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En Transición

Por el camino verde (I): El lío del chuletón o cuando tener la razón no basta

Cristina Monge nueva.

De todas las transiciones que habremos de acometer en los próximos años, es la ecológica donde nos la jugamos de verdad, porque nos va la vida en ella. No la vida del planeta –que, salvo que lo machaquemos con bombas de neutrones, se irá regenerando–, sino la nuestra, la de los seres vivos que lo habitamos, humanos incluidos. De ahí que este espacio en las próximas semanas se dedique a ir viendo las contradicciones y paradojas que asoman en los primeros pasos de esa transición. Todo un “camino verde” por el que, al transitar, se descubren infinitas cuestas, giros bruscos y piedras inesperadas. Un camino por el que ya hemos echado a andar y al que se van a destinar no pocos recursos.

Lo que en otros momentos podría parecer la serpiente de verano de turno nos puso ante los ojos un ejemplo paradigmático de algunas de esas contradicciones. El ministro Garzón, sin encomendarse –al parecer– a ninguno de sus compañeros y compañeras de Gobierno, decidió lanzar este vídeo para recomendar la reducción del consumo de carne.

Una mirada estrictamente científica al asunto no tendría mucho nuevo que decir, más allá de que llevamos años escuchando a dietistas advertir del peligro del consumo excesivo de carne, a la OMS recomendar una alimentación variada donde se reduzca la ingesta de proteína animal, y últimamente –sólo últimamente– a los científicos que estudian los asuntos ambientales advertir de que el consumo desmesurado de carne en el Occidente opulento conlleva un enorme gasto de agua, recursos de todo tipo, vertidos incontrolables, etc. Podría recomendar cientos de informes para las mentes más inquietas. Aquí tienen un artículo de la prestigiosa –y últimamente famosa, por mor de la pandemia– revista Lancet sobre la relación entre dieta, huella de carbono y salud; aquí otro de la OMS sobre la relación entre el consumo excesivo de carnes tratadas y el cáncer; aquí otro de Science –¡del 2018!– sobre la huella ambiental de una dieta con exceso de carne... Si alguien quiere más madera –o proteína– que me escriba y le atiborro a informes.

El problema es que, como en casi todos los asuntos sociales, políticos y económicos, a la argumentación científica hay que añadirle algo más, porque con tener razón no basta. Hay que gestionar esa razón para poder dar el giro que necesita toda transición. Lo que viene a ser hacer política con afán de transformación.

El caso del famoso vídeo de Garzón y de la respuesta –cuando menos, poco afortunada– de Pedro Sánchez alabando las grandezas del chuletón –grandezas a las que, por otro lado, he de confesar que rindo tributo unas tres o cuatro veces al año– fueron un magnífico ejemplo de esto. A la razón científica se le opusieron inmediatamente dos factores de signo contrario: por un lado, el sector cárnico ganadero, que reaccionó con esta carta poniendo por delante los –según ellos– 2,5 millones de puestos de trabajo que generan, los 9.000 millones de euros en exportaciones, su trozo de PIB y su buen hacer. Por otro lado, en el otro extremo del ring, los que le recordaron al ministro que ojalá ellos pudieran comer carne de calidad aunque fuera con menos frecuencia, pero el problema radica en que van justos para llegar a final de mes con poco más que alguna bandeja de pollo hormonado.

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He aquí dos grandes retos y paradojas que va a tener que abordar la transición ecológica: la reconversión de sectores económicos que, como es natural, se van a resistir todo lo que esté en sus manos –¿cuántos años, más bien décadas, se ha opuesto el carbón a reconocer lo inevitable?–, y la de aquellos sectores de menores rentas para los que comprar tomates ecológicos, carnes de calidad procedentes de vacas o corderos que pastan libremente en nuestros montes (eso que llaman ganadería extensiva), y por supuesto un coche eléctrico, es algo que no entra en sus presupuestos. Como se suele decir, ¿quién va a preocuparse por el fin del mundo, cuando tiene que ocuparse de llegar a final de mes?

La transición justa, concepto que, como no me canso de recordar, se impuso en las cumbres del clima de la mano de los sindicatos españoles, tiene como objetivo abordar el primero de estos retos. De momento, se asocia a la reconversión de las empresas, los trabajadores y los territorios que durante décadas han dependido del carbón, pero como se está viendo ya eso es sólo la punta del iceberg. Más pronto que tarde habrá de abarcar otros muchos sectores económicos. Sobre todo, si además se quiere evitar que esto de lo “eco” sea una cosa de clases medias altas más o menos ilustradas –o sea, de “ecopijos”–, que genere anticuerpos en otros órganos de la anatomía social.

La transición ecológica no es asunto de conocimiento científico, cuyas evidencias desbordan a cualquiera; ni de tecnología, de la que disponemos por encima de nuestras posibilidades; ni de economía, ante la evidencia de que hoy el mundo de las finanzas ha entendido la enorme oportunidad que supone. La transición ecológica es un desafío de habilidad política. Y eso sí es mucho más difícil.

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