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Las sospechas de corrupción en la adjudicación del Mundial de Fútbol de 2022 planean sobre Catar

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Para Catar, la organización del Mundial de Fútbol de 2022 no es sólo una cuestión de prestigio y de dinero. Es vital, casi existencial. Un fracaso y el pequeño emirato del gas pondrá al descubierto lo que intenta ocultar: su vulnerabilidad en un entorno regional en el que está rodeado de enemigos, en particular Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Egipto, que el 5 de junio de 2017 ponían en marcha un bloqueo contra él y organizaban su aislamiento económico, diplomático y político.

Así que esos países deben alegrarse del aumento de casos de corrupción deportiva en Catar. Son muy oportunos porque salpican al poder catarí en el momento en que mayor es su fragilidad.

El emirato, acusado durante años de comprar la Copa del Mundo, lleva tres meses rodeado de sospechas: la repercusión mundial del arresto policial de Michel Platini el 18 de junio en el caso de la Copa del Mundo de 2022; la investigación de Nasser al-Jelaifi, presidente del París Saint-Germain y del canal BeIN Sports, por corrupción en el caso del Campeonato del Mundo de Atletismo de 2017, y la exclusiva de The Sunday Times sobre la prima secreta de 100 millones de dólares de Catar a la FIFA si el emirato ganaba la Copa del Mundo de 2022, en virtud de un contrato secreto firmado por el mismo Nasser al-Jelaifi.

Mediapart [socio editorial de infoLibre] y The Guardian también han revelado la existencia de documentos que implican directamente al director de gabinete del emir Tamim al-Thani por presunta corrupción al margen de los Mundiales de atletismo y que evidencian que estaba informado de la distribución de “paquetes” a seis miembros del Comité Olímpico Internacional (COI) en un intento infructuoso por obtener la organización de los Juegos Olímpicos para Doha.

Esta acumulación de casos confirma la sospecha de la existencia de un sistema de corrupción orquestado al más alto nivel del emirato, dispuesto a hacer cualquier cosa por afirmarse en el panorama internacional, a través del deporte.

El trofeo más preciado de Catar es, por supuesto, la Copa Mundial de Fútbol de 2022. También es el más sospechoso, ya que su adjudicación es objeto de tres investigaciones judiciales por corrupción en Suiza, Estados Unidos y Francia.

Cuando, el 2 de diciembre de 2010, el emirato es oficialmente designado como país anfitrión de la Copa del Mundo, el acontecimiento no sólo es motivo de satisfacción en el Golfo Pérsico. En el reino saudí y en los Emiratos se percibe como una manifestación adicional de la “arrogancia catarí”, sobre todo porque es  mucho lo que hay en juego, en lo que a prestigio y beneficios económicos se refiere, el mercado potencial de la televisión por sí solo se estima en 3.200 millones de espectadores.

Convencidos de que tienen los medios para impedirlo, Riad y Abu Dhabi trabajarán para torpedearlo. A base de millones de dólares. Inicialmente, se preveía que varios de los ocho estadios previstos para albergar los partidos se construirían fuera de Catar, incluidos los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí y Kuwait, que cuentan con instalaciones que pueden albergar a más de 40.000 espectadores, el aforo mínimo requerido para esos partidos.

Ahora sabemos que ninguna de ellas se construirá fuera del territorio nacional. De ahí que, los cataríes se esfuercen por construirlos a toda velocidad en el país. Pero la FIFA ya anunció el 22 de mayo que desecha la idea de un Mundial de 48 equipos “por razones políticas y logísticas”. En otras palabras, por cuestiones geopolíticas.

La animosidad mostrada por sus rivales árabes en el Golfo no es nueva. Riad siempre ha querido que Doha le muestre cierta lealtad, como el vecino emirato de Bahréin, que con el paso de los años se ha convertido en la marioneta del reino.

El papel de Al-Jazeera

Lo que provocó la animosidad de los líderes saudíes es la llegada al trono en 1995 de Hamad ben Jalifa al-Thani, que derrocó a su padre, el jeque Jalifa, cuya política era la de alinearse con Riad, y el nacimiento al año siguiente del canal por satélite Al-Jazeera, creado por el propio emir y que ahora cuenta con más de 25 millones de espectadores, con versiones en inglés y en los Balcanes.

Sin embargo, Al-Jazeera nunca pierde la oportunidad de difundir información desfavorable al régimen saudí o de aplaudir a los opositores. Algo insoportable para Riad, que ha exigido el cierre de la cadena desde siempre. Pero el reino cada vez tiene menos capacidad para combatir a los cataríes, que se han asegurado la protección de Estados Unidos al albergar la mayor base estadounidense fuera del territorio en Al-Udeid, que desde 2003 alberga el CentCom y alrededor de 100 aviones, y al comprar, con miles de millones de dólares, las mejores armas estadounidenses.

Todo enfrenta al reino y al pequeño emirato, empezando por su deseo común de imponer su hegemonía al mundo musulmán sunita. En esta batalla entre dos Estados cuya legitimidad religiosa se basa en el wahabismo, Catar ha tenido ventaja durante mucho tiempo. En primer lugar, porque el emir y su entorno son los únicos maestros del juego.

“En cambio, el sistema tradicional beduino se ha perpetuado en la monarquía saudí”, señala el experto árabe Gilles Kepel. “La sucesión fue lateral, a través de los hermanos, ya que entonces se moría muy joven por las incesantes incursiones, lo que a menudo significaba que el hijo, demasiado joven, no podía suceder al padre. Por lo tanto, era su hermano quien le sucedía para mantener la coherencia de la tribu. Este sistema prevaleció en la monarquía. El resultado fue que, gracias a la comodidad y calidad de la geriatría de la que disfrutaban los multimillonarios de la nafta, los ancianos accedieron al trono y la renta petrolífera tuvo que repartirse entre una miríada de príncipes, de ahí la extrema ralentización en el proceso de toma de decisiones. No es el caso de Catar, que tiene un proceso de toma de decisiones extremadamente rápido y, por lo tanto, ha hecho recortes en el Reino de Arabia Saudí”.

Pero todo iba a cambiar con la llegada al poder de Mohammed ben Salmane, alias MBS, que se convirtió en príncipe heredero en junio de 2017 y que decidió que sólo habría una persona encargada de la toma de decisiones. Así lo demuestra el episodio del Ritz Carlton, cuando unas 200 personas, entre ellas 11 príncipes, cuatro ministros y varias docenas de exministros, fueron secuestrados en el palacio, donde se les hizo comprender, por métodos bastante duros, que en lo sucesivo sólo habría un líder. Era el final del llamado sistema de sucesión adélfica y de acuerdo entre hermanos en Arabia Saudí.

Ahora MBS tiene las manos libres para atacar a Catar, un país que le obsesiona aún más que Irán. Y, fiel a su reputación y a su apodo de “feroz”, tiene la intención de hacer morder el polvo al régimen catarí, sobre todo porque sigue queriendo mantener la hegemonía sobre el discurso islámico sunita en relación con los saudíes.

Mientras la monarquía saudí seguía atrapada en su renta petrolera, Catar, que es a la vez un Estado petrolero y el mayor exportador mundial de gas natural licuado, optó en la década de 1990 por liberarse de su dependencia de los hidrocarburos y compensar sus importaciones masivas mediante la diversificación de su economía de la mano de una política de inversión total.

De ahí la creación en 2005 del Qatar Investment Authority (QIA), un fondo soberano de inversiones que llevará a cabo una política de conquista extremadamente oportunista y agresiva, tanto en los países europeos, asiáticos y norteamericanos como en los países emergentes, especialmente en América del Sur, África y los países asiáticos pobres.

El fondo QIA aprovechará la crisis financiera de 2008 para adquirir participaciones en empresas de renombre como Porsche, Volkswagen, Barclays, Credit Suisse y, en Francia, Vinci, Veolia y Lagardère. Es también el año en el que Catar invierte en ladrillo francés: palacios parisinos o de la Costa Azul, centros comerciales... El importe de estas pequeñas compras inmobiliarias: 3.000 millones de euros.

La influencia de Catar, intacta

Habrá muchos otros tiempos de guerra en todo el mundo, especialmente en zonas estratégicas. Hoy, con más de 100.000 millones de activos, el QIA es uno de los elementos clave del programa estratégico del emirato llamado “Qatar National Vision 2030”. Su objetivo es la construcción de un soft power (poder blando) a escala mundial.

La “diplomacia deportiva”, con el fondo soberano Qatar Sports Investments (QSI), del que QIA es uno de los principales accionistas, es uno de los pilares de esta estrategia global de influencia, como lo demuestra la organización de innumerables competiciones deportivas, la creación del canal deportivo BeIN Sports, la adquisición del París Saint-Germain y el patrocinio del FC Barcelona.

Cuantos más éxitos obtiene Catar, más lo percibe Riad como una amenaza. Porque, al mismo tiempo, a través de sus medios de comunicación, en particular Al-Jazeera, y de la movilización de los Hermanos Musulmanes sobre los que se apoya para conquistar el mundo sunita, Doha está llevando a cabo una política dirigida a anquilosar a Arabia Saudí. Se convierte así en un refugio para los opositores al reino.

En particular, hay un hombre que reúne toda la hostilidad del régimen saudí: el jeque Youssef al-Qaradaoui, un religioso egipcio histérico, que es a la vez el cerebro de los Hermanos Musulmanes, un gran crítico de los monarcas del Golfo y el imán catódico estrella de la cadena catarí. Por tanto un protegido del emir, del que Riad terminará por obtener una relativa marginación.

“La estrategia de Catar y de Arabia Saudí es la del tigre y la del elefante”, dice Gilles Kepel. “Si el tigre permanece quieto, el elefante lo pisotea y lo aplasta. Si está en movimiento constantemente, el elefante no puede hacer nada y es el tigre el que le salta por detrás, lacera su coraza con sus garras y en las heridas ponen huevos las moscas. Finalmente, el elefante cae y el tigre se lo come. Era la táctica de Ho Chi Minh con el Ejército francés en Indochina”.

Con las primaveras árabes, la crisis entre los dos países se agrava. Catar apoya las revueltas, a los Hermanos Musulmanes y el acceso al poder de Mohammed Morsi en Egipto, y hoy Fayez el-Sarraj contra el mariscal Haftar en Libia. Por supuesto, Arabia Saudí está del lado de dictadores y autócratas, desde Ben Ali hasta Mubarak, con la excepción de Bashar al-Assad.

Pero incluso en Siria, si bien ambos quieren derrocar al tirano de Damasco, no apoyan a los mismos grupos opositores. Doha apuesta por el Frente Al Nasra, la rama de Al Qaeda en Siria, incluida desde 2012 en la lista negra de organizaciones terroristas de los Estados Unidos y la Unión Europea–.

Pero, ¿qué quiere Catar con esta política de influencia ampliada a todo el mundo? Para el politólogo y consultor de la región Karim Sader, el objetivo de Doha es “derrocar a las repúblicas árabes autoritarias y sustituirlas por un islamismo real, una burguesía islamista urbanizada, abierta a los negocios. Y así encarnar el wahabismo del siglo XXI. De ahí la compra de las marcas de lujo Valentino y Balmain, pero también la construcción en Doha de la mayor mezquita del país bajo el nombre de Abdel-Wahhab. Para Catar, la casa de Saud ya no tiene legitimidad y se necesita un compromiso entre el wahabismo y una forma de modernidad”.

La crisis estalló públicamente en marzo de 2014, cuando Riad, Abu Dhabi y Manama acusan con nombre y apellidos a Catar de injerencia en sus asuntos y llamaron a sus embajadores, abriendo la puerta a la mayor crisis jamás conocida por el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), una organización esencialmente de seguridad que reúne a los reinos petroleros árabes en la región desde su creación en 1980.

El segundo acto del conflicto será la exclusión regional de Catar, del que se dice es el financiador del terrorismo y señalado por sus relaciones con Irán. Un boicot organizado durante la primera visita de Donald Trump a Arabia Saudí, cuando el recién elegido presidente declaró que Catar era el furriel del terrorismo.

Aunque Riad y Abu Dhabi no cumplieron su objetivo, que era obligar a Catar a entonar el mea culpa, influyeron en la economía del emirato, obligando a la QIA a invertir el 10% de sus fondos, es decir, 10.000 millones de dólares, en la economía nacional. Pero ésta enseguida se recuperó.

“En los últimos años, hemos invertido principalmente en Norteamérica. Somos inversores oportunistas. Si vemos una oportunidad, la aprovechamos”, dijo el jeque Mohammed ben Abdulrahman al-Thani, presidente de la QNA y ministro de Asuntos Exteriores, en una entrevista reciente en The Financial Times.

Por lo tanto, la influencia de Qatar se mantiene en gran medida intacta. Un ejemplo es la organización del Foro Internacional de Doha, que durante los últimos 18 años ha brindado la oportunidad de tomarle el pulso anualmente al soft power de Catarsoft power. El mundo entero se puede dar cita allí. 

En esencia, se acude al país para hacer contactos, para gloria del soft power de Catar. El encuentro de diciembre de 2018, a pesar del boicot aéreo, terrestre y marítimo de Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, no fue menos exitoso que ediciones precedentes: reunió durante dos días a casi mil líderes políticos como el secretario general de la ONU, António Guterres, líderes económicos y sociales, así como a líderes de grupos de reflexión y periodistas.

Sin embargo, el poder de Catar es extremadamente frágil. Aunque el emirato es pequeño y hay pocos nacionales –apenas 200.000 personas tienen nacionalidad catarí–, hay una fuerte oposición dentro del palacio, con una dura rama del wahabismo. Por tanto, es posible un derrocamiento del clan gobernante, sobre todo porque su estrategia de hermanamiento del mundo árabe ha fracasado.

De ahí la abdicación en junio de 2013 del jeque Hamad al-Thani en su hijo Tamin. Oficialmente, por “razones de salud”. En la práctica, para impedir que su rival, el primer ministro Hamed ben Jassem al-Thani, que representa al ultrawahabismo, tome el poder.

Un investigador cree que también fue por imperativo estadounidense, motivado por el hecho de que el grupo islamista que atacó el complejo diplomático estadounidense en Bengasi en septiembre de 2012, causando la muerte del embajador Christopher Stevens, había sido apoyado por Doha.

Esta abdicación salvó a la monarquía catarí. Hamad ben Jassem, por su parte, va a pagar por el fracaso de la política de hermanamiento. El 25 de junio de 2013, tuvo que dimitir como primer ministro y como ministro de Asuntos Exteriores. En julio, también fue relevado de sus funciones como director adjunto del Qatar Investment Authority.

Ahora, debido al aumento de los casos de corrupción deportiva, la organización de la Copa del Mundo se encuentra bajo todavía mayor presión.

“Porque, sin duda, este acontecimiento tiene también una dimensión geopolítica”, afirma David Rigoulet-Roze, profesor especialista en el Golfo y director de la revista Orients stratégiques. “En el contexto deletéreo que prevalece en el Golfo con el aumento de las tensiones vinculadas a la crisis entre Estados Unidos e Irán, Catar es estigmatizado por Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos como un Estado sospechoso de al menos ‘complacencia’, si no de ‘colusión con el enemigo’, precisamente por haberse negado a abandonar Teherán”.

“La ‘fermentación’ del caso de la organización de la Copa del Mundo por parte de la FIFA, en condiciones claramente cuestionables, puede constituir una suerte de oportunidad que los oponentes declarados de Doha en el CCG pueden aprovechar para dañar su imagen...”, añade.

A esto hay que sumarle la cuestión de la seguridad del evento: si hay alguna tensión en el emirato, o incluso en la región, es posible que los aficionados no acudan a ver la Copa Mundial. Ésa es la obsesión de Doha. __________

La sombra de la corrupción: el fiasco del Campeonato del Mundo de Atletismo de Catar

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Traducción: Mariola Moreno

Leer el texto en francés:

Para Catar, la organización del Mundial de Fútbol de 2022 no es sólo una cuestión de prestigio y de dinero. Es vital, casi existencial. Un fracaso y el pequeño emirato del gas pondrá al descubierto lo que intenta ocultar: su vulnerabilidad en un entorno regional en el que está rodeado de enemigos, en particular Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Egipto, que el 5 de junio de 2017 ponían en marcha un bloqueo contra él y organizaban su aislamiento económico, diplomático y político.

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