Ucrania y Siria, el mismo campo de batalla para Moscú

El pueblo ucraniano espera en una estación de tren en Lviv, Ucrania.

Jean-Pierre Perrin (Mediapart)

El 28 de junio de 2018, casi cuatro años antes de la invasión, el Kyiv Post, el diario en inglés de la capital ucraniana, dedicó su portada a comparar la situación de Ucrania con la de Siria. Presentaba dos imágenes de destrucciones demoledoras, una tomada en Alepo y otra en el Dombás, con el mismo titular: “Unidos por la guerra” y “Las atrocidades rusas”.

Cuatro días antes, el mismo periódico había organizado una conferencia internacional sobre la cuestión. Ya entonces, muchos investigadores ucranianos establecían paralelismos entre las intervenciones rusas en ambos países. Argumentaron que los mismos pilotos rusos bombardeaban alternativamente Siria y el Dombás, como si fuera una sola zona de guerra. Es lo que se veía en las redes sociales rusas, donde a esos mismos pilotos les gusta presumir de sus “hazañas”.

El editorial del Kyiv Post, también en la edición del 28 de junio de 2018, es incluso premonitorio; aunque subraya “grandes diferencias” entre los conflictos que atraviesan ambos países, se muestra, al mismo tiempo, preocupado por las evidentes similitudes: “La agresión rusa en Ucrania y Siria ha fortalecido al Kremlin. Los objetivos de Rusia son similares en ambas naciones: debilitar las democracias occidentales y crear una crisis de refugiados para provocar una crisis política en Occidente. Es una misión cumplida, ya que los partidos nacionalistas antiinmigración han ganado terreno en muchos países europeos [...]”.

El editorialista añadía: “El Kremlin está dejando tras de sí un rastro de muerte y destrucción en ambos países. Esto continuará hasta que se detenga a Putin. El reto moral de nuestro tiempo es derrotarlo”.

Cuatro años después, podemos comprobar la relevancia de los análisis de los investigadores ucranianos.

El asedio de Mariúpol, un gran puerto estratégico en el mar Negro, trae inevitablemente a la mente el de Alepo. La estrategia es la misma; primero, asediar la ciudad sin intentar conquistarla, por miedo a enfrentarse a una guerrilla urbana devastadora. A continuación, la someten a un bombardeo intensivo, indiscriminado y diario, con el objetivo de perturbar la vida de los civiles, impedirles abastecerse y calentarse, hacerles pasar hambre, privarles de agua potable y electricidad, para obligarles a huir o rendirse.

El bombardeo del hospital infantil, el 9 de marzo, y del teatro de la ciudad, el 16 de marzo, donde se habían refugiado cientos de mujeres y niños, son también un recordatorio de la destrucción sistemática por parte de la aviación rusa de dispensarios y refugios en Siria.

“En 2015, un diplomático ruso, del que se dice que es alguien muy cercano a Putin, me dijo en una conferencia: ‘Lo siento, pero Alepo, su ciudad, va a sufrir la misma suerte que Grozny [la capital de Chechenia, que fue completamente aniquilada en 1999 por el Ejército ruso]. Eso es exactamente lo que pasó. Hoy, con Ucrania, veo repetirse la misma historia, las mismas imágenes: los autobuses de refugiados que intentan huir de las ciudades cercadas, los ataques contra los hospitales y las maternidades, la lluvia de bombas, los saqueos... La diferencia con Siria es que los rusos nunca intentaron ganarse la simpatía de la población, ni siquiera al principio de su intervención”, cuenta Salam Kawakibi, director del Centro Árabe de Investigación y Estudios Políticos de París.

Este investigador subraya también hasta qué punto la actuación actual en Ucrania podría haberse anticipado: “En varias conferencias en Europa, cuando repetía que los rusos no estaban en Siria para expulsar al Estado Islámico, sino para salvar al régimen de Bashar al-Assad, los diplomáticos europeos se molestaban conmigo. No querían admitirlo. Incluso recuerdo que un embajador francés me injurió. Sin embargo, los propios rusos lo dijeron abiertamente; la lucha contra el EI es cosa vuestra, nosotros estamos aquí por Bashar. Luego ocurrió lo mismo con Ucrania, con diplomáticos europeos que, de nuevo, no querían saber nada de lo que se estaba preparando y acusaron a los estadounidenses de poner peor la situación cuando hablaban de invasión inmediata”.

Hasta la fecha, Ucrania está lejos de haber sufrido el nivel de destrucción que ha experimentado Siria durante los diez años de guerra, con ciudades completamente arrasadas, escuelas, hospitales, centros de salud, depósitos de agua y panaderías bombardeados sistemáticamente por la aviación rusa en las regiones controladas por la insurrección. “Pero me temo que, al igual que ocurrió en Siria, la invasión de Ucrania sólo va a ser el comienzo de una larga historia de escalada tan inexorable como despiadada”, afirma Jean-Pierre Filiu, especialista en el mundo árabe y profesor de Ciencias Políticas. “Sin embargo, la crisis siria podría haber proporcionado un modelo de análisis a todos aquellos que la han descuidado durante demasiado tiempo como un teatro secundario en relación con una Europa adornada solo con la dimensión estratégica”.

El mismo investigador añade: “El apoyo incondicional de Vladimir Putin a Bashar al-Assad, ya en marzo de 2011, para aplastar una protesta pacifista, no se explica únicamente por consideraciones geopolíticas. Los dos líderes comparten una visión del mundo en gran medida comparable, forjada por la policía política cuya cultura obsidional les ha impregnado permanentemente. Putin es un antiguo oficial de la antigua KGB y Assad un producto del mukhabarat, los servicios de seguridad que tienen el poder de decidir sobre la vida y la muerte de sirios y sirias. Este mundo opaco en el que se formaron Putin y Assad genera su propia realidad alternativa en la que el pueblo no cuenta y se les sustituye por revoluciones de colores, fruto a su vez de la supuesta manipulación de los servicios occidentales. Donde se exalta la oposición democrática, Bashar al-Assad y Putin sólo ven un atajo de terroristas, para el primero, o de nazis, para el segundo. En ambos casos, se trata de liquidarlos”. 

Combatientes sirios, a Ucrania

Como ocurrió en Siria, Rusia también cuenta ahora con combatientes sirios para ayudar a su Ejército. El 11 de marzo, Vladimir Putin lo reconoció, al indicar que iba a autorizar a “voluntarios de Oriente Medio” a ir a luchar junto al Ejército ruso, adelantando la cifra de 16.000 hombres. Sin embargo, según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos (OSDH), más de 40.000 sirios han sido reclutados en Siria en los últimos días para luchar en Ucrania, información que el Gobierno sirio niega.

“Su papel es intervenir cuando las fuerzas regulares alcanzan sus límites. En consecuencia, se intensifican las acciones contra la población”, explica un responsable de los servicios de inteligencia franceses, que pide mantenerse en el anonimato. “De ahí el llamamiento a los mercenarios sirios, a los chechenos, al grupo Wagner [una empresa militar privada rusa dirigida por un estrecho colaborador de Vladímir Putin, presente en Siria desde finales de 2015], cuyos combatientes actualmente están saliendo de Malí [y de Libia] para ir al frente ucraniano”, precisa.

La presencia de Wagner en Ucrania la constataron efectivamente los periodistas del Kyiv Post al inicio de la invasión rusa, el 24 de febrero. La empresa militar rusa está habituada a recurrir a mercenarios. Ya había reclutado a sirios en 2017 para vigilar campos petrolíferos e infraestructuras en Siria.

Para los chechenos, en un vídeo publicado en la red Telegram a mediados de marzo, Ramzan Kadyrov afirmó estar en la región de Kiev luchando junto a las fuerzas rusas invasoras. “El otro día estuvimos a unos 20 kilómetros de vosotros, los nazis de Kiev, y ahora estamos aún más cerca”, escribió el presidente checheno, acusado por las ONG internacionales de cometer las peores violaciones de los derechos humanos en la república caucásica aplastada por Moscú.

Un número no especificado de combatientes sirios ya había sido desplegado por Rusia en Libia en 2018, como también en Turquía contra los kurdos en el noreste de Siria. Su presencia junto al mariscal Haftar, “violando el embargo de armas” decretado en 2011, había sido incluso denunciada en un informe de expertos, presentado el 24 de abril de 2020 al Consejo de Seguridad, iniciativa que no tuvo ningún efecto.

El 18 de marzo se abrió en Damasco el primer centro de reclutamiento de estos combatientes. Según el medio de comunicación sirio Deir Ezzor 24, también se han creado dos centros en Mayadine y Deir Ezzor, en el este del país. Reciben entre 200 y 300 dólares al mes. Esta vez también, Wagner se encarga de la contratación y la formación.

Según la organización de derechos humanos Syrians for Truth and Justice, muchos de los voluntarios son antiguos soldados, miembros de las milicias pro-Assad llamadas Fuerzas de Defensa, a las que el régimen ha recurrido para suplir las carencias de su Ejército, e incluso antiguos insurgentes amnistiados por Damasco como parte de los comités de reconciliación.

En un vídeo publicado en internet, se puede ver al líder de una milicia de Homs, Nabil Abdallah, gritando: “En cuanto mi presidente Assad y mi presidente Putin me pidan que intervenga, iré a dar una lección a los ucranianos”. En el mismo vídeo, afirma en voz alta su identidad cristiana; se le ve inaugurando una iglesia, una réplica en miniatura de la antigua basílica de Santa Sofía de Estambul, transformada en mezquita por Recip Tayyip Erdoğan.

Por su parte, los chechenos desplegados en el frente de Mariúpol atacan, al grito de Allahu Akbar. De Chechenia a Siria, Putin ha reunido a la santa alianza de los mercenarios.

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Traducción: Mariola Moreno

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