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El Gobierno responderá a la maniobra de Feijóo y Weber contra Ribera "con datos" y "sin caer en el barro"

¿Estamos ante la última edición de Davos?

Por mucho que se esfuercen por dar una buena imagen, los líderes de los grandes grupos mundiales, el puñado de afortunados (happy few) de la globalización que se reúnen cada año en Davos, están, sin embargo, preocupados. Algo parece haberse roto, quizás irremediablemente; por primera vez desde que comenzó a celebrarse la cumbre en 1971, ninguna delegación norteamericana participará en las reuniones con los más ricos en Davos. Tras cancelar su viaje a la cumbre suiza a causa del cierre de la Administración estadounidense, Donald Trump, en plena lucha con el Congreso estadounidense, exigió el viernes 18 de enero que Steven Mnuchin, secretario del Tesoro, también cancelara su viaje. Previamente había negado a Nancy Pelosi, líder del Partido Demócrata en la Cámara de Representantes, los medios del Gobierno estadounidense para viajar.

Donald Trump no será el único ausente. La primera ministra británica, Theresa May, también ha cancelado su viaje debido al Brexit. Emmanuel Macron, ovacionado en la cumbre del año pasado, ha renunciado a desplazarse por el conflicto con el movimiento de los chalecos amarillos. El presidente chino Xi Jinping, otro de los grandes héroes del año pasado por defender el “libre comercio” frente al proteccionismo de Donald Trump, también ha considerado innecesario viajar y ha delegado en el vicepresidente chino Wang Qishan.

La presencia de la canciller alemana, Angela Merkel, en la recta final de su mandato, o del presidente italiano, Giuseppe Conte, no pueden cambiar la situación. La ausencia de varios destacados dirigentes políticos y las razones de su ausencia son signo de las tensiones económicas, sociales y geopolíticas del mundo actual.

Aunque los poderosos de este mundo se hayan negado a verlo desde la crisis financiera de 2008, el fin del consenso sobre la globalización y la financiación del mundo, la protesta social en aumento en todas partes en contra del neoliberalismo, el desmoronamiento de la Pax americana, nacida de la caída del Muro de Berlín, se están materializando ahora ante sus ojos, en sus respectivos países. Los millones gastados por las mil empresas donantes en la cumbre de Davos pueden haber sido en vano: esta vez ya no están en el centro del juego. No habrá cumbres entre líderes políticos, ni acuerdos diplomáticos, ni siquiera negociaciones en las que puedan influir para defender sus intereses.

“Harían mejor cancelando Davos”, advertía Anand Giridharadas en Bloomberg el jueves 17 de enero, aludiendo al Brexit, los chalecos amarillos y el shutdown de Trump. “Davos es la reunión familiar de las personas que han roto el mundo”, dice el excolumnista de The New York Times, autor de The Winners Take All, su último libro, publicado este verano, sobre los estragos del capitalismo neoliberal. En su entrevista, Anand Giridharadas señala en particular las fechorías del Gafam, de Facebook a Amazon: “La historia de nuestro tiempo es la de personas que han adquirido el monopolio del progreso, que le han robado el futuro a la gente [...] La crisis financiera debería haber sido normalmente el tipo de acontecimiento que lo cambia todo. Pero no sucedió así hace diez años. La mascarada de la élite de ‘cambiar el mundo’ es parte del mismo engaño que causó la crisis y garantizó la socialización de las pérdidas”.

De hecho, más que nunca, los ganadores de la globalización arramblan con todo. En su último informe anual sobre la desigualdad, publicado en vísperas de la cumbre de Davos, Oxfam destaca una vez más el grado extremo e históricamente sin precedentes de acumulación de riqueza en manos de unos pocos. Ahora hay 27 multimillonarios con una riqueza total equivalente a la que posee la mitad de la población más pobre del mundo. Tuvieron que sumar 47 el año pasado, 92 en 2013 para alcanzar el mismo nivel de fortuna. En un año, su riqueza creció en 900.000 millones de dólares, o 2.200 millones de dólares al día. Al mismo tiempo, la mitad de la población más pobre ha visto caer sus ingresos en un 11%.

La agencia Bloomberg llegó a una conclusión similar: en diez años, los ricos se han vuelto cada vez más ricos. La riqueza de los 20 líderes estadounidenses presentes en Davos, entre ellos Bill Gates (Microsoft), Mark Zuckerberg (Facebook), George Soros, Jamie Dimon (JPMorgan Chase), Henry Kravis (KKR), etc., ha aumentado en 175.000 millones de dólares en diez años, mientras que “los ingresos medios de los hogares estadounidenses se han estancado”, señala Bloomberg, poco sospechoso de derivas izquierdistas.

Las causas de este aumento sin precedentes de la desigualdad y de la injusticia social han sido analizadas desde hace mucho tiempo por los economistas: el sistema neoliberal, que aboga por una desregulación desenfrenada y una competencia social ilimitada, basada en la globalización y en una excesiva financiarización, ha provocado una extraordinaria distorsión de la economía mundial, en beneficio de unos pocos.

Lejos de corregir estos excesos que provocaron la crisis financiera de 2008, ésta, al contrario, los fortaleció: en nombre del rescate de la economía mundial, las políticas monetarias acomodaticias de los bancos centrales fueron capturadas por la esfera financiera y ayudaron a acelerar aún más la acumulación de riqueza en pocas manos, acentuando el ensanchamiento de la desigualdad.

Monopolios mundiales

Durante mucho tiempo, los grupos mundiales han negado esta realidad al destacar los beneficios compartidos para todas las poblaciones del mundo, que supuestamente justifican esta situación. Es cierto que el nivel medio de los ingresos de los hogares occidentales se ha estancado durante años. Cierto que hubo destrucción de puestos de trabajo, deslocalizaciones y perdedores de la globalización. Pero, por otro lado, el crecimiento en los países emergentes estaba despegando, poblaciones enteras, hasta entonces excluidas, empezaban a ver cómo aumentaba su nivel de vida. Estos fueron los beneficios de una globalización feliz y sin restricciones: esta nueva y más justa distribución de la riqueza justificaba bien las pocas desventajas del sistema.

Visto con perspectiva, estos argumentos parecen ser efectos ópticos, incluso engañosos para los economistas. Si bien los niveles de ingresos han aumentado a nivel mundial, se debe al despegue de China y la India, por sus numerosa población, los que distorsionan la representación de las estadísticas mundiales. Las cifras muestran otra cosa: un estancamiento o incluso una caída de los ingresos medios de los hogares y una extraordinaria concentración de la riqueza procedente de los monopolios mundiales.

En septiembre, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) elaboró un informe histórico sobre los efectos del libre comercio. “Dentro del pequeño círculo de las empresas exportadoras, sólo el 1% de ellas representa el 57% de las exportaciones de un país en 2014”, señala el informe. El 5% de las empresas exportadoras de un país captan, en promedio, más del 80% de los ingresos, según sus cifras. “La capacidad de las principales empresas de las redes mundiales de producción para captar más valor añadido ha dado lugar a relaciones comerciales desiguales”, dice el secretario general de la UNCTAD.

Lo que se observa en los países emergentes se encuentra en los países desarrollados: una proporción ínfima de grandes grupos captan la mayor parte de la riqueza de un país, después de haber logrado, con el apoyo de los poderes públicos, una situación de renta y de monopolio. Francia, que durante más de 40 años ha favorecido una política de campeones nacionales a los que deben concederse todas las facilidades y todos los poderes discrecionales, es un ejemplo destacado, como muestra el último estudio de Attac sobre los beneficios del Cac 40.

Para estos grandes grupos, los diez años de estancamiento que siguieron a la crisis de 2008 pasaron desapercibidos. Entre 2010 y 2017, los beneficios acumulados de las empresas del Cac 40 aumentaron un 9,3%, mientras que los dividendos pagados a los accionistas aumentaron un 44%, según los cálculos de Attac. Al mismo tiempo, utilizando todas las cadenas de “optimización fiscal” –tienen más de 2.500 filiales en paraísos fiscales–, sus impuestos cayeron un 6,4% en términos absolutos y su plantilla un 20%. Naturalmente, los directivos han recibido una “recompensa justa” por su rendimiento: su remuneración ha seguido aumentando. “Los CEO del Cac 40 ganan en promedio 257 veces el SMI por año y 119 veces más que la remuneración promedio de sus empleados”, señala Attac.

Estas cifras probablemente no se mencionaron en la gran reunión celebrada este 21 de enero en Versalles (Francia), donde Emmanuel Macron invitó a 150 líderes de los principales grupos mundiales, en un anticipo de la cumbre de Davos. Pero estarán en la cabeza de todos. Digan lo que digan los empresarios, Francia es uno de los países donde a los grandes grupos les es posible ganarse bien la vida. Aunque se supone que los impuestos son abrumadores, los multimillonarios franceses representan el 5% de la riqueza total del mundo –más que Alemania– mientras que la población francesa representa sólo el 1% de la población mundial. Sin embargo, parece que Francia carece de atractivo.

“La globalización ha producido ganadores y perdedores. Millones, cientos de millones de personas se han beneficiado de la globalización. Pero también ha hecho perdedores. Hoy en día, la noción de justicia social es cada vez más fuerte. En la era de las redes sociales, ya no podemos permitirnos dejar atrás a la gente”, dice Klaus Schwab, fundador y presidente de la cumbre de Davos. Ahora es importante, según él, que la economía global se vuelva “más inclusiva”, más preocupada por los desatendidos, más atenta a las cuestiones climáticas.

Desde hace varios años, las organizaciones internacionales, empezando por el FMI, insisten en la necesidad de construir una economía más justa, más atenta a la corrección de las desigualdades. Desde hace años, los grupos principales también han venido destacando constantemente sus compromisos de luchar contra el calentamiento del planeta y proteger el medio ambiente. Sin que pase nada.

La nueva cumbre de Davos debería volver a sacrificarse por los mismos ritos. Debería volver a hablarse mucho sobre el clima, el medio ambiente, la justicia social, y mucho menos sobre el restablecimiento de las normas, la reforma de las leyes antimonopolio para luchar contra los monopolios mundiales y los monopolios indebidos, como demandan cada vez más los economistas.

El ministro francés de Finanzas, Bruno Le Maire, que va a permanecer en Suiza durante tres días, tiene todas las posibilidades de encontrarse en perfecta sintonía. Planea defender “su visión de un capitalismo europeo”, que debía “luchar contra las desigualdades e inventar la fiscalidad del futuro”. A falta de haber podido obtener de Europa un impuesto sobre las actividades de los Gafam, podrá presentar el proyecto francés de gravar a estas empresas no gravables mundialesgravables. La fórmula fiscal elegida debería aportar entre 500 y 600 millones de euros a las arcas del Estado, según el Gobierno. Esta cifra por sí sola demuestra que todo esto se parece más a una transacción política con grandes grupos, un gesto que les pide el Estado por razones de interés mutuo, que a una fiscalidad justa. Y eso es precisamente lo que los happy few esperan de la globalización, que, por encima de todo, los Estados adopten medidas cosméticas que permitan cambiar frente a la opinión pública rebelde, sin cambiar nada.

Tienen tan poco deseo de cambiar el curso de los acontecimientos que les beneficia que el héroe de esta cumbre de Davos sea Jair Bolsonaro. El nuevo presidente de la extrema derecha brasileña tiene el privilegio de inaugurar la cumbre este martes. Homófobo, que ha decidido anular todas las leyes de protección del medio ambiente y ha iniciado ya la lucha contra todos los derechos sociales, es sin embargo todo lo que los representantes de Davos rechazan en su discurso oficial. Pero parece que no deberíamos insistir más en las apariencias. Sobre todo ahora que Jair Bolsonaro se ha rodeado de un ministro de finanzas tan bueno, Paulo Guedes, un producto puro de la escuela de Chicago. Un regreso a lo básico, para los fans de Davos.

Discursos tranquilizadores, compromisos tranquilizadores para luchar mejor contra las desigualdades, promesas sobre la cuarta revolución industrial –la de la inteligencia artificial– pueden no ser suficientes para ocultar las divisiones del mundo, las crecientes tensiones geopolíticas, las amenazas cada vez más precisas de una recesión mundial o una nueva crisis financiera. Esta vez con el riesgo de que todo el sistema sea barrido. Y este miedo se refleja en las palabras de muchos líderes, incluso antes de que se vuelvan a encontrar. ¿Y si esta cumbre de Davos fuese la última? ___________

Traducción: Mariola Moreno

La élite económica asume en Davos que la crisis climática es el principal riesgo para la humanidad... y para sus negocios

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Por mucho que se esfuercen por dar una buena imagen, los líderes de los grandes grupos mundiales, el puñado de afortunados (happy few) de la globalización que se reúnen cada año en Davos, están, sin embargo, preocupados. Algo parece haberse roto, quizás irremediablemente; por primera vez desde que comenzó a celebrarse la cumbre en 1971, ninguna delegación norteamericana participará en las reuniones con los más ricos en Davos. Tras cancelar su viaje a la cumbre suiza a causa del cierre de la Administración estadounidense, Donald Trump, en plena lucha con el Congreso estadounidense, exigió el viernes 18 de enero que Steven Mnuchin, secretario del Tesoro, también cancelara su viaje. Previamente había negado a Nancy Pelosi, líder del Partido Demócrata en la Cámara de Representantes, los medios del Gobierno estadounidense para viajar.

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