El 'vampirismo' de Macron acaba con los partidos tradicionales
Hace cinco años, las elecciones presidenciales representaron un verdadero terremoto en la historia política francesa. La cuestión era saber si se trataba de una fluctuación sin futuro, o si las condiciones políticas establecidas se asentarían con el tiempo, cerrando una década caótica, marcada en particular por el peso sin precedentes de las cuestiones de inmigración e identidad nacional, y la autonomización de un electorado de centro-derecha.
Las fuerzas del viejo mundo y en particular los dos partidos tradicionales de gobierno, el Partido Socialista (PS) y los Republicanos (LR), querían creer en la primera opción. Basándose en su relativo éxito en las elecciones locales, donde habían conservado la mayoría de sus comunidades, la mayoría presidencial les parecía una fuerza evanescente, sin raíces en el país, fruto azaroso de unas elecciones aberrantes. Los resultados de la primera vuelta del domingo 10 de abril demuestran que esta lectura era errónea.
El hecho de que los dos candidatos que pasan a la segunda vuelta sean los mismos es la mejor prueba de ello. Después de cinco años en el poder, Emmanuel Macron ha conseguido mantener el primer puesto en las elecciones, mejorando su resultado en un millón de votos. Marine Le Pen también pasa a la segunda ronda y también continúa su progresión electoral, al lograr más de 400.000 votos adicionales. En conjunto, los candidatos de la derecha radical nunca habían recibido una proporción tan alta de votos en unas elecciones presidenciales, ni en ningún otro comicio nacional.
Por tanto, por segunda vez consecutiva, las elecciones presidenciales se librarán entre dos políticos que encarnan, en principio, ambas vertientes de una división relativa a la globalización.
Frente a los liberales de todo tipo aglutinados en torno a Emmanuel Macron, en una especie de gran coalición a la francesa, Marine Le Pen aparece como la encarnación de un nativismo que defiende a un pequeño pueblo homogéneo en el plano étnico-cultural. Aunque la segunda trate de desafiar al primero en lo que respecta al poder adquisitivo y los derechos sociales, dicha confrontación volverá a ocultar la cuestión de las desigualdades estructurales de poder y riqueza.
Al igual que hace cinco años, el principal representante de la izquierda no tiene la fuerza suficiente para pasar a la segunda vuelta, y desafiar la globalización en sus diversas formas, articulando las cuestiones democráticas, sociales y ecológicas. Ciertamente, en su pluralidad, la izquierda mejora su resultado en cuatro puntos. Sin embargo, tras una legislatura marcada por unas políticas muy poco igualitarias y productivistas, esta recuperación sigue siendo modesta y significa que una parte importante de los antiguos votantes de izquierda de Emmanuel Macron le han seguido siendo fieles.
A fin de cuentas, las izquierdas se encuentran en un estiaje históricamente bajo en la V República, aunque no sea el peor. Internamente, en cambio, se ha mantenido el equilibrio de fuerzas registrado en 2017. La izquierda radical representada por Jean-Luc Mélenchon superó claramente la competencia de Europa Ecología-Los Verdes (EELV), el Partido Comunista (PCF), el Partido Socialista (PS) y la extrema izquierda trotskista.
Yannick Jadot obtuvo peor resultado que Noël Mamère en 2002. En 20 años, EELV no ha progresado en su capacidad de movilización en las elecciones decisivas para el poder nacional. El partido no parece capaz, sea cual sea el perfil de su candidato y aunque los temas que plantea resuenen en la opinión pública y en la actualidad, de repetir los éxitos obtenidos en las elecciones intermedias.
Sin embargo, los ecologistas, durante mucho tiempo socios minoritarios en las alianzas lideradas por el todopoderoso Partido Socialista, se sitúan ahora por primera vez por delante de este partido en las elecciones presidenciales. Hay que remontarse a 1969 para que el PCF pueda presumir de tal hazaña. Pero lo que el partido consiguió con el 21,3% de los votos recogidos por Jacques Duclos, lo ha logrado hoy con un resultado dividido por diez, es decir, el segundo peor de su historia en este tipo de elecciones.
Esto demuestra el humillante resultado registrado por el PS, que fue un pilar del régimen de la V República durante cuatro décadas. Con un 1,8%, su candidata Anne Hidalgo ha quedado en décimo lugar. Se trata del peor resultado de esta fuerza política, que sus dirigentes reivindicaron como “motriz” en el seno de la izquierda, en las elecciones presidenciales. En lo que respecta al poder nacional, este partido tradicional de gobierno se ha convertido de hecho en una fuerza marginal, seguramente destinada a seguir siéndolo.
El resultado socialista confirma así el colapso que ya se había producido en 2017, al tiempo que lo acentúa. De hecho, hay que tener en cuenta la desintegración final del núcleo electoral del PS. Según la encuesta de Ipsos, realizada a 4.000 personas entre el 6 y el 9 de abril, Anne Hidalgo sólo habría atraído al 12% del electorado que apoyó a Benoît Hamon hace cinco años. También sería la única candidata que no aparece en primer lugar entre los votantes de su propio partido.
La novedad de este año, y por tanto una primera gran diferencia con respecto a 2017, es que dicho colapso también afectaba a la derecha postgaullista, encarnada por Valérie Pécresse. Entonces, François Fillon obtuvo el 20% de los votos emitidos, por lo que aún cabría preguntarse por una posible cuatripartición del espacio político francés, con un enfrentamiento entre cuatro fuerzas equivalentes para acceder a la segunda vuelta. Esta posibilidad fue superada por la división entre cuatro de los votos a favor de LR.
Es como si la derecha postgaullista se viera atrapada en un pulso cada vez más firme entre la mayoría presidencial, por un lado, y la derecha radical, por otro. Como señalaba el politólogo Florent Gougou el domingo por la noche en Mediapart (socio editorial de infoLibre), los signos de este fenómeno ya fueron visibles en las elecciones legislativas de 2017 y, sobre todo, en las europeas de 2019, cuando la lista de François-Xavier Bellamy solo obtuvo el 8,5% de los votos.
Algunos resultados muestran cómo el electorado de la derecha patrimonial ha fallado a LR incluso en sus bastiones más sólidos.
En el distrito XVI de París, Emmanuel Macron quedó en primer lugar, allí donde François Fillon se imponía ampliamente hace cinco años. Además, Éric Zemmour quedó en segundo lugar con un 17,5%, mientras que Marine Le Pen solo había obtenido un 4,1% en 2017 (resultado que ha mejorado este año). Un fenómeno similar se da en el distrito VI de Lyon. En la gran ciudad de Niza, el desplome del voto a LR fue acompañado por la progresión paralela de la extrema derecha y del macronismo.
Esto significa que detrás del resultado obtenido por Emmanuel Macron hay una recomposición de su coalición electoral hacia segmentos de la derecha más clásica, compensando las pérdidas de la izquierda o ampliando su base.
Pero también significa que el equilibrio interno de la oposición de derechas al macronismo se ha alterado en beneficio de sus componentes más identitarios. Del mismo modo que las izquierdas rojiverdes se han apoderado del antiguo PS, las derechas que persisten en un nacionalismo excluyente han suplantado a la derecha gubernamental.
Las elecciones presidenciales de 2022 han completado así el proceso, iniciado en 2017, de apartar del poder a los dos grandes partidos gobernantes de la V República. La alternancia en el poder de estos partidos les ofreció los recursos suficientes para hacer convivir sensibilidades y aspiraciones diferentes.
Su huida hacia adelante en las políticas neoliberales (en el caso del PS) y en el manejo de las cuestiones identitarias (en el de LR), y las decepciones acumuladas de un quinquenio a otro en este sentido, han erosionado sin embargo la solidez de sus bases. Una vez que Emmanuel Macron llegó al Elíseo, éstas se licuaron en el plano nacional. Como él mismo declaró condescendientemente a Le Figaro en el período previo a la primera vuelta: “Los dos antiguos grandes partidos republicanos se han convertido en partidos de representantes electos locales”.
El descenso de los resultados combinados del PS y LR (antes UMP) es suficiente para demostrar que se han desvanecido de la competición por el acceso al Elíseo. Esto es mucho más pronunciado que el declive sufrido por la mayoría de los partidos gobernantes en las democracias occidentales.
En el proceso, el juego político se ha reducido a tres fuerzas más coherentes ideológicamente. Gracias a su propio atractivo, pero también porque movilizaron a los indecisos que querían ver a su bando representado en la segunda vuelta, los campeones de estas fuerzas “absorbieron” los votos de todas las sensibilidades adyacentes.
De ahí el progreso de estos candidatos, ya conocidos, en lo que ya eran sus áreas de fuerza.
Sociológicamente, el sondeo de Ipsos confirma que tanto el voto de Macron como el de Mélenchon está sobrerrepresentado entre quienes tienen estudios universitarios, a diferencia de Marine Le Pen, que triunfa sobre todo en el electorado que carece de estudios secundarios. Por lo tanto, el nivel de estudios sigue siendo un factor disuasorio bastante fuerte para votarla.
Contrastes muy claros entre las tres fuerzas dirigentes
Esta diferencia tan clara se observa también en el nivel de renta, que discrimina significativamente entre el voto a Mélenchon y Le Pen, por un lado, y el voto a Macron, por otro: cuanto más aumenta, mejor es el resultado de este último, y cuanto más disminuye, mejores son los resultados de los dos primeros. Además, donde Mélenchon y Le Pen obtendrían casi un tercio de los votos entre las personas insatisfechas con su vida, Macron apenas los alcanza y obtiene alrededor del 40% entre los que están bastante o muy satisfechos.
Por último, estos tres candidatos reflejan contrastes, también muy claros, en cuanto a los temas prioritarios para sus respectivos electorados. Si bien el poder adquisitivo estuvo presente en todos los partidos, el electorado de Marine Le Pen se distingue por su atención a la inmigración y la delincuencia.
El electorado de Jean-Luc Mélenchon es el que más importancia concede, con diferencia, a las desigualdades sociales, pero también presta una atención muy elevada al medio ambiente (aunque menos que los Verdes). El electorado de Emmanuel Macron se distingue de los demás por su atención a la guerra de Ucrania, que está en el centro de la actividad diplomática del actual jefe de Estado, pero también a las cuestiones europeas y a la deuda y el déficit públicos, mostrando una preocupación por la ortodoxia económica que solo se encuentra además en el electorado de Valérie Pécresse.
Estos datos, que aún deben afinarse, pero que son coherentes con los resultados observados en zonas tipo desde el punto de vista sociológico, confirman, por tanto, la idea de un voto a Macron por parte de una Francia que va bien, o mejor dicho, tirando a bien. Una Francia que acepta las lógicas inigualitarias y productivistas que han marcado sus políticas hasta ahora y que las marcarán durante los próximos cinco años, a tenor de su proyecto.
Por el momento, la izquierda rojiverde no está en condiciones de obstaculizar su empresa política, pero sigue existiendo. Enfrente, Marine Le Pen tratará de movilizarse en los resortes identitarios, que el quinquenio de Macron no ha debilitado (todo lo contrario), y en la perspectiva engañosa de una defensa de los “pequeños” frente a una élite gobernante fuera de la realidad, tan codiciosa como favorable al multiculturalismo.
La violencia de su proyecto y una persistente falta de credibilidad siguen siendo su punto débil. Pero, frente a un proyecto de clase, que sigue siendo estrecho porque concierne sobre todo a segmentos privilegiados de la población, tal vez no debamos pasar por alto la fuerza potencial, ahora o más adelante, de un proyecto que se revestirá de ropajes tanto nacionales como plebeyos.
Macron aspira a una "gran coalición" en torno a su persona y su proyecto
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Traducción: Mariola Moreno
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