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El 'momento Kabul', ¿una señal del declive de Estados Unidos?

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, llega a Fort McNair desde Camp David; en Washington, DC, el 17 de agosto de 2021.

François Bougon (Mediapart)

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Cuando un acontecimiento como la toma de Kabul por los talibanes –y las escenas desgarradoras del aeropuerto, donde se ha visto a afganos desesperados agarrarse a los aviones, cayendo algunos desde la altura después del despegue– impacta a todo el mundo, todos tenemos el reflejo de recurrir a analogías históricas, lo que nos sirve de consuelo frente a la incertidumbre que necesariamente provoca. Pero también dicen mucho sobre los que las emplean y sobre su visión del mundo.

La comparación histórica más utilizada sin duda estos días ha sido la de la caída de Saigón en 1975, cuando los últimos diplomáticos americanos huían de las tropas comunistas que entraban en la capital del Vietnam de Sur y se escapaban en helicóptero, y la de la lamentable marcha, incluso antes del domingo 15 de agosto, del presidente Ashraf Ghani, cuando los talibanes llegaban a la capital afgana, dejando el país arrasado desde 1978 por la guerra civil. El diario británico The Telegraph ha hecho este vídeo conmovedor:

Joe Biden, que cuando la toma de Saigón era un joven senador, fue preguntado el 8 de julio sobre este asunto, tras su anuncio de retirada de las tropas americanas para el 31 de agosto, y dijo que no se podían comparar las dos situaciones. “Entonces habíamos visto a brigadas enteras –seis, si no me equivoco– penetrando en nuestra Embajada. Los talibanes no son el ejército (…) de Vietnam del Norte. No lo son, no son comparables ni de lejos en términos de capacidades. Usted no verá a gente evacuada por aire desde la Embajada de los Estados Unidos en Afganistán. No es en absoluto comparable”.

A pesar de que hay diferencias –las tropas americanas habían en efecto dejado Vietnam dos años antes–, sin embargo esta comparación se está dando en todos los medios y las redes sociales. Las escenas de pánico del lunes del avión en la pista no han hecho más que reforzar esta impresión.

Pese a las negativas de Biden, no sólo los Estados Unidos han terminado perdiendo este conflicto, el más largo de la historia americana (veinte años, más de 2.500 soldados muertos, más de 20.000 heridos, sin contar los muertos afganos y los cientos de miles de desplazados y refugiados), sino también la guerra de la imagen. Incluso entre las filas demócratas se ha utilizado el doloroso recuerdo vietnamita. Dos días antes del desastre, un ex ministro del presidente demócrata Bill Clinton, Robert Reich, se preguntaba en Twitter: “¿Alguien más nota que Kabul empieza a parecerse a Saigón en abril de 1975?”

La comparación también funciona porque recuerda el traumatismo dejado en los Estados Unidos por el conflicto vietnamita. Una de las grandes potencias que dominaban el mundo de entonces junto con su rival comunista, la Unión Soviética, había mordido el polvo derrotada por un “pequeño país” y unos partisanos decididos. Ahora, este nuevo fiasco en el contexto de la rivalidad estratégica con una China pujante, mientras los americanos siguen debatiendo sobre el declive de su país, explica el éxito de la analogía con Saigón 1975.

Un ex miembro de la Embajada de China en Pakistán, Zhang Heqing, se apresuró a colgar este comentario en Twitter el pasado lunes, incluyendo un vídeo del C17 americano rodeado de una masa de afganos sobre la pista: “El aeropuerto de Kabul hoy. No hay palabras y es mucho peor que Saigón”.

La idea del declive está también presente en otra analogía histórica desarrollada por William Maley, profesor emérito de la Universidad Nacional de Australia y autor de numerosas obras sobre Afganistán.

En un texto publicado en The Conversation, Maley cree que Joe Biden ha vivido algo “parecido a la crisis de Suez de 1956 (franceses y británicos tuvieron que renunciar a su ocupación militar de la zona del canal de Suez, nacionalizado por el dirigente egipcio por la oposición de Washington y Moscú), que no sólo humilló al Gobierno británico de sir Anthony Eden, sino que también marcó el fin del Reino Unido como potencia mundial”.

Y piensa que, “cuando los historiadores analicen la desastrosa retirada americana de Afganistán, puede que aparezca cada vez más como un indicador del declive de América en el mundo, dejando pequeña la fuga de Saigón en 1975”.

Obsesión con el declive

Según William Maley, no sólo queda tocada la credibilidad de Joe Biden, sino la de los Estados Unidos, “que aparecen cada vez más como una potencia en declive en el plano internacional (y un Estado en decadencia para ellos mismos)”. “Han vendido al gobierno y la opinión pública más pro occidental de la región a un grupo terrorista brutal después de haber prometido durante mucho tiempo a los afganos que nunca serían abandonados”, añade, citando igualmente una tribuna del 6 de agosto de diplomáticos americanos que se preocupaban de que “una salida ignominiosa de los americanos del país (envíe) una señal terrible a las demás naciones ahora que los Estados Unidos compiten con China y otros Estados autoritarios”. Y se preguntaban: “si las garantías de seguridad americanas no son creíbles, ¿por qué no llegar a acuerdos con China?”.

En Europa, el presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, no ha recurrido a episodios históricos, pero ha hablado de “vergüenza para el Occidente político” en vista de las “imágenes de desesperación del aeropuerto de Kabul”. Se trata de una “práctica política que nos estremece y que va a cambiar el mundo”, estimó. Antes, la canciller Angela Merkel había hablado de una situación “amarga, dramática y terrible”, dando a entender que la decisión americana había sido tomada por razones de política interna estadounidense.

Armin Laschet, cabeza de lista de los conservadores para las elecciones del 26 de septiembre y posible sucesor de Merkel en la cancillería, ha calificado incluso la retirada de tropas occidentales como la “mayor debacle (…) de la OTAN desde su creación”, en 1949.

Pero puede que los historiadores determinen que los acontecimientos de mediados de agosto de 2021 constituyan simplemente un “momento Kabul”. Un momento en el que los Estados Unidos, en plena rivalidad estratégica con China y una vez aprendidas las lecciones de los fiascos iraquí, libio y afgano, decidan no intervenir más cuando sus intereses vitales no estén amenazados.

Biden, seguro de sí mismo

Ese era el sentido de su intervención en el primer discurso presidencial desde la toma del poder de los talibanes, señalando que “nuestra misión en Afganistán nunca pretendió la construcción de una nación”. “No pretendíamos crear una democracia unificada y centralizada”, continuó. “Nuestro único interés nacional vital en Afganistán sigue siendo hoy el que siempre fue: impedir un ataque terrorista contra la patria americana. Yo defiendo desde hace muchos años que nuestra misión debe estar estrechamente enfocada a la lucha contra el terrorismo y no en la contra-insurrección o la construcción de una nación. Por eso me he opuesto al aumento de efectivos cuando se propuso en 2009, siendo yo vicepresidente. Y por eso, como presidente, soy inflexible sobre el hecho de que debemos concentrarnos en las amenazas a las que nos enfrentamos ahora, en 2021, y no en las amenazas de ayer”.

Gavin Laurence Barwell, ex jefe de gabinete de la primera ministra conservadora británica Theresa May, ha hecho, en Twitter, un llamamiento a los europeos a “despertarse”. “Los Estados Unidos seguirán siendo un aliado clave cuando sus intereses vitales se vean afectados, pero ni demócratas ni republicanos creen ya que los Estados Unidos tengan que ser el gendarme del mundo”. En el New York Times, el editorialista Thomas L. Friedman dice que recemos para que Biden, decidido a “reajustar nuestra estrategia de defensa”, “tenga razón”. La Historia lo dirá.

Eso sería seguramente visto como una buena noticia por todos los que no han cesado de denunciar el coste -más de 2 billones de dólares en Afganistán- y los daños del intervencionismo americano. Pero a corto plazo, los afganos y afganas que habían creído poder vivir libremente en su país son las primeras víctimas de esta doctrina que se inscribe en la línea de pensamiento del eje Asia-Pacífico -ahora rebautizado como Indo-Pacífico- de Barack Obama.

Alain Gresh, en el Orient XXI, se pregunta: “La derrota americana en Afganistán refrenda ante todo el fiasco de una de esas guerras que no se pueden ganar y de sus diferentes variantes desde el Sahel al Kurdistán, de Palestina al Yemen y que alimentan lo que pretenden combatir. ¿Cuánto tiempo hará falta para escarmenar?

La izquierda americana, con Bernie Sanders a la cabeza, que había estimado en abril que la retirada completa de tropas era una “medida valiente”, ahora pide a Biden que “haga todo lo necesario para evacuar a nuestros aliados y abrir las puertas a los refugiados”.

The New York TimesN menciona en un editorial “la tragedia de Afganistán”. “La rápida reconquista de la capital, Kabul, por los talibanes, tras dos décadas de esfuerzos cruentos y extremadamente costosos para poner un gobierno laico dotado de fuerzas de seguridad en Afganistán, es ante todo una tragedia sin nombre. Trágico porque el sueño americano de ser 'la nación indispensable' para la construcción de un mundo en el que reinen los valores y derechos cívicos, la emancipación de las mujeres y la tolerancia religiosa, ha resultado ser sólo eso: un sueño”.

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El despertar es sin duda doloroso. Todos esos afganos que habían creído en las promesas de los occidentales han sido traicionados y las consecuencias a corto plazo serán dramáticas. Pero a largo plazo el efecto tal vez sea beneficioso, habremos aprendido las lecciones de estas “guerras sin fin” y nos quedaremos con que, en este verano de 2021, Joe Biden habrá sabido decir no a la arrogancia imperial que ha causado tantas desgracias en Oriente Próximo y en Afganistán.

Traducción: Miguel López

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