud en la Federación Valonia-Bruselas, reconoció el pecado original: "Hemos confiado las llaves del islam en 1973 a Arabia Saudí para asegurar el suministro energético (...) el resultado es que la práctica del islam moderado de las personas que vinieron de Marruecos se ha visto infiltrado por el wahabismo, por el salafismo".
El Reino de Bélgica descubre de esta manera que ha mirado para otro lado durante mucho tiempo ante la influencia wahabí. La gran mezquita del Cincuentenario, en Bruselas, financiada en los años sesenta por la Liga Islámica Mundial, una ONG musulmana al servicio del régimen saudí, es un emblema de esta relación peligrosa. Rachid Madrane desea más imanes formados en Bélgica, que prediquen en francés, en holandés, más árabe parlantes en los servicios de información.
"Las mezquitas son menos problemáticas que internet. Lo eran hace diez años pero hoy están vigiladas. Los islamistas lo saben y actúan fuera, en privado, en internet. Vemos a pocos jóvenes en nuestras mezquitas por falta de imanes que sepan responder a sus preocupaciones", dice Jamal Habbachich.
Profesor de religión musulmana en las escuelas de formación profesional de la red oficial (los belgas tienen una definición de la laicidad radicalmente diferente a la de los franceses), Jamal Habbachich tiene muchas dificultades para convencer a los muchachos desorientados por los predicadores de la web. "El otro día, una alumna de quinto me preguntó si yo estaba de acuerdo con el imán de Brest, Rashid Abu Houdeyfa, el nuevo ídolo entre los jóvenes, en decir que las uñas postizas, era haram. ¡Pasé cuarenta minutos explicándole que no había nada malo en añadir una capa de uñas! Discursos como éste me asustan. Pasé dos semanas también explicando a un adolescente quienes eran las mujeres de Mahoma, Aisha, guerrera, enfermera, etc. Me decía que siguiendo los preceptos de un jeque egipcio en youtube, su esposa nunca trabajaría. Sostenía que las mujeres no debían salir más que tres veces: del vientre de su madre, del yugo parental al yugo marital, y por último del hogar al cementerio".
En su despacho del ayuntamiento, bajo un cartel sobre la lucha contra la discriminación racial, Sara Turine, del Partido Ecologista, concejal para la Juventud, la Cohesión social y el Diálogo Intercultural, islamóloga de formación, comparte los mismos temores y el mismo análisis: "La lógica maniquea wahabí causó mucho daño en Molenbeek. Después de los atentados del 11 de septiembre y la primera ola de islamofobia, los jóvenes de segunda y tercera generación, no sintiéndose reconocidos como totalmente belgas, sobre todo los varones, han izado el estandarte de su identidad musulmana. Apenas nos damos cuenta hoy de las consecuencias del repliegue religioso que hemos permitido que se instale para comprar la paz social”.
Desde el sábado, las políticos se echan unos a otros las responsabilidades, principalmente el exalcalde Philippe Moureaux, barón socialista que gobernó durante más de 20 años este ayuntamiento, y la nueva alcaldesa de derechas Françoise Schepmans (Movimiento Reformador), que ganó en 2012 gracias a una coalición de su partido, el centroderecha del CDH, y los ecologistas.
El primero habría permitido que "Marrakech se convirtiera en Peshawar". La segunda "no ha hecho nada"... Sarah Turine no quiere “entrar en la polémica". Cuando se enteró de los tiroteos de París, se dijo: "Con tal de que no exista un vínculo con Molenbeek...". "Un fin de semana como este destruye todo el trabajo de los asistentes sociales y va a estigmatizar un poco más a los habitantes del barrio, musulmanes normales, pacifistas que soportan ya muchas injusticias”. Y nos recuerda que, en los cinco barrios de Bruselas Oeste, entre ellas Molenbeek, unos cincuenta jóvenes se han unido a las milicias en Siria desde el comienzo del conflicto.
"Los periodistas no hablan de la energía que desprende esta ciudad"
"Hemos sobremediatizado un fenómeno, sin duda de una extrema violencia y barbarie. En Bélgica, los yihadistas son 500 personas de alrededor de 600.000 musulmanes. Las tasas de desempleo y de abandono escolar son mucho más alarmantes", sostiene Corinne Torrekens, investigadora en la Universidad Libre de Bruselas, especialista en radicalización. “Los periodistas sólo vienen cuando hay un atentado o el rodaje de una película. Nunca hablan de las impresionantes energías que desprende esta ciudad, su terreno asociativo, artístico”, se indigna el actor Ben Hamidou.
Ben Hamidou es un niño de Molenbeek, "mi madre adoptiva", dice este nativo de Orán en Argelia, que monta desde hace quince años obras de teatro solo en escena o con gente del barrio. Actúa en Djihad, la obra de Ismael Saïdi que se representa desde 2014. Tragicomedia que sigue la odisea en Siria de tres fracasados de Molenbeek que la ociosidad y la búsqueda de identidad les conduce a la guerra santa. Declarada de interés público a raíz de los ataques de Charlie Hebdo, esta obra se ha convertido en una herramienta educativa en las escuelas de los guetos para entender y calmar la locura del mundo.
"Los medios de comunicación están haciendo de Molenbeek una zona más terrible que los suburbios de París, donde se envía a las CRS ( fuerzas de seguridad de la Policía francesa) en lugar de hacer buenas escuelas. En nuestro caso, es una localidad de tamaño humano en el centro de la ciudad en donde todavía hay inversión", se lamenta el profesor de urbanismo Eric Corijn. Nos encontramos con él en "un lugar positivo", la casa de las culturas y de la cohesión social, teatro de iniciativas y de la diversidad.
"La ciudad está cambiando poco a poco, el viejo Molenbeek está en plena revitalización, se abren hoteles, vemos tiendas con minifaldas en los escaparates de la Avenida de Gand, ¡algo impensable hace tan sólo cinco años!", insiste durante sus visitas como la del sábado ante unos treinta eurócratas que nunca habían pasado del canal. Cerca de la casa de Abdeslam en la plaza del ayuntamiento, delante de una brasserie, señala: "Necesitamos que el ayuntamiento se espabile para que esto sea un lugar híbrido donde se pueda beber té de menta y vino". Acabar con los guetos, "hacer comunidad juntos". Éste es uno de los mayores retos de Molenbeek, roto por la mitad, la ciudad alta, burguesa, de moda, blanca, y la baja, popular, miserable, árabe-musulmana.
"Va a ser difícil. El daño está hecho, la integración ha fracasado. Incluso si se diera trabajo a todos los parados del barrio, las familias permanecerían replegadas en sus tribus, casándose entre primos, desanimando a las niñas a estudiar. Los políticos han permitido que se formara un pequeño Marruecos del norte con representantes electos, policías, maestros... todos marroquíes que trabajan, según algunos, como en los poblachos y con sobornos. Las calles están sucias, el cannabis está en todos los sitios, en los cafés legales y en otros clandestinos detrás de las persianas metálicas. Las autoridades no hacen nada, dejan que la droga destruya a nuestros hijos". Mounir (*) está "deprimido". Quiere mudarse con su familia a un barrio tranquilo, inscribir a sus hijas en una escuela con blancos, porque aquí no hay mezcla y el nivel es muy bajo. Quiere "sentirse en Bélgica".
Alguna calles más allá, no muy lejos de Ribaucourt, centro del tráfico de drogas, se divisa un café con cristales tintados. En el interior, los habituales, jóvenes y viejos, un olor a porro, "este olor sin el cual Molenbeek no sería Molenbeek", comenta Soufiane (*). Dos televisores, uno poniendo fútbol y en el otro soul con vídeos sugestivos. Ni un cenicero. Se aplastan los canutos en el suelo. Un argelino sin papeles que lleva el bar de sus patrones, rifeños, barre regularmente las colillas. "Esta es la técnica para mantenerse limpio si es que en algún momento la policía hace una redada", explica Soufiane. Esta es su hora de descanso después del trabajo, temporal. Aquí se encuentra con sus amigos que, como él, son originarios de Oujda, en el norte de Marruecos.
Soufiane soñaba con una vida mejor, con estudios, fuera de Molenbeek. Pero aún adolescente, se vio obligado a seguir la rama profesional. "Aquí, el sistema nos tira hacia abajo, la exclusión comienza en la escuela. No tenemos derecho a tener ambición. Nos quieren en las fábricas como a nuestros padres, pero éstas ya no existen". En su barrio, una mujer se ha ido con los hijos a Siria para unirse a su hermano. Sin decir nada a su marido, que se encontró la casa vacía a la vuelta del trabajo. El viernes rezará en la mezquita "por las víctimas de París", preguntándose si sus vecinos de rezo son del Daesh : "Nos volvemos paranoicos y no sabemos qué pensar".
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Al otro lado del canal, un comercio dirigido por un armenio que ve en bucle siempre los mismos vídeos de Abaaoud. Dice, sacando un folleto de su cajón, que "todo esto es culpa de las políticas que han dejado a los árabes imponer su cultura en Europa". Esta es la profesión de fe del Vlaams Belang, el partido flamenco de extrema derecha racista y xenófobo. En el exterior, un sirio de Homs, que pasó por los Balcanes, mendiga unas monedas con su esposa y sus dos hijos. Tienen miedo de ser expulsados " a causa de los terroristas" … ______________________
Los nombres seguidos de un asterisco (*) se han cambiado a petición de las personas que deseaban preservar su identidad.
Traducción a cargo de Carmen M. Marcos