Frente a sus liberadores que les repiten “adelante, coged vuestras cosas, marchaos”, ellos permanecen incrédulos, retirándose al fondo de las celdas. ¿Quiénes son estos hombres armados que maldicen al dictador Bashar al-Assad y gritan “Alá es grande”? Insisten: “No tengáis miedo, podéis marcharos, ya no hay gobierno”.
Escenas históricas el domingo 8 de diciembre en las entrañas de la gigantesca prisión de Sednaya, a 30 kilómetros al norte de Damasco, en Siria, uno de los peores lugares del mundo, el “matadero humano” del régimen de Assad, símbolo del terror y la opresión llevados al extremo.
Miles de presos políticos han sido liberados por la coalición de rebeldes sirios liderada por los islamistas de Hayat Tahrir al-Cham (HTC). “Fin de la tiranía en la prisión de Sednaya”, ha celebrado el grupo HTC en Telegram. “Hemos roto las cadenas de los presos”.
La mayor prisión de Assad no es fácil de vaciar. Los primeros en ser liberados fueron los reclusos de la prisión blanca, la que está en la superficie. La otra, la cárcel roja, una prisión dentro de otra prisión tres pisos bajo tierra, requirió horas de trabajo antes de que fuera posible derribar las entradas. Aún quedan puertas secretas por abrir, que conducen a celdas aún más profundas. Los que conocen de memoria este laberinto de la muerte –guardias y funcionarios– se han esfumado.
En las redes sociales, numerosos vídeos que muestran a hombres, mujeres e incluso niños recuperando o descubriendo su libertad por primera vez muestran la magnitud de unos hechos que pasarán a los anales del siglo XXI tanto como la caída del tirano Assad y su régimen sanguinario en el espacio de siete días.
Aquí, oleadas de hombres esqueléticos acuden al aire libre. Algunos ya no pueden caminar y tienen que ser ayudados. Aquí, un prisionero demacrado es incapaz de hablar, tan destrozado está por las atrocidades que ha sufrido. En otro vídeo, un hombre se adentra en la penumbra de la prisión en busca de su familia, frotándose los ojos: “¿Cómo podemos creer que esto esté ocurriendo?”.
La industria de la muerte
La apertura de las puertas del infierno de Sednaya es un terremoto a la vez soñado y temido en Siria, tanto es así que esta prisión, construida en 1987 en forma de Y y rodeada de campos de minas para impedir la evasión, es la encarnación de la barbarie de Assad: torturas a gran escala, encarcelamiento masivo de detenidos políticos y de cualquier persona clasificada arbitrariamente como “miembro de la oposición” pero culpable de nada. Sirios, pero también libaneses, palestinos, iraquíes... Demócratas, comunistas, trotskistas, cristianos, drusos, chiíes, hermanos musulmanes, periodistas, abogados, estudiantes...
Miles de personas fueron masacradas allí, y miles siguen retenidas hasta su liberación por la coalición rebelde. “Espero este momento tanto como lo temo, por lo que vamos a descubrir y el horror del que son capaces los hombres”, publicó en X el activista, politólogo y abogado franco-sirio Firas Kontar. “En Siria, nos embarga la alegría y nos damos cuenta de que un régimen cae no cuando se invade el palacio presidencial, sino cuando se abren las puertas de la cárcel”, declara a Mediapart el politólogo franco-libanés Ziad Majed.
“La liberación de los presos de Sednaya simboliza el colapso del sistema penitenciario de Assad. La herramienta central de represión utilizada por un clan despiadado para confiscar la acción política y criminalizarla. No se puede entender el sistema de Assad sin entender su sistema penitenciario”, afirma Ziad Majed. “Está diseñado para paralizar y aterrorizar a la sociedad, para aplastar a los presos y crear dolor y miedo a lo largo del tiempo, porque la cárcel no te abandona necesariamente cuando la dejas”.
Bajo el reinado de su padre, Hafez el-Assad, la prisión emblemática de todas las atrocidades era la de Palmira. Su hijo Bashar la sustituyó por la de Sednaya, que se ha convertido en un instrumento de la industria siria de la muerte y en el ejemplo más llamativo de impunidad.
Cámaras de sal
“Cada familia que tiene detenidos ya no se atrevía a hablar, tenía que soportar chantajes, a veces tenía que pagar rescates y se veía obligada constantemente a buscar mediadores", describe Ziad Majed. “Mataban por matar, torturaban por torturar, para demostrar que existe un poder absoluto”. Durante décadas, la prisión ha sido utilizada por el régimen para sofocar las voces disidentes o consideradas disidentes. Desde el levantamiento popular de 2011, la brutalidad había ido en aumento, como documentan numerosos informes de organizaciones de derechos humanos.
Los presos no saben cuándo ni cómo morirán: en la horca, fusilados o por otros medios
En 2022, la Asociación de Detenidos y Desaparecidos de la Prisión de Sednaya (ADMSP) publicó un escalofriante informe en el que describía por primera vez las cámaras de sal, rudimentarias morgues alternativas a las cámaras frigoríficas. Se crearon después de 2011 para seguir el ritmo de las matanzas y amontonar los cadáveres de detenidos que habían muerto a consecuencia de torturas, inanición o falta de atención médica.
Los cadáveres se cubrían con una capa de sal de 20 a 30 centímetros de espesor y se apilaban hasta que había suficientes para llenar un camión y trasladarlos a fosas comunes. A continuación se emitían certificados de defunción, en cada uno de los cuales se indicaba que la causa era un ataque al corazón.
La primera fosa común data de 2013, uno de los años más sangrientos del conflicto sirio. Entre 2011 y 2018, según la ADMSP, más de 30.000 prisioneros fueron ejecutados o murieron por torturas, falta de cuidados o inanición. Según los testimonios de oficiales y guardias que han desertado, así como los de antiguos presos, al menos 500 detenidos fueron ejecutados entre 2018 y 2021.
En 2017, la ONG Amnistía Internacional publicó una investigación basada, en particular, en los testimonios de una treintena de antiguos detenidos, guardias, funcionarios, jueces y médicos. En particular, detallaba los ahorcamientos masivos que se llevaban a cabo generalmente por la noche en total secreto, y presentaba la cifra de 13.000 personas ejecutadas en Sednaya entre septiembre de 2011 y diciembre de 2015, la mayoría de ellas civiles sospechosos de oponerse al régimen.
“Los detenidos solo se enteran en el último momento de que van a ser ejecutados”, explica la ONG. “Cuando entran en la sala de ejecución, siguen con los ojos vendados. Se les dice que expresen sus últimos deseos y que pongan sus huellas dactilares en una declaración que certifica su muerte”. No saben cuándo ni cómo morirán: en la horca, fusilados o por otros medios.
Un antiguo juez de un tribunal militar contó que, cuando ahorcan a los presos, los llevan a la plataforma todavía con los ojos vendados. Sus carceleros les dejan columpiarse allí durante diez o quince minutos. “Algunos no mueren porque son demasiado ligeros. Sobre todo los jóvenes, porque su peso no es suficiente para matarlos. Entonces los ayudantes los desatan y les rompen el cuello”.
A día de hoy, se desconoce el alcance de la barbarie. A medida que los supervivientes, algunos de los cuales son considerados desaparecidos o muertos por sus familiares, compartan sus experiencias –si es que consiguen hacerlo, dado el inmenso trauma–, saldrán a la luz otras facetas del matadero humano del régimen de Assad, que Occidente y los países árabes han intentado normalizar.
”Si alguna vez hay una transición política en Siria, queremos que Sednaya se convierta en un museo, como Auschwitz”, dijo a la AFP Diab Serriya, cofundador de la asociación de detenidos y desaparecidos de la prisión de Sednaya, en una entrevista en 2022.
Ver más“Hace trece años que no piso mi país”: el camino de vuelta a casa de los exiliados sirios en Líbano
“Ha llegado el día. A partir de ahora puede pasar cualquier cosa, lo mejor y lo peor», afirma el investigador Ziad Majed. No quiero decir 'peor que Assad', pero sí que la transición puede ser extremadamente difícil y dolorosa, al igual que sorprendente”.
Abrumado por la emoción, este exiliado sirio cuya familia se reparte entre Turquía, Líbano y Europa, con el que Mediapart se reunió hace unas semanas en Beirut, “aún no se da cuenta” de la realidad y el alcance de la caída del clan Assad a escala de Siria y Oriente Medio, pero está “seguro de que viviría un momento similar a la caída del Muro de Berlín”.
En total, desde 2011, más de 100.000 personas han muerto en las cárceles del régimen sirio, la mayoría bajo tortura, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos.
Frente a sus liberadores que les repiten “adelante, coged vuestras cosas, marchaos”, ellos permanecen incrédulos, retirándose al fondo de las celdas. ¿Quiénes son estos hombres armados que maldicen al dictador Bashar al-Assad y gritan “Alá es grande”? Insisten: “No tengáis miedo, podéis marcharos, ya no hay gobierno”.